Estuvieron viajando a hipervelocidades durante toda una semana, en el curso de la cual cubrieron un poco más de dos años luz. Cuando volvieron a entrar en el espacio einsteiniano ya estaban dentro del sistema de la G2 del anillo; y Luis Wu seguía abrigando el mismo inquietante presentimiento.
Alguien estaba absolutamente convencido de que aterrizarían en el Mundo Anillo, ¡nej!
Los mundos de los titerotes avanzaban por el norte galáctico a una velocidad muy próxima a la de la luz. Interlocutor había girado en el hiperespacio hasta situarse al sur galáctico del sol G2. En consecuencia, cuando el «Embustero» salió de la Zona Tenebrosa se encontró navegando directamente hacia el sistema del Mundo Anillo, a gran velocidad.
La estrella G2 era un refulgente punto blanco. En sus viajes de regreso de otras estrellas, Luis había visto brillar a Sol de forma muy parecida desde el borde del sistema solar. Pero esta estrella lucía un halo apenas visible. Luis nunca olvidaría esa primera visión del Mundo Anillo. Desde el borde del sistema, el Mundo Anillo era un objeto perceptible a simple vista.
Interlocutor puso los grandes motores de fusión a toda marcha. Proyectó los discos impulsores achatados fuera del plano del ala y alineó sus ejes con la popa de la nave, añadiendo así su fuerza impulsora a la de los cohetes. El «Embustero» entró marcha atrás en el sistema, con el resplandor de dos soles gemelos, y empezó a desacelerar a doscientas gravedades.
Teela no lo sabía, pues Luis no se lo había explicado. No quería preocuparle. Si la gravedad de la cabina se interrumpiese sólo un instante, todos quedarían aplastados como escarabajos bajo el tacón de una bota.
Pero la gravedad de la cabina funcionaba con discreta perfección. En todo el sistema de supervivencia no se sentía más que una ligera atracción del mundo de los titerotes, y el monótono y apagado ronroneo de los motores de fusión. Éste se filtraba hasta ellos a través de la única abertura existente, un conducto no más grueso que el muslo de un hombre, y, una vez dentro, resonaba por toda la nave.
Incluso a hipervelocidades, Interlocutor prefería desplazarse en una nave transparente. Le gustaba gozar de amplia visibilidad y la Zona Tenebrosa no parecía preocuparle. Conque seguían encerrados en un espacio transparente, a excepción de las cabinas privadas, y no era fácil habituarse a semejante escenario.
La sala de estar y la cabina de control, cuyas paredes, suelo y techo se fundían en una curva continua, no sólo resultaban transparentes sino también invisibles. En el aparente vacío destacaban algunos bloques sólidos: Interlocutor en el diván del piloto, el banco en forma de herradura l eno de botones verdes y anaranjados que le rodeaba, los marcos de neón de las puertas, el grupo de divanes en torno a la mesita, el bloque de cabinas opacas en la popa; y, naturalmente, el triángulo plano del ala. A lo lejos y alrededor de estas formas lucían las estrellas. El universo parecía muy próximo y estático; en efecto, la estrella con el anillo quedaba directamente a popa, tapada por los camarotes, y no podían verla crecer.
El aire olía a ozono y a titerotes.
Nessus, contra todas las expectativas, no se había puesto a temblar aterrorizado cuando sus oídos zumbaron bajo el efecto de las doscientas gravedades, sino que permanecía tranquilamente sentado con los demás en torno a la mesita del salón. Si algo le inquietaba, lo ocultaba muy bien.
— No tendrán hiperondas — les estaba diciendo —. Las matemáticas del sistema permiten pronosticarlo sin error posible. La hiperonda es una generalización de las matemáticas de la hipervelocidad y es imposible que conozcan la hipervelocidad. — Sin embargo, podrían haber descubierto las hiperondas por casualidad.
