—No lo sé. —La pregunta de Sy era también una de las preocupaciones de Peron—. Si es posible viajar más rápido que la luz, nuestras teorías sobre la naturaleza del universo tienen que estar equivocadas.
—Eso es posible —dijo lentamente Sy, con un tono de voz que decía claramente lo contrario—. ¿Pero no ves el problema? Si los Inmortales pueden sobrepasar la velocidad de la luz, deben de haber ido más allá de nuestras teorías. Y si son tan amigos nuestros, ¿por qué nos mantienen al margen de eso?
Peron había sacudido la cabeza. Todo lo relacionado con los Inmortales seguía siendo un misterio.
—Personalmente creo que nada puede sobrepasar la velocidad de la luz —dijo Sy por fin—. Desconfío de cualquiera, gobierno o Inmortal, hombre o mujer, humano o alienígena, que intente decirme lo contrario sin darme una evidencia convincente.
Y se había marchado tranquilamente, dejando a Peron más aturdido que nunca. A menudo hablar con Sy le provocaba ese sentimiento de desazón. Lum lo había explicado a su modo: Sy era mucho más listo que los demás. Y Elissa le había dado su propia evaluación: Sy no era más listo, no lo era si eso significaba más memoria o velocidad de pensamiento; pero podía de alguna manera ver los problemas desde un ángulo distinto al de todos los demás, casi como si estuvieran colocados en un punto diferente en el espacio. Su perspectiva era diferente, y por eso sus respuestas eran siempre sorprendentes.
Y, si no fuera tan extraño, había añadido ella como quien no quiere la cosa, sería realmente atractivo. Aquello, naturalmente, había irritado mucho a Peron.
Sus pensamientos se centraron en Elissa y en su última noche en Pentecostés. Mientras Lum y Kallen habían estado trabajando a conciencia para investigar a los contendientes, Peron había sido sometido a un agradable pero intenso examen. Elissa y él habían encontrado un lugar tranquilo en los jardines de la Planetfiesta. Se tumbaron sobre el suave suelo y contemplaron las estrellas, y Elissa le hizo un millar de preguntas. ¿Tenía hermanos? ¿Cómo era su familia? ¿Eran ricos? (Peron se había echado a reír ante la idea de que su padre fuera rico.) ¿Cuáles eran sus aficiones? ¿Sus comidas favoritas? ¿Tenía algún animal en casa? ¿Había estado alguna vez en un barco surcando los mares de Pentecostés? ¿Cuál era la fecha de su nacimiento? ¿Tienes novia allá en Turcanta?
No, había contestado Peron rápidamente. Pero entonces apareció su conciencia y le dijo a Elissa la verdad. Sabrían y él habían estado muy unidos dos años, hasta que tuvo que dedicar todo su tiempo a prepararse para las pruebas. Entonces ella había conocido a otro.
Elissa no se molestó en ocultar su satisfacción. Agarró a Peron sin decir una palabra y le hizo el amor.
—Te comenté que era muy lanzada —dijo—. Y estabas actuando como si nunca fueras a proponérmelo. Vamos… ¿o no me deseas? He querido hacerlo desde que te conocí en la prueba del bosque, allá en Villasylvia.
Hicieron cosas que Peron jamás había imaginado… y solía pensar que Sabrina y él lo habían probado todo. Hacer el amor con Elissa añadía una dimensión completamente nueva. Habían permanecido juntos toda la noche, mientras los fuegos artificiales de la celebración de la Planetfiesta estallaban y hacían cabriolas sobre ellos. Y por la mañana parecían infinitamente cercanos, como dos personas que han sido amantes durante muchos meses.
Pero eso, pensó Peron con tristeza, el comentario de Elissa sobre Sy resultó mucho más desagradable. Si pensaba que Sy era atractivo (¿o había dicho muy atractivo?), ¿significaba eso que pensaba que Sy era más interesante que él? Recordaba la última noche en Pentecostés como algo fabuloso, pero tal vez ella no sentía lo mismo. Excepto que desde entonces todo sugería que ella sí se sentía igual, ¿y por qué iba a mentirle?
