Orson Card - Nacidos en la Tierra

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Nacidos en la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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En esta nueva entrega de «La Saga del Retorno», Shedemei y el Alma Suprema supervisan, ya en la Tierra, la evolución de los humanos descendientes de Nafai y Elemak y su interacción con las nuevas especies que habían evolucionado en el planeta. Surgen de nuevo los problemas de siempre: racismo, explotación, enfrentamientos tribales, etc. El recurso de la hibernación permite mantener la presencia de Shedemei y su poderoso manto de capitana en un papel que deviene mítico y, en cierta forma, bíblico. Pero el misterio sigue siendo al paradero del Guardián de la Tierra cuya presencia, pese a todo, Shedemei y el Alma Suprema creen percibir, de vez en cuando, de forma siempre sutil e imprecisa.

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—Sí, podría exigir a mis ciudadanos más indefensos y obedientes que se queden a sufrir más humillaciones y afrentas de las cuales no puedo protegerlos. Podría hacer eso.

Pabul decidió no insistir en el asunto.

Caminaron todo el día, a buen paso, porque todos tenían buena salud. Todos procuraban mantenerse en forma: Motiak y Pabul porque sus funciones eran primordialmente militares y podrían encontrarse en cualquier momento en el campo de batalla; Akmaro y Chebeya, Edhadeya y Shedemei porque pertenecían a los Guardados y trabajaban con las manos, sin permitirse excesos de comida ni ocios improductivos. Así alcanzaron a un grupo tras otro de cavadores, y Motiak siempre repetía lo mismo.

—Quedaos, por favor. Confiad en que el Guardián sane las heridas de esta tierra.

Y la respuesta era siempre la misma. Por ti nos quedaríamos, Motiak, sabemos que tienes buenas intenciones, pero aquí no hay futuro para mí ni para mis hijos.

—Esto no refleja toda la realidad —dijo Akmaro aquella tarde—. Aquí vemos a los que han decidido marcharse, pero la mayoría se ha quedado.

—Hasta ahora —dijo Motiak.

—Nuestros recursos se están agotando, pero todos los cavadores que los Guardados pueden contratar ganan un salario. Sus hijos todavía asisten a la escuela, e incluso en algunas localidades Akma y tus hijos no tienen ninguna influencia y las personas se tratan bien unas a otras, sin boicots ni señal alguna de odio.

—¿Cuántas son esas localidades, Akmaro? —preguntó Motiak—. ¿Una de cada cien?

—Una de cada cincuenta —respondió Akmaro—. O de cada cuarenta.

Motiak no tuvo necesidad de contestar.

Se acordó de la conversación de aquella misma mañana con su mujer, de la frialdad con que ella había dicho que al irse los cavadores se solucionaría el problema. ¿Es eso más monstruoso que mi cruel reflexión de que tal vez llegue a desear que mis hijos mueran antes que yo? Sin embargo, no me habría opuesto a que empuñaran las armas y fueran a la batalla, si el enemigo nos atacara. Podrían haber perecido en la violencia de la guerra, y al verme llorar ningún hombre ni mujer del reino habría dicho: Si realmente los amaba, no los hubiera enviado por el camino de la muerte.

Expresó lo que pensaba en voz alta, y Akmaro, que caminaba junto a él, pudo oírle decir:

—Hay cosas que los padres deben valorar aún más que la vida de sus hijos.

Akmaro no necesitó explicaciones para comprender a qué se refería Motiak.

—Es difícil —dijo—. La naturaleza nos ha inculcado la idea de que los hijos importan más que nada.

—Pero la civilización significa elevarnos por encima de eso. Sentirnos parte de la aldea, la tribu, la ciudad, la nación…

—Los hijos del Guardián…

—Sí, vemos todo eso como el yo que se debe preservar a toda costa, así que las cosas más próximas son menos valiosas. ¿Eso significa que somos monstruos, que odiamos a nuestros hijos adultos si los enviamos a la guerra a matar y morir para proteger a los pequeños de nuestros vecinos?

—«La supervivencia de la familia está más garantizada cuando dicha familia se integra en una sociedad más amplia —recitó Akmaro—. Una familia se rompe y sangra, pero el organismo mayor sana. La herida no es fatal.» Edhadeya me ha enseñado las cosas que se enseñan en la Casa de Rasaro.

—Pasa más tiempo en tu casa que en la mía —dijo Motiak.

—Siente que Chebeya la comprende más que su madrastra. No me sorprende. Además, pasa la mayor parte del tiempo con Shedemei.

