Allá tendría que haber ido Smelost, sin duda. Con Nafai. Ojalá alguien supiera dónde está.
Los frenéticos pensamientos de Luet se mezclaron al fin en el caos de su mente dormida, y allí nació un sueño que Luet recordaría, pues venía desde fuera de ella y tenía un sentido que trascendía las reacciones fortuitas del cerebro.
—Despierta —llamó Hushidh.
—Estoy despierta —dijo Luet.
—Ya me has respondido eso mismo dos veces, Lutya, y luego has seguido durmiendo. Es de mañana, y la situación es aún peor de lo que habíamos pensado.
—Si me has dicho eso cada vez que he despertado, no me sorprende que me haya dormido de nuevo.
—Has dormido suficiente —replicó Hushidh, y empezó a contarle lo que había sucedido la noche anterior en casa de Kokor.
Era inconcebible que ocurriera algo semejante con una persona relacionada con la casa de Rasa. Pero no se trataba de meros rumores.
—Por eso Vas se llevó a Tía Rasa —dijo Luet.
—Qué lúcida estás por la mañana.
Luet estaba tan aturdida que tardó un instante en comprender que Hushidh se burlaba de ella.
—Estaba soñando —dijo para justificar su obtusidad. Pero Hushidh no tenía ningún interés en el sueño.
—Para la pobre Tía Rasa la pesadilla comenzará cuando despierte.
Luet trató de pensar en un aspecto positivo.
—Al menos tiene el consuelo de saber que Kokor y Sevet se criaron como sobrinas de Dhelembuvex… no afectará a su casa…
—¡Que no afectará…! Son sus hijas, Lutya. Y Tía Dhel siempre estuvo aquí con ellas mientras crecían. No se trata de su crianza, sino de que sean hijas de Gaballufix. Es irónico que la misma noche en que él muere, una de sus hijas tumba a la otra de un puñetazo en el gaznate.
—Cada palabra que pronuncias está impregnada de dulce bondad, Shuya.
Hushidh la miró de mal talante.
—Tú tampoco quisiste nunca a las hijas de Tía Rasa, así que no te hagas la buena.
Lo cierto era que Luet no tenía mayor interés en las hijas de Rasa. Era demasiado pequeña para fijarse en ellas cuando estuvieron por última vez en casa de Rasa. Hushidh, siendo mayor, tenía claros recuerdos de la presencia de las dos jóvenes. Kokor asistía a los cursos, y las dos estaban rodeadas de pretendientes. Hushidh decía en broma que había más feromonas que en un burdel, pero no odiaba a Kokor y Sevet porque ellas ejercieran atracción sobre los hombres, sino porque sentían una insidiosa envidia por cualquier muchacha que se granjeara el amor y el respeto de Rasa. Hushidh no era rival para ellas, pero ambas la hostigaban sin piedad, atormentándola cuando las maestras no se daban cuenta. Hushidh se convirtió en un fantasma furtivo que sólo aparecía en las clases y eludía las comidas y las fiestas. Por suerte, Kokor y Sevet se casaron y se marcharon a temprana edad, catorce y quince años respectivamente. Sevet ya era una cantante célebre, y cuando ella y su hermana ensayaban, sus voces resonaban en la casa como trinos de pájaros. Pero Hushidh no oía música en ese canto, y sólo recobró la música cuando las hermanas se fueron. Siguió siendo callada y tímida con todos, excepto con Luet.
Por eso Hushidh prestaba tanta atención cuando las hijas de Rasa representaban un episodio trágico. A Luet sólo le importaba porque entristecía a Tía Rasa.
—Shuya, olvídate de ese escándalo. ¿Qué se dice del soldado? ¿Y qué hay de la muerte de Gaballufix?
Hushidh bajó la vista. Sabía que Luet la reprendía por haber dado excesiva importancia a cuestiones triviales, pero aceptó el reproche y no se defendió.
—Dicen que Smelost era cómplice de Nafai desde antes. Rashgallivak exige que el consejo investigue quién ayudó a Smelost a escapar de la ciudad, aunque no había orden de arresto cuando él se marchó. Rasa intenta que la guardia de la ciudad quede bajo el control de los Palwashantu. Es muy desagradable.
