—¡Merideth!
Merideth despertó en un segundo, bostezando y murmurando en sueños.
—¿Qué pasa?
—¿Cuánto tiempo tardasteis en encontrar a Jesse? ¿Se cayó en los cráteres?
—Sí, estaba buscando minerales. Por eso vinimos aquí… los otros artesanos no pueden igualar nuestro trabajo gracias a lo que Jesse encuentra aquí. Pero esta vez un borde cedió. La encontramos por la noche.
Todo un día, pensó Serpiente. Tenía que haber estado en uno de los cráteres primarios.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Decirte qué?
—Esos cráteres son peligrosos…
—¿Crees todas esas leyendas, curadora? Llevamos una década viniendo aquí y nunca nos ha pasado nada.
No era momento para replicar airada. Serpiente miró otra vez a Jesse y advirtió que su propia ignorancia y el desdén del grupo por el peligro de las reliquias del viejo mundo había negado inconscientemente a Jesse un poco de piedad. Serpiente tenía tratamientos para el envenenamiento por radiación, pero no había ninguno para un ataque tan severo como este. Intentara lo que intentara, sólo lograría prolongar su agonía.
—¿Qué es lo que pasa? —Por primera vez, la voz de Merideth mostró miedo.
—Está envenenada por la radiación.
—¿Envenenada? ¿Cómo? No ha comido ni bebido nada que nosotros no hayamos probado.
—Es por el cráter. El ierren está envenenado. Las leyendas son ciertas.
Bajo su profundo bronceado, Merideth palideció.
—¡Entonces haz algo, ayúdala!
—No puedo hacer nada.
—No puedes curar sus heridas, no puedes curar su enfermedad…
Se miraron mutuamente, heridos y furiosos. Merideth retiró la mirada primero.
—Lo siento. No tenía derecho…
—Ojalá fuera omnipotente, Merideth, pero no lo soy. Su conversación despertó a Alex, que se levantó y se acercó a ellos, desperezándose y rascándose.
—Es tiempo de… —Miró a Serpiente y a Merideth, y luego a Jesse—. Oh, dioses.
La nueva marca de su frente, donde Serpiente la había tocado, estaba sangrando lentamente.
Alex se precipitó hacia ella, pero Serpiente le detuvo.
—Alex, apenas la he tocado. No puedes ayudarla así. Él la miró neutramente.
—¿Entonces cómo? Serpiente sacudió la cabeza. Sollozando, Alex se apartó de ella.
—¡No es justo! —Salió corriendo de la tienda. Merideth se dispuso a seguirlo, vaciló en la entrada y regresó.
—No puede comprenderlo. Es tan joven…
—Lo comprende —dijo Serpiente. Palpó la frente de Jesse, intentando no frotar ni presionar la piel—. Y tiene razón, no es justo. ¿Quién dijo que lo fuera?
Se calló para ahorrar ver a Merideth su propia amargura por las oportunidades perdidas de Jesse, desahuciada por el destino, la ignorancia y los restos de la locura de otra generación.
—¿Merry? —Jesse tanteó el aire con una mano temblorosa.
—Estoy aquí —Merideth extendió la mano pero se detuvo, tuvo miedo de tocarla.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me…? —parpadeó lentamente. Tenía los ojos inyectados en sangre.
—Con cuidado —susurró Serpiente. Merideth rodeó los dedos de Jesse con sus propios dedos, suaves como alas de pájaro.
—¿Es hora de partir? —El ansia estaba teñida de terror y resquemor, pues había advertido que pasaba algo malo.
—No, amor.
—Hace tanto calor… —Empezó a levantar la cabeza para cambiar su peso. Se detuvo con un jadeo. La información acudió a la mente de Serpiente sin ningún esfuerzo consciente, un frío análisis inhumano para el que estaba entrenada: sangre en las articulaciones. Hemorragia interna. ¿Y en su cerebro?
—Nunca ha dolido de esta forma —Jesse miró a Serpiente sin mover la cabeza—. Es algo más, algo peor.
—Jesse, yo… —Serpiente supo que las lágrimas corrían por su cara cuando saboreó la sal en sus labios, mezclada con la suciedad del polvo del desierto. Se ahogó en las palabras. Alex regresó a la tienda. Jesse intentó volver a hablar, pero sólo pudo jadear.
