Vonda McIntyre - Serpiente del Sueño

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Serpiente del Sueño: краткое содержание, описание и аннотация

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Llamaron Serpiente a la curadora y ella se sentía orgullosa de ese nombre, pues la medicina destilada del veneno de la víbora que llevaba consigo era una cura potente; y el poder tranquilizador de su otra compañera, la alienígena serpiente del sueño, desterraba el miedo. Pero la primitiva ignorancia de aquellos a los que servía mató a la serpiente del sueño y arruinó su carrera: las serpientes del sueño eran escasas y Centro no quería concederle otra. La única esperanza de Serpiente era encontrar otra serpiente del sueño y por ello emprendió un largo viaje. En su búsqueda la perseguían dos hombres implacables: uno impulsado por el amor y el otro por el miedo y la necesidad.
Una novela llena de aventuras, emoción y sentimientos que ha labrado la fama de su autora.
Vencedor del premios Nebula en 1978, Hugo y Locus en 1979.

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—¡Pero sé dónde están sus cosas, Norte! —el loco se debatió contra Serpiente. Esta vez, disgustada, ella lo soltó—. No las necesitas, sólo a mí —arrodillado, se abrazó a las piernas de Norte—. Todo está en el valle. Sólo tenemos que cogerlo.

Serpiente se encogió de hombros cuando Norte la miró.

—Está bien protegido. Podría llevarte hasta mis bártulos, pero no podrías cogerlos — siguió sin decirle cuál era su oficio.

Norte se zafó de los brazos del loco.

—No soy fuerte —dijo—. No bajo al valle.

Una bolsa pequeña y pesada cayó a sus pies. Serpiente y él miraron a Melissa.

—Si hace falta que te paguen para que hables con alguien —dijo la niña beligerantemente—, aquí tienes.

Norte se agachó dolorosamente y recogió el dinero de Melissa. Abrió la bolsa y vertió las monedas en su mano. Incluso bajo la tenue luz del bosque, el oro centelleaba. Sacudió las piezas, pensativo.

—De acuerdo, esto valdrá para empezar. Tendréis que entregar vuestras armas, naturalmente, y entonces iremos a mi casa.

Serpiente desenvainó su cuchillo y lo arrojó al suelo.

—Serpiente… —susurró Melissa. La miró, sorprendida, preguntándose claramente por qué había hecho aquello y agarrando con fuerza el mango de su propio cuchillo.

—Si queremos que confíe en nosotros, tenemos que confiar en él —dijo Serpiente. Sin embargo, no confiaba en el gigante, ni quería hacerlo. No obstante, los cuchillos servirían de poco contra un grupo de personas, y no pensaba que Norte estuviera solo.

Mi querida hija, pensó Serpiente, nunca dije que fuera a ser fácil.

Melissa retrocedió cuando Norte dio un paso hacia ella.

Sus nudillos estaban blancos.

—No me tengas miedo, pequeña. Y no intentes pasarte de lista. Tengo más recursos de los que puedes imaginar.

Melissa miró al suelo, desenvainó lentamente el cuchillo y lo dejó caer a sus pies.

Norte hizo un rápido gesto de cabeza al loco, con el que señaló a Melissa.

—Regístrala.

Serpiente posó la mano sobre el hombro de Melissa. La niña temblaba y estaba inquieta.

—No tiene por qué hacerlo. Te doy mi palabra de que Melissa no lleva más armas.

Serpiente pudo sentir que Melissa había llevado su control casi hasta el límite. Su rechazo y disgusto por el loco la habían presionado más de lo que su compostura podía soportar.

—Motivo de más para registrarla —dijo Norte—. No seremos fanáticos por la eficiencia. ¿Quieres ir primero?

—Eso está mejor —respondió Serpiente. Alzó las manos, pero Norte le dio un empujoncito, hizo que se diera la vuelta y se apoyara contra las ramas torcidas de un árbol. Si no estuviera preocupada por Melissa, le habría divertido la teatralidad de todo esto.

No pasó nada durante lo que pareció un largo rato. Serpiente empezó a darse la vuelta de nuevo, pero Norte tocó las frescas cicatrices de su mano con la punta de un dedo.

—Ah —dijo, en voz muy baja, tan cerca que pudo sentir su aliento caliente y desagradable—. Eres una curadora.

Serpiente oyó la ballesta justo después de que la flecha se le clavara en el hombro, cuando el dolor la cubrió como una ola. Le fallaron las rodillas, pero no pudo caer. La fuerza de la flecha se disipó a través del tronco del árbol retorcido, sacudiendo su cuerpo arriba y abajo. Melissa gritó llena de furia. La sangre corrió por el pecho de Serpiente.

