Cuando salieron del escondrijo, reinaba una profunda penumbra en la zona de césped. Raines les acompañó hasta la parte alta de su pequeño cañón. Un viento seco y tibio agitaba el chaparral: los pájaros dragón no iban a tener dificultades para encender su fuego si el viento seguía así. Se detuvieron unos momentos en la parte alta de la cresta. Su vista alcanzaba hasta varios kilómetros de distancia en todas direcciones. Unas líneas de colores naranja y rojo cruzaban el horizonte por el Oeste. Una insinuación de color verde estaba encima y luego seguía el violeta y el negro estelar. No se advertía ninguna luz artificial. Un olor parecido al de la miel flotaba en la brisa.
—Es hermoso, ¿verdad? —dijo Raines en voz baja.
Impoluto para siempre y aún más. ¿Era posible que ella quisiera esto?
—Sí, pero algún día la inteligencia volverá a evolucionar. A pesar de que usted tenga razón en lo que piensa de la humanidad, el mundo no va a estar siempre en paz.
Ella no contestó inmediatamente.
—Podría suceder. Hay un par de especies que están al borde de la inteligencia, las arañas, por ejemplo —ella le miró otra vez y su cara quedó iluminada por la semi penumbra ¿estaba enrojeciendo? Al parecer había dado en el blanco—. Si esto ocurriera… bien, yo estaría allí, desde el mismo principio de su aparición. No estoy en contra de la inteligencia propiamente dicha, sino del abuso que se haga de ella. Tal vez podré lograr apartarlos de la arrogancia de mi raza.
Al igual que uno de los dioses antiguos, dirigiría las nuevas criaturas por el camino de la verdad. Mónica Raines encontraría a alguien que pudiera apreciarla adecuadamente, aunque tuviera que ayudar a crearlo.
El aparato volador de Lu se desplazaba regularmente sobre el Pacífico. El sol se levantaba rápidamente sobre el borde de la Tierra. De acuerdo con los datos de sus registros, todavía no era mediodía en Asia. La brillante luz del sol y el cielo azul (que en realidad era el Pacífico que estaba debajo de ellos) les proporcionaba una diferencia emocional importante. Sólo unos minutos antes todo había sido oscuridad y los tenebrosos pensamientos de Mónica.
—Locos —dijo Wil.
—¿Quiénes?
—Todos los viajeros avanzados. En todo un año de trabajo de policía no se puede encontrar alguien que sea más raro que ellos. Yelén Korolev, que parece tener celos de mí sólo por que me gusta su amiga que se quedó sola durante un siglo después de nuestro salto en el tiempo; la lista jovencita Tammy Robinson, que tiene edad suficiente para poder ser mi madre, y cuya meta es poder celebrar el Año Nuevo al final del tiempo; Mónica Raines a cuyo lado cualquier fanático ecologista del siglo veinte quedaría en ridículo. Y además tenemos a Della Lu, que ha vivido tanto que ha de estudiar para poder parecer humana.
Se detuvo después de pronunciar estas últimas palabras y miró con ojos culpables a Della. Ella le sonrió comprensivamente, y la sonrisa parecía que llegaba hasta sus ojos. Maldición. Ahora había momentos en que ella parecía darse cuenta de todo.
—¿Y qué esperabas, Wil? Para empezar, todos somos algo raros: en su día abandonamos voluntariamente la civilización. Desde entonces hemos consumido centenares (y a veces millares) de años para llegar hasta aquí. Esto requiere una fuerza de voluntad que puedes llamar monomanía.
—No todos los tecno-max estaban locos, al principio. Quiero decir que… vuestra motivación original fueron las expediciones de corto alcance, ¿no es cierto?
—Según vuestra escala de medidas, no eran de corto alcance. Yo acababa de perder a alguien a quien quería mucho; quería estar sola. La Misión Estelar Gatewood era un viaje de mil doscientos años. Pero cuando regresé había rebasado la Singularidad, lo que Mónica y Juan llaman la Extinción. Fue entonces cuando me fui en misiones realmente largas. Te has olvidado de todos los técnicos adelantados que eran razonables, Wil. Estos se asentaron des— pues de los primeros megaaños después del Hombre, y sacaron el mejor partido de su situación. Tú te has quedado con lo peor de lo peor, por decirlo de alguna manera.