Merideth agarró a Serpiente por el brazo, y ésta pudo sentir cómo las uñas le atravesaban la piel.
—Está muriendo. Serpiente asintió.
—Las curadoras saben cómo ayudar… cómo…
—Merideth, no —susurró Jesse.
—…cómo aliviar el dolor.
—No puede…
—Una de mis serpientes murió —dijo la curadora, en un tono más fuerte de lo que había pretendido, beligerante por la ira y la pena.
Merideth no dijo nada más, pero Serpiente sintió la muda acusación: no pudiste ayudarla a vivir, y ahora no puedes ayudarla a morir. Esta vez, fue Serpiente quien bajó los ojos. Se merecía la condena. Merideth la soltó y se volvió hacia Jesse, alzándose sobre ella como un alta criatura demoníaca que esperara combatir contra bestias o sombras.
Jesse extendió la mano para tocar a Merideth, pero la retiró bruscamente. Miró la palma, entre las durezas producidas por su trabajo se estaba formando una llaga.
—¿Por qué?
—La última guerra —dijo Serpiente—. En los cráteres… —su voz se quebró.
—Entonces es cierto —dijo Jesse—. Mi familia cree que la tierra exterior mata, pero pensaba que mentían —sus ojos se nublaron; parpadeó y miró en dirección a Serpiente, pero pareció no verla; volvió a parpadear—. Mintieron sobre tantísimas cosas… mentiras para que los niños fueran obedientes…
Otra vez silenciosa, con los ojos cerrados, Jesse se relajó lentamente, un músculo cada vez, como si el propio acto de relajarse fuera una agonía que no podía tolerar de golpe. Aún estaba consciente, pero no respondía con palabras, sonrisas o miradas mientras Merideth le acariciaba el pelo y se acercaba todo lo posible sin tocarla. Tenía la piel cenicienta en torno a las lívidas llagas.
De repente, gritó. Se llevó las manos a las sienes, apretando, introduciéndose las uñas bajo el pelo. Serpiente intentó agarrarla.
—No —rugió Jesse—, oh, no, déjame en paz… ¡Merry, duele!
Unos instantes antes estaba débil, pero ahora se debatía con la fuerza que le proporcionaba la fiebre. Serpiente no pudo hacer otra cosa que intentar detenerla con suavidad, pero la voz interior volvió a repetir su diagnóstico: aneurisma. En el interior del cerebro de Jesse, una vena dañada por la radiación estaba explotando lentamente. El siguiente pensamiento de Serpiente fue igualmente libre y aún más poderoso: ojalá reviente rápido y la mate limpiamente.
Al mismo tiempo que advertía que Alex no se encontraba ya a su lado intentando ayudar a Jesse, sino que había cruzado al otro extremo de la tienda, Serpiente oyó cascabelear a Susurro. Se giró por instinto y se lanzó contra Alex. Su hombro le golpeó el estómago y el joven soltó el zurrón. Susurro mordió desde el interior. Alex cayó al suelo. Serpiente sintió un dolor agudo en la pierna y alzó el puño para golpear, pero se miró primero.
Cayó de rodillas.
Susurro estaba enroscada en el suelo, haciendo tintinear su cascabel suavemente, preparada para volver a atacar. El corazón de Serpiente se aceleró. Podía sentir el dolor pulsante en su muslo. La arteria femoral estaba a menos de un palmo del lugar donde Susurro había hundido sus colmillos.
—¡Idiota! ¿Estás tratando de matarte? —La pierna le latió un par de veces más, y entonces sus inmunidades neutralizaron el veneno. Se alegró de que Susurro no hubiera alcanzado la arteria. Incluso ella podía enfermar por una picadura así, y no tenía tiempo para enfermedades. El dolor se convirtió en una molestia pulsante.
—¿Cómo puedes dejarla morir de una forma tan dolorosa? —preguntó Alex.
—Todo lo que le proporcionarías con Susurro es más dolor —disfrazando su furia, se giró con calma hacia el ofidio, lo alzó y volvió a meterlo en la bolsa—. Los crótalos no provocan muerte rápida —eso no era del todo cierto, pero la furia de Serpiente era tan grande que aún podía asustarlo—. Sus víctimas mueren por infección. Gangrena.
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