Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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—Grego y tú… sois los dos iguales.

El visor del traje se llenó de lágrimas.

—Eso es mentira.

—Los dos os negáis a oír a nadie más. Lo sabéis todo. Y cuando hayáis acabado, muchísima gente inocente habrá muerto.

Ella se levantó, como para marcharse.

—Muere, entonces —masculló—. Ya que soy una asesina, ¿por qué debo llorar por ti?

Pero no dio ni un solo paso. «No quiere irse», pensó Miro.

—Díselo.

Ella sacudió la cabeza, tan vigorosamente que las lágrimas escaparon de sus ojos, salpicando el interior de la máscara. Si seguía así, pronto no podría ver nada.

—Si dices lo que sabes, todo el mundo será más sabio. Si lo mantienes en secreto, entonces todo el mundo seguirá ignorante.

—¡Si lo digo, la descolada morirá!

—¡Entonces déjala morir! —gritó Plantador.

El esfuerzo superó su capacidad. Los instrumentos del laboratorio enloquecieron durante unos instantes. Ela murmuró entre dientes mientras comprobaba con los técnicos.

—¿Eso es lo que quieres que piense de ti? —preguntó Quara.

—Eso es lo que piensas de mí —le susurró Plantador—. Déjala morir.

—No.

—La descolada vino y esclavizó a mi pueblo. ¿Qué más da si es inteligente o no? Es una tirana. Es una asesina. Si un ser humano se comportara de la forma en que actúa la descolada, incluso tú estarías de acuerdo en que habría que detenerlo, aunque la muerte fuera la única solución. ¿Por qué tratas a otra especie con más condescendencia que a un miembro de la tuya propia?

—Porque la descolada no sabe lo que está haciendo —replicó Quara—. No comprende que somos inteligentes.

—No le importa. Quienquiera que creó la descolada la envió sin importarle que las especies que capture o mate sean inteligentes o no. ¿Ésa es la criatura por la que quieres que mueran mi pueblo y el tuyo? ¿Estás tan llena de odio hacia tu familia que te pondrás de parte de un monstruo como la descolada?

Quara no tenía ninguna respuesta. Se dejó caer en el banco junto a la cama de Plantador.

Plantador extendió la mano y la apoyó en su hombro. El traje no era tan grueso e impermeable como para que ella no pudiera sentir su presión, aunque estaba muy débil.

—No me importa morir —dijo Plantador—. Tal vez a causa de la tercera vida, los pequeninos no sentimos el mismo miedo hacia la muerte que los humanos, con vuestras cortas vidas. Pero aunque no tenga tercera vida, Quara, tendré la clase de inmortalidad de que gozáis los humanos. Mi nombre vivirá en las historias. Aunque no tenga árbol, mi nombre vivirá, y también mi obra. Los humanos podéis decir que he decidido ser un mártir para nada, pero mis hermanos comprenden. Permaneciendo despejado e inteligente hasta el final, demuestro que ellos son quienes son. Ayudo a demostrar que nuestros esclavizadores no nos hicieron lo que somos, y no pueden impedir que lo seamos. La descolada puede obligarnos a hacer muchas cosas, pero no nos posee hasta lo más íntimo. Dentro de nosotros hay un lugar que constituye nuestro propio yo. Por eso no me importa morir. Viviré eternamente en cada pequenino libre.

—¿Por qué dices esto cuando sólo yo puedo oír? —preguntó Quara.

—Porque sólo tú tienes el poder para matarme por completo. Sólo tú tienes el poder para hacer que mi muerte no signifique nada, de forma que todo mi pueblo muera detrás de mí y no quede ninguno para recordar. ¿Por qué no dejar mi testamento sólo contigo? únicamente tú decidirás si tiene valor o no.

—Te odio por esto —espetó ella—. Sabía que lo harías.

—¿Hacer qué?

—Hacerme sentir tan culpable que tenga que… ceder.

—Si sabías que lo harías, ¿por qué has venido?

—¡No tendría que haberlo hecho! ¡Ojalá no hubiera venido!

—Te diré por qué has venido. Has venido para que yo te hiciera ceder. Para que, al hacerlo, fuera por mi bien, no por tu familia.