El traje de Peron emitió un leve sonido, apañándole de su sueño. Se irritó con sus propios pensamientos. No lo negaba, se sentía celoso. Era exactamente el tipo de locura romántica que despreciaba, el tipo de cosa por la que solía pinchar a Miria, su hermana menor.
Se concentró en su tarea. No había tiempo para soñar ahora. Aquí estaba Remolino para enseñarle una lección sobre cómo pensar bien. Estaba a un par de kilómetros de la superficie, viajando casi en paralelo, pero demasiado rápido para que se sintiera cómodo.
Visto a través de un telescopio, Remolino no era un objeto interesante. Era una bola lisa y plateada de unos dos mil kilómetros de diámetro, ligeramente rugosa en el ecuador. Su gran densidad le daba una gravedad superficial en los polos de un quinto de g, un poco más que la Luna de la Tierra. Una persona con un traje espacial, cayendo libremente contra su superficie, la golpearía a una velocidad de dos kilómetros por segundo… lo bastante rápido para que después resultara difícil reconocer como humano lo que había dentro del traje.
Pero eso era cierto para una caída en cualquier planeta del sistema, y la gente no intentaba aterrizar sobre objetos de tamaño planetario sin nave. La composición de Remolino no tenía ningún interés particular. El planeta había sido ignorado durante mucho tiempo, hasta que finalmente algún astrónomo se tomó el trabajo de examinar su promedio de rotación.
El interés creció rápidamente. Remolino era excepcional. Lo que lo convertía en único había sucedido recientemente, según se mide el tiempo geológico. Unos cien mil años antes, un encuentro planetario cercano había transferído al cuerpo un momento angular altamente anómalo. Desde entonces, Remolino se quedó girando locamente sobre su eje, completando una rotación completa en sólo setenta y tres minutos. A esa velocidad, la aceleración centrípeta en el ecuador igualaba a la fuerza gravitacional. Una nave que volara en una trayectoria que rozara la superficie de Remolino, moviéndose a 1.400 metros por segundo en el momento de su aproximación, podría aterrizar suavemente en el planetoide sin registrar ningún impacto; y un humano con un traje especial, ayudándose solamente de los propulsores del traje, podía hacer lo mismo.
Pero una cosa era la teoría y otra la práctica, pensó Peron. Una cosa era sentarse y discutir el problema en la nave ínter Sistema con los otros participantes y otra muy distinta correr hacia Remolino en una trayectoria tangencial.
Habían echado a suertes quién sería el primer contendiente en bajar. Peron había «ganado», según dijo Gilby con una sonrisa sádica. Los otros, en parejas, tendrían una tarea mucho más fácil tras las acciones que Peron llevaría a cabo, unos pocos minutos después, si llegaba de una pieza.
Se preguntó qué harían los otros si no aterrizaba sano y salvo. ¿Nombrarían a alguien para que lo intentara? ¿O abandonarían la idea y se trasladarían a otro planeta? En teoría, los participantes tenían una sola oportunidad en las pruebas (Kallen era una rara excepción). Pero la muerte era una constante en todos los juegos de la Planetfiesta. Las muertes de los participantes no eran mencionadas nunca por el gobierno, y nunca se les concedía ni una palabra de publicidad en los noticiarios controlados; pero cuantos se presentaban a las pruebas sabían la verdad. No todos volvían a casa como ganadores, ni siquiera como perdedores. Algunos contendientes habían perdido la vida en el calor abrasador del Desierto de Talimantor, o en una trampa en los bosques de Villasylvia, o en una fosa congelada en las nieves eternas de las Montañas de Capandor, o tras una lenta asfixia en las cavernas subterráneas del Río Charant… el miedo secreto de Peron.
Tiritó y miró hacia delante. Aquellos peligros habían quedado atrás, pero la muerte no se había quedado en Pentecostés. Estaría dispuesta a visitar a Peron en Remolino. El equipo que Peron llevaba consigo le había parecido pequeño cuando salió de la nave, pero ahora, cuatrocientos kilos de cables, resortes y clavijas, le parecían una montaña que le seguía como una cola de medio kilómetro. Si no lo controlaba, le envolvería al aterrizar.
Читать дальше