—Quiero que venga conmigo. Necesito su ayuda aquí.
Una linterna cubierta iluminaba parte del claro al otro lado de la carretera, ayudado de vez en cuando por un distante relámpago y un ocasional destello de la luna entre las nubes de tormenta. La lluvia torrencial había empapado a Gordon al cabo de pocos minutos de cojear siguiendo a Macklin. Los tobillos le sangraban aún y dejaban un tinte rosáceo en los charcos que pisaba.
—Su hombre negro es mejor de lo que yo creía —dijo Macklin, situando a Gordon a un lado del círculo de luz de la lámpara—. O eso o cuenta con ayuda, lo cual es muy improbable. Mis muchachos que patrullan el río hubieran visto otras huellas además de las suyas, si estuviese acompañado.
»En cualquier caso, Shawn y Bill merecieron lo que recibieron por ser descuidados.
Por primera vez, Gordon vislumbró lo que estaba sucediendo.
—¿Quiere decir…?
—No se alegre todavía —masculló Macklin—. Mis tropas están a menos de un kilómetro de aquí, y hay una gran pistola en mi alforja. Y no me ve vocear pidiendo socorro, ¿verdad? —Volvió a sonreír—. Ahora voy a mostrarle todo lo que ocurre en esta guerra. Tanto usted como su explorador pertenecen a la clase de hombres fuertes que deberían haber sido holnistas. Usted no lo es porque fue educado en la propaganda de la debilidad. Voy a aprovechar esta oportunidad para demostrarle lo débiles que les hace.
Macklin asió a Gordon del bruzo casi con la presión de un torniquete y gritó en la noche:
—¡Negro! Soy el General Volsci Macklin. Tengo aquí a tu comandante… ¡tu Inspector Postal de los Estados Unidos! —se burló.
»¿No te preocupa su libertad? Mis hombres estarán aquí al amanecer, así que tienes muy poco tiempo. ¡Acércate! ¡Lucharemos por él! ¡Tú mismo escogerás las armas!
—¡No lo hagas, Philip! Es un aum…
La advertencia de Gordon se convirtió en un quejido cuando Macklin le tiró del brazo, casi dislocándole el hombro. Aquello le hizo caer de rodillas. Las costillas le palpitaban y emitieron ondas de choque a través de todo su cuerpo.
—Vamos, vamos. Si su hombre no sabe todo lo referente a Shawn, eso significa que se cargó a mi guardaespaldas de un disparo afortunado. Si es así, ahora no merece ningún tipo de consideración especial, ¿está de acuerdo?
Le costó un poderoso esfuerzo de voluntad, pero Gordon levantó la cabeza jadeando a través de los dientes apretados. Superando las oleadas de náuseas, que llegaban una tras otra, logró ponerse en pie. Aunque el mundo le daba vueltas alrededor, no quería que le vieran arrodillado junto a Macklin.
Éste le dedicó un gruñido en voz baja, como diciéndole que no esperaba menos de un auténtico hombre. El cuerpo del hombre aumentado estaba arqueado como el de un gato, crispado de expectación. Aguardaron juntos, fuera de los límites del círculo iluminado por la linterna. Transcurrieron los minutos mientras llovía y dejaba de llover de forma intermitente.
—¡Última oportunidad, negro! —En un instante el cuchillo de Macklin estuvo en la garganta de Gordon. Una garra de fuerza semejante a la de una boa le dobló el brazo izquierdo detrás de la espalda—. ¡Tu Inspector morirá en treinta segundos, a menos que te dejes ver! ¡Empiezan ya!
El medio minuto transcurrió más lentamente que ninguno de los vividos por Gordon. De forma extraña, él se sentía ajeno, casi resignado.
Al fin Macklin meneó la cabeza y su voz sonó decepcionada.
—Mal asunto, Krantz. —Le puso el cuchillo bajo la oreja izquierda—. Supongo que es más listo de lo que…
Gordon ahogó un grito. No había oído nada, pero de pronto advirtió que había otro par de mocasines en el borde de la luz, a menos de cinco metros.
