Vernor Vinge - La guerra de la paz

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La guerra de la paz: краткое содержание, описание и аннотация

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Paul Hoehler, un brillante científico, descubre el principio del funcionamiento de las “burbujas”, unos campos de fuerza esféricos completamente infranqueables. Gracias a ellos, sus usuarios se harán con el poder e impondrán una “paz” forzada y un estancamiento científico-tecnológico en un mundo diezmado por los conflictos y las plagas.

” es la primera obra de la serie de las “burbujas” en la que un brillante autor de sólida formación científica nos narra un futuro posible y la rebelión contra una autoridad despótica en medio de una intriga política de gran alcance. Una interesante y dinámica exploración de cómo un nuevo y maravilloso artilugio científico todavía incomprendido puede alterar el destino del mundo.

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¡Dios! Allí había alguien más. Wili se quedó inmóvil por completo, sin respirar. Se trataba de Naismith. El anciano estaba en un diván, con el cuerpo encogido a causa del frío. Al parecer estaba contemplando el cielo, pero no a la Luna, porque estaba en las sombras. Naismith miraba en dirección contraria a donde estaba Wili; esto no podía ser una trampa. No obstante, el muchacho había empuñado con fuerza su cuchillo. Después de un momento se movió alejándose del anciano y en dirección al estanque.

—Acércate, ven a sentarte aquí —dijo Naismith sin volver la cabeza.

Wili por poco echó a correr, pero se dio cuenta de que si el anciano estaba allí contemplando las estrellas, no había ninguna razón para que la misma excusa no le sirviera a él. Soltó el saco del tesoro entre la maleza en sombras y se acercó a Naismith.

—Ya estás bastante cerca. Siéntate. ¿Por qué estás por aquí tan tarde, joven?

—Supongo que por lo mismo que usted, mi señor… Para mirar al cielo —(¿Para qué otra cosa el anciano podía estar allí?).

—Es una buena razón.

El tono de voz era neutral, y Wili no podía decir si mostraba una sonrisa o un ceño fruncido en su cara. Le era muy difícil distinguir el perfil del anciano. La mano de Wili seguía apretando nerviosamente el mango del cuchillo. Nunca había matado a nadie, pero sabía el castigo que daban a los ladrones.

—Pero yo no admiro el cielo como un todo —prosiguió Naismith—, aunque sea muy hermoso. Me gusta el amanecer y el atardecer, especialmente, porque entonces es posible ver los… —hubo una de sus características pausas en que parecía buscar la palabra correcta— satélites. ¿Los ves? Ahora hay dos que son visibles.

Señaló primero hacia el cénit y luego en dirección a algo próximo al horizonte. Wili siguió su primera indicación y alcanzó a ver un débil punto luminoso que se movía lentamente, sin esfuerzo, por el cielo. Demasiado lento para ser una aeronave y demasiado lento también para ser un meteorito. Era, evidentemente, una estrella que se movía. Por unos momentos había creído que el anciano iba a mostrarle algo mágico. Wili se encogió de hombros y, de alguna manera, Naismith se dio cuenta del gesto.

—No estás impresionado, ¿eh? En otros tiempos allí había hombres, pero ahora ya no.

A Wili le costaba mucho disimular su desprecio. ¿Cómo podía ser aquello? En los aviones se podía apreciar que eran un vehículo.

Aquellas cosas tan diminutas eran como las estrellas y tan sin significado como ellas. Pero no dijo nada y hubo un largo silencio.

—No me crees, ¿verdad, Wili? Pero es cierto. Allí había hombres y mujeres, tan arriba que no se podía ver la forma de su nave.

Wili se relajó, echado en el suelo delante de la silla del otro. Trató de parecer humilde.

—Pero entonces, señor, ¿qué es lo que les sostiene allí arriba? Incluso los aviones deben bajar para repostar combustible.

Naismith se rió:

—¡Y esto lo dice el experto jugador de Celeste! Piensa, Wili. El universo es como un gran juego de Celeste. Estas luces móviles se desplazan alrededor de la Tierra, igual que los planetas en la pantalla del juego.

¡Del Nica Dio! Wili se sentó en las losas ruidosamente. Una especie de mareo se apoderó de él. El cielo ya no volvería a ser lo mismo para él. La cosmología de Wili, hasta aquel momento, había sido una imagen intuitivamente plana. Ahora, de repente, había descubierto que el cosmos interior de Celeste le rodeaba para siempre y por todos los lados. No existía el arriba ni el abajo, sino únicamente el enorme campo central de fuerza que era la Tierra, con la Luna y todas aquellas estrellas que giraban a su alrededor. Y no podía desconocer las distancias que esto representaba. Estaba demasiado familiarizado con Celeste para poder ignorarlo. Se sentía como si fuese un infinitésimo que se fuera encogiendo hacia un cero imposible de conocer.

