En esos momentos, Teela e Interlocutor estaban charlando en voz baja en un extremo de la mesa del salón. Luis escuchaba el silencio y el distante estrépito de los motores de fusión. Ya estaba acostumbrado a que su vida dependiera del buen funcionamiento del sistema de gravedad de una cabina. Su propio yate espacial alcanzaba las treinta gravedades. Pero su yate empleaba reactores inertes que no hacían ruido.
— Nessus — dijo en medio del crepitar de soles encendidos.
— Dime, Luis.
— ¿Sabes algo que nosotros ignoremos sobre la Zona Tenebrosa?
— No entiendo tu pregunta.
— El hiperespacio te aterra. En cambio no te asusta esta caída a través del espacio montado sobre una columna de fuego. Tu especie construyó el «Tiro Largo»; deben de saber algo que nosotros ignoramos sobre el hiperespacio.
— Tal vez. Es posible que hayamos averiguado algo.
— ¿Qué? A menos que sea uno de vuestros preciados secretos.
Interlocutor y Teela también estaban escuchando. Las orejas del kzin, que normalmente guardaba dobladas bajo unos pliegues de su pelambre, estaban extendidas cual traslucidos parasoles color rosa.
— Sabemos que no hay ninguna parte inmortal en nosotros — explicó Nessus —. No entraré en el caso de tu raza. No es de mi incumbencia. Mi especie no posee ninguna parte inmortal. Nuestros científicos lo han demostrado. Tememos a la muerte, pues la sabemos definitiva.
— ¿Y bien…?
— Las naves desaparecen en la Zona Tenebrosa. Ningún titerote se aproximaría a una singularidad a hipervelocidades; pese a ello, continuaban registrándose desapariciones, hablo de cuando nuestras naves aún iban pilotadas. Tengo confianza en los ingenieros que construyeron el «Embustero». Por tanto, confío en la gravedad de la cabina. No fallará. Pero los ingenieros también temen la Zona Tenebrosa.
Y otra noche transcurrió en la nave; Luis durmió poco y mal y tuvo espectaculares sueños. Y luego pasó también un día, y a Luis y Teela empezó a hacérseles insoportable su mutua compañía. La chica no tenía miedo. Luis comenzaba a sospechar que jamás la vería asustada. Sólo sentía un mortal aburrimiento…
Ese atardecer la estrella con el anillo comenzó a asomar detrás del bloque macizo de los camarotes individuales y al cabo de media hora pudieron verla en su totalidad. Era blanca y pequeña, de un brillo ligeramente menos intenso que el de Sol y la rodeaba una finísima línea de un tenue azul eléctrico.
Todos se agolparon detrás de Interlocutor cuando comenzó a activar la pantalla panorámica. Logró centrar la línea azul eléctrico de la superficie interior del Mundo Anillo, apretó el botón amplificador…
Prácticamente en el acto tuvieron la respuesta a uno de sus interrogantes.
— Hay algo en el borde — constató Luis.
— Centra el visor en el borde — ordenó Nessus.
El borde del anillo se amplió ante sus ojos. Era un muro, que se alzaba hacia dentro, en dirección a la estrella. Podían ver su negra pared exterior recortada contra el paisaje azul, iluminado por el sol. Un bajo muro exterior; en fin, bajo en comparación con las dimensiones del anillo en sí.
— Si el anillo tiene millones de kilómetros de ancho — calculó Luis —, el muro circundante debe de tener al menos unos mil kilómetros de altura. En fin, algo hemos averiguado. Eso es lo que impide que se disperse la atmósfera.
— ¿Lo crees posible?
— En principio, sí. El movimiento rotatorio del anillo genera aproximadamente una gravedad. Es posible que tras varios milenios se haya perdido un poco de aire, pero no les sería difícil reemplazarlo. No hubieran podido construir el anillo de no contar con un sistema económico de transmutaciones, es decir, unos cuantos centavos de estrella por kilotón, y por lo menos una docena de requisitos más, todos igualmente imposibles.
