Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Eran casi las once cuando Lain entró en la habitación y dijo:

— Por favor, vuelva al vestíbulo, señor.

Glo alzó la cabeza sobresaltado.

— Así que el príncipe ha decidido irse al fin.

— No. — Lain parecía algo confundido —. Creo que el príncipe va a hacerme el honor de quedarse esta noche en mi casa. Debemos presentarnos ahora. Tú y tu esposa también, Toller.

Toller no encontraba manera de explicarse la decisión inesperada de Leddravohr mientras ayudaba a Glo a levantarse y salir de la habitación. En tiempos y circunstancias normales habría sido un honor que un miembro de la familia real durmiese en la Casa Cuadrada, especialmente cuando se podía llegar con facilidad a los palacios, pero ahora era poco probable que Leddravohr tratara de ser cordial. Gesalla ya esperaba junto al pie de la escalera, manteniéndose firme y erguida a pesar de su evidente debilidad. Los otros se alinearon con ella, Glo en el centro, flanqueado por Lain y Toller, y esperaron a que apareciese Leddravohr.

Pasaron unos cuantos minutos hasta que el príncipe militar se presentó en lo alto de la escalera. Comía un muslo de gallina asada y, para exagerar su falta de respeto, siguió mordisqueando el hueso hasta que quedó limpio de carne. Toller empezó a albergar sombríos presentimientos. Leddravohr arrojó el hueso, limpió sus labios con el dorso de la mano y bajó la escalera lentamente. Seguía llevando su espada, otro signo de descortesía, y su rostro imperturbable no mostraba ninguna muestra de cansancio.

— Bueno, gran Glo, parece que le he hecho permanecer aquí todo el día inútilmente. — El tono de Leddravohr evidenciaba que no estaba disculpándose —. He aprendido más de lo que necesito saber y podré acabar mi estancia aquí mañana por la mañana. Muchos otros asuntos exigen mi atención, así que para evitar perder tiempo yendo y viniendo al palacio, dormiré aquí esta noche. Deberá presentarse a las seis. Supongo que podrá moverse por sí mismo a esa hora…

— Estaré a las seis en punto, príncipe — dijo Glo.

— Es bueno saberlo — replicó Leddravohr jovialmente sarcástico.

Con lentitud recorrió la fila, deteniéndose al llegar — junto a Toller y Fera y esbozó una sonrisa instantánea que nada tenía que ver con el humor. Toller le miró a los ojos tan impertérrito como le fue posible, convirtiendo su presentimiento en la certeza de que un día que había empezado mal terminaría también mal. Leddravohr borró su sonrisa, volvió a la escalera e inició la subida. Toller empezaba a dudar de sus presagios, cuando Leddravohr se detuvo en el tercer escalón.

— ¿Qué me ocurre? — musitó, manteniéndose de espaldas al atento grupo —. Mi cerebro está cansado, y sin embargo mi cuerpo pide actividad. Debo tomar la decisión aquí; ¿tomaré una mujer o no la tomaré?

Toller, sabiendo ya la respuesta de la retórica pregunta de Leddravohr, acercó su boca al oído de Fera.

— Es culpa mía — murmuró —. Leddravohr sabe odiar mejor de lo que yo creía. Quiere usarte como un arma contra mí, y no podemos hacer nada. Tendrás que ir con él.

— Veremos — dijo Fera, sin alterar su compostura.

Leddravohr repiqueteó con sus dedos la barandilla, alargando el momento, después se volvió hacia el vestíbulo.

— Tú — dijo señalando a Gesalla —. Ven conmigo.

— ¡Pero…! — Toller se adelantó rompiendo la fila, sintiendo su cuerpo como una palpitante columna de sangre.

Observó con indignación impotente a Gesalla que acarició la mano de Lain y avanzó hacia la escalera con un extraño movimiento fluctuante, como si estuviese en trance y no se diera cuenta de lo que realmente ocurría. Su bello rostro era casi luminiscente en su palidez. Leddravohr la precedió y los dos desaparecieron entre las sombras oscilantes del pasillo superior.

Toller se volvió hacia su hermano.

