Larry Niven - Mundo anillo

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Mundo anillo: краткое содержание, описание и аннотация

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El descubrimiento de un mundo hueco que orbita alrededor de una lejana estrella desencadena una tremenda lucha entre la humanidad y otras dos razas en plena expansión imperialista: los titerotes, cobardes e intrigantes, y los kzinti, guerreros feroces. Hasta la misma Tierra se ve amenazada, y sólo el desparpajo y la suerte increíble de la protagonista femenina, que es el centro de la acción, permiten conducir la lucha… a un inesperado desenlace.
El lector siempre puede contar con Larry Niven para refrescarse con un relato de ciencia-ficción heroica al estilo clásico, franqueando distancias inconcebibles, desafiando leyes físicas y gozando con las especulaciones de una imaginación desbordada.

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— No tiene importancia. ¿Puedes l evarnos a tierra? Sufre trance de la Meseta.

— No comprendo.

— De momento llévanos a tierra.

Se lanzaron en picado desde mil quinientos metros de altura. Luis se mareó un poco con la caída libre hasta que Interlocutor volvió a darles impulso. Observó la imagen de Teela en busca de alguna reacción, pero en vano. Seguía serena e impasible. Tenía las comisuras de la boca ligeramente levantadas.

Luis se encolerizó durante el descenso. Sabía alguna cosa sobre la hipnosis: los datos y curiosidades desperdigados que suele ir acumulando un hombre a lo largo de doscientos años de observar el tride. Si pudiera recordar…

A sus pies tenían un paisaje salvaje, exuberante, el tipo de paisaje que los terrícolas buscan en los mundos colonizados.

En medio de este paisaje se distinguía un arroyo.

— Intenta llevarnos hasta un valle — le dijo Luis a Interlocutor —. ¡Quiero apartarla de la visión del horizonte!

— De acuerdo. Tú y Nessus podríais desconectaros del circuito de acoplamiento y seguirme con el manual. Yo me ocuparé de hacer aterrizar a Teela.

El rombo de aerocicletas se rompió para luego reorganizar la formación. Interlocutor puso rumbo a babor-giro, en dirección al arroyo que Luis había localizado antes. Los demás le siguieron.

Todavía estaban descendiendo cuando cruzaron el arroyo. Interlocutor torció hacia giro para seguir el curso de agua. Iban casi rozando las copas de los árboles. Buscaron una ribera libre de árboles.

— Las plantas se parecen mucho a las de la Tierra — observó Luis. Los extraterrestres murmuraron su asentimiento.

El arroyo formaba una curva.

Los nativos estaban en el medio de un ensanchamiento del río. Parecían muy atareados con una red de pescar. Levantaron la vista, al aparecer la formación de aerocicletas y se limitaron a soltar la red y a quedárselos mirando boquiabiertos.

Luis, Interlocutor y Nessus tuvieron la misma reacción. Se remontaron a toda velocidad. Los nativos se convirtieron en puntitos. El exuberante y denso bosque se difuminó en un conjunto de manchas.

— Acoplaos a mi vehículo — ordenó Interlocutor con inconfundible voz de mando —. Ya aterrizaremos en otra parte.

Tenía que haber aprendido a dar órdenes de esa forma… rigurosamente estudiada para emplearla en las relaciones con los humanos. Las obligaciones de un embajador eran realmente muy diversas, reflexionó Luis.

Teela no parecía haber notado nada.

— ¿Y bien? — dijo Luis.

— Eran hombres — declaró Nessus.

— ¿Tú también los has visto? Por un momento creí sufrir alucinaciones. ¿Cómo pueden haber l egado unos hombres hasta aquí?

No intentaron darle una respuesta.

12. El Puño-de-Dios

Habían aterrizado en una zona despoblada rodeada de bajas colinas. Ahora que las colinas ocultaban el falso horizonte y la luz del día hacía invisible el Arco, nada diferenciaba el lugar de un paisaje de cualquier mundo humano. La hierba no era exactamente hierba, pero era verde y formaba una alfombra sobre aquellas partes que deberían estar cubiertas de hierba. Había tierra y rocas, y arbustos con verdes hojas y nudosidades prácticamente en el lugar justo.