— No, Teela. Podemos probar las bandas de hiperondas, puesto que no nos queda otra posibilidad hasta haber desacelerado, pero…
— ¡Nej! ¡Esperar, siempre esperar! — Teela se levantó bruscamente y abandonó el salón a paso rápido.
Luis se encogió dé hombros cuando el titerote le miró desconcertado.
Teela estaba de un humor de perros. Toda esa semana de viaje a hipervelocidad la había aburrido mortalmente, y la perspectiva de otro día y medio de inactividad, hasta que la nave hubiera desacelerado, casi la hizo subirse por las paredes. ¿Pero qué podía hacer Luis? ¿No esperaría que él cambiara las leyes de la física?
— Habrá que tener paciencia — ratificó Interlocutor. Hablaba desde la cabina de mandos y tal vez no hubiera captado la inflexión en las últimas palabras de Teela —. Ninguna señal en las bandas de hiperondas. Puedo aseguramos que los ingenieros del Mundo Anillo no están intentando comunicarse con nosotros a través de ninguna forma conocida de hiperonda. El tema de las comunicaciones ocupaba casi todas sus conversaciones. Mientras no consiguieran ponerse en contacto con los ingenieros del Mundo Anillo, su presencia en ese sistema habitado tendría todas las trazas de un acto de piratería. Hasta entonces no habían tenido indicios de que alguien les hubiera detectado.
— He dejado los receptores conectados — dijo Interlocutor —. Si tratan de comunicarse por frecuencias electromagnéticas, en seguida lo sabremos.
— Pero no lo sabremos si intentan lo más lógico — replicó Luis.
— Tienes razón. Muchas especies han empleado la banda de hidrógeno frío en busca de mentes distintas situadas en la órbita de otras estrellas.
— Como los kdatlyno, que así pudieron descubrirnos.
— Y luego nosotros conseguimos esclavizarles.
La radio interestelar zumbaba con el sonido de las estrellas. En cambio la banda de veintiún centímetros permanecía convenientemente silenciosa, barrida de toda interferencia por infinitos años luz cúbicos de hidrógeno interestelar frío. Era la banda más idónea para cualquier especie interesada en establecer contacto con una raza extraña. Por desgracia, el hidrógeno caliente como una nova que desprendía el «Embustero» tenía inutilizada esa banda.
— No olvides — dijo Nessus — que nuestra órbita de caída libre no debe cruzarse con el anillo en sí.
— Me lo has dicho más de mil veces, Nessus. Tengo una memoria excelente.
— Debemos procurar que los habitantes del Mundo Anillo no nos consideren una amenaza. Confío que no lo olvidarás.
— Eres un titerote. No confías en nada — dijo Interlocutor.
— Calma, calma — dijo Luis con voz cansada. En esos momentos no estaba para quisquillas. Se retiró a dormir en su camarote.
Fueron pasando las horas. El «Embustero» iba cayendo cada vez más lentamente hacia la estrella con el anillo, precedido por chorros paralelos de luz y calor de nova.
Interlocutor no descubrió el menor indicio de que alguna luz coherente estuviera incidiendo sobre la nave. O bien los anillícolas no habían percibido aún el «Embustero», o no poseían lasers de comunicación.
Durante la semana transcurrida en el hiperespacio, Interlocutor había pasado muchas horas muertas en compañía de los humanos. Luis y Teela se encontraban a gusto en el camarote del kzin: les resultaba agradable la gravedad ligeramente más elevada y los grabados que representaban una selva de un color naranja-amarillento y antiguas fortalezas construidas por otra especie, así como los penetrantes y siempre cambiantes olores de un mundo extraño. Su propio camarote estaba decorado sin ninguna fantasía, con paisajes de ciudades y mares cultivados semicubiertos de algas genéticamente manipuladas. Al kzin le gustaba ese camarote más que a ellos.
Incluso habían intentado comer una vez en el camarote del kzin. Pero éste devoraba como un lobo hambriento y se quejó de que la comida humana olía a basura quemada, y en eso quedó el experimento.
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