Vonda McIntyre - Serpiente del Sueño

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Serpiente del Sueño: краткое содержание, описание и аннотация

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Llamaron Serpiente a la curadora y ella se sentía orgullosa de ese nombre, pues la medicina destilada del veneno de la víbora que llevaba consigo era una cura potente; y el poder tranquilizador de su otra compañera, la alienígena serpiente del sueño, desterraba el miedo. Pero la primitiva ignorancia de aquellos a los que servía mató a la serpiente del sueño y arruinó su carrera: las serpientes del sueño eran escasas y Centro no quería concederle otra. La única esperanza de Serpiente era encontrar otra serpiente del sueño y por ello emprendió un largo viaje. En su búsqueda la perseguían dos hombres implacables: uno impulsado por el amor y el otro por el miedo y la necesidad.
Una novela llena de aventuras, emoción y sentimientos que ha labrado la fama de su autora.
Vencedor del premios Nebula en 1978, Hugo y Locus en 1979.

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—¡Eso no es tener éxito!

—En cierto modo, lo es. Melissa… los curadores necesitan serpientes del sueño. Ahí arriba en esa cúpula tienen tantas que pueden permitirse el lujo de jugar con ellas. Tengo que averiguar cómo las consiguen. Pero si no puedo hacerlo, si no regreso, eres la única que puede decir a los otros curadores qué me ha sucedido y por qué. Eres la única que puede informarles de la existencia de las serpientes del sueño.

Melissa miró al suelo, rascándose los nudillos de una mano con las uñas de la otra.

—Esto es muy importante para ti, ¿verdad?

—Sí.

Melissa suspiró. Cerró los puños.

—De acuerdo —dijo—. ¿Qué quieres que haga? Serpiente la abrazó.

—Si no regreso en, digamos, dos días, coge a Veloz y a Ardilla y cabalga hacia el norte. Después de llegar a Montaña y Encrucijada sigue adelante. Es un largo camino, pero hay dinero de sobra en la bolsa. Sabes cómo emplearlo.

—Tengo mi salario —dijo Melissa.

Muy bien, pero lo demás es igualmente tuyo. No necesitas abrir los compartimentos donde están Sombra y Susurro. Pueden sobrevivir hasta que llegues a casa. —Por primera vez, consideró verdaderamente la posibilidad de que Melissa tuviera que hacer sola el viaje—. De todas formas, Susurro está engordando demasiado. —Forzó una sonrisa.

—Pero… —Melissa se interrumpió. _ ¿Qué?

—Si te sucede algo, no podré volver a tiempo de ayudarte, no si recorro todo el camino hasta la estación de los curadores.

—Si no regreso por mis propios medios, entonces no habrá ninguna manera de ayudarme. No me sigas sola. Por favor. Necesito saber que no lo harás.

—Si no regresas en tres días, iré a informar a tu pueblo de las serpientes del sueño.

Serpiente le concedió un día extra, no sin cierta gratitud.

—Gracias, Melissa.

Dejaron sueltos al pony atigrado y la yegua gris en un claro cerca del sendero. En vez de galopar hacia el prado y retozar en la hierba, los caballos se quedaron juntos, alertas y nerviosos, agitando las orejas, inflamadas las aletas de la nariz. El jumento del loco se quedó solo a la sombra, cabizbajo. Melissa observó a los animales con los labios fruncidos.

El loco estaba de pie en el lugar donde había desmontado, miraba a Serpiente con lágrimas en los ojos.

—Melissa —dijo Serpiente—, si vuelves sola a casa, diles que te he adoptado. Entonces… entonces sabrán que también eres su hija.

—No quiero ser hija de ellos. Quiero serlo tuya.

—Lo eres. No importa lo que pase —inspiró profundamente y expulsó el aliento lentamente—. ¿Hay sendero? —le preguntó al loco—. ¿Cuál es el camino de subida más rápido?

—No hay sendero… se abre ante mí y se cierra detrás. Serpiente pudo sentir que Melissa contenía una observación sarcástica.

—Marchemos, entonces —dijo—, y vamos a ver si tu magia funciona para más de uno.

Abrazó a Melissa por última vez. Melissa la agarró, no quería dejarla marchar.

—Estaré bien —dijo Serpiente—. No te preocupes.

El loco escalaba a una velocidad sorprendente, como si en efecto un sendero se abriera para él solo. Serpiente tuvo que esforzarse para seguir su ritmo, y el sudor le inundaba los ojos. Subió unos pocos metros más de anda piedra negra y agarró al hombre por la túnica.

—No tan rápido.

El hombre jadeaba rápidamente, pero por la excitación, no por el esfuerzo.

—Las serpientes del sueño están cerca —dijo. Se soltó de su presa de un tirón y subió por la roca. Serpiente se secó la frente con la manga y continuó escalando.

