Una pequeña serpiente del sueño se deslizó entre sus piernas y el borde de la grieta. Serpiente la cogió con la mano derecha y la alzó maravillada. El animal se enroscó en su palma y la miró con sus ojos sin párpados, saboreando el aire con su lengua trífida. Había algo raro en ella. Serpiente miró con más atención.
Era una recién nacida, pues aún tenía la boquilla de tejido córneo común a los recién nacidos de muchas especies de serpientes. Era la prueba definitiva de la forma en que Norte conseguía sus serpientes. No había encontrado una despensa de los habitantes del mundo exterior, los extraños. No las clonaba. La población que tenía se reproducía. En el pozo las había de todos los tamaños y edades, desde recién nacidas a individuos maduros más grandes que ninguna otra serpiente del sueño que Serpiente hubiera visto jamás.
Se dio la vuelta para poner la cría en el suelo, pero su mano golpeó la pared. Molesta, la serpiente del sueño la mordió. El agudo pinchazo de sus diminutos colmillos hizo que Serpiente diera un respingo. La criatura escapó de su mano y se perdió entre las sombras.
—¡Norte! —gritó Serpiente con voz ronca. Se aclaró la garganta y lo volvió a intentar—. ¡Norte!
Pasado un rato, su silueta apareció en el borde de la hendidura. Por su sonrisa confiada, Serpiente supo que esperaba que le suplicara por su libertad. El gigante la miró y observó la manera en que se había colocado entre Melissa y las serpientes.
—Podría ser libre si la dejaras —dijo—. No la apartes de mis criaturas.
—Tus criaturas no sirven para nada aquí, Norte. Deberías entregarlas al mundo. Todos te honrarían, especialmente los curadores.
—Ya me honran aquí.
—Pero esta vida debe ser difícil. Podrías vivir cómoda y fácilmente…
—No hay comodidad para mí —dijo Norte—. Tú mejor que nadie tendrías que darte cuenta. Para mí, dormir en el suelo o en un colchón de plumas es lo mismo.
—Has conseguido que las serpientes del sueño se reproduzcan —repuso Serpiente. Miró a Melissa. Varias serpientes habían conseguido burlar su cerco. Agarró a una justo antes de que alcanzara el brazo desnudo de su hija. La serpiente se revolvió y la mordió. La puso junto con las otras sin hacer caso de sus colmillos—. Sea cual sea la forma en que lo haces, deberías difundir el conocimiento a los demás.
—¿Y cuál es tu lugar en este plan? ¿Tendría que convertirte en mi heraldo? Podrías llegar bailando a cada ciudad para anunciar mi llegada.
—Admito que no me importaría morir aquí. Norte se rió roncamente.
—Podrías ayudar a tanta gente. No había ningún curador cuando lo necesitaste porque no tenemos suficientes serpientes del sueño. Podrías ayudar a la gente como tú.
—Ayudo a la gente que viene a verme —dijo Norte—. Ellos sí son como yo. Ellos son los que yo quiero.
Se dio la vuelta.
—¡Norte!
—¿Qué?
—Al menos dame una manta para Melissa. Morirá si no puedo mantenerla caliente.
—No morirá —respondió Norte—. No, si la dejas a mis criaturas. —Su sombra y su forma desaparecieron.
Serpiente abrazó a Melissa con más fuerza, sintiendo en su propio cuerpo cada uno de los latidos cada vez más débiles. Tenía tanto frío y estaba tan cansada que ya no podía pensar. El sueño empezaría a hacerla sanar, pero tenía que permanecer despierta, por el bien de Melissa y por el suyo propio. Un pensamiento se hizo más fuerte: desafía los deseos de Norte. Por encima de todo, sabía que su hija y ella estaban perdidas si le obedecían.
