David Brin
El efecto práctica
Para la tripulación del Viernes, para Carol y Nora, y para los amantes de otros mundos…
La conferencia era realmente aburrida.
En la parte delantera de la sala tenuemente iluminada, el grueso y canoso director del Instituto Tecnológico Sahariano caminaba de un lado a otro, contemplando el techo con las manos a la espalda, mientras pontificaba pesadamente sobre un tema que apenas comprendía.
Al menos así lo veía Dennis Nuel, que sufría en silencio desde una de las filas del fondo.
Antiguamente, Marcel Flaster podría haber sido una de las lumbreras de la física. Pero eso había sido mucho tiempo atrás, antes de que ninguno de los jóvenes científicos presentes se hubiera planteado siquiera cursar la carrera de física de realidades.
Dennis se preguntaba qué podría haber convertido a un cerebro con talento en un administrador aburrido y tendencioso. juró que se tiraría de cabeza por el monte Feynman antes de que le sucediera a él.
La sonora voz siguió zumbando.
—Y así vemos, señoras y señores, que usar realidades zievatrónicas alternativas parece casi a nuestro alcance, lo que presenta posibilidades para superar tanto el espacio como el tiempo…
Dennis soportaba su resaca casi al fondo de la abarrotada sala de conferencias, y se preguntó qué poder de la Tierra podría haberlo sacado de la cama un lunes por la mañana para it allí y escuchar a Marcel Flaster disertar sobre zievatrónica.
Se le cerraron los ojos. Empezó a arrugarse en el asiento.
—¡Dennis! —Gabriella Versgo le dio un codazo en las costillas, y susurró bruscamente—: ¿Quieres ponerte derecho y prestar atención?
Dennis se enderezó rápidamente, parpadeando. Ahora recordaba qué poder de la Tierra lo había llevado allí.
A las siete de la mañana, Gabbie había abierto de golpe la puerta de su habitación y lo había metido en la ducha por la oreja, ignorando sus aullidos de protesta y su pudor. Mantuvo una formidable tenaza sobre su brazo hasta que ambos se sentaron en la sala de conferencias del Tecnológico Sahariano.
Dennis se frotó el brazo por encima del codo. Un día de éstos, decidió, iba a entrar en la habitación de Gabbie e iba a tirar todas las pelotitas de goma que la pelirroja gustaba de apretujar mientras estudiaba.
Ella volvió a darle un codazo.
—¿Quieres estarte quieto? ¡Tienes la capacidad de atención de una nutria vieja! ¿Quieres encontrarte aún más apartado del experimento en zievatrónica?
Como de costumbre, Gabbie tenía razón. Él sacudió la cabeza en silencio, a hizo un esfuerzo por prestar atención.
El doctor Flaster terminó de dibujar una vaga figura en el holotanque situado en la parte delantera de la sala. El psicofísico depositó el lápiz óptico sobre el atril a inconscientemente se frotó las manos en los pantalones, aunque 1a última tiza de la historia había desaparecido hacía más de treinta años.
—Eso es un zievatrón —anunció orgullosamente.
Dennis miró incrédulo el dibujo lumínico.
—Si eso es un zievatrón, yo soy abstemio —susurró—. ¡Flaster ha dibujado los polos al revés, y el campo está invertido.
Gabriella se puso del mismo tono que su fiero cabello rojo. Clavó las uñas en el muslo de Dennis.
Dennis dió un respingo, pero se las arregló para componer una expresión de inocencia corderil cuando Flaster, miope, alzó la cabeza. Un momento después, el director se aclaró la garganta.
—Como decía antes, todos los cuerpos poseen centros de masa. El centroide de un objeto es el punto de equilibrio, donde puede decirse que todas las fuerzas netas vienen a jugar… el punto al cual puede atribuirse su realidad.
»Usted, muchacho —dijo, señalando a Dennis—. ¿Puede decirme dónde está su centroide?
