Robert Silverberg - El hombre estocástico

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Lew Nichols se dedica a formular predicciones estocásticas, una mezcla de análisis sumamente perfeccionado y de conjeturas basadas en informaciones sólidas. Estas predicciones son el enfoque más aproximado a la predicción del futuro que el ser humano es capaz de realizar a finales del siglo XX. En manos de Nichols, constituyen un instrumento de asombrosa exactitud, y su notable capacidad le gana un importante puesto en el equipo de Paul Quinn, el ambicioso y carismático alcalde de la prácticamente ingobernable ciudad de Nueva York, cuyas ambiciones se cifran en alcanzar la presidencia de Estados Unidos en 2004.
A pesar de su efectividad, las predicciones estocásticas no tienen nada de paranormal. Nichols adivina el futuro, pero no puede “verlo” realmente. Ese es el extraordinario don que se ofrece a enseñarle el misterioso Martin Carvajal, el de un conocimiento totalmente clarividente del futuro. Obsesionado por ayudar a Quinn a llegar a la Casa Blanca, Nichols no puede desperdiciar la oportunidad, a pesar de sobrecogerse al observar el efecto que causa en Carvajal el conocimiento de todos y cada uno de los actos de su propia vida, incluyendo el de su muerte.
“El hombre estocástico” constituye una exploración a fodo y enormemente satisfactoria de uno de los conceptos básicos de la ciencia ficción. La trama, de gran perfección, muestra a su autor, Robert Silverberg, en una de sus más brillantes facetas.

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Entonces sonó el timbre de la puerta.

—Discúlpeme —dijo Carvajal.

Salió de la habitación. Cerré los ojos y dejé que el oleaje de algún desconocido mar tropical me fuese lavando el cerebro, que un tibio y salado baño borrase todas las memorias y todos los dolores, alisando las aristas y durezas. En ese momento percibí el pasado, el presente y el futuro como igualmente irreales, como mechones de niebla, desdibujados rayos de blanda luz, unas risas distantes, voces confusas pronunciando frases fragmentarias. En algún lugar estaba representándose una obra de teatro, pero yo no me encontraba ya sobre el escenario, ni tampoco entre el público. El tiempo quedó como en suspenso. Y, eventualmente, comencé quizá a ver . Creo que ante mí revolotearon los rasgos marcadamente serios de Quinn, bañados por deslumbrantes focos azules y verdes, y pude haber incluso visto al anciano en la cama del hospital y a los hombres armados avanzando por las calles; y tuve fugaces visiones de mundos más allá de los mundos, de imperios todavía nonatos, de la incansable danza de los continentes, de las indolentes criaturas que, al final de los tiempos, se arrastran sobre el gran planeta cercado por una costra de hielos. Entonces escuché voces que provenían del vestíbulo, a un hombre que gritaba, a Carvajal explicándose y negando pacientemente. Era algo relativo a drogas, a un doble juego, airadas acusaciones. ¿Cómo? ¿Cómo? Luché por salir de las nieblas que me rodeaban. Allí estaba Carvajal, junto a la puerta, enfrentándose a un individuo bajito, con el rostro lleno de pecas, enfebrecidos ojos azules y un descuidado pelo rojo como las llamas. El extraño empuñaba una pistola, una curiosa pistola antigua con el cañón negro-azulado, que agitaba excitadamente de un lado para otro. «El embarque, gritaba, ¿dónde está el embarque, qué estás intentando hacer?» Y Carvajal se encogía de hombros, sonreía, negaba con la cabeza y repetía una y otra vez, muy suavemente: «Se trata de un error, simplemente de un error». Carvajal parecía radiante. Era como si toda su vida hubiese ido siendo conducida y conformada para este momento de gracia, para esta especie de epifanía, para este diálogo confuso y divertido en el pasillo de su casa.

Di un paso hacia adelante, dispuesto a interpretar mi papel. Me inventé las frases que debía decir: Tranquilo , amigo , deje de agitar ese arma . Se ha equivocado de sitio . Aquí no hay drogas. Me ví a mí mismo avanzando confiadamente hacia aquel extraño, sin dejar de hablar: ¿ Por qué no se tranquiliza , aparte el arma , telefonee a su jefe y aclare las cosas ? Pues , de lo contrario , se encontrará usted con graves problemas , y … Todavía hablando, me inclinaría dominante hacia el pequeño pistolero con el rostro lleno de pecas, tomaría calmosamente el arma, se la arrancaría de la mano, le empujaría contraía pared…

Pero no era ése el texto. El verdadero texto me exigía que no hiciese nada. Lo sabía y no hice nada.

