Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Toller estaba desconcertado ante el tono de Leddravohr.

— Le di un puñetazo.

— ¿Uno sólo?

— No hubo necesidad de más.

— Entiendo. — El rostro inhumanamente sereno de Leddravohr era enigmático —. ¿Es cierto que hiciste varios intentos de entrar en el servicio militar?

— Es cierto, príncipe.

— En ese caso, tengo buenas noticias para ti, Maraquine — dijo Leddravohr —. Ahora estás dentro del ejército. Te prometo que tendrás muchas ocasiones de satisfacer tus inquietudes bélicas en Chamteth. Preséntate en los Cuarteles de Mithold al amanecer.

Leddravohr se dio la vuelta sin esperar respuesta y empezó a murmurarle algo a Chakkell. Toller se quedó como estaba, con la espalda pegada a la pared, intentando controlar el torbellino de sus pensamientos. A pesar de su carácter indomable, sólo había matado una vez antes, al ser atacado por unos ladrones en pina calle oscura del barrio de Flylien en Ro-Atabri, acabando con dos de ellos. Ni siquiera había visto sus caras y el incidente no le afectó en absoluto; pero en el caso de Zotiem, todavía podía oír el espeluznante crujido de las vértebras y ver sus ojos aterrorizados. El hecho de que no lo hubiese matado del todo aún resultaba más terrible. Zotiern habría sufrido una eternidad subjetiva, impotente como un insecto machacado, esperando la estocada final de una espada. Mientras Toller se debatía, intentando reconciliarse con sus emociones, Leddravohr arrojó su bomba verbal, y el universo se convirtió en un caos de confusos fragmentos.

— El príncipe Chakkell y yo nos retiraremos a una habitación apartada con Lain Maraquine — anunció Leddravphr —. No debemos ser molestados.

Glo hizo una señal a Toller para que se acercase a él.

— Tenemos todo dispuesto, príncipe. ¿Puedo sugerir que…?

— Nada de sugerencias, gran Lisiado; su presencia no es necesaria por el momento. — El rostro de Leddravohr estaba totalmente inexpresivo mientras observaba a Glo, como si ni siquiera se molestase en despreciarlo —. Se quedará aquí por si más tarde hay alguna razón para que se reúna con nosotros; aunque que me resulta difícil imaginar que pueda ser de alguna utilidad para alguien. — Leddravohr dirigió su fría mirada a Lain —. ¿Dónde?

— Por aquí, príncipe.

Lain habló con voz baja y temblaba visiblemente al dirigirse hacia la escalera. Iba seguido por Leddravohr y Chakkell. En cuanto desaparecieron de la vista en el piso de arriba, Gesalla salió disparada de la sala dejando a Toller solo con Glo y Fera. Habían pasado unos minutos desde que estuvieran reunidos en la sala contigua, y sin embargo ahora respiraban un aire distinto, habitaban un mundo diferente. Toller tuvo la sensación de que no apreciaría el impacto completo del cambio hasta más tarde.

— Ayúdame a sentarme… hummm… otra vez, muchacho — dijo Glo.

Permaneció en silencio hasta que estuvo instalado en la misma silla de la sala contigua, después miró a Toller con una sonrisa avergonzada.

— La vida nunca deja de ser interesante, ¿verdad?

— Lo siento, señor — Toller trató de buscar las palabras adecuadas —. No pude hacer nada.

— No te atormentes. Has salido bien parado; aunque temo que no estaba en la cabeza de Leddravohr hacerte un favor incorporándote a su servicio.

— No lo entiendo. Cuando venía hacia mí, pensé que iba a matarme personalmente.

— Hubiera sentido perderte.

— ¿Y yo qué? — preguntó Fera —. ¿Alguien ha pensado lo que va a ocurrirme a mí?

Toller recordó cómo se había exasperado antes con ella.

— Quizá no lo hayas notado, pero nos hemos visto obligados a pensar en otras cosas ahora.

— No tienes por qué preocuparte — le dijo Glo —. Puedes quedarte en la Torre tanto tiempo como… hummm… desees.

— Gracias, señor. Quisiera poder ir ahora mismo.

— Yo también, querida, pero me temo que es imposible. Ninguno de nosotros estará libre hasta que lo disponga el príncipe. Ésa es la costumbre.

