Larry Niven - Mundo anillo

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Mundo anillo: краткое содержание, описание и аннотация

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El descubrimiento de un mundo hueco que orbita alrededor de una lejana estrella desencadena una tremenda lucha entre la humanidad y otras dos razas en plena expansión imperialista: los titerotes, cobardes e intrigantes, y los kzinti, guerreros feroces. Hasta la misma Tierra se ve amenazada, y sólo el desparpajo y la suerte increíble de la protagonista femenina, que es el centro de la acción, permiten conducir la lucha… a un inesperado desenlace.
El lector siempre puede contar con Larry Niven para refrescarse con un relato de ciencia-ficción heroica al estilo clásico, franqueando distancias inconcebibles, desafiando leyes físicas y gozando con las especulaciones de una imaginación desbordada.

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— Hay errores que siempre nos persiguen — dijo Interlocutor-de-Animales.

— Es curioso que seas tú quien lo diga. — Luis se rascó la nariz pensativo; la tenía más insensible que un bloque de madera. Cuando se disipara el efecto del anestésico, ya estaría curada.

Por fin se decidió a hablar:

— ¿Nessus?

— Sí, Luis.

— Cuando estábamos allí observé una cosa. Decías que estabas loco, pues das muestras de valor. ¿Verdad?

— Hablas con mucho tacto, Luis. Tu delicadeza…

— Hablo en serio. Al igual que los demás titerotes, has estado sacando deducciones a partir de una premisa falsa. Por instinto, los titerotes dan media vuelta para huir del peligro. ¿No es eso?

— Sí, Luis.

— Pues te equivocas. Un titerote le vuelve instintivamente la espalda al peligro. Pero lo hace para poder hacer uso de la pierna trasera. Ese casco tuyo es un arma mortal, Nessus.

En un solo movimiento, el titerote había girado sobre sus piernas delanteras y había lanzado una coz con la única pierna trasera. Luis recordó que tenía las cabezas echadas hacia atrás y muy separadas, formando un triángulo en torno a su enemigo. Nessus había proyectado su casco directamente al corazón de un hombre y lo había hecho salir despedido a través de la espina dorsal astillada.

— No podía salir corriendo — explicó Nessus —. Ello me hubiera alejado de mi vehículo. Era demasiado arriesgado.

— Pero en ese momento no te detuviste a pensarlo — insistió Luis —. Fue un gesto instintivo. Automáticamente volvéis la espalda al enemigo. Os volvéis y dais una coz. Los titerotes cuerdos dan media vuelta para luchar, no para huir. No estás loco.

— Te equivocas, Luis. La mayoría de los titerotes huyen del peligro.

— Pero…

— La mayoría siempre es cuerda, Luis.

¡Animal gregario! Luis desistió. Levantó la mirada justo a tiempo para ver desaparecer el último trocito de sol.

Hay errores que siempre nos persiguen…

Pero Interlocutor debía de referirse a otra cosa al pronunciar esa frase. ¿A qué?

En el cenit se apiñaba un anillo de rectángulos negros. El que ocultaba el sol estaba rodeado de una aureola color perla. Encima se alzaba el arco parabólico del Mundo Anillo, azul contra el cielo sembrado de estrellas.

El conjunto parecía obra de un niño pequeño que se hubiera puesto a ordenar las piezas de un juego de Construcción de Ciudades sin saber exactamente lo que hacía.

Cuando emprendieron la huida de Zignamuclikclik, Nessus iba conduciendo el grupo de aerocicletas. Luego le había pasado el mando a Interlocutor. Llevaban toda la noche volando. Por fin, sobre sus cabezas, un resplandor más intenso en un extremo de la pantalla central les indicó la proximidad del alba.

Durante todas esas horas de vuelo, Luis había ideado una forma de visualizar la escala del Mundo Anillo.

Se basaba en una proyección de Mercator del planeta Tierra —igual que los mapas murales rectangulares de uso corriente en las escuelas— en la que el ecuador apareciera representado en escala 1:1, de modo que una persona situada en el ecuador vería exactamente lo mismo que si estuviera sobre la verdadera Tierra. Pero, sobre la extensión del Mundo Anillo podían trazarse cuarenta mapas como ése, uno a continuación del otro.

Un mapa como el que estaba imaginando tendría. una superficie superior a la de la Tierra. Sin embargo, después de delimitarlo sobre la topografía del Mundo Anillo, bastaría apartar la vista un instante, para ser luego incapaz de volver a localizarlo.