Ella se había apuntado un tanto. Era mucho más fácil hablar con los técnicos bajos. Hasta entonces Wil había creído que aquello se debía a una mayor afinidad cultural, pero ya comprendía que era algo que obedecía a razones más profundas. Los tecno-min eran personas que habían sido secuestradas, o que tenían metas a corto plazo (como los Dasguptas y sus locos planes de inversiones). Hasta los de Nuevo Méjico, que tenían un gran número de conceptos desagradables, no habían pasado más que unos pocos años en el tiempo real, desde que habían abandonado la civilización.
De acuerdo, todos los sospechosos estaban chiflados. El problema estribaba sólo en saber además cuál de los chiflados estaba podrido.
—¿Qué podemos pensar de Raines? A pesar de toda su aparente indiferencia, es claramente hostil a las Korolevs. Era posible que hubiera matado a Marta únicamente para «acelerar el proceso natural» del colapso de la colonia.
—Creo que no, Wil. Estuve rondando por allí mientras hablábamos con ella. Tiene un buen equipo de emburbujar, y suficientes autones como para mantener su programa de observaciones, pero está prácticamente indefensa. No tiene los medios necesarios para engañar a los programas de planes de Korolev… La verdad, es que prácticamente carece de equipos. Si sigue viviendo un año cada megaaño, no durará más de un par de centenares de megaaños antes de que sus autones le empiecen a fallar. Y entonces va a tener que descubrir por sí misma y de primera mano lo que es la naturaleza… Deberías felicitarme, Wil: estoy siguiendo tus consejos en las entrevistas. No me reí cuando empezó a largar sobre la paz y el equilibrio de la naturaleza.
Brierson sonrió.
—Sí. Has sido un buen co-interrogador… Pero no creo que quiera viajar indefinidamente. Su objetivo real es hacer el papel de dios para la próxima raza inteligente que se desarrolle sobre la Tierra.
—¿La próxima raza inteligente? Entonces no se da cuenta de lo escasa que es la inteligencia. Es posible que pienses que aquellos pájaros que hacen fuego son una mutación, pero deja que te diga una cosa: casos así son mil veces más frecuentes que la evolución de la inteligencia. Es más probable que el sol se convierta en una estrella gigante roja antes de que la inteligencia vuelva a aparecer sobre la Tierra.
—Humm —no estaba en posición de poder discutir. Della Lu era el único ser humano viviente, y tal vez la única persona a lo largo de toda la historia, que realmente sabía aquellas cosas—. De acuerdo, Mónica vive una fantasía… o tal vez nos está ocultando sus verdaderas posibilidades, en las zonas de Lagrange, o en el desierto. ¿Estás segura de que no se hace la tonta?
—Todavía no. Pero cuando me facilite el acceso a sus ficheros, voy a efectuar unas muy concienzudas comprobaciones. Tengo mucha confianza en mi automatización. Raines abandonó la civilización siete años antes que yo. Por muy buena que fuera la automatización que se llevó, la mía es mejor. Si nos esconde algo, voy a descubrirlo.
Un sospechoso menos, probablemente. En cierto modo era un progreso.
Volaron en silencio durante algunos minutos. Tenían a un lado el azul de la Tierra, y el sol deslizándose por el otro. Consiguió ver a uno de los autones de protección: era una mota brillante que flotaba y se destacaba delante de las nubes.
Tal vez debería concederse la tarde libre para ir a la reunión de los Pacistas en la Costa Norte. Pero todavía quedaba algo acerca de Mónica Raines.
—Della: ¿Cómo crees que se sentiría Mónica si la colonia resultara un éxito? ¿Sería tan indiferente con nosotros, si creyera que podemos causar un daño permanente?
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