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Vernor Vinge: La guerra de la paz

Здесь есть возможность читать онлайн «Vernor Vinge: La guerra de la paz» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1988, ISBN: 84-406-0022-1, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Vernor Vinge La guerra de la paz

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Paul Hoehler, un brillante científico, descubre el principio del funcionamiento de las “burbujas”, unos campos de fuerza esféricos completamente infranqueables. Gracias a ellos, sus usuarios se harán con el poder e impondrán una “paz” forzada y un estancamiento científico-tecnológico en un mundo diezmado por los conflictos y las plagas. “ ” es la primera obra de la serie de las “burbujas” en la que un brillante autor de sólida formación científica nos narra un futuro posible y la rebelión contra una autoridad despótica en medio de una intriga política de gran alcance. Una interesante y dinámica exploración de cómo un nuevo y maravilloso artilugio científico todavía incomprendido puede alterar el destino del mundo.

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A su izquierda. Maitland había terminado sus preparativos. La pantalla mostraba el menú habitual, que Della ya había visto en ocasiones anteriores. Incluso para las normas de la Autoridad, parecía anticuado. Era muy probable que el software de control que utilizaban no se hubiera cambiado desde los primeros días de la Autoridad.

Maitland había superado todos los códigos de seguridad. En la parte inferior de la pantalla, brillaban intermitentemente unas letras mayúsculas de medida superior a la corriente:

¡AVISO! LOS OBJETIVOS RESEÑADOS SON AMISTOSOS. ¿DEBO PROSEGUIR?

Un simple «sí» bastaría para encerrar en una burbuja el centro industrial de la Autoridad hasta el siglo siguiente.

—Hemos conseguido comunicarnos por onda corta con las fuerzas de la Paz en Beijing, director.

No podían ver quién era el que hablaba, pero podían reconocer la voz del ayudante principal de Maitland.

—Son tropas que proceden de Vancouver. Y unos cuantos de sus miembros son conocidos de algunos de los que están aquí. Por lo menos, hemos podido comprobar que son de los nuestros.

—¿Y? —preguntó inmediatamente Avery.

—El centro del Enclave de Beijing ha sido envuelto en una burbuja, señor. Lo pueden ver desde sus posiciones. La lucha casi ha terminado. Parece ser que el enemigo está agazapado, esperando nuestra reacción. Solicitan instrucciones.

—No tardaré más de un minuto —Avery sonrió—. General, puede usted proseguir con nuestros planes.

Aquel minuto estaba situado a más de cincuenta años en el futuro.

El general tecleó la palabra «sí». El ya familiar zumbido empezó a sonar irregularmente y, una tras otra, las localizaciones de la lista fueron señaladas como encerradas en burbujas: el Enclave de Los Ángeles, el Enclave de Brasilia, el Reducto 001… Con toda rapidez se estaba efectuando lo que ningún enemigo podía hacer ya. Todas las demás actividades cesaron en la sala. Todos estaban enterados de lo que ocurría. El destino de la Autoridad ya estaba trazado. En realidad, la mayor parte de la autoridad había desaparecido del mundo por efecto de aquel acto. Todo lo que quedaba era aquel generador, aquel centro de mando, y los centenares de bombas nucleares que el pequeño botón rojo de Avery podía hacer caer como un nuevo diluvio.

Maitland fijó el último objetivo, y la consola contestó:

¡ÚLTIMO AVISO! LA PROYECCIÓN VA A AUTOINCLUIRSE. ¿CONTINÚO?

Hamilton Avery tecleaba un complicado código de paso a la caja del disparador rojo. Dentro de pocos segundos iba a dar la orden que envenenaría a gran parte de los continentes, y Maitland los encerraría en una burbuja a todos ellos hasta un futuro seguro para la Paz.

Por fin, el espanto que se leía en la cara de Della debió hacer mella en él.

—No soy un monstruo, señorita Lu. Hasta ahora nunca he usado más que la fuerza mínima absolutamente necesaria para defender la Paz. Después de que lance el Renacimiento, estaremos metidos en una burbuja y saldremos a un futuro en que la Paz pueda volver a ser instaurada. Y aunque esto no va a representar más que un instante para nosotros, le aseguro a usted que siempre tendré un sentimiento de culpa por el precio que habremos tenido que pagar —hizo un ademán en dirección a la caja del disparador—. Es una responsabilidad que asumo completamente.

¡Muy generoso por su parte! En un instante pensó si los tipos duros como Della Lu y Hamilton Avery tenían indefectiblemente que acabar racionalizando la destrucción de todo aquello que afirmaban defender.

