Larry Niven - La paja en el ojo de Dios

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La paja en el ojo de Dios: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 3017 d.C. Aunque el Segundo Imperio del Hombre abarca cientos de sistemas solares, todavía no se ha contactado con otros seres inteligentes. El hallazgo de una insólita nave espacial con el cuerpo exánime de un alienígena en el interior conducirá a los humanos hasta una lejana estrella inmersa en una densa nube de polvo estelar: la Paja. Una expedición descubrirá allí una antiquísima civilización, amable y hospitalaria, pero que rehúye tratar de ciertos aspectos de su sociedad. Y es que bajo las sonrisas tranquilizadoras, los pajeños ocultan un secreto planetario de impacto universal y devastador. Compuesta a cuatro manos en perfecta sintonía, esta novela conjuga acción, drama, suspense, tecnología y alienígenas verosímiles, política y violencia. Su extraordinario poder de entretenimiento y sorpresa la ha convertido en una auténtica obra de culto.

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Hubo más silencio.

—¿Bien, Sally? —exigió el senador—. Es tu campo.

—Ellos… Bueno, tienen una especie de gobierno planetario, la jurisdicción. Un Amo o un grupo de ellos adquieren jurisdicción sobre algo y el resto lo acepta.

Ben Fowler miró ceñudo a su sobrina.

—Demonios, nosotros no dejamos siquiera a los humanos andar por el universo hasta que no han conseguido crear un gobierno planetario. ¿Se imaginan ustedes que una colonia pajeña decida ayudar a una facción de Paja Uno, el planeta natal? —Miró a su alrededor y frunció el ceño de nuevo—. Maldita sea, no me miren todos así. ¡Es como si pensaran que quiero fusilar a los Reyes Magos! Quiero comerciar con los pajeños, pero no olvidemos la Directriz Primordial del Imperio.

—Necesitamos más tiempo —protestó Horvath—. ¡No podemos decidir las cosas ahora mismo!

—No tenemos tiempo —dijo con calma Rod—. Doctor, debe usted tomar conciencia de la expresión. Usted ayudó a crearla. No hay grupo de intereses en este sector que no exija acción inmediata. —Rod había estado recibiendo llamadas diarias de la Liga de la Humanidad, y estaba seguro de que el ministro Horvath estaba proporcionándoles información.

—Lo que a usted le inquieta es la tasa de natalidad potencial —dijo Horvath—. Estoy seguro de que comprende que ellos tienen que ser capaces de controlar su población. No habrían sobrevivido tanto tiempo si no.

—Pero pueden no querer —objetó Fowler—. ¿Podríamos obligarles a hacerlo? Rod, ¿no ha trabajado más el teniente Cargill en ese cálculo de amenaza potencial?

—Sólo en detalles, senador. Sus cálculos originales eran bastante correctos.

—Por tanto, se necesitaría una gran operación de la Flota para obligar a los pajeños… y esto con sus recursos actuales. ¿Qué problemas tendrían nuestros nietos si les ayudáramos a conseguir colonias?

—No puede usted impedirles hacerlo —protestó Horvath—. Capit… señor Blaine, su análisis lo demostraba. Acabarán consiguiendo el Campo Langston, y saldrán de su encierro. Debemos tener relaciones amistosas con ellos antes. Yo sostengo que debemos empezar a comerciar con ellos ahora y resolver nuestros problemas sobre la marcha. No podemos resolverlo todo inmediatamente.

—¿Ésa es su recomendación? —preguntó Fowler.

—Lo es. La mía, la de la Liga de la Humanidad, la de la Asociación de Comerciantes…

—No todos ellos —interrumpió Rod—. Su consejo local está dividido. Hay una notable minoría que no quiere saber nada de los pajeños.

—Lo mismo harán las industrias a las que la tecnología pajeña arruine —dijo Horvath despectivamente—. Podemos resolver ese problema. Senador, los pajeños crearán inevitablemente algo que les permita salir de su sistema. Tendríamos que vincularles hasta tal punto al Imperio que sus intereses fuesen los nuestros antes de que pasara eso.

—O integrarles en el Imperio y apechugar con ellos —murmuró Fowler—. Estuve pensando eso anoche. Si ellos no pueden controlar su población, podemos hacerlo nosotros por ellos…

—Pero sabemos que pueden —protestó Horvath—. Se ha demostrado que llevan mucho tiempo de civilización en su sistema. Han aprendido…

—se paró un momento, y luego continuó con excitación—: ¿No han pensado que quizás tengan repartos de población? Los pajeños de aquella nave expedicionaria quizás tuviesen que tener hijos en un tiempo determinado, o no tenerlos. Por eso los tuvieron a bordo de la nave.

