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Bob Shaw: Otros días, otros ojos

Здесь есть возможность читать онлайн «Bob Shaw: Otros días, otros ojos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1983, ISBN: 84-270-0790-6, издательство: Martínez Roca, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Bob Shaw Otros días, otros ojos

Otros días, otros ojos: краткое содержание, описание и аннотация

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El “vidrio lento” es un cristal que absorbe poco a poco la luz de los sucesos que ocurren delante de él, los cuales resultan visibles meses o años después. A partir de esta idea, Bob Shaw construye una excelente y a la vez original novela. La profética visión de lo que podría ser un invento de estas características y la problemática social de su uso, desde el crimen casi perfecto hasta la verificación por parte de la justicia al cabo de cinco años— hacen de esta novela una obra maestra de ciencia ficción en el mas puro sentido de la palabra.

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Estaba empezando a pensar en guardar de nuevo sus notas cuando sonó el videófono. Contento por poder huir de la cubierta de seguridad, cerró el maletín, se acercó a la pantalla y apretó el botón de respuesta. La imagen de una joven de cabello negro apareció ante él. Tenía ojos grises, ovalada cara pálida y unos labios pintados con color plata. Un rostro que Garrod podía haber visto en sueños, una sola vez, hacía mucho tiempo. Se quedó mirando a la mujer durante un inmóvil instante, intentando analizar la emoción que experimentaba; sin embargo, sólo logró identificar un componente: se sentía privilegiado por el simple hecho de estar mirando aquella cara. Se le ocurrió pensar que un hombre podía aceptar que una mujer era hermosa tal vez durante muchos años, durante toda una vida, porque jamás había conocido a su ideal, y en consecuencia adoptaba las pautas de otros hombres. Pero si él encontraba su máximum algún día, todas las cosas deberían cambiar, y ninguna otra mujer podría seguir siendo considerada perfecta. Aquella chica tenía la descarada sensualidad de una heroína de comic, alterada por una pizca de sutilidad oriental, y quizá crueldad, y…

—¿El señor Garrod? —Su voz era agradable, aunque nada sobresaliente—. Siento molestarle tan tarde.

—No me molesta —dijo Garrod.

«Al menos, no de la forma que te imaginas», pensó.

—Me llamo Jane Wason. Trabajo para el Departamento de Defensa.

—Nunca la he visto allí.

Ella sonrió, mostrando unos dientes muy regulares, muy blancos.

—Trabajo en segundo plano, en la secretaría.

—¿Sí? Bien, ¿y qué la ha puesto en primer plano?

—Llamé a su oficina de Portston y me dijeron que le encontraría en este número. El coronel Mannheim le envía sus excusas, pues no podrá reunirse con usted por la mañana.

—Fatal —contestó Garrod, intentando aparentar decepción—. ¿Le gustaría cenar conmigo esta noche?

Aparte de una leve dilatación de sus ojos, la muchacha hizo caso omiso de la pregunta.

—El coronel ha tenido que viajar a Nueva York esta tarde, pero volverá por la mañana. ¿Podría postergar la reunión con él hasta las tres de la tarde?

—Podría…, pero eso significa que estaré solo en Washington por la mañana. ¿Le gustaría almorzar en mi compañía?

Un tinte de sonrojo apareció en las mejillas de Jane Wason.

—A las tres de la tarde, entonces.

—¿No le parece demasiado tarde para almorzar? A esa hora debo reunirme con el coronel.

—Sólo estaba confirmando su nueva cita con el coronel Mannheim —dijo ella con firmeza.

Un instante después, la pantalla quedó vacía.

—Ha sido una bonita plancha —dijo en voz alta Garrod, asombrado por lo que había sucedido.

Desde que era un adolescente sabía que él no era el tipo capaz de triunfar en una conquista rápida, pero aquella chica había trastornado su juicio. Había tenido la seguridad de que ella respondería igual que él, y por lo tanto —tenía que admitirlo— se sentía amargamente desilusionado. Desilusionado porque una chica extraña con labios plateados ni le había mirado ni había mostrado el síndrome de «Vaya noche más encantadora». Agitando la cabeza en señal de asombro, entró en el cuarto de baño para darse una ducha antes de la cena. Estaba desabrochándose el pantalón cuando su mirada reparó en una nota que había junto a la ducha.

La dirección ha tomado todas las precauciones posibles para asegurarse de que ningún objeto de retardita, vidriospía u otra sustancia similar haya sido colocada en las habitaciones. No obstante, los clientes que deseen estar en condiciones de luz nula encontrarán interruptores maestros de color verde en ubicaciones convenientes.

