Nunca he suscrito la teoría de que las burbujas posean una inteligencia rudimentaria, pero si son capaces de comportarse así, usando las condiciones climáticas, la conclusión de que tienen un propósito maligno es casi inevitable. Quizá, como las hormigas y otras criaturas similares, su especie, considerada en su conjunto, tiene alguna forma de mente colectiva, aunque los individuos sean incapaces de pensar.
DÍA 106. El sueño de Leddravohr de un Kolkorron libre del azote de los pterthas ha llegado a un final brusco. Las burbujas han sido divisadas por los auxiliares de vuelo del Primer Ejército. Se están aproximando a la costa del sur, a la región de Adrian.
Ha habido también un informe curioso, aún no confirmado, de mi propio enclave.
Dos soldados del frente en una zona de avance afirmaban haber visto a un ptertha de color rosa claro. Según su relato, la burbuja se acercó a unos cuarenta pasos de donde estaban ellos, pero no mostró ninguna tendencia a acercarse más y al final se alzó y se alejó hacia el oeste. ¿Qué se debe pensar de tan extraños acontecimientos? ¿Podría ser que dos soldados cansados de la batalla se hubiesen puesto de acuerdo para obtener unos cuantos días de interrogatorio en la seguridad del campo base?
DIA 107. Hoy, aunque las hazañas me producen poco orgullo o placer, he justificado la confianza del príncipe Leddravohr en mis habilidades como táctico.
El espléndido logro, quizá la culminación de mi carrera militar, empezó con un error que habría sido evitado por un teniente novato recién salido de la academia.
Todo comenzó alas ocho con mi impaciencia por la tardanza del capitán Kadal en tomar un tramo de tierra en el sector D14. Su razón para rezagarse en la seguridad del bosque fue que el mapa aéreo, trazado apresuradamente, mostraba un territorio atravesado por varias corrientes, y él creyó que sus cárcavas eran lo bastante profundas como para albergar sin mostrarlo a un número apreciable de enemigos. Kadal es un oficial competente, y yo debía haberle dejado explorar el terreno a su manera, pero temí que los reveses sufridos lo estuvieran volviendo timorato, y no pude vencer el temerario deseo de darle un ejemplo a él y a sus hombres.
Para ello, tomé a un sargento y a una docena de soldados montados y cabalgué precediéndolos. El terreno no presentaba obstáculos para los cuernoazules y cubrimos la zona rápidamente. ¡Demasiado rápidamente!
A una distancia de, más o menos, un kilómetro y medio, el sargento empezó a dar muestras visibles de inquietud pero yo estaba demasiado preocupado por el éxito para prestarle la menor atención. Habíamos cruzado dos arroyos que eran, como indicaba el mapa, demasiado poco profundos para ofrecer ninguna clase de escondite, y me exalté con la visión de mí mismo presentando, sin darle importancia, a Kadal toda la zona como un trofeo que había ganado para él gracias a mi valentía.
Sin que me diese cuenta habíamos avanzado casi tres kilómetros y, á pesar de mi arrebato de megalomanía, estaba empezando a oír la voz de censura del sentido común avisándome que ya era suficiente; en especial cuando ya habíamos cruzado una cadena de montañas y no se divisaba ninguna de nuestras líneas de avance.
Fue entonces cuando los chamtethanos aparecieron.
Surgieron de la tierra a ambos lados como por arte de magia, aunque desde luego no había nada de hechicería; habían estado escondidos en las cárcavas de los arroyos cuya existencia yo había negado alegremente. Había al menos doscientos, con el aspecto de reptiles negros dentro de sus armaduras de brakka Si su fuerza sólo hubiese estado compuesta por la infantería, habríamos podido escapar, pero una cuarta parte de ellos estaban montados y ya corrían para bloquear nuestra retirada.
Me di cuenta de que mis hombres me miraban expectantes, y el hecho de que no hubiera ni un indicio de reproche en sus ojos empeoró aún más mi situación personal Había derrochado sus vidas por mi estupidez y orgullo presuntuoso ¡y todo lo que, me pedían en ese terrible momento era una decisión sobre dónde y cómo debían morir!
