David Brin - El cartero

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El cartero: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta es la historia de una gran mentira que llega a convertirse en una importante verdad. La historia de un hombre que llega a ser una leyenda. Todo empieza en una época futura, próxima a la que estamos viviendo, en los oscuros días siguientes a una limitada pero devastadora guerra en los que un puñado de hombres y mujeres sólo cuentan con enfermedad y hambre, miedo y brutalidad en su lucha para sobrevivir. Gordon Krantz es uno de esos hombres, un narrador itinerante, una especie de juglar, que vive de relatar las obras de los clásicos en los pueblos del noroeste. Una noche, Gordon se apropia de la chaqueta y la bolsa de un cartero, fallecido tiempo atrás, para protegerse del frío. Cuando, tras esto, llega a un pueblo, se da cuenta de que el viejo uniforme es como un símbolo de esperanza en la vuelta de una época que se fue…
Este libro es un fix-up compuesto por dos novelas cortas que se publicaron originalmente en 1982 y 1984 y que constituyen sus dos primeras partes. Las otras dos fueron expresamente escritas para formar la novela completa publicada por Bantam en 1985.

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Parecía una comunidad próspera, quizá la mejor que había encontrado desde que salió de Idaho.

Los árboles habían sido talados para hacer un cortafuego alrededor del muro de la aldea, pero de eso hacía ya algún tiempo. Maleza de la mitad de la altura de un hombre había invadido la zona despejada.

«Bueno, no debe de haber ya muchos supervivencialistas por aquí —pensó Gordon— o serían menos descuidados.

»Voy a ver cómo es la entrada principal.»

Rodeó el área despejada hacia el lado sur de la aldea. Al oír voces se ocultó cautelosamente tras una cortina de maleza.

Se abrió un portón de madera. Dos hombres armados salieron, miraron en torno e hicieron seña a alguien del interior. Con un grito y un chasquido de riendas, una carreta tirada por dos caballos de carga lo cruzó y luego se detuvo. El conductor se volvió para hablar a los dos guardianes.

—Dile al Alcalde que aprecio el préstamo, Jeff. Sé que mi colaboración no es muy valiosa. Pero le pagaremos cuando recojamos la cosecha del próximo año, seguro. Él ya es propietario de una parte de la granja, así que esto debería ser una buena inversión para él.

Uno de los guardianes asintió.

—Claro, Sonny. Ahora ten cuidado ahí afuera. Algunos de los chicos hoy han divisado a un solitario en el extremo este de la ciudad vieja. Ha habido algunos tiros.

El granjero contuvo el aliento audiblemente.

—¿Alguien ha resultado herido? ¿Estás seguro de que era un solitario?

—Sí, completamente. Según Bob ha corrido como un conejo.

El pulso de Gordon se aceleró. Los insultos habían llegado a un punto casi intolerable. Metió la mano izquierda dentro de la camisa y palpó el silbato que Abby le había dado, que llevaba colgado de su cadena en torno al cuello. Aquello lo confortó haciéndole recordar la decencia.

—Ese tipo le ha hecho un auténtico favor al Alcalde —prosiguió el primer guardián—. Había encontrado un agujero oculto lleno de drogas antes de que los muchachos de Bob lo echaran. El Alcalde dejará que algunos de los propietarios las prueben esta noche en una fiesta, para descubrir lo que hacen. Te aseguro que me gustaría moverme en esos círculos.

—También a mí —agregó el vigilante más joven—. Eh, Sonny, ¿crees que el Alcalde podría pagarte algunas de tus primas en drogas, si alcanzas la cuota este año? ¡Podrías celebrar una buena fiesta!

Sonny sonrió tímidamente y se encogió de hombros. Luego, por alguna razón, agachó la cabeza. El guardián más viejo lo miró con curiosidad.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Sonny meneó la cabeza. Gordon apenas pudo oírlo cuando habló.

—Ya no deseamos mucho, ¿verdad, Gary?

Gary frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que deseamos ser como los compinches del Alcalde, ¿por qué no deseamos tener un Alcalde sin compinches?

—Yo…

—Sally y yo tuvimos tres niñas y dos niños antes del Desastre, Gary.

—Lo recuerdo, Sonny, pero…

—Hal y Peter murieron en la guerra, pero consideré que Sally y yo seríamos afortunados si conservábamos — a las tres niñas. ¡Afortunados!

—Sonny, no es culpa tuya. Sólo fue mala suerte.

—¿Mala suerte? —masculló el granjero—. Una, violada hasta morir cuando llegaron aquellos ladrones; Peggy muerta de parto, y mi pequeña Susan… tiene el pelo gris, Gary. ¡Parece hermana de Sally!

