La superficie parecía tan cercana que sintió que podía alargar la mano y tocarla. Hizo unos pequeños ajustes con los propulsores del traje. Su velocidad era la justa para iniciar una órbita estable sobre Remolinos, nivel de superficie. Hizo girar el traje para aterrizar con los pies y tocó la superficie con la suavidad con que se da un beso.
Había aterrizado sin problemas, pero de inmediato apareció uno. Se dio cuenta de que entraba en el centro de una cegadora nube de polvo, guijarros y fragmentos de roca. La gravedad efectiva aquí, en el ecuador de Remolino, era casi cero, y la lluvia de arena y roca no tenía prisa en asentarse o dispersarse. Trabajando simplemente al tacto, Peron cogió una de las dos clavijas que llevaba y la colocó verticalmente sobre la superficie y arrastró la carga. Las manos le temblaban. Tenía que ser rápido. Sólo le quedaban treinta segundos para asegurar una posición firme. Luego tendría que estar listo para el equipo.
La carga explosiva del extremo de la clavija estalló, introduciendo profundamente la aguda punta en la superficie del planeta. Peron la sacudió, confirmando que estaba asegurada, y luego colocó la segunda clavija. Anudó dos presillas de su traje alrededor de las clavijas y miró hacia los fardos móviles del equipo.
Parecía imposible. El equipo estaba aún a doscientos metros de distancia. Toda la operación de aterrizaje —minutos, según su reloj mental— tenía que haberse hecho en solo unos pocos segundos. Tuvo tiempo de examinar el fardo de equipo y decidir dónde asegurarlo.
El equipo se aproximó hasta él, flotando hacia la superficie. La velocidad había sido exacta. Le llevó menos de cinco minutos de trabajo colocar otro juego de clavijas en una curva parabólica a lo largo de la superficie y emplazar cables catapultadores en torno. La telaraña final de cables y resortes parecía frágil, pero aguantaría y sujetaría todo cuanto llegara con menos de trescientos metros por segundo de velocidad relativa.
Peron examinó por última vez su trabajo y luego activó el comunicador del traje.
—Todo listo. —Esperaba que su voz sonara tan indiferente como le hubiera gustado—. Venid cuando queráis. La catapulta está en posición.
Inspiró profundamente. La mitad estaba hecha. Cuando hubieran explorado la superficie en grupo, usarían la catapulta para lanzar a todos los demás, y Peron estaría otra vez solo en Remolino. Entonces (con los dedos cruzados) tendría que despegar hasta llegar a la seguridad de la nave.
Peron no podía recordar el momento exacto en que supo que iba a morir en Remolino. El conocimiento había crecido exponencialmente, quizá durante un minuto, mientras su mente examinó rápidamente todas las vías de escape posible y las rechazó todas. Una fría certeza había reemplazado finalmente a la esperanza.
El aterrizaje había sido casi perfecto, y los otros seis participantes asignados para visitar Remolino surcaron el espacio para aterrizar suavemente en la telaraña. Wilmer, que había pareja con Kallen, había sido la excepción. Había llegado barrenando demasiado rápido y demasiado alto, y sólo gracias a que Kallen dio un brusco tirón del cable pudo bajar lo suficiente para conectar con los cables.
A Wilmer pareció no afectarle lo cerca que había estado del fracaso.
—Supongo que tenías razón, Kallen —dijo alegremente cuando estuvo abajo, sano y salvo—. Es extraño. Me habría apostado el cuello a que yo tenía la velocidad adecuada y tú no.
—Menos mal que no fuiste el primero en llegar —dijo severamente Rosanne; había visto lo cerca que había estado Kallen de perder también su asidero—. Si Peron hubiera hecho eso se habría visto en problemas. ¿Y qué es eso que traes ahí dentro? Probablemente es su masa lo que no tuviste en cuenta en tus cálculos.
Wilmer alzó una maleta verde.
