La golpeó una vez más. Entonces, comprendiendo que no hacía sino darle lo que deseaba, se apartó de ella y le arrojó el traje que se había quitado.
—Póntelo. Volvemos a la cúpula.
Era la encarnación pura y simple del hambre. Se retorcía en lo que podía haber sido una autoparodia del deseo. Le llamaba con voz enronquecida.
—Vamos a regresar —dijo él—. Y no vamos a volver desnudos.
Elise se vistió de mala gana. Burris se dijo que habría abierto el techo. Habría ido a nadar con él al lago de metano.
Puso en marcha el trineo para volver al hotel.
—¿Te irás realmente a la Tierra mañana?
—Sí. Ya he reservado el billete.
—¿Sin mí?
—Sin ti.
—¿Y si volviera a seguirte?
—No puedo impedírtelo. Pero no te servirá de nada.
El trineo llegó a la escotilla de la cúpula. Burris lo metió por ella y lo devolvió al puesto de alquiler. Elise parecía maltrecha y sudorosa dentro de su traje.
Burris fue a su habitación y se apresuró a cerrar la puerta. Elise llamó a ella unas cuantas veces. No le contestó, y acabó marchándose. Apoyó la cabeza entre sus manos. La fatiga estaba volviendo, el cansancio sin límites que no había sentido desde la última pelea con Lona. Pero pasó tras unos cuantos minutos.
Una hora después fue visitado por personal del hotel. Tres hombres de rostro ceñudo, que apenas si abrieron la boca. Burris se puso el traje que le dieron y salió al exterior con ellos.
—Está bajo la manta. Nos gustaría que la identificara antes de que la entren.
La manta estaba cubierta con delicados cristales de nieve de amoníaco. Cuando Burris la apartó, los cristales salieron despedidos. Elise, desnuda, parecía estar abrazando el hielo. Las marcas que sus dedos habían dejado en sus pechos se habían vuelto de un púrpura oscuro. La tocó. Como si fuera de mármol.
—Murió al instante —dijo una voz junto a él. Burris alzó la mirada.
—Esta tarde bebió mucho. Quizás eso lo explique.
Se quedó en su habitación el resto del día y toda la mañana siguiente. Al mediodía le llamaron para ir al espacio puerto, y cuatro horas después ya había despegado con destino a la Tierra vía Ganímedes. Durante todo ese tiempo, apenas si habló con nadie.
Arrastrada por las mareas, había acabado llegando a las Torres Martlet. Vivía allí, en una sola habitación, sin salir casi nunca, cambiándose muy poco de ropa, sin hablar con nadie. Ahora conocía la verdad, y la verdad la había aprisionado.
…y, finalmente, él la encontró.
Ella se quedó inmóvil, igual que un pájaro, dispuesta a huir.
—¿Quién es?
—Minner.
—¿Qué quieres?
—Déjame entrar, Lona. Por favor.
—¿Cómo me has encontrado?
—Pensando. Unos cuantos sobornos. Abre la puerta, Lona.
Le abrió la puerta. No parecía haber cambiado en las semanas transcurridas desde que le vio por última vez. Burris entró en la habitación, sin sonreír con su equivalente de la sonrisa, sin tocarla, sin besarla. La habitación estaba casi a oscuras. Lona fue a encender la luz, pero él la detuvo con un gesto brusco.
—Siento que esté tan destartalada —dijo ella.
—Está muy bien. Está igual que la habitación en la que vivía yo. Pero ésa se encontraba dos edificios más allá.
—¿Cuándo volviste a la Tierra, Minner?
—Hace varias semanas. Te he estado buscando.
—¿Has visto a Chalk? Burris asintió.
—No obtuve gran cosa de él.
—Yo tampoco. —Lona se volvió hacia el conducto de la comida—. ¿Algo de beber?
—No, gracias.
Se sentó. Había algo maravillosamente familiar en su complicada forma de doblarse hasta encajar en la silla, moviendo con tanto cuidado todas sus articulaciones extra. Solamente el verlo hizo que se le acelerase el pulso.
—Elise ha muerto —dijo él—. Se suicidó en Titán. Lona no dijo nada.