Se produjo un largo silencio. El guardián más viejo puso la mano en el brazo del granjero.

—Llevaré una jarra mañana, Sonny, lo prometo. Hablaremos de los viejos tiempos, como solíamos hacer.

El granjero asintió, sin levantar la vista.

—¡Arre! —gritó, y chasqueó las riendas.

Durante unos instantes, el guardián contempló la traqueteante carreta mascando un tallo de hierba. Al fin, se volvió hacia su compañero más joven.

—Jimmie, ¿te he hablado alguna vez de Portland? Sonny y yo acostumbrábamos ir allí antes de la guerra. Tenían un Alcalde, cuando yo era un muchacho, que pretendía…

Cruzaron el portón y se alejaron del alcance del oído de Gordon.

En otras circunstancias Gordon habría pensado durante horas en lo que aquella breve conversación le había revelado sobre la estructura social de Oakridge y su entorno. El pago de una deuda con frutas del granjero, por ejemplo, era una clásica fase previa a una especie de servidumbre de la gleba. Había leído algo sobre esto en un curso de historia cuando estudiaba segundo grado, en otros tiempos y en otro mundo. Era una característica del feudalismo.

Pero ahora Gordon no tenía tiempo para la filosofía ni la sociología. Sus emociones estaban al rojo vivo. El ultraje que suponía lo ocurrido aquel día no era nada comparado con la cólera que le provocaba el uso propuesto para las drogas que él había encontrado. Cuando pensaba en lo que aquel médico de Wyoming podía haber hecho con esas medicinas… ¡La mayoría de las sustancias ni siquiera producirían los efectos buscados por aquellos ignorantes salvajes!

Gordon estaba cansado. El brazo derecho vendado le producía un gran dolor.

«Apostaría a que puedo escalar esos muros sin grandes problemas, hallar el almacén y reclamar lo que he encontrado… además de algún extra para compensar los insultos, el dolor y mi arco roto.»

La imagen no era lo bastante satisfactoria. Gordon la adornó. Se vio colándose en la «fiesta» del Alcalde y despreciando a todos aquellos bastardos sedientos de poder que estaban haciendo un pequeño imperio de aquel rincón de la edad oscura. Se imaginó adquiriendo poder, poder para hacer el bien… poder para obligar a aquellos palurdos a usar la educación de los días de su primera juventud antes de que la generación culta desapareciese para siempre del mundo.

«¿Por qué, por qué no hay nadie que asuma la responsabilidad de enderezar las cosas de nuevo? Yo ayudaría. Yo dedicaría mi vida a ese líder.

»Pero todos los grandes sueños parecen haberse desvanecido. Todos los hombres buenos, como el teniente Van y Drew Simms, murieron defendiéndolos. Debo de ser el único que queda que sigue creyendo en ellos.»

Marcharse era impensable, por supuesto. Una combinación de orgullo, obstinación y simple furia gonadal lo hacía mantenerse firme en su empeño. Pelearía y eso era todo.

«Tal vez haya una milicia de idealistas, en el Cielo o en el Infierno. Supongo que la hallaré pronto.»

Afortunadamente, las hormonas de la guerra dejaban un poco de espacio para que su cerebro anterior escogiera la táctica. Después, se dedicó a pensar en lo que iba a hacer.

Gordon volvió a internarse en las sombras y una rama lo rozó y le hizo caer la gorra. La cogió antes de que llegara al suelo y estaba a punto de volver a ponérsela cuando se detuvo bruscamente y la miró.

Su rostro se reflejó en la bruñida imagen de un jinete, una figura de latón inclinada junto a una cinta con una frase en latín. Gordon observó los cambiantes destellos sobre el brillante emblema y sonrió lentamente.

Aquello sería audaz, quizá mucho más que escalar la cerca en la oscuridad. Pero la idea poseía una grata connotación que atrajo a Gordon. Era probablemente el último hombre vivo que escogería un camino más peligroso sólo por razones estéticas, y eso lo alegraba. Aunque el plan fallara, sería espectacular.

Tendría que efectuar una breve incursión en las ruinas de la vieja Oakridge, más allá de la aldea construida en la posguerra, hasta un edificio que seguramente estaría entre los menos saqueados de la ciudad. Volvió a ponerse la gorra mientras avanzaba para aprovechar lo que quedaba de luz.

Una hora después, Gordon abandonó los destruidos edificios de la vieja ciudad y caminó decididamente por la carretera de asfalto llena de baches volviendo sobre sus pasos en el crepúsculo. Dio un largo rodeo a través del bosque, y por último llegó a la carretera que Sonny había tomado, al sur de la muralla de la aldea. Ahora se acercó sin ocultarse, guiado por una solitaria linterna que colgaba sobre el ancho portón de entrada.

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