—Entonces, ¿soy tu marioneta?

—Todo lo contrario. Decidiste venir aquí. Me estás usando a mí para que te haga hacer lo que realmente deseas. En el fondo, sigues siendo humana, Quara. Quieres que tu pueblo viva. De lo contrario serías un monstruo.

—El que te estés muriendo no te hace más sabio.

—Sí lo hace —objetó Plantador.

—¿Y si te digo que nunca cooperaré con el asesinato de la descolada?

—Entonces te creeré.

—Y me odiarás.

—Sí.

—No puedes.

—Sí puedo. No soy un cristiano muy bueno. No puedo amar a quien decide matarme a mí y a todo mi pueblo.

Ella guardó silencio.

—Vete ahora —dijo él—. He dicho todo lo que puedo decir. Ahora quiero cantar mis historias y mantenerme inteligente hasta que por fin me sobrevenga la muerte.

Ella se dirigió a la cámara de esterilización. Miró se volvió hacia Ela.

—Que todo el mundo salga del laboratorio —ordenó.

—¿Por qué?

—Porque existe la posibilidad de que salga y te diga lo que sabe.

—Entonces soy yo quien debería irse, y que todos los demás se quedaran.

—No —dijo Miro—. Tú eres la única a quien se lo dirá.

—Si piensas eso, eres un completo…

—Decírselo a otra persona no la herirá lo suficiente para satisfacerla —insistió Miro—. Todo el mundo fuera.

Ela pensó un instante.

—Muy bien. Volved al laboratorio principal y comprobad vuestros ordenadores —indicó a los demás—. Os conectaré a la red si me dice algo, y podréis ver lo que introduzca sobre la marcha. Si podéis sacar sentido a lo que veáis, empezad a seguirlo. Aunque ella realmente sepa algo, seguiremos sin tener mucho tiempo para diseñar una descolada truncada para ofrecérsela a Plantador antes de que muera. Vamos.

Se marcharon.

Cuando Quara emergió de la cámara de esterilización, encontró sólo a Ela y a Miro esperándola.

—Sigo pensando que es un error matar a la descolada antes de intentar hablar con ella —dijo.

—Tal vez —respondió Ela—. Sólo sé que intento hacerlo si puedo.

—Preparad vuestros archivos. Voy a deciros todo lo que sé acerca de la inteligencia de la descolada. Si funciona y Plantador sobrevive a esto, le escupiré a la cara.

—Escúpele mil veces —dijo Ela—. Con tal de que viva.

Los archivos aparecieron en la pantalla. Quara empezó a señalar en ciertas regiones del modelo del virus de la descolada. En cuestión de pocos minutos, fue Quara quien estuvo sentada ante el terminal, tecleando, señalando, hablando, mientras Ela formulaba preguntas.

Jane volvió a hablar al oído de Miro.

—Pequeña zorra —masculló—. No tenía sus archivos en otro ordenador. Lo guardaba todo en la cabeza.

A últimas horas de la tarde del día siguiente, Plantador estaba al borde de la muerte y Ela al límite de sus fuerzas. Su equipo había estado trabajando toda la noche. Quara había ayudado, constantemente, examinando infatigable todo lo que la gente de Ela le traía, criticando, señalando errores. A media mañana, tenían un plan para un virus truncado que tal vez funcionaría. Toda capacidad de lenguaje había desaparecido, lo que significaba que los nuevos virus no podrían comunicarse entre sí. Toda la habilidad analítica se había anulado también, al menos por lo que sabían. Pero a salvo en su sitio estaban todas las partes del virus que mantenían las funciones corporales en las especies nativas de Lusitania. Por lo que podían decir sin tener ninguna muestra de trabajo del virus, el nuevo diseño era exactamente lo que necesitaban: una descolada completamente funcional en los ciclos vitales de las especies lusitanas, incluyendo a los pequeninos, pero incapaz de regulación y manipulación global. Bautizaron recolada al nuevo virus. El antiguo recibía su nombre por su función de separar; el nuevo por su función de unir, de mantener juntas a las especies-parejas que componían la vida nativa de Lusitania.

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