Era un discurso conmovedor, pronunciado con pasión y elocuencia. Maia vio que muchas de las cabezas que había entre ella y la pantalla asentían en solemne acuerdo. Naturalmente, pertenecían a clones de familias inferiores, o a vars ricas. Todas las que podían permitirse asientos de primera fila tenían un claro interés en el mantenimiento del orden social. Sin embargo, muchas otras parecían también conmovidas por las palabras de la sabia. Incluso Leie, cuando Maia se volvió a mirar a su hermana.
Naturalmente Leie, la optimista inquebrantable, asumía que era sólo cuestión de tiempo que las dos fundaran su propio clan. Algún día serían reverenciadas como las abuelas de una gran nación. Un sistema que permitía que la igualdad se consiguiera de esa forma podía ser duro, ¿pero podía considerarse injusto?
¿Podía? Maia había dejado hacía tiempo de discutir sobre el tema. Nunca ganaba los debates de opinión con su gemela.
— … así que pedimos a todas las ciudadanas, de las casas de clanes a los santuarios, que sigan a la expectativa. Si alguien advierte algo de particular, es su deber comunicarlo de inmediato…
El cambio de tono en las palabras de la Sabia Sydonia la pilló por sorpresa.
—¿De qué habla ahora? —murmuró Maia—. Me he perdido…
Leie la hizo callar, cortante.
— … de informar a la Guardia local de toda ciudad importante. O acudir a cualquier clan importante y decirles a las madres veteranas lo que habéis visto. Hay recompensas, hasta una remuneración de Nivel Tres, por la información que sirva a los intereses de Stratos en estos tiempos de tensión y peligro .
La joven entrevistadora sonrió amablemente.
— Gracias, Sabia Sydonia, del Clan Youngblood y de la Universidad de Caria. Ahora pasamos al sumario de los tecnojuicios de este mes. Informando desde la Sala de Patentes tenemos a Eilene Yarbro…
Leie cogió a Maia por la muñeca y la arrastró al exterior.
—¿Has oído? —preguntó excitada cuando estuvieron a cierta distancia, junto a uno de los incontables canales de Lanargh—. ¡Una remuneración de Nivel Tres… sólo por chivarte!
—Lo he oído, Leie. Y, sí, es suficiente para comenzar en alguna ciudad barata. ¿Pero te has dado cuenta de lo vagas que han sido? ¿No lo encuentras extraño? ¡Casi como si estuvieran desesperadas por enterarse de algo, pero preocupadas por la idea de que alguien descubra lo que están buscando!
—Mm —gruñó Leie—. Tienes razón. ¿Pero sabes una cosa? —Sus ojos brillaron—. Eso debe de significar que en realidad estarían dispuestas a pagar muchísimo más. Una recompensa por dar información… ¿y cuánto más por guardar silencio después? ¡Apuesto que un montón!
Sí, muchísimo más. Como un garrote en la oscuridad . Había leyendas de viejos clanes partenogenéticos cuyas hijas compraban estatus y comodidad a la colmena contratándose como diestras asesinas. No todas las historias de miedo que se contaban a las pequeñas veraniegas carecían de base real.
Pero Maia no lo mencionó. Después de todo, Leie vivía por las posibilidades, y su entusiasmo encendía algo similar dentro de Maia, un ansia por vivir lo que de otro modo habría sido demasiado reservada, demasiado introvertida para explorar. Ella difería de su hermana, aunque eran tan iguales genéticamente como cualquier pareja de clones. Eso había hecho que Maia estuviera más dispuesta que la mayoría de las vars a aceptar la idea de individualidad entre la gente del invierno.
—¡Tenemos que mantener los ojos abiertos! —dijo Leie, trazando un gran círculo con los brazos, y contemplando por fin la cúpula estrellada del cielo.