Con la mano izquierda tanteó la punta del pequeño dardo que la clavaba al árbol, pero sus dedos resbalaron y la madera viva contuvo la punta de la flecha. Melissa estaba a su lado y la sostenía lo mejor que podía. Las voces se unían en un tapiz tras ella.

Alguien agarró el dardo y tiró de él hasta liberarlo, y afloro a través del músculo. El roce de la madera sobre el hueso le arrancó un alarido. La fría punta de metal se deslizó por la herida.

—Mátala ahora —dijo rápidamente el loco, pletórico de excitación—. Mátala y déjala aquí como aviso.

El corazón de Serpiente bombeaba sangre caliente por su hombro. Se tambaleó, trató de recuperarse y cayó de rodillas. La dolorosa vibración le recorrió la espalda, y trató de apartarse de ella, pero no lo consiguió, como la pobre Silencio sacudiéndose con la columna rota.

Melissa se encontraba a su lado, cegada por las lágrimas, susurrándole palabras de alivio como haría con un caballo, con la cara y el pelo descubiertos mientras trataba de taponar la herida con su turbante.

Tanta sangre para una flecha tan pequeña, pensó Serpiente.

Y se desmayó.

La frialdad fue lo primero que despertó a Serpiente. Mientras recuperaba el sentido, se sorprendió de verse consciente. El odio en la voz de Norte al reconocer su profesión no le había hecho sentir ninguna esperanza. Le dolía enormemente el hombro, pero ya no sentía la punzante presión que le impedía concentrarse. Flexionó la mano derecha. Estaba débil, pero podía moverla.

Se incorporó, tintando, parpadeando, con la visión nublada.

—¿Melissa? —susurró.

Cerca, Norte soltó una carcajada.

—Como todavía no es curadora, no ha sido herida.

El aire frío la rodeaba. Serpiente sacudió la cabeza y se pasó la manga por los ojos. Su vista se aclaró bruscamente. El sudor provocado por el esfuerzo de sentarse se enfrió rápidamente debido a la acción del aire. Norte estaba sentado ante ella, sonriendo, flanqueado por los suyos, que formaban un círculo de carne a su alrededor. La sangre de su camisa, excepto en la zona misma de la herida, estaba marrón: había estado inconsciente mucho tiempo.

—¿Dónde está?

—Está a salvo —contestó Norte—. Puede quedarse con nosotros. No tienes por qué preocuparte, será feliz aquí.

—No quiso venir. Ésta no es la clase de felicidad que quiere. Déjala ir a casa.

—Como he dicho antes, no tengo nada en contra de ella.

—¿Qué es lo que tienes contra los curadores? Norte la miró fijamente durante largo rato.

—Creo que es obvio.

—Lo siento —dijo Serpiente—. Probablemente podríamos darte alguna habilidad para formar melanina, pero no somos magos.

El aire gélido procedía de una caverna a sus espaldas, y la rodeaba hasta poner su carne de gallina. Sus botas habían desaparecido; la fría piedra absorbía el calor de sus plantas desnudas. Pero también entumecía el dolor de su hombro. Entonces tiritó violentamente y el dolor la golpeó con más ferocidad que antes. Jadeó y cerró los ojos un instante, luego se quedó inmóvil, respirando profundamente y concentrándose para intentar apartar el dolor de la herida. Volvía a sangrar en un lugar de su espalda que era difícil de alcanzar. Esperaba que Melissa estuviera en algún lugar más cálido, y se preguntó dónde se encontrarían las serpientes del sueño, pues necesitaban calor para sobrevivir. Abrió los ojos.

—Y tu altura… —dijo. Norte se rió amargamente.

—¡De todos los defectos que achaco a los curadores, jamás he incluido la cobardía!

—¿Qué? —preguntó Serpiente, confundida. Estaba mareada por la pérdida de sangre—. Podríamos haberte ayudado si te hubiéramos atendido pronto. Seguramente ya habías crecido del todo antes de que te llevaran a un curador…

La pálida cara de Norte se volvió escarlata de furia.

—¡Cierra el pico! —se puso en pie de un salto y levantó a Serpiente. Ella se colocó el brazo derecho al costado.

—¿Crees que quiero oír eso? ¿Crees que quiero seguir oyendo que podría haber sido normal? —la empujó hacia la caverna. Serpiente tropezó, pero el hombre volvió a levantarla de nuevo—. ¡Curadores! ¿Dónde estabais cuando os necesitaba? Te dejaré ver cómo me sentía…

—¡Norte, por favor, Norte! —el loco salió de la multitud de seguidores del gigante, a quienes Serpiente sólo podía percibir ahora como vagas sombras—. Me ayudó, Norte. Yo tomaré su lugar —se agarró a la manga de Norte, gimiendo y suplicando. El gigante lo empujó y cayó al suelo, donde se quedó inmóvil.

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