Larry Niven - Mundo anillo

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Mundo anillo: краткое содержание, описание и аннотация

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El descubrimiento de un mundo hueco que orbita alrededor de una lejana estrella desencadena una tremenda lucha entre la humanidad y otras dos razas en plena expansión imperialista: los titerotes, cobardes e intrigantes, y los kzinti, guerreros feroces. Hasta la misma Tierra se ve amenazada, y sólo el desparpajo y la suerte increíble de la protagonista femenina, que es el centro de la acción, permiten conducir la lucha… a un inesperado desenlace.
El lector siempre puede contar con Larry Niven para refrescarse con un relato de ciencia-ficción heroica al estilo clásico, franqueando distancias inconcebibles, desafiando leyes físicas y gozando con las especulaciones de una imaginación desbordada.

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Con excesiva lentitud. Con la gravedad de la cabina conectada para compensar entre cero y treinta gravedades de tracción, los canales semicirculares eran incapaces de captar el movimiento. El tiempo transcurría en el vacío y Luis comenzó a sentir deseos de morderse las uñas, por primera vez desde que dejaran la Tierra.

Por fin el borde del anillo quedó situado perpendicularmente al «Embustero». Interlocutor accionó los motores inertes y frenó la nave hasta situarla en una órbita circular en torno al sol; luego comenzó a planear lentamente hacia el borde del anillo.

Nada se movía.

El reborde exterior del Mundo Anillo fue aumentando de tamaño y, de una fina línea que ocultaba algunas estrellas, pasó a convertirse en un muro negro. Un muro de más de mil kilómetros de altura, sin relieve, aunque cualquier accidente hubiera quedado borrado por la velocidad. La pared, que cubría unos noventa grados de su campo visual, iba girando a sus pies, a unos ochocientos kilómetros de distancia y a la endiablada velocidad de 1.200 kilómetros por segundo. Sus bordes convergían en el horizonte, en puntos en el infinito situados en uno y otro extremo del universo; y desde cada extremo del horizonte se alzaba verticalmente una fina línea azul cielo.

Contemplar esos puntos infinitos era como entrar en otro universo, un universo de líneas verdaderamente rectas, ángulos rectos y otras abstracciones geométricas. Luis se quedó como hipnotizado, con los ojos fijos en ese punto. ¿Qué punto era, el fin o el origen? ¿El muro negro aparecía o desaparecía en esa zona de confluencia?

…algo venía a su encuentro desde el infinito.

Era un saliente, que iba creciendo como otra abstracción a lo largo de la base del muro exterior. Primero apareció el saliente y luego, encima de éste, una hilera de anillos verticales. Los anillos fueron subiendo, directamente hasta el «Embustero», bajo la misma nariz de Luis. Luis cerró los ojos y levantó los brazos para protegerse la cabeza. Oyó un gemido de terror.

Creyó morir en ese instante. Pasado el momento sin que sobreviniera la muerte, volvió a abrir los ojos. Los anillos iban pasando a su lado en un constante flujo; y Luis observó que no tenían más de ochenta kilómetros de diámetro.

Nessus se había hecho una bola. Teela, con las manos apoyadas en el fuselaje transparente, miraba hacia fuera con ojos y ávidos. Interlocutor seguía impasible, atento al panel de mandos. Tal vez poseía un sentido de las distancias mejor que Luis.

También cabía la posibilidad de que estuviera fingiendo. El gemido podía haber salido muy bien de él.

Nessus se desenrolló. Miró los anillos, que se habían hecho más pequeños y convergentes.

— Interlocutor, debemos equiparar velocidades con el Mundo Anillo. Mantennos en posición con una tracción de una gravedad. Tenemos que inspeccionar esto.

La fuerza centrífuga es una ilusión, una manifestación de la ley de la inercia. La realidad es una fuerza centrípeta, una fuerza aplicada en ángulo recto al vector de velocidad de una masa. La masa resiste, tiende a moverse siguiendo la dirección rectilínea acostumbrada.

Debido a su velocidad y a la ley de la inercia, el Mundo Anillo tendía al desmembramiento. Su estructura rígida impedía que ello sucediera. El Mundo Anillo se autoaplicaba su propia fuerza centrífuga. Para igualar la velocidad de 1.200 kilómetros por segundo, el «Embustero» tenía que equiparar esa fuerza centrípeta.