Tal vez no fuera así en aquella ocasión. Su decisión se había ido forjando durante semanas, desde que supo lo de Renacimiento. Había estado por encima de todo, después de su conversación con Mike. Della miró por toda la sala, deseando poder utilizar su antebrazo. Lo iba a necesitar durante unos pocos minutos. Se tocó el cuello y dijo claramente:

—Te veré luego, Mike.

Una rápida comprensión apareció en el rostro de Avery, pero no tuvo ninguna oportunidad. Con su mano derecha, Della hizo caer de la mesa la caja roja, sacándola del alcance de Avery. Casi simultáneamente, golpeó la garganta de Maitland con el borde de su mano izquierda, giró sobre sí misma, se inclinó sobre el cuerpo colapsado del general y tecleó:

«Sí»

42

Wili deambulaba por el césped, con las manos profundamente metidas en sus bolsillos y la cara baja. Dio unas patadas al polvo allí donde la hierba era de color más oscuro. Los nuevos propietarios no eran muy aficionados a regar, o tal vez las tuberías estaban reventadas.

Aquella parte de Livermore no había sido alcanzada por la lucha. Los que habían perdido se habían retirado pacíficamente después de ver cómo las burbujas se elevaban sobre sus recursos más importantes. Dejando aparte la hierba que se moría, aquello era hermoso, los edificios eran mucho más lujosos de lo que Wili se podía imaginar. A su lado los palacios de los Jonques de Los Ángeles parecían barracas cuando se iluminaban con todas sus luces. Y todavía había más. Todo lo que había allí: aviones, automóviles, mansiones… todo podía ser suyo.

Así es mi mala suerte. Tengo todo lo que siempre deseé, pero he perdido a aquellos que eran más importantes para mí. Paul había decidido retirarse. Era lógico y Wili no estaba enfadado por ello. Pero, de todas formas, le dolía. Wili volvió a pensar en la reunión que acababan de tener hacía media hora. En cuanto había visto la cara de Paul, lo había adivinado. Wili intentó no hacer caso de ello y se apresuró a abordar el tema que supuso iban a tratar.

—Acabo de hablar con los médicos que han llegado en vuelo desde Francia, Paul. Dicen que todas mis vísceras funcionan bien. Me han sometido a todas las pruebas posibles —había tenido que aguantar docenas de pruebas dolorosas e indignantes más graves que las que le habían hecho en Scripps, aunque menos potentes. Los médicos franceses no eran biocientíficos, pero formaban el mejor equipo médicos que el director de Europa había podido tolerar—, y dicen que aprovecho bien mis alimentos y que estoy creciendo aprisa —sonrió—. Apuesto a que llegaré a medir más de un metro setenta.

Paul se había reclinado en su silla y le había devuelto la sonrisa. El mismo anciano parecía que estaba bien. Había sufrido una grave conmoción cerebral durante la batalla y durante algún tiempo los doctores no habían estado seguros de que pudiera sobrevivir.

—Yo también voy a apostar por ello. Es precisamente lo que estaba deseando. Vas a vivir mucho tiempo y gracias a ello el mundo será mucho mejor. Y…

Su voz se debilitó y no pudo sostener la mirada del muchacho. Wili contuvo la respiración, rogando a Dio que sus sospechas no se confirmaran. Permanecieron en silencio durante un momento interminable. Wili miró a su alrededor intentando aparentar que nada importante iba a decirse. Naismith se había apropiado del despacho de algún pez gordo de la Paz. Gozaba de una preciosa vista de las colinas del sur. Aunque estaba al nivel del suelo, parecía hecho especialmente para el anciano. Las paredes estaban desnudas, aunque se notaba un rectángulo más oscuro en la pared que quedaba enfrente de la mesa de Paul. Allí había habido un cuadro colgado. Wili intentaba pensar en ello.

Por fin, Naismith habló:

—Es curioso. Creo que ya he cumplido mi penitencia por haberles dado ciegamente la burbuja al principio de todo esto. He logrado todo lo que había soñado desde los años en que la Autoridad destruyó el mundo. Pero, a pesar de todo, Wili, voy a retirarme, por lo menos durante unos cincuenta años.

—¡Paul! ¿Por qué? —ahora ya estaba dicho y Wili no pudo evitar que su voz revelara su dolor.

—Por muchas razones. Tengo muy buenas razones —Naismith se inclinó hacia delante, a propósito—. Ya soy muy viejo. Creo que vas a ver cómo muchos de mi generación te abandonan. Sabemos que los biocientíficos de Scripps tienen maneras de ayudarnos.

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