Su mente se debatía en la oscuridad, prisionera entre las relaciones que la cruzaban como chispazos, y el firmamento negro que tenía encima de él. Así pues, todos aquellos objetos tenían su propia gravedad, y todos se movían, al menos en menor grado, a causa de la atracción de los demás. Lentamente se iba formando una idea, no muy apartada de la realidad, del sistema solar. Cuando por fin se decidió a hablar, su voz era muy baja y su humildad no era fingida.

—Pero, ¿el juego representa viajes que los hombres han efectuado realmente? ¿A la Luna, a las estrellas que se mueven? Usted… nosotros… ¿podemos hacerlo?

—Pudimos hacerlo, Wili. Pudimos hacer esto y mucho más. Pero ahora ya no.

—Pero, ¿por qué no?

Era como si le hubieran quitado el universo que ya estaba a su alcance. Su voz era casi un gemido.

—Al principio fue la Guerra. Hace cincuenta años había hombres vivos allí arriba. Murieron de hambre o pudieron regresar a la Tierra. Después de la Guerra llegaron las plagas. Ahora… Ahora podemos volver a conseguirlo. Ha de ser distinto esta vez. Pero podríamos hacerlo… si no fuera por la Autoridad de la Paz.

Estas dos últimas palabras las pronunció en inglés. Hizo una pausa y entonces dijo:

—Mundopaz.

Wili miró hacia el cielo. La Autoridad de la Paz. Siempre le había parecido que formaba parte del universo, tan lejana e indiferente como las mismas estrellas. Había visto sus aviones a reacción y en algunas ocasiones sus helicópteros. Por las grandes carreteras pasaban dos o tres de sus transportes cada hora. Tenían su enclave en Los Ángeles. Los Ndelante Ali nunca se habían propuesto robar allí, era mejor emplearse en las mansiones feudales de Aztlán. Y Wili recordó que incluso los Señores de Aztlán, a pesar de toda su arrogancia, sólo hablaban en tono neutral de la Autoridad de la Paz. Encajaba bien el que algo casi sobrenatural hubiera robado las estrellas a los humanos. Encajaba, pero era intolerable.

—Nos trajeron la paz, Wili, pero el precio fue muy elevado.

Un meteorito cruzó por el cielo como un relámpago, y Wili se preguntaba si aquello también era obra del hombre. La voz de Naismith se hizo más objetiva y fue al grano.

—Te dije que teníamos que hablar, y ahora es un momento perfecto para hacerlo. Quiero que seas mi aprendiz. Pero esto no sirve para nada a menos que tú también lo quieras. De algún modo, creo que nuestras metas no son iguales. Creo que quieres obtener riquezas. Sé lo que hay en el saco que has escondido allí abajo. Sé lo que hay en el árbol de detrás del estanque.

La voz de Naismith era seca, fría. La mirada de Wili seguía dirigida al punto donde se había extinguido el meteorito. Aquello era como un sueño. Si estuviese en Los Ángeles ya estaría camino del jefe principal porque era un hijo adoptivo cogido en flagrante traición.

—Pero ¿qué es lo que podrías conseguir con la riqueza, Wili? Una seguridad mínima, hasta que alguien te despojara de ella. Suponiendo, incluso, que mandaras aquí, sólo seguirías siendo un pequeño señor inseguro. Mas allá de la riqueza, Wili, está el poder, creo que tú ya has visto lo suficiente para valorarlo, aunque nunca hayas creído que tenías alguno.

El poder. Sí. Controlar a los demás, como le habían controlado a él. Hacer que los otros sintieran miedo, como lo había sentido él. Ahora vio el poder en Naismith. ¿Qué otra cosa podía significar lo que ocurría en un castillo? Y Wili había pensado que era el celoso espíritu de un antiguo amor. ¡Ah!, fuese espíritu o proyección, estaba al servicio de este hombre. Una hora antes, esta apreciación habría bastado para obligarle a quedarse y devolver lo que había robado. Ahora era casi incapaz de apartar su mirada del firmamento.

—Y más allá del poder, Wili, está el conocimiento, que muchos dicen que también es poder.

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