—Umm. —Dennis se lo pensó, aturdido. Al parecer no había escuchado con tanta atención—. Supongo que me lo he dejado en casa, señor.
Los otros posdoctorados sentados al fondo de la sala se echaron a reír. El sonrojo de Gabbie se hizo más profundo. Se hundió en su asiento, deseando obviamente encontrarse en cualquier otra parte.
El científico jefe sonrió vagamente.
—Ah, Nuel, ¿verdad? ¿Doctor Dennis Nuel?
Dennis captó que, al otro lado del pasillo, Bernald Brady disfrutaba con aquella situación. El joven alto y de ojos de sabueso había sido su mayor rival hasta que consiguió apartar por completo a Dennis de la actividad en el principal laboratorio de zievatrónica. Brady dirigió a Dennis una sonrisa de pura bilis.
Dennis se encogió de hombros. Después de lo que había sucedido en los últimos meses, le parecía que tenía poco que perder.
—Uh, sí, señor, doctor Flaster. Es muy amable al recordarme. Puede que recuerde también que solía ser subdirector del Laboratorio Uno.
Gabriella se hundió todavía más en la tapicería, intentando con todas sus fuerzas hacer como que no había visto a Dennis antes en toda su vida.
Flaster asintió.
—Ah, sí. Ahora recuerdo. De hecho, su nombre ha aparecido sobre mi mesa recientemente.
La cara de Bernald Brady se iluminó. Claramente, nada le complacería tanto como ver a Dennis enviado a una lejana misión para recolectar muestras… digamos a Groenlandia o a Marte. Mientras se quedara, Dennis representaba una amenaza a la implacable tendencia de Brady a solicitar favores y escalar en la pirámide burocrática. También, sin pretenderlo realmente, Dennis parecía ser un obstáculo para las románticas ambiciones de Brady respecto a Gabriella.
—En cualquier caso, doctor Nuel —continuó Flaster—, sin duda alguna no puede haber «dejado» su centroide en ninguna parte. Creo que, si lo comprueba, lo encontrará cerca de su ombligo.
Dennis se miró la hebilla del cinturón, y luego le sonrió al director.
¡Vaya, pues si! ¡Puede estar seguro de que lo vigilaré mejor en el futuro!
—¡Es decepcionante descubrir —dijo Flaster, adoptando un afectado tono pasional—, que alguien tan diestro con una honda improvisada sabe tan poco sobre centros de masa!
Se estaba refiriendo claramente al incidente de la semana pasada, en el baile de gala del personal, cuando una desagradable criatura voladora atravesó una ventana, aterrorizando a la gente congregada en torno al ponche. Dennis se quitó el cinturón, lo convirtió en una honda y lanzó un vaso para derribar a la criatura parecida a un murciélago antes de que pudiera herir a nadie con su afilado pico.
La improvisación lo convirtió en el héroe del momento de los posdoctorados y técnicos, a hizo que Gabbie iniciara su actual campaña para «salvar su carrera». Pero en ese momento todo lo que él quería era echar un vistazo de cerca a la pequeña criatura. La breve ojeada que pudo echarle hizo que su mente bullera llena de posibilidades.
La mayoría de los asistentes al baile habían supuesto que era un experimento escapado del Centro Genético, situado en el extremo opuesto del instituto. Pero Dennis no pensaba igual.
¡Una mirada le había bastado para saber que aquella cosa, claramente, no procedía de la Tierra!
Hombres taciturnos de Seguridad llegaron rápidamente y se llevaron al aturdido animal. De todas formas, Dennis estaba seguro de que procedía del Laboratorio Uno… su antiguo laboratorio, donde se conservaba el principal zievatrón, ahora fuera del alcance de todo el mundo menos de los enchufados escogidos por Flaster.
—Bueno, doctor Flaster —aventuró Dennis—, ya que saca el tema, estoy seguro de que todos estamos interesados en el centroide de esa pequeña alimaña que se coló en la fiesta. ¿Puede decirnos por fin qué era?
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