Tomaron el ascensor en el sótano, y la ceñuda mirada Andy borró la expresión de curiosidad del rostro del ascensorista. El Juez parecía encontrarse mejor, aunque se apoyó en el brazo de Andy a lo largo del rellano. Shirl les abrió la puerta.
—Juez… ¿está usted enfermo? —preguntó, con los ojos muy abiertos.
—No es nada, querida, sólo un poco de calor y de fatiga; me estoy haciendo viejo, eso es todo—. Se irguió, disimulando bien el esfuerzo que le costó hacerlo, y se separó de Andy para apoyarse en el brazo de Shirl—. He encontrado al detective Rusch fuera, y ha sido lo bastante amable como para subir conmigo. Ahora, si me permites acercarme un poco más a ese acondicionador de aire y descansar un momento… —entraron en el apartamento, y Andy les siguió.
La joven tenía un aspecto realmente atractivo, ataviada como una estrella de la televisión. Llevaba un vestido confeccionado con una tela que resplandecía como plata entretejida… pero que al mismo tiempo parecía suave. No tenía mangas y estaba muy escotado por delante y más escotado aún por detrás, hasta la misma cintura. Sus cabellos sueltos caían sobre sus hombros. El Juez la miró por el rabillo del ojo mientras la joven le acompañaba hasta el sofá.
—¿Hemos llegado en un mal momento, Shirl? —inquirió—. Llevas un vestido muy elegante. ¿Ibas a salir?
—No —dijo Shirl—, pensaba quedarme en casa, sola. Si quiere que le diga la verdad… estoy tratando de recobrar la moral. Nunca había llevado este vestido, es algo nuevo, nilón, creo, con pequeñas incrustaciones de metal. —Ablandó una almohada y la colocó detrás de la cabeza del Juez Santini—. ¿Puedo prepararle algo fresco para beber? ¿Y a usted también, señor Rusch?
Fue la primera vez que pareció darse cuenta de su presencia, y Andy asintió silenciosamente.
—Una sugerencia maravillosa —el Juez suspiró y se reclinó hacia atrás—. Algo alcohólico, si es posible.
—¡Oh, si! Hay toda clase de bebidas en el bar, y yo no las pruebo.
Cuando Shirl desapareció en la cocina, Andy se sentó junto a Santini y habló en voz baja.
—Iba usted a decirme qué estaba haciendo en el sótano… y cómo conoce mi nombre.
—Muy sencillo… —Santini miró en dirección a la cocina, pero Shirl estaba ocupada y no podía ofrles—. La muerte de O'Brien tiene ciertas… ramificaciones políticas, digamos, y me han encargado que me mantenga al corriente de los progresos que se realizan. Naturalmente me enteré de que le habían asignado la investigación. —Se relajó, y unió sus manos sobre su redondeado vientre.
—Eso sólo contesta la mitad de mi pregunta —dijo Andy—. Ahora, ¿qué estaba haciendo en el sótano?
—Se está fresco aquí, casi demasiado en contraste con la temperatura del exterior. Un verdadero alivio. ¿Observó usted el corazón dibujado en el polvo en la ventana del sótano?
—Desde luego. Lo descubrí yo.
—Es muy interesante. ¿Ha oído usted hablar… tiene que haber oído hablar de él, está fichado por la policía… de un individuo llamado Cuore?
—¿Nick Cuore? ¿El gangster de Newark?
—El mismo. Aunque «gangster» no es del todo correcto, sería más exacto decir «el hombre fuerte» de los negocios ilegales. Su situación allí se ha hecho preponderante, y es un hombre tan ambicioso que ha vuelto sus ojos en dirección a Nueva York.
—¿Qué se supone que significa todo esto?
