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Ursula Le Guin: El mundo de Rocannon

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Ursula Le Guin El mundo de Rocannon

El mundo de Rocannon: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta es una novela de viaje, a través de un obsesivo paisaje metafórica, en la que el descubrimiento final concluye un largo y complejo proceso. Gaveral Rocannon comienza su viaje cn el claro propósito de advertir a la Liga de Todos los Mundos que ha sido tricionada. Pero el heroísmo de Rocannon lo llevará a pagar un muy alto precio, pues no sólo llegará a entender los dones que distinguen a Kyo y Mogien; ha de sentir también la agonía simultánea de mil enemigos moribundos. El héroe que concluye el viaje es un hombre destrozado, agotado y solo, que al fin se conoce a sí mismo. Probablemente, la mejor novela de la maestra del género.

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A pocos pasos de él uno de los animales marrones estaba agazapado. Incluso erguido, le llegaría apenas a la altura de las rodillas. Como la mayoría de los animales de bajo nivel de inteligencia del planeta, carecía de alas. Estaba agazapado, lleno de terror, y el etnólogo lo evitó, tratando de no despertar su desconfianza, y continuó la marcha. En todo lo que su vista alcanzaba, no había accesos en la pared curva.

— ¡Señor! — gritó una voz débil, desde algún lugar —. ¡Señor!

— ¡Kyo! — exclamó Rocannon girándose mientras su voz reverberaba entre las paredes. Nada se movía. Muros blancos, sombras negras, líneas rectas, silencio.

El animalito oscuro se acercó brincando.

— ¡Señor! — gritaba con voz débil —. ¡Señor, oh, ven, ven! ¡Oh, ven, Señor!

Rocannon se detuvo, con los ojos desorbitados. La diminuta criatura se había sentado sobre sus poderosas corvas, frente a él; jadeaba y los latidos de su corazón agitaban su pecho peludo, contra el que oprimía sus manecillas negras. Unos ojos negros, llenos de pavor, miraban con fijeza el rostro de Rocannon. El extraño ser repitió, en Lengua Común, trémulo:

— Señor…

Rocannon se hincó; sus ideas bullían ante la visión; por fin logró articular, con suavidad:

— No sé cómo llamarte.

— ¡Oh, ven! — repitió la voz trémula —. ¡Señores…, señores, ven!

— Los otros señores… ¿mis amigos?

— Amigos — repitió la criatura —, amigos, castillo. Señores, castillo, fuego, bestia alada, día, noche, fuego. ¡Oh, ven!

— Voy — contestó Rocannon.

El animalito comenzó a brincar y él lo siguió. Bajaron por la calle radial, torcieron por una de las laterales hacia el norte y dieron con una de las doce puertas de la bóveda. Allí, en el patio de mosaicos rojos, yacían sus compañeros, tal como los dejara poco antes. Más tarde, cuando tuvo tiempo de pensar, comprendió que había salido de la bóveda por otra puerta y así había perdido a sus amigos.

Otras cinco criaturas marrones aguardaban allí, reunidas en un grupo casi ceremonioso junto a Yahan. Rocannon volvió a hincarse, para disimular la diferencia de altura, e hizo una reverencia tan profunda como su posición se lo permitía.

— Salud, pequeños señores — dijo.

— Salud, salud — respondieron los peludos seres.

Uno de ellos, con listas negras en torno al hocico se presentó:

— Kiemhrir.

— ¿Tú eres Kiemhrir? — todos se inclinaron, imitando la reverencia de Rocannon — Yo soy Rokanan Olhor. Hemos venido desde el norte, de Angien, del castillo de Hallan.

— Castillo — dijo Caranegra; su voz aguda temblaba; como reflexionando, se rascó la cabeza —. Días, noche, años, años — dijo —. Los Señores marcharon. Años, años, años… Kiemhrir no marcharon. — Miró al etnólogo con ojos esperanzados.

— ¿Los Kiemhrir… permanecieron aquí? — Preguntó Rocannon.

— ¡Permanecieron! — gritó Caranegra con una voz de sorprendente volumen —. ¡Permanecieron! ¡Permanecieron! — Y los demás repitieron la palabra con evidente placer.

— Día — dijo Caranegra con decisión, señalando el sol —, señores llegan… ¿Van?

— Sí, querríamos irnos. ¿Podéis ayudarnos?

— ¡Ayudar! — dijo el Kiemhrir, aferrando la palabra con aquel tono de deleite y avidez —. Ayudarlos. ¡Quédate, Señor!

