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Larry Niven: La paja en el ojo de Dios

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Larry Niven La paja en el ojo de Dios

La paja en el ojo de Dios: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 3017 d.C. Aunque el Segundo Imperio del Hombre abarca cientos de sistemas solares, todavía no se ha contactado con otros seres inteligentes. El hallazgo de una insólita nave espacial con el cuerpo exánime de un alienígena en el interior conducirá a los humanos hasta una lejana estrella inmersa en una densa nube de polvo estelar: la Paja. Una expedición descubrirá allí una antiquísima civilización, amable y hospitalaria, pero que rehúye tratar de ciertos aspectos de su sociedad. Y es que bajo las sonrisas tranquilizadoras, los pajeños ocultan un secreto planetario de impacto universal y devastador. Compuesta a cuatro manos en perfecta sintonía, esta novela conjuga acción, drama, suspense, tecnología y alienígenas verosímiles, política y violencia. Su extraordinario poder de entretenimiento y sorpresa la ha convertido en una auténtica obra de culto.

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Este término era casi oficial. Los hombres solían usar muchos términos pajeños. Cuando un hombre ganaba mucho al poker, era probable que gritase «¡Fyunch(click)!», y sin embargo, pensaba el capitán Herb Colvin, la mayoría de nosotros nunca vimos un pajeño. Apenas vimos sus naves: sólo objetivos, sin capacidad de resistencia después de la transición.

Unos cuantos habían conseguido salir del Ojo. Pero todos habían resultado derrotados hasta tal punto que las naves no podían seguir navegando. Siempre había tiempo de sobra para avisar a las naves que estaban fuera del Ojo de que se acercaba otra nave pajeña… si el Ojo no la había liquidado primero.

Las últimas naves habían surgido del punto de Eddie el Loco a velocidades iniciales de unos mil kilómetros por segundo. ¿Cómo demonios podían los pajeños precisar la ruta y entrar en un punto de Salto a tal velocidad?

Las naves que había dentro del Ojo no podían detenerlas. No tenían por qué hacerlo tampoco, con las tripulaciones pajeñas (y los pilotos automáticos) sumidos en el descontrol que producía el Salto, e incapaces de desacelerar. Las fugaces burbujas negras cruzaban raudas el arco iris y estallaban siempre. Cuando los pajeños utilizaban sus campos de expansión únicos, estallaban antes, al absorber más deprisa el calor de la fotosfera amarillo-fuego.

Herb Colvin dejó el último informe sobre inventos y tecnología pajeños. Había escrito él mismo gran parte de aquel informe, y en todo él se demostraba la falta de posibilidades de los pajeños: no podían derrotar a naves que no tuviesen que llevar un Impulsor Alderson, naves estacionadas que esperaban por unos pajeños que ni siquiera sospechaban los efectos que producía el Salto… casi le daba lástima de ello.

Colvin sacó una botella del armario del mamparo de su cabina y se sirvió hábilmente, pese a la aceleración de Coriolis. Llevó el vaso hasta la silla y se sentó. Sobre su escritorio había un paquete de correspondencia, la carta más reciente de su esposa, ya abierta, en que le aseguraba que todo iba bien en casa. Ahora podría leer las cartas en orden. Alzó el vaso y bebió un trago, a la salud de Grace, cuya fotografía le miraba desde el escritorio.

Ella no sabía mucho de Nueva Chicago, pero todo iba bien allí la última vez que había escrito. El servicio postal de Nueva Escocia era lento. La casa que había encontrado estaba fuera del sistema defensivo de Nueva Escocia, pero no le preocupaba porque Herb le había dicho que los pajeños no podrían pasar. Había alquilado la casa por los tres años que tendrían que estar allí.

Herb asintió al leerlo. Así ahorrarían dinero… Tres años en este bloqueo, luego de nuevo a casa, donde estaría en la flota del comodoro de Nueva Chicago. La Defiant se convertiría en nave insignia cuando la llevase de vuelta allí. Unos cuantos años en el servicio de bloqueo era un precio pequeño a pagar por las concesiones que ofrecía el Imperio.

Y todo ello gracias a los pajeños, pensó Herb. Sin ellos aún seguiríamos luchando. Aún habría mundos fuera del Imperio y siempre sería así; pero en Trans-Saco de Carbón la unificación se realizaba pacíficamente, y había más escaramuzas que lucha. Los pajeños nos ayudaron en esto, no hay duda.