Las herramientas que sirvieron para construir el Mundo Anillo permitían efectos aún más interesantes. Esa pareja de océanos salados, uno a cada lado del anillo, tenían una superficie mayor que la de cualquier mundo del espacio humano. A fin de cuentas, los continentes no eran más que inmensas islas. Hubiera sido posible incluir toda la Tierra en uno de esos océanos y aún hubiera sobrado espacio en las orillas.

«No debí reírme — pensó Luis —. A mí mismo me ha costado bastante llegar a hacerme una idea de la escala de este… artefacto. ¿Por qué esperar una mayor perspicacia en los nativos?» Nessus había sido el primero en darse cuenta. Dos noches atrás, cuando vieron el arco por primera vez, Nessus gritó e intentó esconderse.

— Oh, nej, qué más da…

No tenía importancia. Y menos cuando se podían dejar atrás todos los errores a una velocidad de casi dos mil kilómetros por hora.

Interlocutor l amó a Luis y le transfirió el mando de la flotilla. Luis se puso al mando mientras Interlocutor descabezaba un sueño.

Y comenzó a amanecer a mil doscientos kilómetros por segundo.

La línea que separa el día de la noche se llama terminátor. El terminátor de la Tierra resulta visible desde la Luna y también cuando uno está en órbita; pero no puede verse desde la superficie de la propia Tierra.

No obstante, las líneas rectas que dividían la luz de la oscuridad sobre el arco del Mundo Anillo eran todas terminátores.

La línea divisoria fue acercándose a la flotilla de aerocicletas desde giro. Se extendía desde el suelo hasta el cielo, desde babor-infinito hasta estribor-infinito. Parecía una visión del destino, algo así como una pared ambulante demasiado grande para circundarla.

Por fin les alcanzó. El halo relució sobre sus cabezas, luego comenzó a proyectar un intenso resplandor a medida que el retroceso de la pantalla dejaba al descubierto un reborde del disco solar. Luis contempló la noche que se extendía a su izquierda, y el día, a su derecha, mientras la sombra divisoria iba retrocediendo a lo largo de una infinita llanura. Curioso amanecer, con su coreografía que parecía hecha ex profeso para Luis Wu, el turista.

A lo lejos, en dirección a estribor, más allá del lugar donde la tierra se transformaba en bruma indefinida, comenzaron a dibujarse nítidamente los contornos de un picacho iluminado por la luz del sol naciente.

— Puño-de-Dios — dijo Luis Wu, arrastrando cada una de las palabras —. ¡Buen nombre para la mayor montaña del mundo!

Luis Wu, el hombre, se sentía dolorido. Si su cuerpo no conseguía adaptarse pronto a las nuevas circunstancias, se le agarrotarían las articulaciones y quedaría doblado para siempre como un cuatro. Por otra parte, sus bloques de comida comenzaban a saber a eso, a bloques. Y aún tenía la nariz algo insensible. Y seguía sin poder beber café.

Pero Luis Wu, el turista, estaba en la gloria.

Por ejemplo, había descubierto la mecánica del reflejo de huida de los titerotes. Nadie había imaginado nunca que pudiera ser también un reflejo agresivo. Nadie, excepto Luis Wu.

Y el señuelo para atraer vástagos de las estrellas. ¡Qué cosa más poética para soltar por ahí! Un procedimiento sencillo, inventado milenios atrás, según había dicho Nessus. Y a ningún titerote se le había ocurrido mencionar su existencia, hasta el día anterior.

Pero los titerotes estaban negados para la poesía.

¿Sabrían los titerotes por qué seguían las naves Forasteras a los vástagos de las estrellas? ¿Guardaban maliciosamente el secreto? ¿O lo habían descartado por considerarlo irrelevante para resolver el problema de sobrevivir eternamente?

Nessus había desconectado su aerocicleta del circuito de intercom. Probablemente dormía. Luis le hizo una señal, de modo que al despertar el titerote viera la luz encendida en su panel y le l amara.

¿Lo sabría?

Los vástagos de las estrellas: seres irracionales que poblaban el núcleo de la galaxia en gran número. Su metabolismo era el fénix solar, se alimentaban de la tenue capa de hidrógeno existente en el espacio interestelar. Su fuerza motriz era una vela de fotones, enorme y con una intensa reflexión, controlada igual que un paracaídas para zambullidas aéreas. Normalmente, los vástagos de las estrellas emigraban fuera del eje de la galaxia hasta los extremos del espacio intergaláctico, para poner allí sus huevos, y luego regresaban sin ellos. Los polluelos recién nacidos debían encontrar el camino de regreso sin ayuda, remontando el viento de fotones hasta l egar al núcleo caliente, rico en hidrógeno.

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