—Extraña mujer —dijo Motiak.

—Cuando la conozcas mejor —le comentó Akmaro—, verás que es aún más extraña de lo que creías. —De repente el semblante de Akmaro cambió. Murmuró—: No me había dado cuenta de que tuviéramos tan cerca al capitán de tus soldados.

—¿Y? —preguntó Motiak.

—¿Crees que te habrá oído cuando has dicho que hay cosas que los padres deben valorar más que la vida de sus hijos?

Motiak miró a Akmaro con alarma. Ambos comprendían que Motiak, involuntariamente, había puesto a sus hijos en un grave peligro.

—Es hora de detenerse para comer.

Mientras los soldados repartían la comida que llevaban, y todos los espías salvo dos se posaban para comer, Motiak llevó aparte a Edhadeya.

—Lamento separarte del grupo, pero tengo una misión urgente que encomendarte.

—¿Y no puedes enviar a un espía?

—Imposible. Sin darme cuenta he dicho una frase desafortunada, y me han oído. Pero aunque no hubiera sido así, la idea se le ocurrirá tarde o temprano a alguno de mis hombres, viendo lo desgraciado que soy. Debes ir en busca de tus hermanos y advertirles de que es probable que algún soldado, creyendo prestarme un servicio, intente aliviarme de mis cargas familiares.

—¡Padre, no pensarás que alzarían una mano contra gente de sangre real!

—No sería la primera vez que muere el hijo de un rey. Mis soldados saben que los actos de mis hijos me están matando. Temo la lealtad de mis hombres más fieles tanto como temo la deslealtad de mis hijos. Ve a buscarlos, llévales mi advertencia.

—¿Sabes qué dirán, Padre? Que los están amenazando, que tratas de amedrentarlos para que dejen de hablar en público.

—Trato de salvarles la vida. Al menos que viajen en secreto. Que no digan a nadie adonde van ni cuál será su próximo destino… Marcharse de repente, llegar inesperadamente. Deben hacerlo, o alguien puede acecharlos en la carretera. Y no me refiero a cavadores… estoy hablando de humanos y ángeles. ¿Lo harás?

Edhadeya asintió.

—Enviaré dos ángeles contigo para que te protejan, pero al llegar debes ordenarles que se marchen para que puedas hablar a solas con tus hermanos.

Edhadeya asintió y se dispuso a marcharse.

—Edhadeya —dijo Motiak—, sé que te pido algo difícil al enviarte a verlos. ¿Pero a quién más puedo mandar? ¿Akma-ro? ¿Pabul? A ti Akma te permitirá acercarte para que hables en privado con tus hermanos.

—Lo soportaré. Será más soportable que ver a esta gente exhausta abandonando su terruño.

Mientras ella se alejaba, Motiak la vio aproximarse a Shedemei. Al llamarla, regresó.

—No creo que debas hablar de esto con extraños —dijo.

—No pensaba hacerlo —respondió Edhadeya un tanto molesta. De nuevo partió, de nuevo caminó hacia Shedemei, y esta vez le habló. Shedemei cabeceó, negó con la cabeza. Sólo entonces Edhadeya se despidió del grupo, escoltada por dos ángeles que volaban sobre ella.

Motiak se enfureció, aun sabiendo que su furia era absurda. Chebeya notó de inmediato que estaba de mal talante y se le acercó.

—¿Qué ha pasado con Edhadeya? —preguntó.

—Le he pedido que no hablara con extraños sobre su misión, y ha ido a hablar con Shedemei. Chebeya se echó a reír.

—Oh, Motiak, tendrías que haber sido más concreto. Shedemei no es una extraña para nadie, salvo para ti.

—Edhadeya sabía a qué me refería.

—No, no lo sabía, Motiak. De haberlo sabido, te habría obedecido. No todos tus hijos se han rebelado. Además, Shedemei no es Bego ni Akma. Ella sólo contribuye a que Edhadeya se acerque más al Guardián y a ti.

—Quiero hablar con Shedemei. Es hora de empezar a conocerla.

Poco después Shedemei se sentó junto a él a la sombra, con Akmaro, Pabul y Chebeya. Los soldados estaban a cierta distancia y no podían oírles.

—Basta de evasivas —dijo Motiak—. Podía tolerar tus evasivas y que fueras misteriosa hasta que mi hija ha empezado a confiarte mis misiones secretas.

—¿Qué misiones secretas? —preguntó Shedemei.

—La razón por la cual la he enviado de regreso a Darakemba.

—No me ha dicho nada sobre eso.

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