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Vernor Vinge: La guerra de la paz

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Vernor Vinge La guerra de la paz

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Paul Hoehler, un brillante científico, descubre el principio del funcionamiento de las “burbujas”, unos campos de fuerza esféricos completamente infranqueables. Gracias a ellos, sus usuarios se harán con el poder e impondrán una “paz” forzada y un estancamiento científico-tecnológico en un mundo diezmado por los conflictos y las plagas. “ ” es la primera obra de la serie de las “burbujas” en la que un brillante autor de sólida formación científica nos narra un futuro posible y la rebelión contra una autoridad despótica en medio de una intriga política de gran alcance. Una interesante y dinámica exploración de cómo un nuevo y maravilloso artilugio científico todavía incomprendido puede alterar el destino del mundo.

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Wili lo vigilaba todo desde un aturdimiento omnisciente. Vigilaba, desde arriba, a la muerte que se aproximaba a su vehículo indefenso.

Algo le dolía. Algo reclamaba su atención. Se relajó, dejó que sus potencias se desviaran… y la imagen de Jill flotó delante de él.

—¡Wili, vete! ¡Todavía puedes salvarte!

Jill le arrolló con una última avalancha de datos, demostrándole que todos los procesos seguirían efectuándose automáticamente hasta el final. Después de esto, le desconectó.

Y, así, Wili se quedó solo dentro del blindado. Miró a su alrededor, con la vista borrosa, dándose cuenta entonces del olor de sudor, de gasoil y del ruido de las turbinas. Accionó el dispositivo de liberación de su arnés, y pudo rodar por el suelo. Apenas si se dio cuenta de que el conector de cuero cabelludo se rompía al arrancarlo. Se puso en pie y salió tambaleándose por la puerta de detrás hacia la luz del sol.

No notó la aproximación de los reactores.

Paul se quejaba. Allison no podía saber si intentaba decir algo, o era sólo una involuntaria respuesta al rudo trato que sufría. Con su peso a cuestas, corriendo y tambaleándose, cruzó el callejón en dirección a un patio con paredes de piedra. La reja estaba abierta, no tenía cerradura. Allison apartó de una patada un triciclo de niño y dejó a Paul en el suelo, detrás de la pared que llegaba a la altura de su cintura. Allí estaría a salvo de la metralla, excepto… Miró por encima de su hombro hacia la pared de cristal que estaba al otro lado del patio. Detrás de ella, el suelo estaba alfombrado y había muebles elegantes. Aquel cristal podría caer a trozos, si el edificio era bombardeado. Empezó a arrastrar a Paul hacia detrás de la mesa de mármol que dominaba aquel patio.

—¡No! ¿Wili, lo consiguió? —luchaba débilmente contra las manos de ella.

El cielo, hacia el norte, mostraba nubes de humo, rastros sucios de los escapes de los aviones, una burbuja errante con la que alguien había fallado un blanco. Pero aquello era todo. Wili no había actuado. El blindado estaba allí, inmóvil, con sus motores todavía en marcha. En algún otro sitio sonaban otras cadenas de oruga.

La onda supersónica era como una pared de ruido que se les viniera encima. Los cristales, a ambos lados de la calle, volaron en mil pedazos hacia el interior de los edificios. Allison vislumbró el avión cuando barría la calle. Su atención se volvió hacia el cielo, escudriñándolo. Un mosquito negro estaba colgado allí, rodeado de la sucia aureola de su escape. No llegaba ningún sonido de este segundo aparato de la escuadrilla que iba directamente hacia ellos. Toda la longitud de la calle, así como el blindado, serían perfectamente visibles para él. Lo observó durante un instante, y se tiró en plancha sobre el embaldosado suelo del patio, al lado de Paul.

No tuvo tiempo ni para maldecir. Y pareció que todo les caía encima.

Allison no perdió el conocimiento, pero durante un largo espacio de tiempo no supo dónde estaba. Una muchacha inclinada sobre un anciano, miraba algo rojo que se extendía sobre el hermoso suelo enlosado.

Un millón de cubos de basura cayeron e hicieron ruido a su alrededor.

Allison se tocó la cara, notó el polvo, pero la piel estaba entera. La sangre no era de ella.

¿Estaría Paul malherido?

El anciano la miró. Apartó las manos de ella con un esfuerzo final.

—Allison… ¿Hemos ganado? Por favor… Después de todos estos años de lucha para agarrar a ese bastardo de Avery… —sus palabras se convirtieron en sollozos.

