Robert Silverberg - El hijo del hombre

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El hijo del hombre: краткое содержание, описание и аннотация

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Clay, el protagonista, despierta en un futuro muy lejano donde los descendientes del hombre adoptan formas de vida muy diversas y alucinantes. En su entrada a ese tiempo es acogido por Hammer, una criatura que tanto puede adoptar formas sexuadas como asexuadas, y también macho y hembra, y en cuya compañía vive asombrosas experiencias de percepción y explora todas las posibilidades de la sexualidad.

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—¿Quieres ayudarnos a hacer la Abertura de la Tierra, ahora? —le murmura ella cuando él abre los ojos.

—¿Qué es eso?

—Uno de los Cinco Ritos.

—¿Una ceremonia religiosa?

La pregunta queda en suspenso en el aire, igual que el frío. Ninameen está bajando del pedrón. Él la sigue con torpes pasos, dando tumbos, tropezando en las grietas de la roca. Ella se vuelve, le alza suavemente del suelo, con una sonrisa y una mirada, y le hace ir flotando hasta el suelo. Clay aterriza de pie en la húmeda y cálida tierra. Ninameen le arrastra hacia el centro del anfiteatro, donde ya están reunidos los otros cinco. Todos han adoptado la forma femenina. Clay es incapaz de distinguir a Hanmer hasta que los demás pronuncian sus nombres con cascabelera precipitación: Bril, Serifice, Angelon y Ti. Sus cuerpos, esbeltos y desnudos, ondulan y relucen bajo la brillante luz solar. Forman un círculo, cogidos de las manos. Clay cree que se halla entre Serifice y Ninameen.

—¿Qué opinas, somos los buenos o los malos? —dice Serifice, suponiendo que sea ella, con un encantador tintineo.

Ninameen contiene la risa.

—¡No le confundáis! —grita alguien del círculo, la hembra que Clay supone es Hanmer.

Pero Clay está confuso.

Temporalmente saciado de su lujuria por Ninameen, Clay está obsesionado de nuevo por la rareza de estos seres y se extraña de que sienta interés sexual por ellos pese a que sean tan extraños. ¿Será a causa de alguna peculiaridad del ambiente? ¿O quizá cualquier agujero disponible sirve para el caso cuando estás atrapado por el flujo del tiempo?

Están bailando. Clay baila con ellos, pese a que no puede imitar los elásticos movimientos de esas piernas sin articulaciones. Las manos que agarra se vuelven frías. En su estómago brota un helado nudo de incertidumbre, Clay sabe que el rito de la Abertura de la Tierra está empezando. Un brusco embate de actividad vibra dentro de su cráneo. Su visión se nubla. Sus seis compañeras se lanzan hacia él y le estrujan con sus helados cuerpos. Él nota en la piel los rígidos pezones como si fueran nudos de fuego. Están obligándole a tenderse en el suelo. ¿Se trata de un sacrificio, y él es la víctima?

—Soy Angelon —canturrea Angelon.

—Soy amor —canta Ti—. Soy Ti. Soy amor.

—Soy amor —canta Hanmer—. Soy Hanmer.

—Soy Serifice. Soy amor.

—Soy Bril.

—Soy Angelon.

—Amor.

—Ninameen.

—Soy amor.

—Serifice.

El cuerpo de Clay se está expandiendo. Se está transformando en una malla de finos hilos de cobre que envuelve el planeta entero. Tiene largura y anchura pero no altura.

—Soy Ninameen —canta Ninameen.

El planeta está abriéndose. Clay penetra en él. Lo ve todo.

Ve los insectos en sus nidos y los reptiles nocturnos en sus túneles, ve las raíces de los árboles y arbustos, flores que se entrelazan, se retuercen y se extienden, y ve las rocas subterráneas y las capas de estratificación. Preciosos minerales relucen en la dividida corteza del planeta. Clay localiza lechos de ríos y suelos de lagos. Toca todo y es tocado por todo. Él es el dios durmiente. Él es la primavera que vuelve. Él es el corazón del mundo.

Clay desciende a los estratos más profundos, donde bolsas de petróleo rezuman tristemente a través de las capas de silencioso esquisto, y encuentra doradas pepitas que bullen y revientan, y vadea un claro y manso riachuelo de zafiros. Luego flota hacia la parte del planeta que fue hogar del hombre en una de las generaciones posteriores a la suya, y vaga admirado por vacías calles de pulcros y espaciosos túneles mientras serviciales máquinas matraquean sin cesar y se ofrecen para atender todas las necesidades de Clay.