La siguiente vez que le alcanzó lo agarró por el hombro y no lo soltó hasta que se hundió en un recodo.

—Descansaremos aquí —dijo—, y luego continuaremos, más despacio y sin hacer tanto ruido. De otro modo, tus amigos sabrán antes de tiempo que nos acercamos.

—Las serpientes del sueño…

—Hay que tener en cuenta a Norte. Si te ve primero, ¿te dejará continuar?

—¿Me darás una serpiente del sueño? ¿Una para mí solo? ¿No como Norte?

—No como Norte —respondió Serpiente. Se sentó en una estrecha cuña de sombra y apoyó la espalda contra la roca volcánica.

En el valle inferior, una porción del prado aparecía entre las oscuras ramas de los árboles perennes, pero ni Veloz ni Ardilla estaban en aquella parte del claro. Desde la distancia, parecía una pequeña alfombra de terciopelo. De repente, Serpiente se sintió aislada y solitaria.

La roca no estaba tan pelada como parecía desde abajo. Había líquenes verdigrises aquí y allá, y pequeñas plantas carnosas de hojas planas anidaban en la sombra. Serpiente se inclinó hacia adelante para ver una más de cerca. Contra la roca negra, en las sombras, su color era indistinguible. Se sentó de nuevo, bruscamente.

Recogiendo una lasca de roca, Serpiente volvió a inclinarse hacia adelante y se arrodilló junto a la planta verdiazul. Sacudió sus hojas, que se cerraron firmemente. Se escapó, pensó Serpiente. Es de la cúpula rota. Tendría que haber esperado algo parecido; tendría que haber sabido que encontraría cosas que no pertenecían a la tierra. Volvió a pinchar de nuevo, desde el mismo lado. La planta en efecto, se movía. Recorrería arrastrándose toda la montaña si la dejaba. Serpiente introdujo la punta de la roca bajo ella, la sacó del resquicio y la puso boca abajo. A excepción del manojo de raíces en su centro, parecía igual, sus brillantes hojas turquesas rotaban sobre sus bases buscando un asidero. Serpiente nunca había visto esta especie antes, pero sí criaturas similares, plantas que no encajaban en las clasificaciones normales y se apoderaban de un terreno por la noche, envenenando el suelo de forma que nada más pudiera crecer. Varios veranos antes, ella y los otros curadores ayudaron a quemar un enjambre en las granjas cercanas. No habían vuelto a reproducirse, pero de vez en cuando aún aparecían pequeñas colonias de ellas, y los campos de los que se apoderaban se tornaban áridos y estériles.

Quería quemar ésta, pero no podía arriesgarse a hacer fuego ahora. La sacó de las sombras y la empujó hacia la luz, donde se cerró fuertemente. Serpiente advirtió que acá y allá había restos marchitos de otras reptadoras, muertas y resecas por el sol, derrotadas por el árido acantilado.

—Vamos —dijo Serpiente, más para sí misma que para el loco.

Se asomó por encima del borde del acantilado para ver el hueco de la cúpula rota. La extraña cualidad del lugar la golpeó como si fuera un golpe físico. Plantas alienígenas crecían por toda la base de la tremenda estructura medio destruida, casi hasta el acantilado, sin dejar ningún sendero claro. Lo que cubría el terreno no se parecía a la hierba, la maleza, los matojos, ni nada que conociera. Era una extensión plana y sin delimitaciones de brillante hoja roja. Al observar con más atención, Serpiente pudo ver que era más que una simple hoja enorme: cada sección tenía tal vez el doble de su tamaño, de forma irregular, y estaba unida por los bordes a otras hojas vecinas por un sistema de cabellos entrelazados. Donde se tocaban más de dos hojas, una delicada película se elevaba unas pocas cuartas de la intersección. Donde una fisura salpicaba la piedra, una franja turquesa de reptadoras separaba el terreno rojo, buscando sombra tan deliberadamente como las hojas rojas luz. Algún día, varias reptadoras vencerían la escarpada cara del risco y dominarían el valle de abajo: algún día, cuando el calor y el frío abrieran más hendiduras en la piedra donde refugiarse.

La depresión de la superficie de la cúpula contenía un poco de vegetación normal, pues los tentáculos reproductores de las reptadoras no podían llegar tan lejos. Si esta especie se parecía en algo a las que conocía, no producía semillas. Pero otras plantas alienígenas habían alcanzado la parte superior de la cúpula, pues los huecos fundidos estaban llenos, algunos de hierba verde ordinaria, otros con colores extraños y extraños a este mundo. En algunos de los huecos marchitos y hundidos por el sol, muy por encima del suelo, los colores se arremolinaban, sin que unos hubieran vencido aún a otros.

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