Un nombre asaltó el pensamiento de Herb Colvin. Lord Roderick Blaine, presidente de la Comisión Imperial Extraordinaria… Colvin alzó los ojos al mamparo y vio la mancha familiar en uno de los puntos que había tenido que ser reparado después del combate de la Defiant con la MacArthur. La magnífica tripulación de Blaine había hecho aquello, y era un trabajo bastante bueno. Colvin admitió a regañadientes que era un hombre de gran capacidad. Pero de todos modos, la herencia pesa mucho, demasiado, en la elección de los dirigentes. La democracia rebelde de Nueva Chicago tampoco lo habría hecho demasiado bien. Volvió a la carta de Grace.

Blaine tenía un nuevo heredero, su segundo hijo. Y Grace colaboraba en aquel Instituto que había fundado Lady Blaine. Su mujer estaba emocionada porque hablaba muy a menudo con Lady Sally e incluso la había invitado a su casa para que viese a sus hijos…

La carta seguía, y Colvin continuaba leyéndola por obligación, pero era un esfuerzo hacerlo. ¿Es que nunca se cansaría Grace de hablar de la aristocracia? Nunca estaremos de acuerdo en política, pensó, y miró cariñosamente su fotografía. Dios mío, cómo te echo de menos…

Sonaron señales por la nave y Herb metió las cartas en su escritorio. Tenía que ponerse a trabajar; al día siguiente subiría a bordo el comodoro Cargill para inspeccionar la flota. Herb se frotó las manos pensándolo. Esta vez le enseñaría a los imperiales cómo debía dirigirse una nave. El ganador de aquella inspección disfrutaría de unas vacaciones extra en tierra, y se proponía que lo consiguiera su tripulación.

De pronto, relampagueó en la escotilla de visión un pequeño punto de luz blanco amarilla. Cualquier día de éstos, pensó Herb. Algún día entraremos allí. Con todo el talento del Imperio trabajando para resolver el problema, encontraremos la forma de gobernar a los pajeños.

¿Y cómo nos llamaremos entonces?, se preguntó. ¿El Imperio del Hombre y el Pajeño? Sonrió y salió a inspeccionar su nave.

La mansión de Blaine era grande, con jardines cubiertos, provistos de grandes árboles que protegían los ojos del sol brillante. Las habitaciones eran muy cómodas, y los Mediadores habían llegado a acostumbrarse a la presencia de los infantes de marina que les custodiaban. Ivan, como siempre, les trataba como si fuesen sus propios Guerreros.

Había trabajo. Tenían conferencias diarias con los científicos del Instituto, y para los Mediadores estaban además los niños de Blaine. El mayor hablaba ya unas cuantas palabras en lenguaje pajeño y podía leer los gestos como un joven Amo.

Estaban cómodos, pero, aun así, era una jaula; y por las noches veían el brillante Ojo rojo y su pequeña Paja. El Saco de Carbón quedaba arriba, muy alto, en el cielo nocturno. Parecía un Amo encapuchado, ciego de un ojo.

—Tengo miedo —dijo Jock—. Por mi familia, mi civilización, mi especie y mi mundo.

—Eso es, piensa en grande —dijo Charlie—. ¿Por qué desperdiciar tu poderoso cerebro con las cosas pequeñas? Mira… —Su voz y su postura cambiaron; pasó a hablar de cosas serías—. Hicimos lo que pudimos. Este Instituto de Sally no servirá de nada, pero continuemos cooperando. Demostremos lo cordiales e inofensivos, lo honrados que somos. Y mientras, el bloqueo funciona y seguirá funcionando siempre. No queda un agujero para salir.

Lo hay —dijo Jock—. Ningún humano parece considerar que los Amos podrían llegar al Imperio a través del espacio normal.

—No hay ningún agujerorepitió Charlie; movió dos brazos para subrayarlo—. No habrá ningún agujero abierto antes del próximo colapso. ¡Maldita sea! ¿Quién podría construir otra sonda de Eddie el Loco antes de que llegue el hambre? ¿Y dónde la enviarían? ¿Aquí, en medio de sús flotas? —hizo una señal despectiva—. ¿Quizás al Saco de Carbón, hacia el corazón del Imperio? ¿Has pensado en los lásers de lanzamiento…? Demasiado grandes para superar el polvo del Saco de Carbón. No. Hemos hecho todo lo posible, y los Ciclos han empezado otra vez.

—Entonces ¿qué pasará? —los brazos derechos de Jock se plegaron, el izquierdo se extendió y abrió la mano: listo para el ataque, indicando así implacabilidad retórica— . Puede haber tentativas frustradas de romper el bloqueo. Esfuerzos desperdiciados. El colapso se acelerará. Entonces llegará un largo período en el que el Imperio casi nos olvidará.

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