—¿Aquí? Comida. No sabía cuánto tiempo Íbamos a estar aquí. No tengo ganas de morirme de hambre, aunque a vosotros no os importe hacerlo. Y si hubiera sido el primero, Rosanne, con mi trayectoria habría sido también el primero en salir. A esa velocidad y altura no habría llegado a alcanzar Remolino. Hay una moraleja en todo esto: mejor venir demasiado alto y rápido que lento y bajo.
Había empezado a saltar de un pie a otro, probando su equilibrio. La gravedad efectiva en el ecuador de Remolino no era exactamente cero, pero era tan débil que resultaba relativamente fácil dar un salto hacia arriba de cientos de metros. Todos lo habían intentado y habían perdido el interés por hacerlo. Se tardaban minutos en caer de nuevo a la superficie, flotando como una pluma, y con una experiencia era suficiente.
Pronto partieron del ecuador de Remolino, viajando en grupos y dirigiéndose a la reconfortante gravedad de las regiones polares. Solo Sy quedó atrás, haciendo sus propios experimentos, solitarios y sorprendentes, sobre el movimiento en aquel áspero terreno.
El avance fue más lento de lo que habían esperado. Podían volar sin mucho esfuerzo sobre la superficie, usando las pequeñas unidades propulsoras. Pero la rápida rotación de Remolino hacía que hubiera que tener en cuenta las fuerzas de Coriolis, y por eso había que ajustar constantemente la línea del vuelo. Los ordenadores de los trajes rehusaban aceptar y seguir un simple reconocimiento hacia el norte, y era fácil desviarse veinte o treinta grados del rumbo. Después de un par de horas de camino, Sy les dio alcance y les pasó rápidamente. Había descubierto un truco propio para estimar y compensar los efectos de Coriolis.
A medida que volaban hacia el norte, el aspecto de la tierra que tenían debajo cambiaba gradualmente. El ecuador estaba compuesto por grandes rocas amontonadas en arcos, espirales y muros que desafiaban la gravedad. Unos pocos kilómetros hacia el polo, el terreno empezaba a suavizarse y se convertía en una planicie de piedras aplastadas. No era un paisaje agradable, y la temperatura podía congelar el mercurio. Pero, comparado con algunos de los otros mundos, Remolino parecía un lugar donde pasar las vacaciones.
Los trajes tenían sistemas de reciclado y amplios suministros de comida. Los contendientes estuvieron de acuerdo en continuar directamente hasta el polo y descansar allí unas cuantas horas antes de regresar al ecuador y marcharse. Según Gilby, en el polo encontrarían un domo de investigación, donde podrían dormir cómodamente y quitarse los trajes durante unas cuantas horas. Todas las exploraciones científicas sobre Remolino habían sido completadas hacía muchos años, pero las instalaciones del domo aún deberían estar en perfecto funcionamiento.
Elissa y Peron habían decidido viajar juntos, utilizando la radio para sus conversaciones privadas. Los ordenadores de los trajes registrarían los mensajes que llegaran y les interrumpirían si había alguno urgente. Elissa parloteaba llena de animación y alegría.
—Tengo montones de cosas que decirte. Ayer no tuve oportunidad de hablar contigo, porque estabas demasiado ocupado preparándote para el aterrizaje. Pero he pasado mucho tiempo haciéndome amiga de uno de los miembros de la tripulación: Tolider, el del pelo corto y poco sentido del humor.
—Ya me di cuenta —dijo Peron secamente—. Te vi acariciándole y fingiendo que también te gustaba. Es repugnante. ¿Para qué querrá la gente un gusano gordo y peludo como mascota?
Elissa se echó a reír.
—Si te dijera para qué, tu alma inocente se escandalizaría. Pero Tolider lo quiere solamente para que le haga compañía, y le cuida bien. Quien me quiere a mí, quiere a mi tardón, parece pensar. En cuanto pensó que yo también era una amante de los tardones, estuvo dispuesto a desnudar su alma. ¿Te vas a pasar ahora las próximas horas sintiéndote celoso o quieres saber lo que dijo?
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