—Humm —dijo Fowler; su ceño desapareció—. Quizás haya dado usted con una clave. Les preguntaremos… les preguntaré a los pajeños cuando vengan. Doctor Hardy, está usted ahí sentado como un hombre al que estuvieran a punto de ahorcar en baja gravedad. ¿Qué es lo que le inquieta?

—Las ratas —dijo lentamente el capellán.

Horvath miró a su alrededor rápidamente, luego asintió sumiso.

—¿Le inquietan también a usted, David?

—Por supuesto. ¿Puede usted encontrar el expediente, o quiere que lo haga yo?

—Yo lo tengo —dijo Horvath suspirando. Marcó números en la placa de su computadora de bolsillo, ronroneó ésta y las pantallas de la pared se iluminaron…

… una ciudad pajeña, arrasada por el desastre. Vehículos volcados y oxidados por calles destrozadas. Había vehículos aéreos empotrados entre las ruinas de edificios calcinados. Crecían matorrales entre las fisuras del pavimento. El centro de la imagen era un inmenso montón de escombros, y un centenar de pequeñas formas negras que salían y entraban y corrían sobre él.

—No es lo que parece. Es una planta del zoo pajeño —explicó Horvath.

Accionó sus controles y la imagen se aproximó y se centró en una sola forma negra que creció hasta que las líneas exteriores se difuminaron: una cara afilada y ratonesca, con malignos dientes. Pero no era una rata.

Tenía una oreja membranosa y cinco miembros. El primero de ellos, del lado derecho, era una quinta garra. Era un brazo largo y ágil, que terminaba en unas uñas como dagas curvadas.

—¡Oh! —exclamó Horowitz; miró acusador a Horvath—. Usted no me enseñó esto… más guerras, ¿eh? Una de las guerras debió de destruir tanta vida que los nichos ecológicos debieron de quedar vacíos. Pero esto… ¿consiguieron un espécimen?

—Por desgracia no.

—¿De qué degeneró? —preguntó asombrado Horowitz—. Hay mucha distancia entre el pajeño inteligente y… y eso. ¿Hay alguna casta pajeña que no me hayan enseñado? ¿Algo similar a eso?

—No, por supuesto que no —contestó Sally.

—Nadie criaría selectivamente una cosa así —musitó Horowitz—. Debió de ser selección natural… —sonrió satisfecho—. Más pruebas, si es que hacían falta. Una de sus guerras casi despobló su planeta. Y además durante muchísimo tiempo.

—Sí —dijo rápidamente Renner—. Y mientras esos seres se apoderaban de Paja Uno, los pajeños civilizados estaban fuera, en los asteroides. Debieron de procrear allí durante generaciones, Blancos y Marrones y Relojeros y quizás otros que no vimos porque no llegamos a la civilización asteroidal.

—Pero de eso también hace mucho tiempo —dijo Horvath—. Muchísimo… El trabajo del doctor Buckman sobre las órbitas asteroidales… Bueno. Quizás los Mediadores evolucionasen en el espacio antes de volver al planeta. Ya pueden ver que eran necesarios.

—Lo que significa que los Blancos son tan belicosos ahora como antes —indicó el senador Fowler.

—Ahora tienen Mediadores, tío Ben —le recordó Sally.

—Sí. Y quizás hayan resuelto su presión demográfica… ¡Doctor, quite ese maldito ser de la pantalla! Me pone los pelos de punta. ¿Por qué demonios se les ocurriría meter una ciudad destruida en un zoo?

La horrible imagen desapareció, para alivio de todos.

—Lo explicaron —Horvath parecía otra vez casi alegre—. Algunas de sus formas evolucionaron en ciudades. Un zoo completo tendría que incluirlas.

—¿Ciudades destruidas?

—Quizás para recordarles lo que pasa cuando no escuchan a los Mediadores —sugirió quedamente Sally—. Un horrible ejemplo para que teman la guerra.

—No hay duda de que es eficaz —dijo Renner; se estremeció levemente.

—Bien, resumamos. Los pajeños estarán aquí dentro de unos minutos —dijo el senador Fowler—. Uno: La tasa de reproducción potencial es enorme, y los pajeños parecen dispuestos a tener hijos en lugares donde nosotros no lo haríamos.

»Dos: Los pajeños mintieron para ocultar su elevada tasa de natalidad.

»Tres: Los pajeños han tenido guerras. Al menos tres grandes. Quizás más.

«Cuatro: Su civilización es muy antigua. Mucho, realmente. Eso parece indicar que han conseguido controlar su población. No sabemos cómo lo hacen, pero podría relacionarse con el hecho de que tengan hijos en misiones peligrosas. Debemos preguntárselo. ¿De acuerdo, por ahora?

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