Larry Niven - Mundo anillo

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Mundo anillo: краткое содержание, описание и аннотация

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El descubrimiento de un mundo hueco que orbita alrededor de una lejana estrella desencadena una tremenda lucha entre la humanidad y otras dos razas en plena expansión imperialista: los titerotes, cobardes e intrigantes, y los kzinti, guerreros feroces. Hasta la misma Tierra se ve amenazada, y sólo el desparpajo y la suerte increíble de la protagonista femenina, que es el centro de la acción, permiten conducir la lucha… a un inesperado desenlace.
El lector siempre puede contar con Larry Niven para refrescarse con un relato de ciencia-ficción heroica al estilo clásico, franqueando distancias inconcebibles, desafiando leyes físicas y gozando con las especulaciones de una imaginación desbordada.

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Interlocutor se descolgó por la cuerda, aterrizó sobre sus pies y avanzó un par de pasos, con la cautela de un gato y haciendo equilibrios como una bailarina. Nessus bajó agarrándose a la cuerda con los dientes de ambas bocas. Aterrizó en posición de trípode.

Ninguno de los dos dio señales de haber advertido la expresión compungida de Teela. Permanecieron bajo el fuselaje ladeado del «Embustero» y miraron a su alrededor.

Estaban en una hondonada poco profunda. El suelo era de un gris translúcido y perfectamente plano y liso, como una enorme mesa recubierta de vidrio. Más allá, a un centenar de metros de la nave, se alzaba un círculo de suaves pendientes de lava negra. A Luis le pareció que la lava fluía bajo sus ojos. Decidió que aún debía de estar caliente por efecto del impacto del «Embustero».

Luis intentó ponerse en pie. Se levantó poco a poco hasta conseguir una posición de precario equilibrio, incapaz de moverse.

Interlocutor-de-Animales desenfundó su linterna de rayos laser y disparó a un punto próximo a sus pies. Todos observaron el punto de luz verde… en silencio. No se oyó el crujido del material sólido al explotar y vaporizarse. En el lugar del impacto no se formó vapor ni humo. Cuando Interlocutor apartó el dedo del disparador, la luz desapareció de modo instantáneo; el lugar del impacto no quedó incandescente, ni se veía ningún tipo de señal.

Interlocutor emitió su veredicto:

— Estamos en una hondonada excavada por nuestra propia nave al chocar. El material base del anillo debe de haber detenido nuestra caída. ¿Tú qué opinas, Nessus?

— Es un material desconocido — respondió el titerote —. No parece retener el calor. Sin embargo, no es una variante del fuselaje de Productos Generales, ni tampoco un campo estático de diseño esclavista.

— Necesitaremos protección para escalar las paredes — dijo Luis. No le interesaba particularmente el material base del anillo. No en esos momentos —. Más vale que os quedéis aquí, mientras yo intento subir.

A fin de cuentas, era el único que l evaba un traje de presión antitérmico.

— Voy contigo — dijo Teela. Avanzó sin esfuerzo y se colocó junto a Luis. Él se apoyó pesadamente en ella y fue avanzando a trompicones, pero sin caerse, hasta la pendiente de lava negra.

La lava no era difícil de escalar, pese a su inclinación.

— Gracias — dijo Luis, y comenzó a subir. No tardó mucho en advertir que Teela le seguía. No dijo nada. Cuanto antes aprendiera a mirar primero y saltar después, mayores serían sus expectativas de vida.

Habían subido unos diez metros cuando Teela soltó un chillido y comenzó a bailotear. Dio media vuelta al instante y echó a rodar pendiente abajo. En cuanto tocó el suelo del anillo comenzó a deslizarse como sobre patines de hielo. Continuó deslizándose y resbalando, hasta que consiguió dar media vuelta con las manos en las caderas. Entonces ella le miró con ojos l enos de decepción, agravio y rencor.

Podría haber sido peor, se dijo Luis. Habría podido resbalar y caer, quemándose las manos desnudas… y aun en ese caso no se arrepentiría de su proceder. Siguió escalando, mientras procuraba reprimir desagradables sensaciones de culpa.

El banco de lava debía de tener unos doce metros de altura. Una vez arriba acababa en una arena blanca muy limpia.

Habían caído en un desierto. Luis escudriñó los alrededores y no logró vislumbrar ni una mancha verde de vegetación ni un poco de azul-agua. Desde luego, estaban de suerte. El «Embustero» también hubiera podido caer sobre una ciudad.