— Cuore es una buena palabra italiana. Significa corazón —dijo Santini, en el momento en que Shirl entraba en la habitación portando una bandeja. Andy cogió el vaso con un «Gracias» maquinal, sumido en sus pensamientos. Ahora comprendía por qué se estaba ejerciendo tanta presión en este caso. No era una cuestión de amistad, a nadie parecía importarle realmente que O'Brien estuviera muerto: lo que de veras contaba era el por qué de su asesinato. ¿Fue debido a un tal accidente como parecía ser? ¿O era una advertencia de Cuore en el sentido de que había decidido extender sus actividades a la ciudad de Nueva York? ¿O había sido cometido por algún personaje local que trataba de atribuírselo a Cuore para cubrirse a si mismo? Cuando se adentraba en el campo de la especulación, las posibilidades se multiplicaban hasta el extremo de que la única manera de descubrir la verdad era encontrar al asesino. Las partes interesadas habían tirado de unos cuantos hilos, y el resultado había sido que le asignaran la investigación con carácter exclusivo. Cierto número de personas debían estar leyendo sus informes y esperando impacientemente una respuesta.
—Lo siento —dijo, dándose cuenta de que la joven le estaba hablando—. Pensaba en otra cosa y no la he oído.
—Le preguntaba si le gustaba la bebida. Si no le agrada, puedo prepararle otra cosa.
—No, está bien —dijo, dándose cuenta de que había estado sosteniendo el vaso todo el tiempo, limitándose a mirarlo. Bebió un sorbo, y luego otro—. En realidad, está muy bien. ¿Qué es?
—Whisky. Whisky con soda.
—Es la primera vez que lo pruebo. —Trató de recordar cuánto costaba una botella de whisky. Casi no se elaboraba ya, debido a la escasez de cereales, y cada año las existencias almacenadas disminuían y aumentaba el precio. Al menos doscientos dólares una botella, probablemente más.
—Un trago muy refrescante, Shirl —dijo Santini, colocando su vaso vacío contra el brazo de su sofá, donde permaneció—. Y gracias de todo corazón por tu amable hospitalidad. Siento tener que marcharme ahora, Rosa me está esperando, pero, ¿podría pedirte algo antes de irme?
—Desde luego, Juez. ¿De qué se trata?
Santini sacó un sobre del bolsillo de su chaqueta y lo abrió, desplegando en abanico el puñado de fotografías que contenía. Desde el lugar en el que se encontraba Andy pudo ver que eran fotografías de hombres distintos. Santini alargó una de ellas hacia Shirl.
—Lo que le ocurrió a Mike fue trágico —dijo—, muy trágico. Todos nosotros deseamos ayudar a la policía en la medida de nuestras fuerzas. Sé que tú también deseas hacerlo, Shirl, de modo que voy a pedirte que eches una mirada a estas fotografías, por si reconoces a alguna de esas personas.
Shirl cogió la primera y la examinó con una expresión concentrada. Andy admiró la técnica del Juez para hablar mucho sin decir realmente nada… pero obteniendo la colaboración de la joven.
—No, no puedo decir que le haya visto nunca —declaró Shirl.
—¿Estuvo de huésped aquí, o se vio con Mike estando con él?
—No, estoy segura de eso, nunca estuvo aquí. Creí que me preguntaba si le había visto en la calle o algo por el estilo.
—¿Qué me dices de los otros hombres?
—Nunca he visto a ninguno de ellos. Siento no poder ayudarle más.
—La inteligencia negativa no deja de ser inteligencia, querida.
Pasó las fotografías a Andy, que reconoció la de encima como la de Nick Cuore.
—¿Y los otros? —preguntó.
—Socios suyos —dijo Santini, levantándose lentamente del mullido sofá.
—Me quedaré con ellas unos días, si no le importa —dijo Andy.
—Desde luego que no. Pueden resultarle muy valiosas.
—¿Tiene que marcharse ya? —protestó Shirl. Santini sonrió y echó a andar hacia la puerta.
—Tienes que disculpar a un viejo, querida. Por mucho que disfrute con tu compañía, debo ser juicioso y no trasnochar demasiado. Buenas noches, señor Rusch… y buena suerte.
—Voy a prepararme un trago —dijo Shirl, después haber acompañado al Juez hasta la puerta—. ¿Puedo volver a llenar su vaso? Es decir, si no está de servicio.
—Estoy de servicio, y lo he estado durante las últimas catorce horas, de modo que creo que ha llegado el momento de mezclar el servicio y la bebida. Si usted no me denuncia, desde luego.
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