Interlocutor consiguió igualarla. El «Embustero» quedó suspendido cerca del muro exterior, equilibrado gracias a una fuerza impulsara de 0,992 g y la tripulación procedió a inspeccionar el espaciopuerto.

El espaciopuerto era una estrecha plataforma, tan delgada que parecía una línea sin dimensión hasta que Interlocutor hizo avanzar la nave en sentido lateral. Luego adquirió anchura, una anchura que minimizaba las dimensiones de un par de enormes naves espaciales. Las naves eran cilindros de puntas romas, ambos del mismo diseño: un diseño desconocido, pero que respondía claramente a las características de una nave de fusión con alimentación exterior. Eran naves diseñadas para alimentarse de hidrógeno interestelar que recogían con unas dragas electromagnéticas. Una había sido saqueada en busca de piezas aprovechables y había quedado ahí despanzurrada, con su estructura íntima expuesta a las miradas extrañas.

El borde superior de la nave aún intacta estaba cubierto de ventanas, lo cual les permitió calibrar sus exactas dimensiones. Bajo la luz difusa de las estrellas, las ventanas resplandecían exactamente como azúcar cande sobre un pastel. Miles de ventanas. La nave era grande.

Y estaba a oscuras. Todo el espaciopuerto estaba a oscuras. Tal vez los seres que lo utilizaban no necesitaban luz en las frecuencias «visibles». Pero a Luis Wu el espaciopuerto le pareció abandonado.

— No comprendo qué son esos anillos — dijo Teela.

— Un cañón electromagnético — respondió Luis de un modo casi reflejo.

— Para los despegues.

— No — intervino Nessus.

— ¿No?

— El cañón debe haber servido para el aterrizaje de las naves. Incluso es posible imaginar el método empleado. La nave debe colocarse en órbita paralelamente al muro exterior. No intentará igualar la velocidad del anillo, sino que se situará a unos cuarenta kilómetros de la base del muro exterior. Al girar el anillo, las espirales del cañón electromagnético arrastrarán la nave y la acelerarán hasta alcanzar la velocidad del anillo. Los ingenieros del anillo merecen todos mis respetos. La nave nunca tendría que situarse a una distancia peligrosa del anillo.

— El cañón también podría servir para despegar.

— No. Fíjate en las instalaciones que tenemos a la izquierda…

— ¡Nej! — exclamó Luis Wu.

Las «instalaciones» se reducían a poca cosa más que una puerta corredera de dimensiones suficientes para dar cabida a una de las naves dragadoras.

La cosa cuadraba, 1.200 kilómetros por segundo era la velocidad normal de las naves dragadoras. Las instalaciones de despegue del anillo se reducían a una estructura para lanzar la nave con sus dragadoras de fusión al vacío. El piloto podía comenzar a acelerar en el acto y alejarse.

— Las instalaciones del espaciopuerto parecen abandonadas — dijo Interlocutor.

— ¿Captas utilización de energía?

Mis instrumentos no la perciben. No hay puntos anómalamente calientes, ni se advierte actividad electromagnética. En cuanto a los perceptores que accionan el acelerador lineal, es posible que la energía que empleen sea mínima y resulte imperceptible.

— ¿Qué sugieres?

— Tal vez las instalaciones se conserven en buen estado. Podríamos acercarnos al acelerador lineal e intentar entrar.

Nessus se hizo un ovillo.

— Imposible — dijo Luis —. Lo más probable es que todo el mecanismo se accione mediante una señal en clave, y la desconocemos. Tal vez sólo responda ante un fuselaje metálico. Si intentásemos pasar por el cañón a la velocidad del Mundo Anillo, tocaríamos uno de los aros y lo haríamos saltar todo en pedazos.

— He pilotado naves parecidas en maniobras de guerra simuladas.

— ¿Cuánto tiempo hace de eso?

— Tal vez demasiado. En fin, no tiene importancia. ¿Qué sugieres tú?

— La cara inferior — dijo Luis. Y el titerote se desenrolló en el acto.

Se situaron debajo de la plataforma del Mundo Anillo, siempre a la misma velocidad que éste y contrarrestando su atracción con un impulso de 9,94 metros por segundo.

— Focos — ordenó Nessus.

Los focos tenían un radio de acción de ochocientos kilómetros; pero no lograron saber si la luz había tocado la cara posterior del anillo. En cualquier caso, no regresó. Eran focos de aterrizaje.

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