Garrod tenía noticia de que se estaba extendiendo esta tendencia en las grandes ciudades, pero era la primera vez que encontraba evidencias de una reacción pública en contra del vidrio lento. Se encogió de hombros, encontró un interruptor de cadena junto a la ducha y tiró del pomo adornado con borlas. «Darse una ducha en estas condiciones es como ahogarse», pensó. Volvió a encender la luz, terminó de desnudarse, se metió en la ducha y, en el mismo instante, vio un brillante objeto, negro y pequeño, que yacía en un rincón. Lo cogió y lo examinó atentamente. Parecía una cuenta o un fragmento de botón caído de un vestido femenino, pero algo impulsó a Garrod a dejarlo caer con sumo cuidado en el desagüe de la ducha.

4

Con gran alivio de Garrod, la reunión fue corta, y se celebró en una de las modernísimas salas de «ambiente aprobado» que el Pentágono consideraba a prueba de espías de cristal y, en consecuencia, apropiadas para conferencias importantes. En la práctica, eso significaba que paredes, suelo y techo habían sido rociados con plástico de endurecimiento rápido, bajo supervisión oficial, instantes antes de la reunión. El tratamiento se aplicaba igualmente a la mesa y las sillas, dándoles un aspecto que recordaba el mobiliario de una guardería. El denso aroma mantecoso del plástico fresco llenó la sala durante la reunión entera. Cuando la conferencia acabó, Garrod se rezagó en la puerta y abordó al coronel Mannheim con la máxima naturalidad posible, aunque con un injustificado latido en el pecho.

—Una excelente idea —dijo Garrod, mirando las relucientes paredes—. Pero hay una pega, John. La habitación está condenada a ir haciéndose cada vez más pequeña. Algún día desaparecerá por completo.

—¿Y qué hay de malo en ello? —Mannheim, un cincuentón bien conservado, tenía los ojos claros y una piel rojiza que sugería su gusto por las actividades al aire libre—. ¿Acaso son excesivas las salas que hay en este maldito lugar?

—Esa es mi impresión. A mí que me den un despacho pequeño… —Garrod adoptó un aire de sorpresa que esperaba fuera convincente—. ¡Caramba! ¿Sabe una cosa? Jamás he visitado su Grupo de Aplicaciones de la Retardita de… de…

—Macon, Georgia.

—Eso es.

Mannheim parecía indeciso.

—Acabo de llegar de allí, Al, y no proyecto regresar hasta dentro de una semana o más.

—Lamentable… Tengo libre el resto del día, pero por la mañana vuelvo a Portston.

—Claro que… —Mannheim hizo una pausa que a Garrod te pareció una eternidad—, en realidad no necesito estar allí con usted, aunque hay algún truco con la retardita que me habría gustado enseñarle en persona… Bien mirado, usted inventó el material.

—Descubrí sería una palabra mejor —dijo Garrod—. Como usted dice, no tiene que perder tiempo para acompañarme. ¿Por qué no me deja en manos de algún científico? Me gustaría muchísimo dar un vistazo a su organización.

Garrod se preguntó si no estaría mostrándose excesivamente ansioso.

—¡Le diré lo que haremos! Encargaré al joven Chris Zitron que le atienda. Es el jefe de explotación, y se emocionará cuando sepa que va a conocer a Alban Garrod. Vamos a un videófono.

Mientras Mannheim llamaba al centro de investigación de Macon, Garrod permaneció detrás mismo del coronas y no perdió de vista la pantalla. Tres féminas del personal aparecieron brevemente durante la preparación de la visita, pero ninguna de ellas era Jane Wason. La desilusión de Garrod se mezcló con una sensación de perplejidad cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Sus actos eran notablemente similares a los de otros hombres totalmente aturdidos por una mujer, aunque él no experimentaba en modo alguno la exaltación mística que supuestamente acompañaba a la experiencia. Sólo había una terca e incómoda determinación de ver en persona a la muchacha.

En cuanto los preparativos estuvieron completados y Mannheim desapareció precipitadamente, Garrod entró en la cabina del videófono, se puso en contacto con su piloto, que estaba en Dulles, y le ordenó que elaborara un nuevo plan de vuelo para ir a Macon. Subió a la azotea y tomó un helijet especial del Departamento de Defensa para ir al aeropuerto; sin embargo, el espacio aéreo de Dulles estaba más congestionado que habitualmente, y eran más de las cuatro cuando el jet de Garrod despegaba en medio de la neblina. No había garantía alguna de estar en la base de Macon antes de que el personal civil acabara su jornada…, con lo que el viaje hubiera sido absurdo. Garrod cogió el teléfono de intercomunicación.

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