Las constelaciones habían aparecido y pintado los cielos con un brillo diamantino mientras estaban dentro. El resplandor de la rueda galáctica. A intervalos determinados, Maia divisaba puntitos de luz que latían rítmicamente y que no eran estrellas o planetas, sino satélites en órbita, vitales para los navegantes del mar. No vio ningún signo de la Nave Visitante, pero allí estaba la negra oscuridad de la Zarpa que, según contaban a las niñas malas, era la mano abierta y acechante del Hombre del Saco que buscaba a los niños que no habían cumplido con su deber. Ahora Maia sabía que era una nebulosa, cercana en términos estelares, y que oscurecía la visión directa de la Tierra y el resto del Phylum Homínido. Eso debió de resultar reconfortante para las Fundadoras, pues proporcionaba una protección añadida contra las interferencias de los antiguos modos de vida.
Ahora, todo aquello se había acabado. Algo había surgido de la Zarpa, y Maia dudaba incluso de que las grandes sabias supieran ya si implicaba una amenaza o una promesa. La oscura forma la hizo estremecerse; las supersticiones de la infancia se mezclaban con su orgulloso, aunque limitado, conocimiento científico.
—¡Si tan sólo supiéramos qué están buscando las sabias! —dijo Leie tristemente—. ¡Sería capaz de afeitarme la cabeza por averiguarlo!
Hablando en términos estrictamente prácticos, si las grandes matronas de Caria City buscaban algo, era dudoso que dos pobres vírgenes de una costa fronteriza se toparan con ello.
—Es un mundo grande —suspiró Maia como respuesta.
Naturalmente, Leie interpretó de modo distinto las palabras de su hermana.
—Sí que lo es. ¡Grande, abierto de par en par, y esperando a que nosotras dos lo agarremos por la garganta!
¿Por qué existe el sexo?
Durante tres mil millones de años, la vida en la Tierra se las apañó bastante bien sin él. Un organismo reproductor simplemente se dividía, consiguiendo así su paso a la posteridad en dos copias casi perfectas.
Ese «casi» fue crucial. En la naturaleza, la auténtica perfección es un callejón sin salida que conduce a la extinción. Leves variantes, producidas por selección, permiten que incluso las especies de una sola célula se adapten a un mundo cambiante. Con todo, a pesar de eones de innovación bioquímica, el progreso fue lento. La vida siguió siendo algo manso y simple hasta hace quinientos millones de años, momento en que dio un salto.
Las bacterias ya transmitían información genética de forma bastante rudimentaria, pero entonces el sistema de intercambio se organizó y aumentó la variabilidad diez mil veces. Nació el sexo, y pronto surgieron muchos organismos pluricelulares: peces, árboles, dinosaurios, humanos. El sexo hizo posible todo eso.
Sin embargo, ¿debemos imitar a la naturaleza cuando diseñemos nuestra nueva humanidad sólo porque ésta consiguió algo de una forma determinada? La moderna capacidad genética puede superar al sexo diez mil veces. Dentro de las limitaciones generales de los mamíferos, podemos pintar con colores que la pobre y ciega biología desconoce.
Podemos aprender de los errores de la Madre Naturaleza y hacer un trabajo mejor.
LYSOS,
Métodos y recursos
Llovió un poco. Sin embargo, el chubasco pronto se convirtió en una peligrosa galerna.
El carguero Wotan avanzaba a través del encrespado mar, resbalando en las afiladas olas, sacudido por un viento que agitaba sus mástiles como brazos de palanca, de forma que el barco, mal equilibrado, se estremecía peligrosamente con cada ráfaga, impidiendo que su timón respondiera.
El piloto maldijo entre gritos a su capitán por haber cargado tan poco lastre en Lanargh. Antes, había echado pestes porque llevaban demasiada carga para sortear la inesperada tempestad. Ignorando las imprecaciones a gritos del primer oficial, el capitán envió a los marineros a cubierta para que rompieran la tenaza del viento sobre los mástiles. Temblando de frío, los marineros descalzos subieron a las velas; sosteniendo un hacha entre los dientes subían como cangrejos por los resbaladizos aparejos para cortar las velas y todo aquello que la sañuda tormenta pudiera agarrar y emplear para empujarlos a su perdición.
Читать дальше