Allison se puso de rodillas y miró por encima de la pared. Toda la calle estaba en ruinas, y todavía seguían cayendo escombros. El blindado había sido alcanzado. Toda su parte delantera estaba destruida. El fuego se iba extendiendo crepitando por lo que había quedado de su combustible. Debajo de las cintas oruga algo verde se quemaba violentamente. Y el cielo, hacia el norte estaba tan vacío como antes. No había ninguna burbuja en el sitio donde ella sabía que estaba el generador de la Autoridad. La batalla podía durar todavía unas horas, pero Allison ya sabía que ellos habían perdido. Miró al anciano, trató de sonreír.

—Está allí, Paul. Has ganado.

41

—Hemos cogido uno de los dos vehículos, señor. Las tropas de tierra han traído a tres supervivientes. Están…

—¿Es el que estaba más cerca? ¿Dónde está el segundo blindado? —Hamilton Avery se apoyó sobre la consola, sus manos aparecían pálidas en contraste con la base del teclado.

—No lo sabemos, señor. Tenemos tres mil hombres de a pie en aquel sector. Lo sabremos en cuestión de minutos, si antes el ala táctica no nos informa de lo que sucede. Referente a los tres que hemos cogido…

Avery, enojado, cortó la comunicación. Se sentó súbitamente y se mordió los labios.

—Está llegando demasiado cerca. Lo sé. Todo lo que hacemos parece ser una victoria, pero en realidad es una derrota.

Apretó sus puños y Della pudo imaginárselo chillándose a sí mismo: ¿Qué podemos hacer? En Mongolia, había visto cómo algunos administradores perdían la cabeza y se quedaban incapaces de hacer nada o tenían reacciones de suicidas. La diferencia estaba en que en Mongolia ella había sido el jefe, pero allí…

Avery abrió sus puños con un visible esfuerzo.

—Muy bien. ¿Cuál es la situación en Beijing? ¿El enemigo se ha acercado más que antes?

El general Maitland habló por su terminal. Miró la respuesta sin decir nada, y luego continuó:

—Director, hemos perdido la comunicación con ellos. Los pájaros de reconocimiento indican que el generador de Beijing ha sido envuelto en una burbuja —se detuvo como si esperara alguna explosión por parte de su jefe, pero Avery ya había recuperado su compostura habitual. Solamente un ligerísimo brillo en su mirada atestiguaba su terror.

—Desde luego, esto también puede estar falseado —dijo Avery quedamente—. Intente obtener la confirmación directa por radio. Pero que proceda de alguien a quien conozcamos.

Maitland asintió y empezó a dar la vuelta para alejarse cuando Avery prosiguió:

—Y, general, empiecen los cálculos para envolvernos en una burbuja —distraídamente acariciaba el disparador de Renacimiento que reposaba en la mesa que estaba delante de él—. Puedo darle las coordenadas.

Maitland transmitió la orden de que intentaran la comunicación con Beijing por onda corta, pero él mismo se cuidó de introducir las coordenadas a medida que Avery se las iba dando. Mientras Maitland acababa de introducir el resto del programa, Della se sentó en una silla que estaba detrás del director.

—Señor, esto no es necesario.

Hamilton Avery sonrió con su antigua sonrisa amable, pero no la escuchaba.

—Tal vez no, querida. Éste es el motivo de que estemos buscando la confirmación desde Beijing.

Accionó el resorte que hacía abrir la caja de Renacimiento y apareció un teclado. Una luz roja parpadeaba en la parte superior. Avery manipuló una segunda cubierta, que servía de protección para una especie de pulsador.

—Es curioso. Cuando era niño, la gente hablaba de «apretar el botón» como si existiera un mágico pulsador rojo que pudiera desencadenar una guerra nuclear. Dudo mucho que tal poder estuviera concentrado en un solo punto. Pero aquí tengo exactamente esto mismo, Della: un gran botón rojo. Hemos trabajado duramente durante estos últimos meses para que resultara efectivo. Ya sabe usted que antes no teníamos tantas bombas nucleares. Nunca habíamos creído que fueran necesarias para mantener la Paz. Pero si Beijing se ha perdido, sólo nos va a quedar este camino.

Miró a los ojos de Della.

—No será tan malo, querida. Lo hemos hecho muy selectivamente. Sabemos dónde están las áreas donde el enemigo se ha concentrado. El hecho de convertirlas en inhabitables no va a tener efectos permanentes sobre nuestra raza.

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