Vernor Vinge - Naufragio en el tiempo real

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Naufragio en el tiempo real: краткое содержание, описание и аннотация

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En la esperada continuación de LA GUERRA DE LA PAZ, una desastrosa extinción ocurrida en el siglo XXIII amenaza la continuidad de la civilización. Los poseedores del poder tecnológico intentan recoger a todos los supervivientes que van siendo liberados del éstasis de las Burbujas e incorporarlos al proyecto final, que no es otro que reconstruir la civilización con una diezmada humanidad. Pero uno de los líderes ha sido “asesinado” abandonado en el tiempo real, mientras el resto de la humanidad se encuentra en gracias a las Burbujas.
En este caso, la reflexión de Vinge sobre el futuro, merecedora del Premio Prometheus otorgado por la Sociedd Libertaria Futurista, toma la forma conductora de una novela de misterio en un ambiente de ciencia ficción . El protagonista, Will Brierson, policía del siglo XXI, debe encontrar al “asesino” y desentrañar por qué se intenta obstaculizar la reconstrucción de la civilización.
Finalista del Premio Hugo 1987

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—Está bien. ¿Qué preguntas estúpidas quieres hacerme?— Mónica Raines les miraba mientras les precedía hasta su… escondite, como lo llamaba ella. Wil y Della se apresuraban detrás de ella. El no estaba desanimado por la brusquedad de la artista. En el pasado, jamás había sido un secreto su desagrado por las Korolevs y sus planes.

Los escalones de madera descendían por una zona ensombrecida por los árboles. Un olor de mezquite flotaba en el aire. En el fondo, invisible entre las enredaderas y las ramas, había una pequeña cabaña. Su suelo estaba profusamente alfombrado con almohadas esparcidas por todas partes. Uno de los lados de la habitación no tenía pared para dejar ver el principio de la tierra plana. Una batería de equipos (¿ópticos?) estaba dispuesta en el borde de aquel lado abierto.

—Les agradeceré que hablen en voz baja —dijo Mónica—. Estamos a menos de doscientos metros de distancia del nido de encendida.

Jugueteó con su equipo; no llevaba una cinta de cabeza. Una pantalla plana se iluminó con la imagen de dos… ¿buitres? Se pavoneaban alrededor de un pequeño montón de piedras y maleza. La imagen daba unos reflejos oscilantes a causa del calor. Wil suspiró a causa de la óptica: sólo podía distinguir dos pájaros situados en el valle que había detrás del escondrijo.

—¿Por qué usa un telescopio? —dijo Lu en voz baja—. Con unas cámaras trazadoras, podría…

—Sí. Algunas veces también las uso. Pasadme las lejanas —dijo en dirección al tenue aire. Otras pantallas cobraron vida. Las imágenes eran oscuras hasta en el oscurecido cuarto—. No me gusta repartir trazadoras por ahí: falsean el ambiente. Además, no me queda ninguna que sea buena —señaló con su pulgar hacia la pantalla principal—. Si tenéis suerte, estos pájaros dragón os van a dar un verdadero espectáculo.

¿Pájaros dragón? Wil volvió a mirar aquellos cuerpos deformes con sus cabezas y cuellos desplumados. Seguían pareciéndole buitres. Aquellas criaturas de color pardo seguían pavoneándose alrededor del montón, de vez en cuando hinchaban sus pechugas. Separado a un lado vio a otro, menor, que estaba quieto y observaba a los otros. Lo que más extrañeza causaba en ellos era un puente en forma de hoja que cruzaba la parte alta de sus picos.

Mónica estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Wil se sentó menos estéticamente y tecleó algunas notas en su aparato de datos. Della Lu se quedó de pie, paseando por la habitación, mientras miraba los cuadros de la pared. Eran pinturas famosas: La muerte en bicicleta, La muerte visita el parque de atracciones… Habían sido una novedad allá por el año 2050, cuando se descubrió la longevidad, cuando la gente se dio cuenta de que, salvo por accidente o violencia, podía vivir para siempre. Repentinamente La Muerte se había convertido en un personaje anciano que se había liberado de su pesada obligación; rodaba torpemente en su primer viaje en bicicleta, con su guadaña en alto como si se tratara de una bandera. Los niños corrían a su lado, sonriendo y riendo. Wil se acordaba mucho de aquellos cuadros: él también era un niño en aquella época. Pero allí, cincuenta millones de años después de la extinción de la raza humana, parecían más macabros que bonitos.

Wil volvió a centrar su atención en Mónica Raines.

—Usted sabe que Yelén Korolev ha delegado la investigación del asesinato en la señora Lu y en mí. En resumen, yo me encargo de husmear por todas partes, igual que en las novelas de detectives; y Della Lu se ocupa de los análisis de técnica elevada. Puede parecerle una frivolidad, pero así he trabajado siempre: quiero hablar con usted cara a cara para que me diga lo que piensa sobre el crimen.

