«Todas las leyendas deben de estar basadas en mentiras —pensó—. Exageramos, e incluso llegamos a creerlo después de un tiempo.»
Únicamente en la voz de Powhatan parecía quedar un resto de calma. De hecho, casi sonó indiferente.
—Hay algo que debería considerar, General —dijo entre rápidas aspiraciones.
—Después —rezongó Macklin—. Después podremos conversar sobre crianzas y destilerías, Propietario. Ahora voy a enseñarle un arte más práctico.
Veloz como un gato, Macklin atacó. Powhatan saltó a un lado, justo a tiempo. Pero Gordon sintió un estremecimiento cuando se revolvió y lanzó una patada que Macklin esquivó sólo por centímetros.
Gordon comenzó a concebir esperanzas. Quizá Powhatan fuese un natural cuya rapidez —incluso en la mediana edad— pudiera casi igualarse a la de Macklin. De ser así, y con su mayor envergadura, podía lograr mantenerse a distancia de la terrible garra de su enemigo…
El hombre aumentado se abalanzó de nuevo, consiguiendo aferrar la camisa de su oponente. Esta vez Powhatan escapó por menos margen aún, deshaciéndose de la bordada prenda y asestando una serie de golpes, cualquiera de los cuales podía haber matado a un novillo. Casi colocó un salvaje puñetazo en el riñón de Macklin, pero éste lo esquivó. Entonces, como una exhalación, el holnista se giró y asió la muñeca de Powhatan en el aire.
Tentando a la suerte, Powhatan se aproximó y consiguió liberarse con un revés.
Pero Macklin parecía esperar la maniobra. El General pasó de largo de su oponente, y cuando Powhatan se giró para seguirlo, lo asió velozmente y lo mantuvo sujeto por el otro brazo. Macklin sonrió cuando Powhatan trató de zafarse de nuevo, esta vez sin resultado.
A la distancia de un brazo, el hombre de Camas Valley tiró hacia atrás y jadeó. A pesar de la lluvia helada parecía acalorado.
«Ya está», pensó Gordon, perdiendo los ánimos. A pesar de sus pasadas diferencias con Powhatan, trató de pensar en algo que hacer para ayudarle. Miró alrededor en busca de cualquier cosa que arrojar al monstruo aumentado, aunque sólo fuera para distraerlo a fin de que el otro pudiera alejarse.
Pero sólo había barro y varias ramitas mojadas. Y él apenas tenía fuerzas para salir de la zanja adonde había sido empujado. Únicamente pudo quedarse allí y contemplar el desenlace, esperando su turno.
—Ahora —dijo Macklin a su nuevo cautivo—. Ahora diga lo que tenga que decir. Pero más le vale que sea divertido. Mientras yo sonría, usted vivirá.
Powhatan hizo una mueca y tiró, poniendo a prueba la férrea garra de Macklin. Incluso después de un minuto entero no había dejado de respirar profundamente. Ahora la expresión de su rostro parecía distante, como resignada. Su voz resonó extrañamente rítmica cuando respondió al fin:
—Yo no deseaba esto. Les dije que no podría… demasiado viejo… la suerte se acaba… —inspiró profundamente y suspiró—. Les rogué que no me hicieran. Y ahora, ¿para terminar aquí…? —Los grises ojos chispearon —… Pero esto jamás termina… excepto con la muerte.
«Está deshecho —pensó Gordon—. Está destrozado.» No quería presenciar aquella humillación. «Y dejé a Dena para ir a buscar a este famoso héroe…»
—No me está divirtiendo, Propietario —dijo Macklin, fríamente—. No me aburra, si valora los momentos que le quedan.
Pero Powhatan parecía distraído, como si de hecho estuviera pensando en otra cosa, concentrándose en recordar algo, quizás, y manteniendo la conversación sólo por cortesía.
—Yo únicamente… creía que debía saber que las cosas cambiaron un poco… después de que ustedes dejaran el programa.
Macklin meneó la cabeza y frunció el entrecejo.
—¿De qué diablos está hablando?
Powhatan parpadeó. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, lo que hizo sonreír a Macklin.
—Me refiero a que… a que ellos no estaban dispuestos a abandonar algo tan prometedor como el proyecto de los hombres aumentados… porque hubiera habido fallos la primera vez.