—No le pedí que se reuniera conmigo —dijo Burris—. Estaba muy confundida. Ahora descansa en paz.
—Es mejor suicida que yo —dijo Lona.
—No habrás…
—No. No he vuelto a intentarlo. He estado llevando una vida tranquila y callada, Minner. ¿Tengo que admitirlo? He estado esperando a que vinieras.
—¡Sólo hacía falta que le hicieras saber a quien fuese dónde estabas!
—Es algo más complicado que eso. No podía anunciarme. Pero me alegra que estés aquí. ¡Tengo tantas cosas que contarte!
—¿Como cuáles?
—Chalk no va a hacer que me transfieran a ninguno de mis bebés. He estado haciendo averiguaciones. No podría hacerlo ni aunque quisiera, y no quiere hacerlo. Todo fue una mentira para conseguir que trabajara a su servicio.
Los ojos de Burris relampaguearon fugazmente.
—¿Para que me hicieras compañía, quieres decir?
—Eso es. Ahora no voy a ocultarte nada, Minner. Ya lo sabes, más o menos. Tenía que haber un precio antes de que me fuera contigo. Conseguir los niños fue el preció. Cumplí con mi parte del acuerdo, pero Chalk no va a cumplir la suya.
—Sabía que te compraron, Lona. Yo también fui comprado. Chalk descubrió mi precio para abandonar mi escondite y llevar adelante un romance interplanetario con cierta chica.
—¿El trasplante a un nuevo cuerpo?
—Sí —dijo Burris.
—No vas a conseguirlo, como yo tampoco conseguiré a mis bebés —dijo con voz átona—. ¿Estoy matando tus ilusiones? Chalk te engañó igual que me engañó a mí.
—Ya lo he ido descubriendo desde mi regreso —dijo Burris—. El proyecto de la transferencia corporal se encuentra como mínimo a veinte años de distancia, no a cinco. Quizá nunca puedan resolver algunos de los problemas. Pueden conectar un cerebro a un nuevo cuerpo y mantenerlo con vida, pero…, ¿cómo debo llamarlo? El alma se va. Todo lo que consiguen es un zombi. Chalk sabía todo eso cuando me ofreció su trato.
—Consiguió sacarnos el romance que deseaba. Y nosotros no conseguimos sacarle nada. —Lona se puso en pie y empezó a dar vueltas por la habitación. Fue hacia la pequeña maceta con el cactus que le había regalado a Burris, y pasó distraídamente la yema de un dedo por su espinosa superficie. Burris dio la impresión de fijarse en el cactus por primera vez. Pareció complacido.
—¿Sabes por qué nos reunió, Minner? —dijo Lona.
—Para hacer dinero con la publicidad. Escoge a dos personas destrozadas y las engaña para que vuelvan parcialmente a la vida, y se lo cuenta al mundo, y…
—No. Chalk ya tiene suficiente dinero. No le importa nada el beneficio.
—Entonces, ¿por qué? —preguntó.
—Un idiota me contó la verdad. Un idiota llamado Melangio, que sabe hacer un truco con los calendarios. Quizá le has visto en los vídeos. Chalk le utilizó en algunos espectáculos.
—No.
—Le conocí en la oficina de Chalk. Hay veces en las que un loco dice la verdad. Dijo que Chalk bebe emociones. Vive del miedo, el dolor, la envidia, la pena. Chalk crea situaciones que pueda explotar. Reúne a dos personas tan maltrechas que no pueden permitirse sentir felicidad alguna, y luego mira cómo sufren. Y se alimenta. Y las absorbe. Y las deja secas.
Burris pareció perplejo.
—¿Incluso a grandes distancias? ¿Podía alimentarse incluso cuando estábamos en el Tívoli de la Luna? ¿O en Titán?
—Cada vez que nos peleábamos, ¿recuerdas?…, nos sentíamos tan cansados luego. Como si hubiéramos perdido sangre. Como si tuviéramos centenares de años.
—¡Sí!
—Eso era obra de Chalk —dijo ella—. Engordando con nuestro sufrimiento. Sabía que nos odiaríamos mutuamente, y eso era lo que deseaba. ¿Puede existir un vampiro de las emociones?
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