David Brin - El cartero

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El cartero: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta es la historia de una gran mentira que llega a convertirse en una importante verdad. La historia de un hombre que llega a ser una leyenda. Todo empieza en una época futura, próxima a la que estamos viviendo, en los oscuros días siguientes a una limitada pero devastadora guerra en los que un puñado de hombres y mujeres sólo cuentan con enfermedad y hambre, miedo y brutalidad en su lucha para sobrevivir. Gordon Krantz es uno de esos hombres, un narrador itinerante, una especie de juglar, que vive de relatar las obras de los clásicos en los pueblos del noroeste. Una noche, Gordon se apropia de la chaqueta y la bolsa de un cartero, fallecido tiempo atrás, para protegerse del frío. Cuando, tras esto, llega a un pueblo, se da cuenta de que el viejo uniforme es como un símbolo de esperanza en la vuelta de una época que se fue…
Este libro es un fix-up compuesto por dos novelas cortas que se publicaron originalmente en 1982 y 1984 y que constituyen sus dos primeras partes. Las otras dos fueron expresamente escritas para formar la novela completa publicada por Bantam en 1985.

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Bezoar cerró rápidamente la puerta que daba a la habitación sin ventanas que había servido de almacén, donde Marcia y Heather debían de estar atendiendo al otro prisionero que Gordon aún no había visto.

—Esto le demostrará que no todos los hombres fuertes son agradables —comentó Macklin agriamente—. Aunque él es útil. Por ahora.

Gordon no tenía ni idea de si habían pasado horas o minutos cuando escuchó un gorjeo que atravesó las ventanas tapadas con tablas. Creyó que era sólo el trino de un pájaro de río pero Macklin reaccionó rápidamente, apagando la lamparilla de aceite y echando arena al fuego.

—Esto es demasiado bueno para perdérselo —dijo a Gordon—. Parece que los muchachos están efectuando una buena cacería. Espero que me excusará durante algunos minutos. —Cogió a Gordon del pelo—. Por supuesto, si hace un solo ruido mientras estoy fuera, lo mataré en cuanto vuelva. Se lo prometo.

Gordon no pudo encogerse de hombros dada su posición.

—Vaya a reunirse con Nathan Holn en el Infierno —espetó.

Macklin sonrió.

—Indudablemente, algún día. —Un instante después el hombre aumentado ya había traspuesto el umbral de la puerta y corría a través de la oscuridad y la lluvia.

Gordon siguió colgado mientras poco a poco iba girando más despacio. Luego respiró hondo y puso manos a la obra.

Tres veces intentó izarse para alcanzar la cuerda que le rodeaba los tobillos. Cada vez volvió a caer, gruñendo por la desgarradora agonía que le producía la súbita sacudida de la gravedad. La tercera fue casi insoportable. Le zumbaron los oídos y llegó a pensar que oía voces.

Con los ojos llenos de lágrimas le pareció entrever a varios espectadores de su lucha. Todos los fantasmas que había ido acumulando con los años parecieron alinearse en las paredes. Se le ocurrió que estaban haciendo balance de su situación.

«… Toma… —lo…», dijo Cíclope hablando por todos ellos en un código de luces ondulantes en los carbones de la chimenea.

—Marchaos —murmuró Gordon colérico, resentido con su imaginación. No tenía ni tiempo ni energías que perder en tales juegos. Suspiró con fuerza preparándose para realizar un intento más; luego, se elevó con todas sus fuerzas.

En esta ocasión logró coger la cuerda, resbaladiza por la lluvia que goteaba, y la aferró fuertemente con ambas manos. Todo su cuerpo se resintió por el esfuerzo, doblado como una navaja cerrada, pero sabía que no la dejaría escapar. Ya no le quedaba nada para efectuar otro intento.

Como tenía ambas manos ocupadas no podía desatarse. Tampoco tenía con qué cortar la cuerda. «Arriba —se concentró—. Será mejor que resistas.»

Se izó despacio por la cuerda, una mano después de otra. Le temblaban los músculos que amenazaban con sufrir calambres, y tenía un intenso dolor en el pecho y en la espalda; pero al fin «se puso en pie», los tobillos rodeados por la cortante soga, sosteniéndose con fuerza y oscilando como un incensario.

Junto a la pared, Johnny Stevens lo aclamaba desvergonzadamente. Tracy Smith y las demás Exploradoras del Ejército sonreían. «Muy bien, para ser un macho», parecían decir.

Cíclope estaba en su nube de bruma superfría, jugando a las damas con la humeante estufa de Franklin. Ellos también parecían dar su aprobación.

