Vernor Vinge - Naufragio en el tiempo real

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Naufragio en el tiempo real: краткое содержание, описание и аннотация

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En la esperada continuación de LA GUERRA DE LA PAZ, una desastrosa extinción ocurrida en el siglo XXIII amenaza la continuidad de la civilización. Los poseedores del poder tecnológico intentan recoger a todos los supervivientes que van siendo liberados del éstasis de las Burbujas e incorporarlos al proyecto final, que no es otro que reconstruir la civilización con una diezmada humanidad. Pero uno de los líderes ha sido “asesinado” abandonado en el tiempo real, mientras el resto de la humanidad se encuentra en gracias a las Burbujas.
En este caso, la reflexión de Vinge sobre el futuro, merecedora del Premio Prometheus otorgado por la Sociedd Libertaria Futurista, toma la forma conductora de una novela de misterio en un ambiente de ciencia ficción . El protagonista, Will Brierson, policía del siglo XXI, debe encontrar al “asesino” y desentrañar por qué se intenta obstaculizar la reconstrucción de la civilización.
Finalista del Premio Hugo 1987

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—…No. Eres una persona civilizada que puede estar a la altura de las circunstancias… Pero hace falta mucho más que esto para vivir tanto tiempo como yo. Has de tener una firme resolución y la habilidad de olvidarte de tus propias limitaciones. Noventa mil años. Aunque sea a escala mucho mayor, soy como un gusano plano que fuera a la Ópera. ¿Puede un planario tener un centenar de respuestas? Y entonces ¿qué va a hacer con el resto de la función? Cuando estoy en conexión, puedo recordarlo todo, pero ¿dónde está mi yo original?… He pasado por todo lo que una mente puede ser. He tenido finales felices… y también finales amargos —hubo un largo silencio—. Y no sé porqué estoy llorando.

—Tal vez te falte todavía algo por ver. ¿Qué es lo que te ha arrastrado tan lejos?

—La testarudez y… yo quería saber… lo que había sucedido. Quería mirar dentro de la Singularidad.

Wil le dio unos golpecitos en el hombro.

—Esto todavía puedes hacerlo. Espera por ahí.

Della le sonrió ligeramente, y su mano cayó contra él.

—De acuerdo. Siempre te has portado muy bien conmigo, Mike.

¿Mike? Estaba delirando.

Hacia horas que los láser y las explosiones nucleares habían terminado. La aurora iba desapareciendo al acercarse la penumbra diurna. Della no había vuelto a hablar. Los restos en putrefacción del perro producían calor (y aunque por entonces Wil ya no conservaba el sentido del olfato), pero la noche era fría, estaban a unos doce grados bajo cero. Wil había trasladado a Della junto al cadáver y la había cubierto con su chaqueta y su camisa. Ya no tosía ni se quejaba. Su respiración era superficial y rápida. Wil estaba tendido a su lado, temblaba y casi agradecía el estar cubierto con las entrañas de perro, su propia sangre y la porquería que había por allí. Detrás de él las abejas continuaban su sonoro corretear por el cadáver.

Dado el ruido que producía la respiración de Della, dudaba de que durara muchas horas más. Y después de aquella noche, tenía una buena idea del inminente final de su propia longevidad.

No podía creer que las fuerzas de Della hubieran vencido. De ser así, ¿por qué no iban a rescatarles? Si no lo era, el enemigo jamás podría descubrir dónde se habían escondido, o tal vez ni siquiera quisiera saberlo. Y él se quedaría sin saber quién era el causante de la destrucción de la última colonia humana.

La media luz fue convirtiéndose en un brillante día. Wil se arrastró hasta la entrada de la cueva. La aurora había desaparecido, borrada por el azul de la mañana. Desde donde estaba, no podía ver la salida del sol, pero sabía que todavía no había remontado el horizonte porque no había sombras. Todos los colores tenían una tonalidad mate: el azul del cielo, el verde pálido de la hierba, el verde más oscuro de los árboles. Durante un tiempo, nada se movió. Hacía frío y reinaba un pacífico silencio.

En el suelo, los casi perros se iban despertando. Por parejas o por tríos se marcharon a la llanura, oliendo la mañana pero incapaces de verla. Los que tenían vista corrían delante, y luego volvían hacia atrás para meter prisa a los demás. Desde una distancia segura, y a la luz del día, Wil tuvo que admitir que eran unas criaturas graciosas y hasta divertidas: delgadas y flexibles, con igual facilidad podían correr o arrastrarse sobre su vientre. Sus morros alargados y sus estrechos ojos les daba la constante apariencia de ser muy astutos. Uno de los que todavía podían ver miró hacia Wil y soltó un gruñido poco convincente. Más que a otra cosa, le recordaba al frustrado coyote que había intentado atrapar al correcaminos durante dos—siglos de dibujos animados.

