El brillante pavimento era suave y a la vez duro. Dennis lo rozó y caminó unos pasos. Trató de arañarlo con una hebilla de metal y le echó agua de la cantimplora. Parecía a prueba de roces y de agua, y ofrecía un firme agarre.
Dos estrechos arroyuelos (separados por una distancia de exactamente uno coma cuarenta y dos metros) corrían por su centro, siguiendo cada giro y cada vuelta. Dennis se arrodilló para mirar de cerca uno de los diminutos canales; su sección transversal era un semicírculo casi perfecto y la superficie interior tan suave al tacto que resultaba casi resbaladiza.
Dennis se sentó en un promontorio cercano, silbando suavemente para sí.
Esta carretera era algo muy avanzado. Dudaba que una superficie como aquélla pudiera construirse en la Tierra.
¿Pero por qué los bordes irregulares? ¿Por qué los arroyuelos, o el sendero retorcido a ineficaz?
Era intrigante, como la manera ilógica en que habían sido destrozados los robots y el mecanismo de regreso. Los habitantes del lugar parecían pensar de forma distinta a los hombres.
En la compuerta, Dennis había descubierto que habían arrancando casi todo el metal del zievatrón. Creyó que eso podía significar que había llegado a un mundo pobre en metales. Pero en los últimos días había visto al menos tres zonas donde eran claramente visibles yacimientos de hierro y cobre.
Era un misterio.
Y sólo había una forma de averiguar más.
Al oeste, la carretera ascendía aún más entre las montañas. Al este, parecía descender hasta un ancho lecho de agua. Dennis recogió su mochila y siguió por la carretera, apartándose del sol de la tarde, dirigiéndose hacia lo que esperaba que fuera la civilización.
No era fácil acostumbrarse a la idea, pero Dennis estaba llegando a la conclusión de que había juzgado mal a Bernald Brady.
La noche después de encontrar la carretera, Dennis flexionó sobre el tema mientras removía una lata de sopa sobre el hornillo. Quizás había sido injusto al juzgar al I.T.S. Durante sus primeros días en este nuevo mundo, se había quejado continuamente de la calidad de su equipo, haciendo responsable a Brady de sus ampollas, sus hombros doloridos y sus comidas tibias. Pero esos problemas habían desaparecido progresivamente. Obviamente, había necesitado tiempo para adaptarse. Brady y el equipo habían sido quizá tan sólo un conveniente conjunto de chivos expiatorios para su miseria inicial.
Ahora que al parecer le había cogido el truco, el pequeño hornillo funcionaba de maravilla. Su primera lata de combustible se había agotado en un día. Pero la segunda había durado mucho más y calentó mejor su comida. Lo único que hacía falta al parecer era un poco de práctica.
Eso, confesó con un poco de inmodestia, y cierta aptitud mecánica.
Mientras la sopa se calentaba, Dennis examinó la pequeña alarma de campamento con nuevo respeto. Había tardado días, pero por fin descubrió que los colores de las lucecitas en su pantalla se correspondían burdamente con la cualidad carnívora de las criaturas cercanas. La correlación quedó clara cuando vio un par de criaturas parecidas a zorros acechando un grupito de aves y vio sus contrapartidas en la pantalla. Tal vez tuviera relación con la temperatura corporal, pero de algún modo la alarma había distinguido claramente los dos grupos con puntos rojos y amarillos en la pantalla.
A Dennis le molestaba un poco haber tardado tanto tiempo en darse cuenta. Tal vez había pasado demasiado tiempo de viaje jugando mentalmente con sus ecuaciones.
De todas formas, el viaje acabaría pronto. Durante todo el día había pasado ante signos de explotación en las colinas cercanas. Y la carretera se había ensanchado un poco. Sabía que pronto, tal vez al día siguiente, encontraría a las criaturas que gobernaban aquel mundo.
La alarma de campamento zumbaba en sus manos, y su pequeña antena giró de pronto para apuntar al oeste. La pálida pantalla cobró vida y una alarma avisó suavemente.