Miré a mi alrededor y vi un montículo cubierto de árboles a unos quinientos metros de donde estábamos. Podrían proporcionar cierta protección y existía la posibilidad de que, desde la copa de uno de ellos, pudiésemos enviar un mensaje a Kadal con el luminógrafo y pedir ayuda.
Di la orden pertinente y cabalgamos a toda velocidad hacia el montículo, afortunadamente sorprendiendo a los chamtethanos, que esperaban nuestra huida en la otra dirección. Llegamos a los árboles mucho antes que nuestros perseguidores, que de todas formas no corrían demasiado. El tiempo estaba de su parte, y para mí era casi evidente que, incluso si lográbamos comunicarnos con Kadal, sería en vano.
Mientras uno de los hombres empezaba a subir a un árbol con el luminógrafo amarrado en su cinturón, usé mis gemelos de campaña en un intento de localizar al jefe chamtethano, para ver si lograba adivinar sus intenciones. Si era consciente de mi rango, debería intentar cogerme vivo; y eso era algo que no podía permitir. Estaba recorriendo la fila de soldados chamtethanos con los poderosos gemelos, cuando vi algo que, incluso en ese momento de gran peligro, me produjo un espasmo de terror.
¡Pterthas!
Cuatro burbujas púrpuras se aproximaban desde el sur, conducidas por una brisa ligera, casi rozando la hierba. Estaban a la vista del enemigo, observé a varios hombres señalándolas; pero para mi sorpresa, no trataron de defenderse. Vi que las burbujas se acercaban mas y más a los chamtethanos y, tal es el poder de los reflejos, tuve que reprimir el impulso de gritar un aviso. La primera de las burbujas llegó ala línea de soldados y de repente dejó de existir, explotando en medio de ellos.
Seguían sin iniciar ninguna acción defensiva o evasiva. Incluso vi a un soldado que, con indiferencia, atravesó a un ptertha con su espada. En cuestión de pocos segundos las cuatro burbujas se habían desintegrado, difundiendo su carga de polvo letal entre el enemigo, que parecía totalmente ajeno a las consecuencias.
Si lo que había ocurrido hasta el momento fue sorprendente, lo siguiente lo fue aún más.
Los chamtethanos empezaban a extenderse para formar un círculo alrededor de nuestra inadecuada y pequeña fortaleza, cuando descubrí el principio de una conmoción entre sus filas. Mis gemelos me mostraron que algunos soldados de armaduras negras habían caído. ¡Ya! Sus compañeros se arrodillaban junto a ellos para prestarles ayuda y, en pocos instantes, también estaban tendidos y retorciéndose sobre el suelo.
El sargento se acercó y me dijo:
— Señor, el cabo dice que puede ver nuestras líneas. ¿Qué mensaje quiere que enviemos?
— ¡Espere! — Levanté un poco los gemelos para observar la distancia media, y al poco tiempo localicé otro ptertha girando oscilante sobre los prados —. Dé instrucciones de que informen al capitán que hemos encontrado un gran destacamento de enemigos, pero que debe quedarse donde está No debe avanzar hasta que no le envíe una nueva orden.
El sargento era lo bastante disciplinado como para atreverse a protestar, pero su perplejidad era evidente mientras se alejaba a toda prisa para transmitir mis órdenes. Reanudé mi vigilancia de los chamtethanos. En ese momento ya existía la conciencia general de que habían cometido un terrible error, lo que se evidenciaba por la manera en que los soldados corrían de un lado a otro entre el pánico y la confusión. Los hombres que habían empezado a avanzar hacia nosotros se volvieron y, sin comprender que su única esperanza de sobrevivir estaba en abandonar aquel lugar, se volvieron a unir al cuerpo principal de sus fuerzas. Observé, con una sensación de frialdad en mi estómago, cómo también éstos empezaban a tambalearse y caer.
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