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Robert Heinlein: Estrella doble

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Heinlein: Estrella doble» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1987, ISBN: 84-270-1169-5, издательство: Martínez Roca, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Heinlein Estrella doble

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También publicado como “Intriga estelar”. ¿Podría un miserable actor sustituir al político más famoso del imperio? Lorenzo Smith sintió un hormigueo en su cuerpo cuando le propusieron el trabajo, ya que Bonforte era el político más reputado en la Galaxia. Sería un gran desafío dar vida a este personaje, por supuesto. Pero cuando estudió el papel vio muy claro que se encontraba ante una peligrosa misión de cuyo resultado dependía el destino del Sistema Solar…

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—Nosotros también lo haríamos en la Tierra. Igual que en New Batavia, o en Venus. Pero aquí tratamos con Marte. ¿Conoce la leyenda de Kkkahgral el Joven?

—Pues… creo que no.

—Entonces debe aprenderla; le ayudará a comprender la mente de un marciano. A grandes rasgos, el joven Kkkah debía aparecer en un lugar y hora señalados de antemano, hace miles de años, para recibir un alto honor… algo parecido a ser nombrado caballero. Aunque él no tuvo la culpa (tal como nosotros lo juzgamos), no pudo presentarse a su debido tiempo. De acuerdo con las costumbres marcianas, no quedaba otro remedio que matarlo. Pero gracias a su juventud y a su historia impecable, ciertos reformistas que se encontraban presentes argumentaron que debían permitirle volver a empezar de nuevo. Sin embargo, Kkkahgral el Joven no quiso aceptar la gracia. Insistió en el derecho que tenía de actuar como fiscal acusador de su propia causa, ganó el juicio y fue ejecutado. Lo cual se ha convertido en la misma esencia de la etiqueta y el protocolo en Marte, por decirlo así.

—¡Es absurdo!

—¿Por qué? Nosotros no somos marcianos. Constituyen una especie antiquísima, la cual posee una escala de valores y obligaciones sociales que tiene prevista cualquier situación… Son las gentes más formalistas posible. Comparados con ellos, los antiguos japoneses, con sus giri y gimu , eran unos verdaderos anarquistas. Los marcianos no tienen en su vocabulario las palabras “bien” y “mal”; en su lugar dicen “corrección” e “incorrección”, con un significado elevado al cubo y cargado con explosivos de reacción. No obstante, todo esto se refiere a nuestros problemas, porque el Jefe estaba a punto de ser adoptado por el nido del mismísimo Kkkahgral el Joven. ¿Empieza a comprender?

Todavía no entendía nada. Para mi aquel Kkkah simbólico no era más que un personaje de melodrama. Broadbent continuó.

—Es una cosa fácil de comprender. El Jefe es quizá uno de los mayores investigadores en costumbres y psicología marcianas. Ha trabajado en este tema durante muchos años, y uno de sus mayores deseos era precisamente éste. Al mediodía del miércoles, en el Lacus Soli, se celebrará la ceremonia de la adopción oficial. Si el Jefe se encuentra presente y cumple con su parte del ceremonial, todo irá bien. Si no se presenta a la hora convenida… y no tiene la menor importancia el porqué no se encuentra allí… su nombre será arrastrado por el barro en todos los nidos de Marte, de polo a polo, y el mayor intento político de integración racial e interplanetaria que se haya intentado jamás no será otra cosa que un fracaso. Peor aún, ese intento se volverá contra sus autores. Creo que lo menos que puede suceder es que Marte se retire de su débil asociación con el Imperio. Posiblemente habrá represalias y muchos seres humanos morirán, quizá todos los humanos en Marte. Entonces los extremistas del Partido de la Humanidad empezarán a clamar venganza y Marte será anexionado por la fuerza de las armas… pero no antes de que todos los marcianos hayan perecido en un inútil combate. Todo esto como resultado de que Bonforte no pueda presentarse a la ceremonia de su adopción… Los marcianos toman estas cosas muy en serio.

Dak salió de la habitación con la misma rapidez con que había llegado, y Penelope Russell volvió a hacer funcionar el proyector. Se me ocurrió que hubiera debido preguntarle qué podía impedir a nuestros enemigos matarme, si todo lo que se necesitaba para conseguir sus siniestros propósitos era impedir que Bonforte (en persona o representado por un doble) acudiera a aquella salvaje ceremonia marciana. Pero no se me había ocurrido preguntárselo… Quizá sentía un terror subconsciente a conocer la respuesta.

