Vernor Vinge - La guerra de la paz

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La guerra de la paz: краткое содержание, описание и аннотация

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Paul Hoehler, un brillante científico, descubre el principio del funcionamiento de las “burbujas”, unos campos de fuerza esféricos completamente infranqueables. Gracias a ellos, sus usuarios se harán con el poder e impondrán una “paz” forzada y un estancamiento científico-tecnológico en un mundo diezmado por los conflictos y las plagas.

” es la primera obra de la serie de las “burbujas” en la que un brillante autor de sólida formación científica nos narra un futuro posible y la rebelión contra una autoridad despótica en medio de una intriga política de gran alcance. Una interesante y dinámica exploración de cómo un nuevo y maravilloso artilugio científico todavía incomprendido puede alterar el destino del mundo.

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—Tienes suerte. Lo que fuera ha pasado limpiamente a través del lado de tu pierna. Se podría decir que es una rozadura si fuera menos profunda.

Pulverizó encima de la herida una cola de primeros auxilios, y el dolor se redujo hasta una presión palpitante que seguía el ritmo de su pulso.

El pesado humo rojo seguía brotando, pero se dirigía lejos de ellos. El mismo orbitador quedaba oculto por los bordes del cráter. Las explosiones seguían produciéndose irregularmente, pero con intensidad menor. Allí podían considerarse a salvo. Quiller le ayudó a que se quitara el traje de presión, y luego se quitó el suyo.

Quiller anduvo algunos pasos en dirección al cráter. Se inclinó y cogió un objeto de forma extraña, como tallada.

—Parece como si esto hubiera llegado hasta aquí por efecto de la explosión.

Era una cruz cristiana, y su base estaba todavía cubierta de polvo.

—Nos hemos estrellado en un maldito cementerio—. Allison intentó reír, pero no logró más que aumentar su sensación de vértigo.

Quiller no contestó. Estudió la cruz durante algunos segundos. Finalmente la volvió a dejar en el suelo y regresó para observar la pierna herida de Allison.

—Esto ya no sangra. Y no veo otras heridas. ¿Cómo estás?

Allison miró la mancha roja sobre el color gris de su traje de vuelo. Un color muy hermoso excepto cuando el rojo era la propia sangre.

—Deja que me siente un rato. Apuesto a que seré capaz de ir andando hasta los helicópteros de rescate, cuando lleguen.

—Humm. De acuerdo. Voy a echar un vistazo por ahí. Tal vez haya una carretera que pase cerca.

Se desprendió del equipo de supervivencia y lo dejó al lado de Allison.

—Hasta dentro de unos quince minutos.

4

Empezaron con Wili al día siguiente por la mañana. Fue la mujer, Irma, la que le hizo bajar, le sirvió el desayuno en una pequeña alcoba que estaba junto al comedor principal. Era una mujer agradable, mayor, pero lo suficientemente joven para ser robusta, y hablaba muy bien el español. Wili no se fiaba de ella. Pero nadie le amenazaba, y la comida parecía que no se iba a acabar; comió tanto que su hambre persistente casi quedó satisfecha. Durante todo este tiempo Irma iba hablando, pero sin decir gran cosa, como si supiera que él sólo se concentraba en su enorme desayuno. No se veían otros sirvientes. En realidad Wili se dio cuenta de que la mansión no contaba con más personal, pero debía haber un equipo de servicio de la casa para tenerla preparada para el dueño ausente. El jefe debía ser muy poderoso o muy estúpido, porque, incluso a la luz del día, Wili no podía ver ninguna clase de defensas. Si él pudiera largarse antes de que regresara el jefe…

—¿Sabes por qué estás aquí, Wili? —le preguntó Irma cuando recogía los platos de la superficie embaldosada de la mesa.

Wili asintió, simulando timidez. Claro que lo sabía. Todo el mundo necesitaba trabajadores, y los ancianos y los de mediana edad necesitaban a mucha gente para poder vivir bien. Pero dijo:

—¿Para que le ayude a usted?

—No a mí, Wili. A Paul. Serás su aprendiz. Lo ha estado buscando durante mucho tiempo, y al final te ha elegido a ti.

Estaba claro. El viejo jardinero, o lo que fuera, parecía tener por lo menos ochenta años. Hasta ahora a Wili lo habían tratado a cuerpo de rey. Pero suponía que esto sólo era porque el viejo y sus dos lacayos estaban haciendo uso ilegítimo de la casa de su amo. Sin duda se organizaría un gran jaleo cuando regresara el jefe.

—¿Y qué puedo hacer por usted, señora? —Wili habló con su mejor cortesía.

—Todo lo que Paul te pida.

Irma le acompañó hasta detrás de la mansión, donde había un gran estanque, casi un lago, que se extendía debajo de los pinos. El agua estaba limpia, a pesar de que aquí y allá flotaban pequeños aglomerados de agujas de pino. Hacia el centro, fuera de la sombra de los árboles, reflejaba el azul brillante del cielo. A través de un claro entre los árboles, Wili pudo ver unas cabezas de cohetes que apuntaban hacia Vandenberg.