— ¡Costumbre! — La mirada insatisfecha de Fera recorrió la habitación hasta posarse en Toller —. ¡En el peor momento!

Él le volvió la espalda, evitando afrontar el enigma de la mente femenina, y se acercó a la ventana. El hombre que maté necesitaba que lo matasen, se dijo, así que no voy a darle más vueltas. Trasladó sus pensamientos al misterioso comportamiento de Leddravohr. Glo tenía razón; el príncipe no había actuado con benevolencia al convertirlo en soldado en un instante. Lo más probable es que esperase que Toller muriera en la batalla, pero ¿por qué no había aprovechado la oportunidad de tomarse la revancha personalmente? Podría haberse puesto del lado de Chakkell por la muerte del emisario y así hubiera acabado con el asunto. Leddravohr era capaz de prolongar la destrucción de alguien que se le hubiese opuesto para obtener la mayor satisfacción, pero seguramente eso significaría dar demasiada importancia a un humilde miembro de una familia de filósofos.

El pensamiento sobre su propia procedencia recordó a Toller el hecho sorprendente de que ahora pertenecía al ejército, y el ser consciente de ello le conmocionó tanto o más que el original nombramiento de Leddravohr. Resultaba irónico que la ambición que había tenido toda su vida la hubiese logrado de una forma tan extraña y justo en el momento en que empezaba a olvidar tales ideas. ¿Qué iba a ocurrirle después de presentarse en los Cuarteles de Mithold por la mañana? Era desconcertante descubrir que no tenía ninguna visión del futuro, que después de la noche que se avecinaba el esquema se rompía en fragmentos… visiones incoherentes… Leddravohr… el ejército… Chamteth… el vuelo de migración… Overland… lo desconocido girando dentro de lo desconocido…

Un suave ronquido a su espalda le indicó que Glo se había quedado dormido. Dejó que Fera se ocupase de que estuviese cómodo y continuó mirando por la ventana. Las pantallas anti — ptertha envolventes interferían la visión de Overland, pero podía ver el avance del límite de iluminación atravesando el gran disco. Cuando llegase al punto medio, dividiendo al planeta hermano en dos hemisferios de igual tamaño pero distinta luminosidad, el sol estaría en el horizonte.

Poco antes de ese momento, el príncipe Chakkell abandonó la prolongada reunión y se dirigió a su residencia en el Palacio Tannoffern, que quedaba al este del Palacio Principal. Ahora que las calles importantes de Ro-Atabri eran prácticamente túneles, le hubiera sido posible permanecer más tiempo en la Casa Cuadrada, pero Chakkell era conocido por su devoción hacia su mujer y sus hijos. Después que él y su comitiva se retiraron, hubo un silencio completo en el recinto, un indicio de que Leddravohr había acudido a la reunión sin compañía. El príncipe militar solía viajar a todas partes solo; en parte, se decía, por su impaciencia con los ayudantes, pero principalmente porque despreciaba el uso de la guardia. Confiaba en que su fama y su propia espada de guerra eran toda la protección que necesitaba en cualquier ciudad del imperio.

Toller esperó que Leddravohr saliese poco después de Chakkell, pero las horas pasaban sin ninguna señal de que la reunión estuviese llegando a su fin. Parecía que Leddravohr estaba decidido a absorber tantos conocimientos aeronáuticos como le fuese posible en poco tiempo.

En la pared, el reloj de madera de vidrio, que funcionaba con pesas, marcaba las diez cuando apareció un criado llevando unas fuentes con una sencilla comida, principalmente pasteles de pescado y pan. También había una nota de disculpa de Gesalla, indicando que se encontraba demasiado mal para ejercer sus deberes normales de anfitriona. Fera, que esperaba un banquete sustancioso, se consternó gravemente cuando Glo le explicó que no podía servirse ninguna comida formal a menos que Leddravohr decidiera sentarse a la mesa. Se comió casi todo ella sola, después se dejó caer en una silla de un rincón y fingió dormir. Glo alternaba entre leer con la luz insuficiente de los candelabros de pared y mirar sombríamente a lo lejos. Toller pensó que su autoestima debía de haber sido irreparablemente dañada por la injusta crueldad de Leddravohr.

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