— ¡Es tu esposa y está embarazada!

— Gracias por la información — dijo Lain con voz débil, mirando a Toller con ojos mortecinos.

— ¡Pero todo esto es un error!

— Es la costumbre kolkorroniana. — Increíblemente, Lain pudo transformar sus labios en una sonrisa —. Es parte de la razón por la que somos despreciados por las otras naciones del planeta.

— ¿A quién le importa las otras…? — Toller se dio cuenta de que Fera, con las manos en las caderas, le miraba con evidente furia —. ¿Y a ti qué te pasa?

— Quizá si me hubieras arrancado la ropa y entregado al príncipe, las cosas hubieran sucedido más a tu gusto — dijo Fera, con voz áspera y fuerte.

— ¿Qué quieres decir?

— Quiero decir que no podías esperar que fuese con él.

— No lo entiendes — protestó Toller —. Creía que Leddravohr trataba de herirme.

— Eso es exactamente lo que él… — Fera se interrumpió para mirar a Lain, después volvió su atención a Toller —. Eres un tonto, Toller Maraquine. Desearía no haberte conocido.

Dio media vuelta, adoptando un gesto altivo que Toller no le había visto antes, y con pasos rápidos se dirigió a la sala contigua, cerrando la puerta de golpe tras sí.

Toller se quedó boquiabierto por unos instantes, desconcertado, después recorrió a todo prisa el vestíbulo acercándose finalmente a Lain y Glo. Este último, que parecía más exhausto y débil que nunca, estrechó la mano de Lain.

— ¿Qué deseas que haga, muchacho? — le preguntó suavemente —. Puedo volver ala Torre si quieres estar a solas.

Lain negó con la cabeza.

— No, señor. Es muy tarde. Si me hace el honor de quedarse aquí, haré que preparen una suite para usted.

— Muy bien. — Cuando Lain salió para dar instrucciones a los criados, Glo volvió su gran cabeza hacia Toller —. No vas a ayudar a tu hermano paseando de un lado a otro como un animal enjaulado.

— No lo entiendo — murmuró Toller —. Alguien debería hacer algo.

— ¿Qué… hummm… sugieres?

— No lo sé. Algo.

— ¿Mejoraría la suerte de Gesalla si Lain se hiciese matar?

— Quizá — dijo Toller, negándose a usar la lógica —. Al menos podría estar orgullosa de él.

Glo suspiró.

— Acércame a una silla, y después tráeme un vaso de algo que me caliente. Tinto kailiano.

— ¿Vino? — Toller se sorprendió a pesar de su confusión mental —. ¿Quiere vino?

— Dijiste que alguien debería hacer algo, y eso es lo que yo voy a hacer — contestó Glo tranquilamente —. Tendrás que bailar con tu propia música.

Toller ayudó a Glo a sentarse en una silla de respaldo alto en un lado del vestíbulo y fue a buscar una jarra de vino, con su mente atormentada por el problema de cómo reconciliarse con lo intolerable. La especulación no era para él una cosa cotidiana y por eso tardó en llegarle la inspiración. Leddravokr sólo está jugando con nosotros, decidió, agarrándose a un hilo de esperanza. Gesalla no puede gustarle a alguien que está acostumbrado a tratar con cortesanas. Leddravohr sólo la está reteniendo en su habitación, riéndose de nosotros. De hecho, puede expresar mucho mejor su desprecio hacia nosotros si no se digna tocar a ninguna de nuestras mujeres…

En la hora que siguió, Glo bebió cuatro grandes tazones de vino. Su rostro adquirió un color rojizo y él quedó casi totalmente inútil. Lain se retiró a la soledad de su estudio, sin mostrar ningún síntoma de emoción, y Toller se sintió abatido cuando Glo anunció su deseo de irse a la cama. Sabía que no podría dormir y no deseaba estar solo con sus pensamientos. Llevó casi a cuestas a Glo hasta la suite asignada y le ayudó en toda la tediosa operación de asearse y meterse en la cama. Después salió al pasillo que comunicaba los dormitorios principales. A su izquierda escuchó un susurro.

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