—Me temo que sus hombres mataron a ese bravo soldado al que llamaba a gritos. —La suave voz del recién llegado continuó hablando mientras Macklin se volvía, poniendo a Gordon entre ambos—. Philip Bokuto fue un buen hombre —prosiguió la misteriosa voz—. Yo vengo en su lugar, para responder a su desafío como él habría hecho.
Una cinta de abalorios brilló en la cabeza del fornido hombre cuando éste penetró en el círculo iluminado. Llevaba el pelo canoso recogido en una cola de caballo.
Los angulosos rasgos de su cara expresaban una triste serenidad.
Gordon casi pudo sentir el júbilo de Macklin transmitido mediante la poderosa garra que lo asía.
—Bien, bien. Por la descripción que he oído, sólo puede ser el Propietario del Refugio de Sugarloaf, que ha bajado solo de su montaña al fin. El gusto es mayor de lo que puede pensar, señor. Bienvenido sea, ciertamente.
—Powhatan —masculló Gordon, incapaz siquiera de imaginar cómo o por qué estaba allí… —¡Lárgate, imbécil! ¡No tienes ninguna posibilidad! ¡El es un hombre aumentado!
Phil Bokuto había sido uno de los mejores luchadores que Gordon había conocido. Si él a duras penas había conseguido atrapar al más débil de aquellos demonios y había muerto en el intento, ¿qué posibilidad tenía este hombre viejo?
Powhatan escuchó la revelación de Gordon y frunció el entrecejo.
—¿Sí? ¿Te refieres a esos experimentos que se llevaron a cabo a principios de los noventa? Creía que todos habían sido normalizados o asesinados en la época en que estalló la guerra de los eslavos contra los turcos. Fascinante. Esto explica muchas cosas de las dos últimas décadas.
—Entonces ha oído hablar de nosotros —dijo Macklin con ironía.
Powhatan asintió.
—Oí hablar, antes de la guerra. También sé por qué se interrumpió ese experimento; principalmente porque habían reclutado la peor clase de hombres que existía como sujetos.
—Eso dijeron los débiles —convino Macklin—. Porque cometieron el error de aceptar voluntarios de entre los fuertes.
Powhatan negó con la cabeza. De las palabras podía deducirse que estaba manteniendo una cortés discusión sobre semántica. Sólo su pesada respiración parecía delatar algún signo de emoción.
—Aceptaron a guerreros —enfatizó—, esos tipos admirablemente locos tan valiosos cuando son necesarios, y tan problemáticos cuando no lo son. En los noventa se aprendió la lección. Tuvieron muchos quebraderos de cabeza con los hombres aumentados que volvieron a casa conservando su amor a la guerra.
—Problemas es la palabra —rió Macklin—. Permítame presentarle al Problema, Powhatan. —Echó a un lado a Gordon como si acabara de darse cuenta que se interponía entre ellos, y envainó el cuchillo antes de avanzar hacia el hombre que era su enemigo desde hacía tanto tiempo.
Chapoteando en una zanja por segunda vez, Gordon únicamente pudo tenderse en el lodo y gruñir. Sentía todo el costado izquierdo arañado y ardiente, como si se hubiera rozado con carbones encendidos. La conciencia fluctuó y se quedó sólo porque él se negó por completo a dejarla ir. Cuando, al fin, fue capaz de elevar la mirada a través de un túnel distorsionado por el dolor, vio a los otros dos hombres agarrándose el uno al otro, dentro del pequeño oasis de luz proporcionado por la lámpara.
Por supuesto, Macklin estaba jugando con su adversario. Powhatan era impresionante, para ser un hombre de su edad, pero los monstruosos bultos que sobresalían en el cuello, brazos y muslos de Macklin lograban que los músculos de un hombre normal parecieran patéticos en comparación. Gordon se acordó del atizador de la chimenea de Macklin que se había partido como un caramelo.
George Powhatan aspiraba con fuertes y rápidas bocanadas y tenía el rostro enrojecido. A pesar de lo desesperado de la situación, a Gordon le sorprendió profundamente ver señales tan evidentes de miedo en el rostro del Propietario.
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