Larry Niven - Mundo anillo

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Mundo anillo: краткое содержание, описание и аннотация

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El descubrimiento de un mundo hueco que orbita alrededor de una lejana estrella desencadena una tremenda lucha entre la humanidad y otras dos razas en plena expansión imperialista: los titerotes, cobardes e intrigantes, y los kzinti, guerreros feroces. Hasta la misma Tierra se ve amenazada, y sólo el desparpajo y la suerte increíble de la protagonista femenina, que es el centro de la acción, permiten conducir la lucha… a un inesperado desenlace.
El lector siempre puede contar con Larry Niven para refrescarse con un relato de ciencia-ficción heroica al estilo clásico, franqueando distancias inconcebibles, desafiando leyes físicas y gozando con las especulaciones de una imaginación desbordada.

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Luis hurgó en el portaequipajes de su aerocicleta, justo en el momento en que el borde de una pantalla cuadrada comenzaba a rozar el sol. La demostración resultaría aún más espectacular en la oscuridad.

Con el foco muy abierto y a escasa intensidad, Luis proyecto la luz sobre el dignatario, primero, y luego sobre sus cuatro adláteres, para enfocarla finalmente sobre la masa. Nadie pareció impresionarse. Luis intentó ocultar su frustración y apuntó la linterna hacia arriba.

La figurilla que había escogido como blanco se perfiló en el techo de la torre. Parecía una moderna gárgola surrealista. Luis movió el pulgar y la gárgola comenzó a brillar con luz blanco amarillenta. Movió el índice, el rayo se aguzó como un lápiz de verde luz y a la gárgola le apareció un ombligo de un blanco encendido.

Luis se volvió esperando un aplauso.

— Lucháis con luz — dijo el hombre del tatuaje en la mano —.Eso está prohibido.

La multitud gritó y volvió a caer nuevamente en un profundo mutismo.

— No lo sabíamos — dijo Luis —. Pedimos excusas.

— ¿No lo sabíais? ¿Cómo podíais ignorarlo? ¿No fuisteis vosotros los constructores del Arco en memoria de la Alianza con el Hombre?

— ¿Qué arco es ése?

El vello cubría el rostro del hombre, sin embargo su sorpresa era evidente:

— ¡El Arco que se alza sobre el mundo!

Al fin Luis comprendió. Soltó una carcajada.

El hombre le dio un torpe puñetazo en la nariz.

Fue un golpe suave, pues el hombre velludo era delgado y sus manos frágiles. Pero le dolió.

Luis no estaba acostumbrado al dolor. La mayoría de los hombres de su siglo nunca habían sentido ningún dolor más intenso que el de un rasguño en un dedo del pie. La anestesia era demasiado corriente, el auxilio médico muy fácil de conseguir. El dolor de un esquiador al fracturarse una pierna no solía durar más de unos pocos segundos, no minutos, y el recuerdo solía quedar relegado al inconsciente como un trauma intolerable. La práctica de las artes marciales, karate, judo, jujitsu y boxeo, había sido declarada ilegal mucho antes de nacer Luis Wu. Luis hubiera sido un luchador desastroso. Se sentía capaz de hacer frente a la muerte, pero no al dolor.

El golpe le hizo daño. Luis gritó y dejó caer su linterna de rayos laser.

El gentío comenzó a agolparse. Doscientos hombres velludos enfurecidos se transformaron en mil demonios; y las cosas comenzaron a resultar menos graciosas de lo que fueron unos momentos antes.

El dignatario delgado como una caña había agarrado a Luis Wu con ambos brazos y empezaba a ahogarle en un histérico apretón. Luis, también presa de la histeria, se zafó de él con un frenético tirón. Montó en la aerocicleta, y ya tenía la mano en la palanca de despegue cuando se impuso la razón.

Las demás aerocicletas estaban acopladas al la suya. Si él despegaba, los demás vehículos también despegaran, con o sin sus pasajeros.

Luis echó un vistazo a su alrededor.

Teela Brown ya estaba en el aire. Se había quedado contemplando la pelea desde arriba con el ceño fruncido en preocupada expresión. Ni se le había ocurrido que podría intentar ayudarles.

Interlocutor había iniciado una frenética actividad. Ya había derribado media docena de enemigos. Mientras Luis le miraba, el kzin blandió su linterna de rayos laser y destrozó el cráneo de un hombre.

Los hombres velludos formaban un círculo indeciso a su alrededor.