La vegetación, como ya había señalado Luis, tenía un inquietante parecido con la de la Tierra. Había matorrales donde uno esperaba encontrar matorrales, y zonas desnudas justo donde uno esperaba hallarlas. Los instrumentos de sus aerocicletas indicaban que las plantas eran semejantes a las terrestres incluso a nivel molecular. Del mismo modo como Luis e Interlocutor poseían algún remoto antepasado unicelular común, los árboles de este mundo también podían considerarse emparentados con ambos.

Había una planta muy idónea para la construcción de setos vivos. Tenía el tallo leñoso y crecía con una inclinación de cuarenta Y cinco grados, a cierta altura le brotaba un manojo de hojas, luego crecía hacia abajo con el mismo ángulo, al l egar al suelo echaba raíces, luego volvía a subir con una inclinación de cuarenta y cinco grados… Luis había visto una planta parecida en Gumi-nidgy; pero aquí la hilera de triángulos era de color de corteza con hojas de un verde reluciente, los colores de la vida terrestre. Luis la denominó planta acodada.

Nessus había comenzado a explorar el pequeño bosque y recogía plantas e insectos para analizarlos en el minilaboratorio de su vehículo. Llevaba su traje de supervivencia, un globo transparente con tres botas y dos guantes-bozal. Nada del Mundo Anillo podría atacarle sin atravesar antes esa barrera: ni un animal de presa, ni un insecto, ni un granito de polen, ni una espora micótica, ni una molécula vírica.

Teela Brown seguía montada en su aerocicleta con sus largas y delicadas manos suavemente apoyadas sobre los mandos. Tenía las comisuras de la boca ligeramente levantadas. Permanecía erguida como para hacer frente a la aceleración de la aerocicleta, relajada pero alerta, y toda su silueta quedaba perfectamente dibujada, como si estuviera posando para un estudio de figura. Sus verdes ojos parecían traspasar a Luis Wu y la barrera de bajas colinas, y continuaban como fijos en el infinito del horizonte abstracto del Mundo Anillo.

— No lo entiendo — dijo Interlocutor —. ¿Qué le ocurre exactamente? No está dormida, sin embargo parece curiosamente incapaz de reaccionar.

— Hipnosis de la carretera — dijo Luis Wu —. Saldrá del trance por sí sola.

— ¿No corre peligro?

— Aquí no. Temía que pudiera caer de su aerocicleta o hacer alguna tontería con los mandos. En tierra firme está bastante segura.

— Pero, ¿por qué nos mira con tanta indiferencia?

Luis intentó explicárselo.

En el cinturón de asteroides de Sol, los hombres pasaban la mitad de su vida conduciendo naves individuales entre las rocas.

Se servían de las estrellas para orientarse. Los mineros del cinturón de asteroides pasaban horas seguidas mirando las luces del cielo: los brillantes y fugaces arcos que forman las naves individuales con sus motores de fusión, las lentas luces flotantes de los asteroides más próximos y los puntos fijos de las estrellas y las galaxias.

El espíritu de esos hombres puede extraviarse entre las estrellas blancas. Horas más tarde, alguno advierte que su cuerpo ha seguido guiando su nave automáticamente, mientras su mente vagaba por zonas que sería incapaz de recordar. Este estado es conocido como la mirada perdida entre los mineros. Puede ser peligroso. A veces, el espíritu ya nunca más regresa al cuerpo.

En la gran meseta lisa del monte Lookitthat, uno puede asomarse a la ladera que da sobre el vacío y mirar al infinito, ahí en el fondo. La montaña tiene sólo sesenta y cinco kilómetros de altitud; pero el ojo humano puede l egar a ver el infinito en la sólida bruma que oculta la base de la montaña.

La bruma que flota en el vacío es blanca, informe y uniforme. Se extiende sin solución de continuidad desde la ladera aflautada de la montaña hasta el horizonte del mundo. Es un vacío capaz de apoderarse de la mente humana y atraparla en sus redes, mientras la persona permanece paralizada y estasiada al borde de la eternidad hasta que alguien se la lleva de allí. Lo llaman trance de la Meseta.

El horizonte del Mundo Anillo también…

— Pero todo es mera autohipnosis — dijo Luis. Miró a la muchacha directamente a los ojos. Teela se agitó incómoda —. Probablemente podría hacerla salir del trance, pero, ¿para qué correr el riesgo? Más vale que siga durmiendo.

— No comprendo la hipnosis — dijo Interlocutor-de-Animales —. Me han explicado lo que es, pero es algo que escapa a mi comprensión.

Luis hizo un gesto de asentimiento:

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