Y para descubrir qué tuvo que ver en él, pero esto no lo dijo.

Wil entró en materia de la forma más casual y menos amenazante posible.

—Todo esto es voluntario. No pretendemos tener la menor autoridad contractual.

Las comisuras de la boca de Raines se torcieron hacia abajo.

—Lo que yo pienso del crimen, señor Brierson, es que no tengo nada que ver en él. Para decirlo en su jerga de detective: no tengo el menor móvil, porque nunca he tenido el menor interés en el despreciable intento de hacer resurgir la humanidad. No he tenido la menor oportunidad, ya que mi equipo de protección es mucho más reducido que el de ella.

—Pero usted es una técnica elevada.

—Sólo por la época de mi origen. Cuando dejé la civilización, me llevé lo más imprescindible para poder sobrevivir. No me traje software para construir fábricas automáticas. Tengo capacidad aire-espacio y algunos explosivos, pero son lo mínimo que se necesita para poder salir del estasis con seguridad —hizo un gesto en dirección a Lu—. Su acompañante, que es tecno-max, puede comprobarlo.

Della se dejó caer, como si no tuviera huesos, a una posición con las piernas cruzadas y apoyó las mejillas en las manos. Por un momento pareció que era una muchacha.

—¿Me permitirá el acceso a sus bases de datos?

—Sí.

La espacial asintió, y su atención volvió a alejarse. Estaba mirando la imagen telescópica. Los pájaros dragón habían acabado de pavonearse. Arrojaban piedras por turno contra la estructura que parecía un nido y que estaba situada entre ambos. Wil jamás había visto nada parecido. Los pájaros buscaban por el borde del montón de piedras y maleza. Parecía ser que escogían algo cuidadosamente. Lo que cogían con sus picos relucía. Después con un movimiento rápido de su cabeza, el guijarro salía despedido contra el montón. Al mismo tiempo, el que lanzaba aleteaba brevemente el aire.

Raines siguió la mirada de Della. La cara de la artista se abría con una sonrisa menos cínica que de costumbre.

—Fíjese en cómo se ponen a favor del viento, cuando hacen esto.

—¿Son capaces de encender fuego? —preguntó Lu.

La cabeza de Raines se alzó.

—Usted es la espacial. ¿Ha visto cosas como esta, antes de ahora?

—Una vez. En el LMC. Pero no se trataba de… pájaros, exactamente.

Raines se mantuvo callada durante unos instantes. La curiosidad y extrañeza reñían una batalla con su natural deseo de demostrar que sabía más que sus visitantes. Salió ganando esto último, pero se había vuelto más amistosa cuando prosiguió:

—Ha de estar todo bien preparado, antes de que lo intenten. Hemos tenido un verano muy seco, y han construido su pira inicial al borde de una zona que no se ha quemado desde hace décadas. Advierta que hay una buena brisa que sopla a lo largo de las colinas.

También Lu estaba sonriendo.

—Sí. De manera que este reflejo de aleteo que tienen cuando arrojan… ¿es para ayudar un poco a las chispas?

—Correcto. Podría ser que… ¡Oh, miren, miren!

No había mucho que ver. Wil había visto una débil chispa cuando el último guijarro había golpeado las piedras del nido, mejor dicho, de la pira inicial, que es como la llamaba Mónica. Una tenue voluta de humo salía de la paja que cubría el lado de sotavento del montón. El buitre se mantenía próximo al humo y movía suavemente sus alas en forma de largos abaniqueos. Su grito traqueteante creó ecos en todo el barranco.

—Nada. Esta vez no ha prendido… Otras veces el dragón tiene demasiado éxito. Si se prenden sus plumas, arden como antorchas. Creo que por este motivo, los machos operan por parejas: uno de ellos va de repuesto.

—Pero cuando el juego sale bien… —dijo Lu.

—Si les sale bien, consiguen un bonito incendio forestal que se propaga alejándose de donde están los pájaros dragón.

—¿Y para qué quieren iniciar incendios? —preguntó Wil, con la desagradable sensación de que ya sabía la respuesta.

—Les conviene para comer, señor Brierson. Estos necrófagos no esperan a que su comida caiga muerta por sí misma. Un fuego como éste puede extenderse más rápido de lo que los animales pueden correr. Cuando ya ha pasado, encuentran mucha carne asada. Estos puentes que tienen en su pico son para hacer saltar la carne de sus víctimas. Después, los dragones engordan tanto que apenas si son capaces de andar como los patos. Un buen incendio marca el inicio de una época de cría realmente buena.

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