¡O sobre varias ciudades! La nave había abierto una gran hondonada…

Se extendía varios kilómetros sobre la blanca arena. A lo lejos, más allá del extremo de la hondonada, comenzaba otra. La nave había rebotado varias veces. La hondonada donde había aterrizado el «Embustero» se prolongaba hasta convertirse en poco más que una línea de puntos, un rastro… Luis siguió ese rastro con la vista y se encontró mirando hacia el infinito.

El Mundo Anillo no tenía horizonte. No había una línea curva que separase la tierra del cielo. Tierra y cielo más bien parecían fundirse en una región en la cual detalles del tamaño de los continentes hubieran quedado reducidos a simples puntos, donde todos los colores se integraban gradualmente en el azul del cielo. Sus ojos parecían pegados al punto de fuga. Al fin consiguió parpadear.

Como la neblina que se perdía en el vacío en el monte Lookitthat hacía varias décadas y a varios siglos luz de ahí… como las profundidades no distorsionadas del espacio, tal como había podido verlas un minero del cinturón de asteroides en una nave individual…, el horizonte del Mundo Anillo podía apoderarse fácilmente del ojo y la mente de un hombre antes de que éste advirtiera el peligro.

Luis se volvió hacia la hondonada:

— ¡El mundo es plano! — gritó. Los demás le miraron —. Hemos dejado un buen rastro en nuestra caída. No veo ningún ser viviente por los alrededores, conque estamos de suerte. La tierra salió despedida en los lugares donde chocamos; puedo distinguir una serie de pequeños cráteres, meteoritos secundarios, a lo largo de nuestro recorrido. — Se volvió —. En las demás direcciones… — y se quedó con la palabra en la boca.

— ¿Luis?

— ¡Nej! Nunca había visto una montaña tan grande.

— ¡Luis!

Había hablado en voz demasiado baja.

— ¡Una montaña! — gritó —. ¡Ya me diréis cuando la veáis! Los ingenieros que construyeron el Mundo Anillo quisieron tener una gran montaña en su mundo, una montaña excesivamente grande para ser útil. Demasiado alta para plantar café o árboles, incluso excesiva para el esquí. ¡Es magnífica!

Era magnífica. Una montaña, más o menos cónica, perfectamente aislada, no integrada en ninguna cordillera. Parecía un volcán, un falso volcán, pues bajo el Mundo Anillo no había magma capaz de formar volcanes. Su base se perdía en la bruma. En las laderas próximas a la cumbre se distinguía claramente lo que debía ser aire enrarecido, y la cumbre misma presentaba el resplandor de la nieve: nieve sucia, no tenía el fuerte brillo de la nieve limpia. Tal vez fuesen nieves eternas.

En los contornos del pico se divisaba una claridad cristalina. ¿Tal vez asomaba fuera de la atmósfera? Una montaña verdadera de esas dimensiones se hundiría bajo su propio peso; pero esta montaña no debía ser más que un molde hueco hecho del material base del anillo.

— Creo que voy a hacer buenas migas con los ingenieros del Mundo Anillo — se dijo Luis Wu. No había ningún motivo lógico para que un mundo construido a medida incluyera una montaña como ésa. Sin embargo, todo mundo debía poseer al menos una montaña imposible de escalar.

Los demás le esperaban bajo la curva del fuselaje. La andanada de preguntas que le lanzaron podían resumirse en una:

— ¿Algún rastro de civilización?

— No.

Le hicieron describir todo lo que había visto. Fijaron cuatro puntos cardinales. Llamaron giro la dirección que marcaba el rastro trazado por el «Embustero» al caer. Y antigiro la dirección contraria, hacia la montaña. Babor y estribor quedarían respectivamente a la izquierda y la derecha de una persona situada mirando en la dirección de giro.

— ¿Pudiste distinguir alguno de los muros exteriores del anillo, a babor o estribor?

— No. Y no logro entenderlo. Debían estar allí.

— Mala suerte — dijo Nessus.

— Imposible. Allí arriba puede verse a miles de kilómetros de distancia.

— No es imposible. Sólo una desafortunada coincidencia.

Y luego otra vez:

— ¿No viste nada más allá del desierto?

— No. Muy a lo lejos, en dirección a babor, vislumbré una tenue franja azul. Tal vez sea un océano. Aunque también podría ser simplemente un efecto óptico debido a la distancia.

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