Moviéndose lentamente para que el trabajo de apartar el dolor de su hombro no fuera inútil, Serpiente cogió las manos de Melissa en las suyas y las frotó en un intento de devolverles el calor y la circulación. La sangre de las mordeduras estaba ahora seca. Una de las serpientes se enroscó en el tobillo de la curadora. Serpiente agitó los dedos y flexionó el tobillo, esperando que el animal se marchara. Tenía el pie tan helado que apenas sintió los colmillos de la serpiente hundirse en su empeine. Continuó frotando las manos de Melissa. Las calentó con su aliento y las besó. La tenue luz desaparecía. Serpiente alzó la cabeza. La franja de cúpula gris visible entre los bordes de la grieta se había vuelto casi negra con la llegada de la noche. Serpiente sintió una abrumadora sensación de pesar. Así había sido la noche de la muerte de Jesse, sólo faltaban las estrellas: el cielo claro y oscuro, las paredes de roca que la rodeaban, el frío tan agotador como el calor del desierto. Serpiente abrazó a Melissa con más fuerza y la resguardó de las sombras.
Debido a las serpientes del sueño, no pudo hacer nada por Jesse. Debido a las serpientes del sueño, no podía hacer nada por Melissa.
Las serpientes se agruparon y reptaron hacia ella, el sonido de su escamas sobre la piedra húmeda susurraba a su alrededor… Serpiente despertó bruscamente.
—¿Serpiente? —la voz de Melissa era el ronco susurro que había oído.
—Estoy aquí —apenas podía ver la cara de su hija. Los últimos resquicios de luz brillaban sobre su pelo rizado y las profundas cicatrices. Sus ojos tenían una expresión distante.
—Soñé… —dejó que su voz se perdiera—. ¡El tenía razón!—gimió llena de súbita furia—. ¡Maldito sea, tenía razón!
—Rodeó el cuello de Serpiente con sus brazos y escondió su cara. Su voz sonaba ahogada—. Olvidé por un momento. Pero no lo volveré a hacer. No…
—Melissa… —la niña se enderezó ante el tono de su voz—. No sé qué va a pasar. Norte dice que no te hará daño. —Melissa estaba temblando, tiritando—. Si aceptas a unirte a él…
—¡No!
—Melissa.
—¡No! ¡No lo haré! No me importa —su voz era aguda y tensa—. Será otra vez como con Ras…
—Melissa, querida, ahora tienes un lugar a donde ir. Es lo mismo que hablamos antes. Nuestro pueblo necesita saber de la existencia de este lugar. Tienes que darte una oportunidad para escapar.
Melissa se apretó contra ella en silencio.
—Dejé a Sombra y a Susurro —dijo por fin—. No hice lo que querías, y ahora se morirán de hambre.
Serpiente le acarició el pelo.
—Estarán bien durante un tiempo.
—Tengo miedo —susurró Melissa—. Prometí que no volvería a tenerlo, pero estoy asustada. Serpiente, si digo queme uniré a él y dice que dejará que me muerdan de nuevo, no sé qué haré. No quiero entregarme al olvido… pero lo hice durante un momento, y… —se tocó la cicatriz en torno a su ojo. Serpiente nunca la había visto hacer eso antes—. Esto desapareció. Nada me hacía ya daño. Si me acostumbro, haría cualquier cosa por eso —Melissa cerró los ojos.
Serpiente agarró a una de las serpientes del sueño y la arrojó, tratándola con más brusquedad de la que nunca habría creído ser capaz.
—¿Preferirías morir? —preguntó roncamente.
—No lo sé —respondió Melissa débilmente, atontada. Soltó el cuello de Serpiente y sus manos cayeron fláccidas—. No lo sé. Tal vez sí.
—Melissa, lo siento. No pretendía…
Pero Melissa estaba de nuevo dormida o inconsciente. Serpiente la sostuvo mientras las últimas luces desaparecían. Podía oír las escamas de las serpientes del sueño rozando contra las rocas húmedas. Imaginó de nuevo que se acercaban a ella en una sólida oleada agresiva. Por primera vez en su vida, sintió miedo de las serpientes. Entonces, para reafirmarse cuando los ruidos parecieron acercarse más, extendió un brazo para palpar la piedra desnuda. Su mano se hundió en una masa de escamas viscosas y cuerpos cimbreantes. Retiró el brazo cuando una constelación de pequeños aguijonazos se extendió por toda su superficie. Las serpientes buscaban calor, pero si las dejaba encontrar lo que necesitaban, también encontrarían a su hija. Se acurrucó en el extremo más estrecho de la grieta. Su mano entumecida se cerró involuntariamente en torno a un pesado cascote de piedra volcánica. Lo alzó torpemente, dispuesta a descargarlo sobre las serpientes salvajes.
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