Dennis desconectó el sonido y extendió la mano para sacar la pistola de agujas de su funda. Apagó el hornillo. Cuando su débil suspiro se consumió, Dennis sólo pudo oír el viento suave entre las ramas.
El bosque nocturno era un denso laberinto de sombras. Sólo unas cuantas estrellas parpadeaban en las alturas a través de las nubes.
Un pequeño grupo de puntitos apareció en la esquina inferior izquierda de la pantalla de la alarma. Formaban una banda serpenteante que avanzaba hacia el centro de la pantalla.
Finalmente oyó leves crujidos, y suaves bufidos en la distancia.
Los puntos de la pantalla se dividieron en colores. Más de una docena de grandes puntos amarillos avanzaba en procesión, al parecer siguiendo la carretera.
Amarillo era el color que había aprendido a aplicar a los herbívoros. Intercalados entre los puntos amarillos, un gran número de puntos brillaba en rosa, a incluso en rojo fuerte. Y en el centro de la procesión había dos pequeñas luces verdes. Dennis no tenía ni idea de lo que significaban.
A cierta distancia de la procesión, seguía otro pequeño punto verde.
Su campamento estaba un poco apartado de la carretera, colina arriba. Dejó a un lado la alarma y bajó cuidadosamente la pendiente. La noche parecía amplificar el chasquido de cada ramita mientras trataba de moverse en silencio hasta un punto de observación más favorable.
Tras una breve espera, un brillo leve apareció a su izquierda. Se intensificó, y después se convirtió en una dolorosa y taladrante luz blanca que se colaba entre los árboles situados junto a la carretera.
¡Faros! Dennis parpadeó. «Bueno, ¿por qué me sorprende? ¿Pensaba que los fabricantes de una carretera como ésta no podrían iluminarla?»
Oculto por los matorrales, contempló de nuevo el brillante haz. Vagas figuras marchaban tras él, bípedas, moviendo los brazos.
La procesión pasó ante su escondite. Dennis oyó los graves bufidos de las bestias. Cubriéndose los ojos, distinguió gigantes cuadrúpedos que tiraban de enormes vehículos que se deslizaban sin sonido por la carretera. Cada vehículo enviaba un brillante rayo a la oscuridad.
Tras cada uno de ellos venía una formación de bípedos. Dennis entrevió gruesos ropajes con capucha y lo que parecían ser armas afiladas y centelleantes, sostenidas en alto.
Pero cada vez que su visión nocturna empezaba a normalizarse, otro gigantesco trineo doblaba la esquina por el oeste, su brillante rayo lo envolvía y lo hacía aplastarse de nuevo contra el suelo. ¡Resultaba frustrante, pero no parecía haber ninguna manera de conseguir ver mejor!
Pasaron más figuras bamboleantes y encapuchadas, luego más cuadrúpedos, tirando de las enormes y silenciosas carretas. Dennis trató de dilucidar cómo se movían. Ni oía ni veía ninguna rueda. Sin embargo, los hovercraft producirían estallidos de aire comprimido, ¿no?
¿Antigravedad? Ninguna otra cosa parecía encajar. Pero si era así, ¿por qué el use de tracción animal?
¿Podía tratarse de descendientes de alguna civilización caída que reemprendía el comercio con rudos fragmentos de la tecnología de sus antepasados? Eso parecía encajar con lo que observaba.
La idea de la antigravedad le excitaba. ¿Podría ser ésa la diferencia en las leyes físicas que había mencionado Brady durante aquellos últimos momentos en la Tierra?
Una última tropa de «guerreros» encapuchados pasó por debajo de él. Iban cabalgando. Sus monturas meneaban las tupidas crines y resoplaban, y le parecían tanto pequeños ponis velludos que Dennis desconfió de su observación. Sería demasiado tentador interpretar lo que veía en términos terrestres.
Se frotó los ojos y observó. Pero sólo pudo distinguir siluetas.
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