Rocannon, pues, se quedó: sentado observó cómo los Kiemhrir se entregaban a su tarea. Caranegra silbó e inmediatamente una docena más de sus semejantes aparecía brincando, con precaución. El etnólogo se preguntaba dónde habrían hallado lugares para ocultarse y vivir dentro de la matemática perfección de la ciudad colmena; pero era evidente que lo habían logrado. Y también tenían sus lugares de aprovisionamiento: uno de ellos traía entre sus manecitas negras una forma redondeada y blanca que parecía un huevo; era una cáscara vacía, ahora haciendo las veces de redoma; Caranegra la cogió con cuidado y la destapó. Dentro había un fluido denso y transparente, con el que mojó las punzadas de los hombros de los durmientes; los otros, con dulzura y temor, levantaron las cabezas de los tres hombres y él vertió unas gotas del líquido en sus bocas. Pero no tocó a Raho. Los Kiemhrir no hablaban entre sí, sino que se comunicaban con silbidos o gestos muy silenciosos y con un enternecedor aire de cortesía.

Caranegra volvió junto a Rocannon y le dijo como para confortarlo:

— Quédate, Señor.

— ¿Esperar? Si, sin duda.

— Señor — dijo el Kiemhrir con un gesto hacia el cuerpo de Raho.

— Muerto — explicó Rocannon.

— Muerto, muerto — repitió la criatura. Se tocó la base del cuello y el etnólogo asintió.

El patio rodeado de muros plateados se colmaba de una luz cálida. Yahan, que yacía junto a Rocannon, exhaló un hondo suspiro.

Los Kiemhrir se sentaron sobre sus corvas, en semicírculo detrás de su jefe, a quien Rocannon preguntó:

— Pequeño señor, ¿puedo saber tu nombre?

— Nombre — susurró el animalito; todos los demás estaban inmóviles —. Liuar — dijo, utilizando la misma antigua palabra que Mogien empleara al referirse a nobles y normales como un todo, es decir, a los que el Manual denominaba Especie II —. Liuár, Fiia, Gdemiar: nombres. Kiemhrir: no nombre.

Rocannon asintió preguntándose cuál seria el significado de la expresión. El vocablo «kieniherl kiemhrir» era en rigor, infería él, un adjetivo, con el significado de flexible o veloz.

A sus espaldas, Kyo, ya recuperado el ritmo respiratorio, se incorporó; el etnólogo se dirigió hacia él. Los animalitos sin nombre observaban con sus negros ojos atentos y caímos. Yahan se puso de pie y por último lo hizo Mogien, a quien debían de haber administrado una dosis mayor del agente paralizante, pues, en un primer momento, fue incapaz hasta de levantar una mano. Uno de los Kiemhrir, con gran timidez, explicó mediante gestos que serían buenos para Mogien masajes en brazos y piernas, cosa que Rocannon puso en práctica en tanto explicaba lo ocurrido y dónde estaban.

— El tapiz — murmuró Mogien.

— ¿Qué dices? — preguntó Rocannon con suavidad, pensando que el joven estaba aún aturdido y por ello desvariaba.

— El tapiz de Hallan… los gigantes alados.

Entonces Rocannon recordó que había estado con Haldre, en el Gran Salón de Hallan, bajo un tapiz que representaba guerreros de cabellos rubios luchando contra figuras aladas.

Kyo, que había observado a los Kiemhrir, tendió su mano. Caranegra brincó hasta él y apoyó su manecita negra y sin pulgar sobre la palma larga y delicada de Kyo.

— Señores de las palabras — dijo el Fian suavemente —. Amantes de palabras, los devoradores de palabras, los sin nombre, los brincadores de larga memoria. ¿Aún recordáis las palabras de las gentes altas, oh, Kiemhrir?

— Aún — repuso Caranegra.

Con ayuda de Rocannon, Mogien se puso en pie; se le veía demacrado, pero firme. Estuvo quieto por un instante, junto a Raho, cuyo rostro aparecía devastado bajo la poderosa y blanca luz solar. Luego el joven Angyar dio las gracias a los Kiemhrir, y, en respuesta a una pregunta del etnólogo, dijo que ya se sentía con fuerzas.

— Si no hay salidas, podremos cavar algún hueco de sostén en los muros y saltar — propuso Rocannon.

— Silba a las monturas, Señor — pidió Yahan.

Parecía muy complejo preguntar a los Kiemhrir si el silbato llegaría a despertar a las criaturas de la bóveda. Pero en vista de que los seres alados parecían ser enteramente nocturnos, optaron por afrontar el posible riesgo. Mogien extrajo un diminuto silbato, atado debajo de su capa con cadenilla, y emitió una señal que Rocannon no alcanzó a oír, pero que hizo retorcerse a los Kiemhrir.

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