—¿Y si vienen a arrestar a Tía Rasa como cómplice de Smelost?
—¿Cómplice de qué? —dijo Hushidh. Ahora era Hushidh la descifradora, que hablaba de la ciudad de Basílica, no Shuya la estudiante, que chismorreaba con malicia de sus torturadoras. Luet recibió el cambio con agrado, aunque debiera soportar que Hushidh le reprochara su falta de perspicacia—. La locura de la gente tiene un límite. Rashgallivak puede provocarla, pero no es Gaballufix. Carece de magnetismo personal para lograr que la gente lo siga durante mucho tiempo. Tía Rasa podrá defenderse de él ante el consejo, e incluso dejarlo mal parado.
—Sí, supongo que sí. Pero Gaballufix tenía muchos soldados, y ahora son de Rashgallivak…
—Rash no tiene buenos contactos. La gente siempre lo ha tratado con amabilidad y respeto, pero sólo como mayordomo, y como mayordomo de Wetchik. Es improbable que obtenga todos los honores de Wetchik de buenas a primeras, y aún menos el respeto de que gozaba Gaballufix como jefe de los Palwashantu. No tiene ni la mitad del poder que cree tener, aunque sí el suficiente para causar problemas, lo cual resulta bastante preocupante.
Luet ya estaba despabilada, y se levantó. Recordó que debía contar algo.
—He soñado —declaró.
—Eso has dicho. —Entonces Hushidh comprendió a qué se refería—. Ah. Un poco tarde, ¿no crees?
—No con Smelost. Con algo… muy extraño. Sin embargo parecía más importante que todo lo que está pasando.
—¿Un verdadero sueño? —preguntó Hushidh.
—Nunca estoy segura, pero eso creo. Lo recuerdo con tanta claridad que tiene que venir del Alma Suprema.
—Entonces, cuéntamelo mientras vamos a desayunar. Es casi mediodía, pero Tía Rasa ordenó a la cocinera que no nos molestara y nos dejara dormir porque habíamos pasado media noche en vela.
Luet se puso una túnica, se calzó las sandalias y siguió a Hushidh escalera abajo.
—Soñé con ángeles que volaban.
—¡Ángeles ! ¿Y qué significa eso, además de que eres supersticiosa cuando duermes?
—No se parecían a las ilustraciones de los libros infantiles, si a eso te refieres. No, eran como aves grandes y hermosas. Murciélagos, en realidad, pues tenían pelaje. Pero con rostros muy inteligentes y expresivos, y en el sueño supe que eran ángeles.
—El Alma Suprema no necesita ángeles. El Alma Suprema habla directamente a la mente de cada mujer.
—Y de cada hombre, aunque ya nadie la escucha. Y tú tampoco me estás escuchando, Shuya. ¿Te cuento el sueño, o me limito a comer pan con miel y crema y deduzco que los mensajes del Alma Suprema no te interesan?
—No te hagas la irónica conmigo, Luet. Serás una maravillosa vidente para los demás, pero cuando te pones tan insoportable sólo eres mi estúpida hermana pequeña.
La cocinera las miró de mal talante.
—Procuro que en mi cocina reinen la luz y la armonía.
Avergonzadas, aceptaron el pan caliente que ella les ofrecía y se sentaron a la mesa, donde ya aguardaban una jarra de crema y un frasco de miel.
Hushidh, como de costumbre, partió el pan en un cuenco y le vertió crema y miel; Luet, como de costumbre, vertió la miel sobre el pan y lo comió por separado, bebiendo la crema del cuenco. Las dos fingían que no les gustaba el modo en que comía la otra.
—Seco como polvo —susurró Hushidh.
—Blando y viscoso —replicó Luet. Y se echaron a reír.
—Eso ya me gusta más —asintió la cocinera—. Ya sois mayorcitas para andar peleándoos. Con la boca llena, Hushidh dijo:
—El sueño.
—Ángeles —repitió Luet.
—Que volaban, sí. Ángeles peludos, como murciélagos gordos. Te oí la primera vez.
—Gordos no.
—Pero murciélagos, de todos modos.
—Gráciles. Veloces. Y luego yo fui una de ellos, y también volaba. Era muy hermoso y apacible. Y luego vi el río, y descendí hacia él y con el barro de la orilla modelé una estatua.
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