—Somos amigos del hombre —le dicen- y aceptamos nuestras antiguas obligaciones.

El planeta tiembla y el flujo del tiempo estalla, y en un sorprendente momento Clay ve la ciudad habitada de nuevo: altos mortales de atormentado aspecto atestan los corredores, seres pálidos, de rostros largos y delgados, no muy distintos de los hombres y mujeres de la época de Clay, con la excepción de que sus cuerpos tienen tendencia a ser atenuados y endebles. Clay no lamenta recorrer ese nivel y pasa a las verdaderas entrañas. Ahí está el ardiente magma, los fuegos internos. ¿Aún no te enfrías, viejo planeta? No, ni mucho menos. Carezco de luna y mis mares han variado, pero en el núcleo resplandezco. Los amigos de Clay están muy cerca.

—Soy Bril —musita Serifice.

—Soy Angelon —dice Ti.

Todos son varones y han extraído sus miembros de las vainas. ¿Han venido para fertilizar el núcleo de la Tierra? Brotan nubes de ondulante vapor azul y ocultan a los compañeros de Clay, y él sigue vagando, nadando entre pórfiro, alabastro, sardónice, diabasa, malaquita y feldespato, alanceando los tejidos del mundo como una aguja consciente, hasta que la superficie va acercándose. Clay emerge. Se ha hecho de noche y sus amigos yacen agotados en el anfiteatro; enjambres de doradas avispas adornan sus fláccidos cuerpos, tres varones, tres hembras. En plena exaltación, Clay descubre que puede caminar en el aire. Asciende a una altura de quizá diez metros y, sonriente, anda a grandes y torpes zancadas. ¡Qué fácil es! Todo se reduce a mantener la distancia entre su cuerpo y el suelo. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Recorre la extensión del anfiteatro. Cae flotando hasta que sus pies casi rozan los arbustos y se lanza de nuevo hacia lo alto. Un paso, otro paso, otro más. Vale la pena haber sido arrastrado fuera de rumbo quién sabe cuántos millones de años, para poder andar en el aire de esta forma, no en cierta forma intangible e incorpórea como antes, sino con el mismo y cosquilleante cuerpo.

Clay desciende. Ve la reluciente jaula metálica del esferoide, con su contenido inerme, arrugado y caído. Se acerca y apoya las manos en los brillantes barrotes.

—Nadie debe estar muerto en la noche de la Abertura de la Tierra —dice—. ¡Recobra la fuerza! ¡Ven! ¡Ven! —Clay pone las manos en el espinoso cadáver del esferoide—. ¿Puedes oírme? Te ordeno que vuelvas a la vida, hijo, hija, sobrino, sobrina.

De las profundidades de la abierta Tierra, Clay reclama nueva vida y la bombea al esferoide, que recobra su plenitud, su antigua gordura, se hace liso y firme de nuevo, adopta una tonalidad púrpura, roja, rosada. Vive otra vez. Clay detecta las mudas emanaciones de gratitud.

—Nosotros, los humanos, nos mantenemos unidos —dice Clay al esferoide—. Soy Clay. Mi época es algo anterior a la tuya, anterior al cambio de forma de la raza. Pero, como puedes ver, épocas posteriores lograron el regreso a la disposición original. Esos que duermen allí…, nuestros anfitriones…

Hanmer, Bril, Serifice, Angelon, Ti y Ninameen fluctúan y se hacen indistintos, pasan de macho a hembra y de hembra a macho, se agitan, se aquietan. Todavía están enmarañados en la ceremonia de la Abertura de la Tierra. Clay se pregunta si no debería haberse quedado con ellos, pero decide que, de haberlo hecho, habría perdido el placer del paseo por el aire, y no habría devuelto la vida al esferoide. Ha sido un día de prodigios. Él jamás había conocido tanta dicha.

El delirio de felicidad de Clay no se altera siquiera cuando aparecen arrastrándose los horribles hombres cabra. Él los saluda inclinando la cabeza.

—Soy Clay —explica—. De todos los atrapados por el flujo temporal, yo parezco ser el más antiguo. El esferoide pertenece a una época posterior a la mía. Éstos, naturalmente, forman parte de la variedad de hombre que domina en la actualidad. Y vosotros tres, por lo que deduzco, procedéis de algún período intermedio en que…

Mascullando de forma siniestra, los hombres cabra avanzan hacia él.

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