El pistolero me miró a mí, luego a Carvajal, a mí nuevamente. No había esperado que yo surgiera de la sala de estar y no estaba seguro de cómo debía reaccionar. Entonces sonaron unos golpecitos en la puerta de afuera. Se oyó la voz de un hombre en el descansillo preguntándole a Carvajal si tenía algún problema. Los ojos del pistolero arrojaron destellos de miedo y asombro. De un salto, se alejó de Carvajal, encogiéndose sobre sí mismo. De manera casual, casi incidental, sonó un disparo. Carvajal comenzó a caer, pero apoyándose en la pared. El pistolero pasó corriendo cerca de mí, en dirección a la sala de estar. Se detuvo allí, temblando, medio acurrucado. Disparó nuevamente. Un tercer disparo. Luego saltó rápidamente hacia la ventana. Oí el ruido de cristales al romperse. Había permanecido todo el tiempo de pie, inmovilizado, como congelado; pero ahora, finalmente, me puse en movimiento. Demasiado tarde; el intruso había salido por la ventana, bajado la escalera de incendios y desaparecido en la calle.

Me volví hacia Carvajal. Había caído y yacía muy cerca de la entrada a la sala de estar, inerte, en silencio, con los ojos abiertos, respirando todavía. La pechera de su camisa estaba manchada de sangre; a lo largo de su brazo izquierdo corría otro reguero de sangre; tenía además una tercera herida, extrañamente exacta y pequeña, en uno de los lados de su cabeza, justo al lado del pómulo. Corrí hacia él, le sostuve entre mis brazos y pude ver en sus ojos un extraño destello; me pareció que se reía hasta en el último momento, que emitía una casi imperceptible risita ahogada, pero puede que aquello no formase parte del guión, que hubiese sido introducido por mí, a modo de pequeña acotación teatral. Así pues, todo había acabado. ¡Qué tranquilo había estado! ¡Cómo lo había aceptado! ¡Qué alegría había mostrado al acabar de una vez! La escena tantas veces ensayada y finalmente representada.

44

Carvajal murió el 22 de abril del año 2000. Esto lo escribo a comienzos de diciembre, coincidiendo con el auténtico comienzo del siglo veintiuno y separado sólo por unas cuantas semanas del inicio del nuevo milenio. La llegada del milenio me encontrará en esta modesta casa de esta ciudad no especificada del norte de New Jersey, dirigiendo las actividades, todavía apenas iniciadas, del Centro de Procesos Estocásticos. Llevamos aquí desde el mes de agosto, cuando se abrirá el testamento de Carvajal y se verá que yo he sido designado como único heredero de todos sus millones.

Por supuesto que aquí, en el Centro, no nos entretenemos mucho con los procesos estocásticos. El nombre es intencionadamente engañoso; no actuamos estocásticamente, sino más bien postestocásticamente, pues dejamos atrás la manipulación de las probabilidades para adentrarnos en las certidumbres de la segunda visión. Pero consideré prudente no mostrarnos excesivamente ingenuos y abiertos a este respecto. Lo que estamos llevando a cabo es una especie de brujería, más o menos, y una de las grandes lecciones a extraer del recién finalizado siglo veinte, es la de que si deseas practicar la brujería lo mejor que puedes hacer es practicar bajo otro nombre. El término estocástico posee una agradable resonancia pseudocientífica, que proporciona el disfraz adecuado, pues evoca la imagen de pelotones de pálidos investigadores jóvenes introduciendo datos en gigantescos ordenadores.

Hasta ahora somos sólo cuatro. Pero habrá más. Aquí avanzamos gradualmente. Encuentro nuevos discípulos según los voy necesitando. Conozco ya el nombre del próximo, y sé cómo le convenceré de que se una a nosotros, así como el momento en que lo hará, al igual que me ocurrió con los tres anteriores. Hace sólo seis meses eran extraños para mí; ahora son mis hermanos.

Lo que estamos levantando aquí es una sociedad, una cofradía, una comunidad, un sacerdocio; si lo preferís, una banda de videntes . Estamos ampliando y perfeccionando nuestra capacidad de visión, eliminando las ambigüedades, afinando nuestra percepción. Carvajal tenía razón: todo el mundo posee el don. Puede ser despertado en cualquiera. En ti, o en ti. Y así conseguiremos salir de nuestro pequeño círculo, dándonos la mano unos a otros. Difundiendo lentamente el evangelio postestocástico, multiplicando silenciosamente el número de los que ven . Será un proceso lento, no exento de peligros y persecuciones. Se aproximan tiempos duros, y no sólo para nosotros. Tenemos todavía que atravesar la era de Quinn, una era que me resultaba ya tan familiar como cualquier otra de la Historia, a pesar de no haberse iniciado aún: para su elección faltan todavía cuatro años de futuro. Pero yo veo más allá, veo las conmociones que siguen, los disturbios, el llanto y el dolor. No importa. Sobreviviremos al régimen de Quinn, como sobrevivimos a los de Asurbanipal, Atila, Gengis-Khan y Napoleón. Las nubes que ocultan la visión se apartan ante nosotros, y vemos ya más allá de las tinieblas un tiempo de recuperación y consuelo.

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