Al Este del firmamento, algo brilló, era algo metálico que relucía a la luz del sol. Habiendo olvidado los casi perros, Wil miró hacia arriba. No vio más que el cielo azul. Transcurrieron quince segundos. Tres motas negras habían aparecido en el sitio donde había visto los reflejos. No se desplazaban sobre el cielo, pero lentamente iban aumentando de tamaño. Una cadena de detonaciones sónicas les alcanzó desde la llanura.

Los voladores desaceleraron hasta llegar a detenerse a un par de metros sobre la hierba. Los tres iban sin marcas y sin tripulación. Wil pensó si debían meterse en el interior de la cueva, pero no se movió. Si estaban mirando, le verían igualmente. Hubieran ganado o perdido, malditas las ganas que tenía de esconderse.

Los tres se quedaron suspendidos en el aire como si estuvieran en conferencia. Luego el que estaba más próximo a Wil se deslizó por el aire hacia él, implacable y en silencio.

25

Sus temores resultaron infundados, el bando de Wil quedó vencedor. Los médicos le soltaron en menos de una hora. Su cuerpo parecía hecho de una sola pieza; aunque todavía estaba rígido y le dolía, los autones no perdieron tiempo en darle los últimos toques. Había muchos heridos y sólo había sobrevivido una pequeña parte de los servicios médicos. Los peores casos sencillamente los ponían en estasis. Della desapareció dentro de su sistema, con la garantía de los autones de que se encontraría sustancialmente mejor al cabo de cuarenta horas.

Wil intentó no pensar en el desastre que se extendía a su alrededor, e intentó ignorar que él mismo era el culpable. Él había supuesto que la búsqueda del montón de piedras provocaría un ataque, pero sólo destinado a él y a Della, no a toda la humanidad.

El ataque había matado a casi la mitad de la especie humana. Wil no se atrevía a preguntarlo directamente a Yelén, pero de todos modos ya lo sabía: el plan de Marta había fracasado. Había fracasado en lo único que realmente era importante, pero todavía tenía una misión. Todavía tenía que descubrir a un asesino. Era algo en que trabajar y que le serviría de barricada frente a los remordimientos.

A pesar de que el coste había sido mucho más alto de lo que él hubiera querido pagar, la batalla le había dado la pista que buscaba. El sistema de Della había recuperado la burbuja que contenía el montón de piedras; su contenido estaría disponible al cabo de veinticuatro horas.

Además, había que estudiar otras cosas. Ahora ya estaba claro que el único poder del enemigo consistía en la corrupción de los sistemas de los demás. Pero en cada una de las etapas había infravalorado dicho poder. Después de la muerte de Marta, habían pensado que se trataba de una penetración superficial, de una alteración de un elemento del sistema de Korolev. Cuando Wil hubo encontrado la clave en el diario, pensaron que el enemigo había logrado una penetración mayor, pero sólo en el sistema de Korolev; habían llegado a suponer que el enemigo podía usurpar parte de las fuerzas de Yelén. Y luego había empezado la guerra entre los tecno-min. Aquello había sido una maniobra de diversión para enmascarar el asalto final, mucho más importante, del enemigo. Este último asalto no se había centrado únicamente en el sistema de Korolev; sino también en el de Genet, Chanson, Blumenthal y Raines. Todos los sistemas, excepto el de Lu, habían sido dominados y utilizados para la misión de matar a Wil y Della.

Pero Della Lu era difícil de matar. Había luchado contra los otros sistemas hasta llegar a un punto muerto, y luego los había derrotado. En el caos de la derrota, los propietarios originales salieron de los bunquers metafóricos de sus sistemas, y reclamaron lo que había quedado de sus propiedades.

Todos estaban de acuerdo en que aquello no podía repetirse. Seguramente estaban en lo cierto. Lo que quedaba de sus sistemas de ordenadores era, lamentablemente, muy poco; desde luego, no eran lo bastante profundos, o estaban lo suficientemente conectados, para los juegos de traición sutil. Todos estaban de acuerdo en algo más: la habilidad del enemigo con los sistemas había sido comparable a la del mejor y mayor servicio policial de la era de los tecno-max. Por este motivo, se trataba de una clave importante, aunque pequeña considerando el elevado precio que se había pagado por conocerla. Relacionado con esto, o por lo menos igualmente significativo: Della Lu había resultado ser inmune a la captura. Wil sumó uno y uno, y llegó a algunas conclusiones evidentes. Trabajó sin descanso durante las siguientes veinticuatro horas, estudiando la copia de Della del Greenlnc, en especial todo lo que se refería a la parte final del siglo veintidós. Era un trabajo tedioso. En alguna ocasión, el documento había resultado tan seriamente deteriorado que su reconstrucción jamás podría llegar a ser completa. Los datos y las fechas estaban desordenados. Faltaban secciones enteras. Ahora entendía por qué Della no utilizaba aquella parte. Wil siguió en su empeño. Sabía lo que estaba buscando… y al final lo encontró.

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