— Me pregunto qué aspecto tendrá visto desde dentro.
Interlocutor captó la sugerencia, movió el botón de control y la imagen se desplazó. Aún no disponían de una ampliación suficiente para poder apreciar los detalles. Franjas azul brillante y de un blanco aún más intenso surcaban la pantalla, y entre ellas se dibujaba el difuso contorno rectilíneo de una sombra azul marino…
El borde más alejado apareció ante sus ojos. La pared parecía inclinarse hacia fuera.
Nessus, de pie en el marco de la puerta con las cabezas muy extendidas para mirar por encima del hombro de Interlocutor, ordenó:
— Amplíalo tanto como puedas.
La imagen se expandió.
— Montañas — dijo Teela —. Montañas de miles de kilómetros de altura.
En efecto, el muro circundante era irregular, su configuración hacía pensar en rocas erosionadas, del mismo color que la Luna.
— Ya no puedo ampliar más la imagen. Tendremos que aproximarnos más si queremos obtener mayores detalles.
— Será mejor intentar establecer contacto con ellos primero — dijo el titerote —. ¿Nos hemos detenido ya?
Interlocutor consultó el cerebro de la nave.
— Nos estamos aproximando a la primaria a unos cincuenta kilómetros por segundo. ¿Te parece una velocidad suficientemente reducida?
— Sí. Iniciemos las transmisiones.
El «Embustero» no había recibido ningún rayo laser.
La radiación electromagnética ya resultaba más difícil de comprobar. Era preciso investigar las ondas de radio, los rayos infrarrojos, ultravioleta, los rayos-X, todo el espectro, desde el calor moderado desprendido por el lado oscuro del Mundo Anillo hasta cuantos lumínicos tan cargados de energía que podían llegar a escindirse en pares de materia-antimateria. No detectaron nada en la banda de veintiún centímetros; y otro tanto ocurría con sus múltiples y divisores simples, que alguien podría haber decidido utilizar por la simple razón de que la banda de absorción de hidrógeno resultaba tan evidente. Excluidas éstas, a Interlocutor no le quedaba más remedio que ir tentando suerte con sus receptores.
Las grandes vainas que contenían el equipo de comunicaciones del «Embustero» se habían abierto. La nave comenzó a radiar mensajes en la frecuencia de absorción de hidrógeno y otras más, al mismo tiempo que barría porciones sucesivas de la superficie interior del anillo con rayos laser en diez frecuencias distintas, y emitía señales Morse en intermundo a base de explosiones alternativas de los motores de fusión.
— Dándole tiempo, nuestro piloto automático es capaz de traducir cualquier posible mensaje — explicó Nessus —. Debemos partir de la base de que en el Mundo Anillo poseen computadoras al menos igualmente capacitadas.
— ¿Saben traducir el silencio absoluto tus computadoras leucotomizadas? — ironizó Interlocutor.
— Tú concéntrate en las emisiones sobre el borde del anillo. Si poseen espaciopuertos, éstos tendrán que estar situados sobre el borde exterior. Sería terriblemente peligroso intentar el aterrizaje de una nave espacial en cualquier otro lugar.
Interlocutor-de-Animales gruñó un horrible insulto en la Lengua del Héroe. Ello acabó con toda posibilidad de conversación; sin embargo, Nessus permaneció en el mismo lugar que ya venía ocupando desde hacía cuatro horas, con las cabezas extendidas y mirándolo todo por encima de los hombros del kzin.
Allá afuera les esperaba el Mundo Anillo, una cinta azul cuadriculada, suspendida en el cielo.
— Antes empezaste a hablarme de las esferas de Dyson — dijo Teela.
— Y tú me mandaste a freír espárragos.
Luis había encontrado una descripción de las esferas de Dyson en la biblioteca de la nave. Muy entusiasmado con la idea, había cometido el error de interrumpir el juego de solitario de Teela para comunicarle su hallazgo.
— Cuéntamelo ahora — le dijo ella con voz melosa.
Читать дальше