—Soy Beenay 25 —dijo, y se preparó para otra larga espera.
Pero la puerta empezó a girar sobre sus goznes casi de inmediato. Bajó la vista hacía el vestíbulo de suelo de cemento del Refugio.
Raissta 717 le aguardaba allí, apenas a diez metros de distancia.
—¡Beenay! —exclamó, y avanzó corriendo hacia él—. Oh, Beenay, Beenay…
Desde que habían formado pareja contractual, hacía dos años, nunca habían estado separados más allá de dieciocho horas. Ahora llevaban días sin verse. Atrajo su esbelto cuerpo contra el de él y la mantuvo fuertemente abrazada, y pasó mucho tiempo antes de que la soltara.
Entonces se dio cuenta de que estaban todavía de pie en la puerta abierta del Refugio.
—¿No deberíamos entrar y cerrar la puerta tras nosotros? —preguntó—. ¿Y si he sido seguido? No lo creo, pero…
—No importa. No hay nadie más aquí.
—¿Qué?
—Todos se fueron ayer —dijo ella—. Tan pronto como Onos se alzó. Deseaban que yo fuera con ellos, pero les dije que tenía que esperarte, así que me quedé.
Él la miró con la boca abierta, sin comprender.
Ahora vio lo cansada y pálida que estaba, lo delgada y consumida. Su pelo, en su tiempo lustroso, colgaba en descuidados mechones, y su rostro tenía el color de la tiza. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos. Parecía haber envejecido entre cinco y diez años.
—Raissta, ¿cuánto tiempo ha pasado desde el eclipse?
—Éste es el tercer día.
—Tres días. Eso es más o menos lo que había imaginado. —Su voz resonó de una forma extraña. Miró más allá de ella, al vacío Refugio. La desnuda cámara subterránea se extendía hasta casi perderse de vista, iluminada por una hilera de bombillas en el techo. No vio a nadie hasta donde sus ojos podían alcanzar. No había esperado aquello, en absoluto. Los planes habían sido que todo el mundo permaneciera oculto ahí abajo hasta que fuera seguro salir—. ¿Adónde han ido? —preguntó.
—A Amgando —respondió Raissta.
—¿El parque nacional de Amgando? ¡Pero eso está a cientos de kilómetros de aquí! ¿Están locos, saliendo de este escondite tan sólo al segundo día para dirigirse a un lugar medio al otro lado del país? ¿Tienes alguna idea de lo que ocurre ahí fuera, Raissta?
El parque de Amgando era una reserva natural, lejos al Sur, un lugar poblado por animales salvajes, donde las plantas nativas de la provincia eran celosamente protegidas. Beenay había estado allí antes, cuando era un muchacho, con su padre. Era casi pura naturaleza salvaje, con unos cuantos senderos para excursiones a pie abiertos en ella.
—Pensaron que sería más seguro ir allí.
—¿Seguro?
—Llegó la noticia de que todo el mundo que aún estuviera cuerdo, todo el mundo que deseara tomar parte en la reconstrucción de la sociedad, debía reunirse en Amgando. Al parecer la gente está convergiendo allá desde todos lados, miles de ellos. De otras universidades principalmente. Y alguna gente del Gobierno.
—Estupendo. Toda una horda de profesores y políticos pisoteando el parque. Con todo lo demás arruinado, ¿por qué no arruinar también ese último rincón de territorio no estropeado que tenemos?
—Eso no es importante, Beenay. Lo importante es que el parque de Amgando se halla en manos de gente cuerda, es un enclave de civilización en la locura general. Y saben de nosotros, nos han pedido que nos reunamos con ellos. Votamos, y fue dos a uno a favor de ir.
—Dos a uno —dijo Beenay sombríamente—. Aunque tu gente no vio las Estrellas, ¡consiguió chiflarse de todos modos! Imagina abandonar el Refugio para emprender una caminata de quinientos kilómetros, ¿o son ochocientos?, a través del caos absoluto que se está produciendo por todas partes. ¿Por qué no aguardar un mes, o seis meses, o lo que sea? Teníais suficiente comida y agua para resistir aquí todo un año.