—Ahora, quítate la ropa y vamos a ver si te baño. —Ella hizo ademán de desabotonarle la camisa. Un adulto ayudando a un niño.

Wili saltó hacia atrás.

—¡No! —¡Estar allí desnudo, con una mujer!

Irma se rió y le cogió por el brazo y siguió desabotonándole la camisa. Por un instante, Wili se olvidó de su papel (de que fingía ser un niño, y aún más, un niño obediente). Desde luego, aquella situación era inconcebible entre los Ndelante. Incluso en territorio Jonque, el cuerpo se respetaba. Ninguna mujer obligaba a un varón a desnudarse y a bañarse.

Pero Irma era fuerte. Cuando le sacó la camisa por la cabeza, él se hizo con su cuchillo que llevaba atado a la pantorrilla y lo dirigió a la cara de la mujer. Irma chilló. Al momento, Wili se estaba maldiciendo a sí mismo.

—¡No, no! Se lo diré a Paul. —Se echó hacia atrás poniendo las manos por delante, como para defenderse.

Wili sabía que podía echar a correr —y no se imaginaba a aquellos tres dándole caza— , o bien podía hacer lo posible para lograr quedarse. Y por ahora quería quedarse.

Dejó caer el cuchillo y gimoteó:

—Por favor, señora, lo he hecho sin pensar —lo que era cierto—. Por favor, perdóneme, haré lo que sea para que esté contenta, incluso, incluso…

La mujer se detuvo, regresó y recogió el cuchillo. Obviamente no tenía la experiencia de un capataz, para poder creer lo que le decía. La situación resultaba extraña e imprevisible. Wili casi hubiera preferido el látigo; lo previsto. Irma movió la cabeza, y cuando habló se notaba que todavía había algo de temor en su voz. Wili estaba seguro de que ahora ella ya sabía que él era mucho mayor de lo que aparentaba. No hizo ningún movimiento para tocarle.

—Muy bien, Wili. Esto quedará entre nosotros. No se lo diré a Paul.

Sonrió, y Wili tuvo la impresión de que había algo más que ella no le había dicho. Estiró el brazo y le dio el jabón y el cepillo. Wili se desnudó, se metió en el agua y se lavó.

—Vístete con esto —le dijo ella cuando el chico ya se había secado.

La ropa nueva era suave y estaba limpia, lo que para él ya era un pequeño botín. Irma casi volvió a ser la misma de antes cuando regresaron a la mansión, y Wili creyó que ya era oportuno hacerle la pregunta que le había estado bailando por la cabeza durante toda la mañana:

—Señora, veo que estamos solos, nosotros cuatro, o al menos así parece. ¿Cuándo podremos contar con la protección del señor de la mansión?

Irma se detuvo y después de un segundo empezó a reír.

—¿Qué señor? ¡Tu español es tan raro! Parece como si creyeses que esto es un castillo que debería tener siervos y tropas por todas partes.

Y continuó casi hablando para sí misma:

—Quizás en tu lugar de origen se estile esto. Nunca he vivido en el sur. Tú ya conoces al señor de la mansión —observó su mirada sobresaltada—. Es Paul Naismith, el hombre que te trajo desde Santa Inés.

—Y… —Wili apenas se atrevía a hacer la pregunta—. Ustedes, los tres, ¿viven aquí, solos?

—En efecto, así es. Pero no te preocupes. Aquí estarás mucho más a salvo de lo que estabas en el sur. Estoy convencida de ello.

«Yo también estoy convencido, señora. Tan a salvo como un coyote entre las gallinas.»

Si en su vida había tomado una decisión acertada, ésta había sido la de escaparse a California Central. Si Paul Naismith y los otros tenían aquella mansión para ellos solos, era muy extraño que los Jonques no se hubieran apoderado de aquella tierra mucho tiempo antes. Este pensamiento casi despertó sus sospechas, pero la esperanza de lo que podía hacer allí le hacía superarlo todo. No había ninguna razón para que tuviera que huir con su botín. Wili Wáchendon, a pesar de ser tan débil, podría llegar a ser el jefe, si era lo bastante listo durante las próximas semanas. Por lo menos podría ser rico para siempre. Si Naismith era el jefe, y si Wili había de ser su aprendiz, en esencia era como si hubiese sido adoptado por el señor de la mansión. Esto pasaba también ocasionalmente en Los Ángeles. Hasta las familias más ricas sufrían la maldición de la esterilidad. Tales familias con frecuencia deseaban un heredero apropiado. Por lo general adoptaban a alguien de elevada cuna, un huérfano de otra familia, quizás al superviviente de alguna venganza. Pero no había demasiados niños, particularmente en los viejos días. Wili conocía por lo menos un caso en que los señores habían adoptado a un chico corriente, desde luego no a un negro, pero sí a un chico de una familia campesina. Pero estas cosas sólo ocurrían en los sueños. Wili apenas podía creer que esto se le ofrecía a él. Si jugaba bien sus bazas podría llegar a poseer todo aquello ¡y sin tener que robar nada, o exponerse a la tortura y a la ejecución! Era… poco normal. Pero si aquellas gentes estaban locas, a buen seguro que él iba aprovecharse de ello.

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