Macklin rezongó.
—Estaban demasiado asustados para continuar. ¡Demasiado asustados de nosotros!
Las pestañas de Powhatan se movieron ligeramente. Su respiración aún era acelerada. Algo le estaba ocurriendo a aquel hombre. El sudor relucía formando oleosas cuentas en sus hombros y pecho que eran arrastradas por la torrencial y pesada lluvia. Sus músculos se crispaban como si tuviera calambres.
Gordon se preguntó si se estaría desmoronando ante sus ojos.
La voz de Powhatan sonó remota, casi atontada.
—… las nuevas implantaciones no fueron ni tan grandes ni tan potentes… pretendían que fueran un suplemento del adiestramiento en ciertas artes orientales… en biorregeneración…
Macklin echó la cabeza hacia atrás y soltó una gran carcajada.
—¿Neohippies aumentados? ¡Oh! Bien, Powhatan. ¡Qué farol! ¡Magnífico!
Sin embargo, Powhatan no pareció haberlo oído. Se estaba concentrando, moviendo los labios como si recitara algo memorizado mucho tiempo atrás.
Gordon miró, parpadeó para eliminar las gotas de lluvia y volvió a mirar con mayor fijeza. Sobre los brazos y hombros de Powhatan parecían estar dibujándose tenues líneas, que le cruzaban cuello y pecho. Los temblores habían aumentado hasta alcanzar un ritmo uniforme que ahora ya no parecía caótico sino… deliberado.
—El proceso también requiere mucho aire —dijo Powhatan afablemente, coloquialmente. Inspirando todavía con profundidad, comenzó a erguirse.
Por entonces Macklin ya había dejado de reír. El holnista le miraba con franca incredulidad.
Powhatan siguió hablando.
—Estamos prisioneros en jaulas similares… aunque usted parece disfrutar mucho de la suya… También, ambos estamos atrapados por la arrogancia de una época arrogante…
—Usted no está…
—Vamos, General. —Powhatan sonrió a su captor sin malicia—. No se sorprenda… No creerá que usted y su generación fueron los últimos.
Macklin debía de haber sacado la misma conclusión que antes Gordon, al pensar que George Powhatan sólo hablaba para ganar tiempo.
—¡Macklin! —gritó Gordon. Pero el holnista no se distrajo. En un momento, su largo cuchillo, similar a un machete, estuvo a la vista, brillando húmedo a la luz de la lámpara antes de bajar hacia la inmovilizada mano derecha de Powhatan.
Inclinado aún y desprevenido, Powhatan reaccionó con un rapidísimo movimiento. El golpe sólo le arañó el brazo cuando sujetó la muñeca de Macklin con la otra mano.
Forcejearon y el holnista lanzó un grito. La fuerza superior del General empujaba la goteante hoja cada vez más cerca.
Con un repentino paso y un movimiento de la cadera, Powhatan cayó hacia atrás, lanzando a Macklin por encima de su cabeza. El General cayó de pie, todavía sujeto, y tiró con fuerza a su vez. Girando como los dos brazos de un molinete, se midieron mutuamente, ganando momentos, hasta que desaparecieron en la negrura más allá del círculo de luz. Se oyó ruido de algo que se rompía. Luego otro. Gordon tenía la impresión de que eran elefantes aplastando la maleza.
Venciendo el dolor que le producía el mero movimiento, se arrastró fuera de la luz lo suficiente para que sus ojos se adaptaran a la oscuridad y se incorporó bajo un cedro rojo empapado por la lluvia. Escudriñó en la dirección en que se habían ido los dos hombres, pero era incapaz de hacer algo más que seguir la lucha por su fragor y por los ruidos que producían las diminutas criaturas del bosque al apartarse del camino de destrucción.
Cuando las dos siluetas que luchaban volvieron a aparecer en el claro, sus ropas estaban hechas trizas. Por sus cuerpos corrían rojos regueros desde veintenas de cortes y arañazos. El cuchillo había desaparecido, pero incluso desarmados los dos guerreros eran impresionantes. En su camino ninguna zarza ni vástago resistían. Una zona de devastación los seguía a dondequiera que fueran.
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