—Nosotros dijimos lo mismo —respondió Raissta—. Pero lo que ellos nos dijeron, la gente de Amgando, fue que el momento de ir era ahora. Si aguardábamos algunas semanas, las bandas de locos que merodearan por aquí se habrían unido y organizado ejércitos bajo señores de la guerra locales, y tendríamos que enfrentamos a ellos cuando saliéramos. Y si aguardábamos más de unas pocas semanas, los Apóstoles de la Llama probablemente habrían establecido un nuevo gobierno represivo, con su propia fuerza de Policía y Ejército, y seríamos interceptados en el momento mismo en que saliéramos del Refugio. Es ahora o nunca, dijo la gente de Amgando. Mejor tener que enfrentarse a dispersos bandidos independientes medio locos que a ejércitos organizados. Así que decidimos ir.
—Todo el mundo menos tú.
—Quería esperarte.
Él tomó su mano.
—¿Cómo sabías que vendría?
—Dijiste que lo harías. Tan pronto como terminaras de fotografiar el eclipse. Siempre has mantenido tus problemas, Beenay.
—Sí —dijo Beenay, con un tono de voz remoto. Todavía no se había recobrado del shock de encontrar el Refugio vacío. Había esperado descansar allí, curar su magullado cuerpo completar el trabajo de restablecer su mente destrozada por las Estrellas. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora, instalarse allí ellos dos solos en aquella bóveda de cemento llena de ecos? ¿O intentar ir ellos también a Amgando? —La decisión de marcharse del Refugio tenía una especie de loco sentido, se dijo Beenay: suponiendo que tuviera algún sentido el que todo el mundo se reuniera en Amgando, era probablemente mejor hacer el viaje ahora, mientras el campo se hallaba en aquel alto grado de desorden, que aguardar a que nuevas entidades políticas, ya fueran los Apóstoles o bucaneros regionales privados, ahogaran toda posibilidad de viajes entre distritos, Pero había deseado encontrar sus amigos aquí…, sumergirse en una comunidad de gente con la que estaba familiarizada hasta haberse recobrado del shock de los últimos días. Dijo con voz apagada—: ¿Tienes alguna idea de lo que está ocurriendo ahí fuera, Raissta?
—Recibimos informes por comunicador, hasta que los canales de comunicación dejaron de emitir. Al parecer la ciudad resultó casi completamente destruida por el fuego, y la universidad fue muy dañada también… Es todo cierto, ¿verdad?
Beenay asintió.
—Por todo lo que sé, sí. Escapé del observatorio justo en el momento en que la turba entraba por la fuerza. Athor resultó muerto. Estoy completamente seguro. Todo el equipo fue destruido…, todas nuestras observaciones del eclipse arruinadas…
—Oh, Beenay. Lo lamento tanto.
—Conseguí salir por la parte de atrás. En el momento en que estuve fuera, las Estrellas me golpearon como una tonelada de ladrillos. Como dos toneladas. No puedes imaginar cómo fue, Raissta. Me alegra que no puedas imaginarlo. Estuve completamente fuera de mí durante un par de días, vagando por los bosques. No hay ley. Todo el mundo se halla a sus propios medios. Puede que haya matado a alguien en alguna pelea. Los animales de compañía de la gente corren salvajes, las Estrellas deben de haberlos vuelto locos también…, y son aterradores.
—Beenay, Beenay…
—Todas las casas han ardido. Esta mañana pasé por ese vecindario elegante que hay en la colina justo al sur del bosque, ¿Punta Onos, se llama…?, y la destrucción era increíble. No se veía ni un alma. Coches destrozados, cuerpos en las calles, las casas en ruinas… ¡Dios mío, Raissta, qué noche de locura! ¡Y la locura sigue todavía!
—Tú pareces estar bien —dijo ella—. Impresionado, pero no…
—¿Loco? Pero lo estuve. Desde el momento en que salí fuera bajo las Estrellas hasta que desperté hoy. Luego las cosas empezaron al fin a anudarse de nuevo en mi cabeza. Pero creo que es mucho peor para otra gente. Los que no tienen el menor grado de preparación emocional, los que simplemente alzaron la vista y…, ¡bam!, los soles habían desaparecido, las Estrellas brillaban en su lugar. Como dijo tu tío Sheerin, habrá todo un abanico de respuestas, desde la desorientación a corto plazo hasta la locura total y permanente.
Читать дальше