Multitud de manos de largos dedos intentaron derribar a Luis de su vehículo. Estaban a punto de conseguir su propósito cuando a Luis se le ocurrió conectar la envoltura sónica.

Los nativos chillaron al sentirse apartados violentamente. Luis escudriñó el aparcamiento en busca de Nessus.

El titerote estaba intentando llegar hasta su aerocicleta. Armado con una barra de metal procedente de alguna vieja máquina, uno de los nativos le cortó el paso.

Cuando Luis les localizó, el hombre blandía la barra sobre la cabeza del titerote.

Nessus esquivó el golpe. Giró sobre sus piernas delanteras, situándose de espaldas al peligro, pero también en dirección contraria a su aerocicleta.

El reflejo de huida del titerote podría ser su muerte, a menos que Interlocutor o Luis lograran ayudarle a tiempo. Luis abrió la boca para gritar y el titerote completó su movimiento giratorio.

Luis cerró la boca.

El titerote avanzó hacia su aerocicleta. Nadie intentó detenerle. El casco trasero iba dejando huellas ensangrentadas sobre la tierra apisonada.

El círculo de admiradores de Interlocutor seguía fuera de su alcance. El kzin les escupió a los pies —un gesto humano, no kzinti—, dio media vuelta y montó en su aerocicleta. Tenía la linterna de rayos laser ensangrentada hasta el codo.

El nativo que había intentado interponerse en el camino de Nessus yacía en el lugar donde cayera. La sangre iba formando un charco a su alrededor.

Los demás estaban en el aire, Luis se encumbró tras ellos. Desde lejos, logró adivinar las intenciones de Interlocutor y le gritó:

— ¡Alto ahí! No es necesario.

Interlocutor blandía el instrumento excavador modificado:

— ¿Tiene que ser necesario? — dijo.

Pero bajó la mano.

— No lo hagas — le imploró Luis —. Sería una masacre. ¿Qué pueden hacernos ahora? ¿Tirarnos piedras?

— Pueden utilizar tu linterna de rayos laser contra nosotros.

— No pueden. Es tabú.

— Eso dijo el dignatario. ¿Le crees?

— Sí.

Interlocutor guardó el arma. Luis suspiró aliviado; temía que el kzin arrasara la ciudad.

— ¿Cómo debió surgir este tabú? ¿Una guerra atómica?

— O un bandido armado con el último cañón de rayos laser del Mundo Anillo. Es una lástima que no se lo podamos preguntar a nadie.

— Te está sangrando la nariz.

Luis advirtió de pronto unas fuertes punzadas de dolor en la nariz. Acopló su aerocicleta a la de Interlocutor y comenzó a hacerse una cura. Abajo, un gentío enfurecido y desconcertado llenaba los campos cercanos a Zignamuclikclik.

13. Señuelos para atraer vástagos de las estrellas

— Deberían haber caído de rodillas — se lamentó Luis Wu —. Es lo que me ha despistado. Y la traducción que decía «constructor» cuando en realidad la palabra adecuada era «dios».

— ¿Dios?

— Los ingenieros que construyeron el Mundo Anillo se han convertido en dioses para ellos. Tendría que haberme llamado la atención el silencio. ¡Nej! Excepto el sacerdote, los demás permanecían callados como en misa. Todos parecían escuchar una antigua letanía. Pero, yo no daba pie con bola.

— Una religión. ¡Qué raro! Pero no tendrías que haberte reído — dijo con expresión severa la imagen de Teela en el intercom —. Nadie se ríe en la iglesia, ni siquiera los turistas.

Volaban bajo un cacho cada vez más pequeño de sol de mediodía. En el firmamento veían brillar el Mundo Anillo sobre su propia superficie con sus relucientes franjas azules, cada vez más nítidas.

— En ese momento me pareció gracioso — explicó Luis —. Aún me lo parece. Han olvidado que viven en un anillo. Creen que es un arco.

Un sonido siseante penetró en la envoltura sónica. Por un instante quedaron envueltos en una especie de huracán, luego el ruido cesó bruscamente. Habían cruzado la barrera del sonido.

Zignamuclikclik se fue perdiendo en la distancia. La ciudad nunca conseguiría descargar sus iras sobre los demonios. Lo más probable era que no volviera a verlos.

— Parece un arco — dijo Teela.

— De acuerdo. No debí reírme. Con todo, tenemos suerte.

— Podemos dejar atrás nuestros errores — dijo Luis —. Todo lo que tenemos que hacer es emprender el vuelo. Nada puede atraparnos.

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