Unos minutos después me encontraba de nuevo estudiando a Bonforte, tratando de asimilar sus gestos y movimientos, interpretando sus emociones, vocalizando los tonos de su voz, mientras me sentía inmerso en mi mejor esfuerzo creador. Estaba “absorbiendo” al personaje a toda velocidad.

El pánico me arrancó de mi concentración cuando la imagen cambió y vi a Bonforte rodeado de marcianos que le tocaban con sus seudomiembros. Estaba tan compenetrado con aquella imagen, que pude sentir como si me tocasen a mí… y el olor era insoportable. Lancé un grito de horror y levanté los brazos para protegerme.

—¡Párelo!—grité.

Las luces se encendieron y la estereoimagen desapareció. La señorita Russell me miraba sorprendida.

—¿Qué le pasa ahora?

Traté de recobrar el aliento y reprimir el temblor que me dominaba.

—Señorita Russell… lo siento mucho… por favor… no vuelva a proyectar esa escena. No puedo soportar a los marcianos.

Ella me contempló como si no creyera lo que estaba oyendo, con una mirada llena de desprecio.

—Ya les dije que este ridículo proyecto no podía tener éxito— pronunció lentamente, en tono irónico.

—Lo siento muchísimo. No puedo remediarlo.

No me contestó, pero se levantó con esfuerzo del prensa-uvas. No podía caminar tan fácilmente bajo dos gravedades como lo había hecho Dak, pero era evidente que estaba acostumbrada a ello. Salió del camarote sin pronunciar una palabra, cerrando la puerta tras de sí.

La muchacha no regresó. En su lugar la puerta fue abierta por un hombre que parecía vivir dentro de unas gigantescas andaderas.

—¡Hola, muchacho!— saludó con voz profunda y agradable.

Debía de tener unos sesenta años, y era grueso y de maneras suaves. No necesité ver sus credenciales para comprender que estaba acostumbrado a tratar con enfermos.

—¿Cómo está usted, señor? —respondí a su saludo.

—Bastante bien. Pero me sentiría mejor a más baja aceleración —lanzó una mirada al curioso aparato sobre el que descansaba todo su cuerpo en sentido vertical—. ¿Qué le parece este armazón de ruedas? Quizá resulta un tanto ridículo, pero alivia enormemente a mi cansado corazón. A propósito, debo presentarme. Soy el doctor Capek, médico personal de Bonforte. Ya sé quién es usted. Ahora, ¿quiere tener la bondad de explicarme ese problema entre usted y los marcianos?

Traté de hacerlo en forma clara y sin permitir que mis emociones se mezclaran en ello.

El doctor Capek asintió.

—El capitán Broadbent debió haberme avisado —dijo—. Habríamos cambiado el orden de su programa de instrucción. El capitán es un joven muy competente a su manera, pero a veces sus músculos corren más que su cerebro. Tiene una personalidad tan perfectamente extravertida que a veces me asusta. Sin embargo, nada se ha perdido. Señor Smythe, necesito su permiso para proceder a hipnotizarle. Le doy mi palabra de médico que usaré la hipnosis únicamente para ayudarle en esta cuestión, y que de ningún modo lo haré para interferir en su integración personal psíquica.

Sacó del bolsillo un anticuado reloj de bolsillo de esos que constituyen el emblema de su profesión y empezó a tomarme el pulso.

—No tengo inconveniente en darle ese permiso, doctor —contesté—; pero me temo que no le servirá de nada. No podrá dormirme.

Yo había aprendido las técnicas hipnóticas durante la época en que realizaba mi acto mentalista, pero mis maestros nunca pudieron hipnotizarme. Un poquito de hipnotismo resulta muy útil a veces para convencer al público, especialmente si la policía local no es demasiado exigente en hacer cumplir las leyes con que nos han constreñido las asociaciones médicas.

—¿De veras? Bien, entonces no nos quedará otro remedio que hacer todo lo posible para amortiguar esa repulsión hacia los marcianos. Vamos a ver, trate de ponerse cómodo, relaje los músculos y hablaremos un poco sobre su problema.

Mantenía el reloj en la mano, retorciendo la cadena de plata y haciendo que el reloj girase rápidamente, primero en un sentido, luego en el otro. Estuve a punto de decirle que me molestaba, ya que la luz de la lámpara colocada a mi cabecera se reflejaba en el reloj, que ahora centelleaba, pero pensé que probablemente se trataba de una costumbre del doctor de la que quizá no era consciente y que, en realidad, era una cuestión poco importante para tener que llamar la atención de un desconocido.

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