Gordon trató de descender para llegar a los nudos, pero esto apretó tanto la cuerda de los tobillos que casi se desmayó de dolor. Tuvo que enderezarse de nuevo.

«De esa forma no.» Ben Franklin meneó la cabeza. El Gran Manipulador lo miró por encima de las gafas.

—Por encima de los… encima de… —Gordon miró la recia viga de la que colgaba la cuerda.

«Arriba y por encima, entonces.»

Levantó los brazos y pasó la soga en torno de ellos. «Hacías esto en clase de gimnasia, antes de la guerra», se dijo mientras empezaba a tirar.

«Sí. Pero ahora eres viejo.»

Cuando comenzó a ascender se le saltaron las lágrimas aunque se ayudaba donde podía con las rodillas. En su visión borrosa, sus fantasmas parecían más reales cuanto más se esforzaba. Habían pasado poco a poco de imaginaciones a alucinaciones de primera clase.

—¡Vamos, Gordon! —le animó Tracy.

El teniente Van alzó los pulgares. Johnny Stevens sonrió alentadoramente junto con la mujer que le había salvado la vida en las ruinas de Eugene.

Una sombra esquelética con una camisa de franela y una chaqueta de cuero le hizo un gesto y le mostró los descarnados pulgares levantados. Sobre su cráneo pelado llevaba una gorra azul con visera, en la que brillaba una insignia de latón.

Incluso Cíclope cesó su machaqueo cuando Gordon puso en la interminable escalada todo cuanto tenía.

«Arriba…», gimió, asiendo el resbaladizo cáñamo y luchando contra el abrumador empuje de la gravedad. «Arriba, intelectual inútil… Muévete o muere…»

Pasó un brazo por encima de la tosca viga de madera. Gordon se sostuvo y obligó al otro brazo a unirse con el que ya había pasado.

Y eso fue todo. No había nada más que dar. Se quedó colgado de las axilas incapaz de moverse. Con los ojos entrecerrados y empañados por las lágrimas vio que todos aquellos fantasmas lo miraban, claramente decepcionados.

—Oh, id y perseguios unos a otros —les dijo en su interior, incapaz incluso de hablar en voz alta.

«… ¿Quién asumirá la responsabilidad…?» Centellearon los carbonesen la chimenea.

—Estás muerto, Cíclope. ¡Todos estáis muertos! ¡Dejadme en paz! —Extenuado, Gordon cerró los ojos para escapar de ellos.

Solo allí, en la negrura, encontró al único espectro que se había quedado. Aquel al que había utilizado con mayor desvergüenza, aquel que lo había utilizado a él.

Era una nación. Un mundo.

Detrás de sus párpados aparecieron y desaparecieron rostros… millones de rostros, traicionados y arruinados pero esforzándose aún…

… Por unos Estados Unidos Restablecidos.

… por un Mundo Restablecido.

… por una fantasía… por una fantasía que se negaba obstinadamente a morir, que no podía morir… mientras él viviera.

Se preguntó, asombrado, si era ésa la razón que le había hecho mentir durante tanto tiempo, que le había obligado a relatar semejantes cuentos de hadas. Porque él los necesitaba, porque no podía desprenderse de ellos.

«Sin ellos, me habría ovillado y muerto.»

Tenía gracia que no lo hubiese visto antes de ese modo, con tan pasmosa claridad. En la oscuridad de su interior el sueño resplandeció, aunque no existiera en ninguna otra parte del Universo, fluctuando como una diatomea, como una brillante partícula revoloteando en un tenebroso mar.

En medio de la total oscuridad, le pareció que estaba frente a él y lo cogía en su mano, asombrado por la luz. La joya aumentó de tamaño. Y en sus facetas vio a más gente, a más generaciones.

Un futuro cobró forma a su alrededor, envolviéndolo, penetrando en su corazón.

Cuando volvió a abrir los ojos estaba sobre la viga, incapaz de recordar cómo había llegado hasta allí. Se incorporó, parpadeando de incredulidad. Una luz espectral parecía salir de él en todas direcciones y atravesar los muros del ruinoso edificio como si éstos fueran la substancia del sueño y los rayos radiantes la verdadera realidad. La luminosidad se extendió cada vez más, sin límites. Durante un breve lapso de tiempo sintió como si pudiera ver para siempre en aquel fulgor.

Después, tan misteriosamente como había llegado, se fue. La energía pareció volver hacia el misterioso pozo que él había destapado. Con su marcha regresó la sensación física, la realidad de la extenuación y el dolor.

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