Ovaciones. Murmullos sobre la sabiduría y tolerancia de Aronha. Será un rey sabio, un rey grande. ¿Cuántos de ellos entienden, se preguntó Shedemei, que por «antiguo orden» se refiere a la esclavitud o expulsión de los cavadores? Ningún Guardado podía secundarlos en aquel proyecto pero, al invitarlos, Aronha transmitía la falsa idea de que en su congregación cabían todos.
¿Y cuántos comprendían, pensó Shedemei, que la paz en Darakemba sólo había durado tres generaciones, pues hasta la época del abuelo de Motiak la nación de los nafari había vivido en los confines más lejanos del Gornaya y sólo se había unido al pueblo de Darakemba hacía menos de un siglo? Y aun así siempre hubo descontento entre los viejos aristócratas de Darakemba, que se sentían desplazados por el ascenso de la clase dominante nafari. No, eso no se comentará. Akma se jacta de ser estrictamente honesto al hablar de historia, pero está dispuesto a manipular la verdad para apoyar su causa.
El discurso de Mon fue más concreto, y se refirió a los ritos que intentarían preservar.
—Pedimos a los viejos sacerdotes que se acerquen para participar en estos rituales. Algunos de ellos requieren la presencia del rey, y no se celebrarán a menos que nuestro amado Motiak decida dirigirlos. —Se sobreentendía que si Motiak decidía no participar en los rituales, Aronha los celebraría en el futuro, cuando fuera Aronak—. Mantendremos los viejos días festivos, con celebraciones en vez de ayunos, con alegría en vez de melancolía.
En efecto, pensó Shedemei. Que la gente entienda que no se le exigirá ningún sacrificio para pertenecer a esta congregación. Una religión que sea pura dulzura, pero sin luz; toda forma, pero sin sustancia; toda tradición, pero sin precepto.
Ominer se dedicó a hablar del modo de hacerse miembro.
—Escribid vuestro nombre en los rollos. No es preciso que lo hagáis hoy, podéis hacerlo una de estas semanas. Os pedimos que donéis lo que podáis para ayudarnos a pagar un terreno donde podamos reunimos y para mantener las escuelas que fundaremos para educar a nuestros hijos según la antigua tradición, tal como nos educaron en la casa del rey. De algo podéis estar seguros: una vez inscritos en los rollos de la Congregación del Antiguo Orden, nunca os expulsarán de ella por tener alguna diferencia de opinión con un sacerdote.
Otro ataque contra la Congregación de los Guardados. En cuanto a las donaciones, Shedemei sintió ganas de reírse de tanto cinismo. La mayoría de los Guardados eran pobres, y donaban trabajo y dinero con gran sacrificio de su parte para pagar los edificios y los maestros. Pero lo hacían por el fervor de su fe y la sinceridad de su compromiso. La Congregación del Antiguo Orden nunca obtendría tantas aportaciones. Sin embargo no les faltarían fondos, porque todos los empresarios y propietarios ricos sabrían que el futuro rey y sus hermanos tendrían en cuenta esas contribuciones. No, no habría limitaciones presupuestarias, y los sacerdotes que antes de las reformas de Motiak eran asalariados gozarían nuevamente de pingües rentas. Basta de sacerdotes trabajando entre plebeyos. Sería un sacerdocio de clase alta.
Khimin, debido a su juventud, titubeó un poco en su discurso, pero el público parecía considerar simpáticos sus errores. Se limitó a afirmar que estaba de acuerdo con lo que habían dicho sus hermanos y a anunciar que en cuanto la Congregación estuviera bien organizada en Darakemba, Akma y los hijos de Motiak viajarían a todas las ciudades importantes de cada provincia para hablar con la gente y organizar el Antiguo Orden dondequiera que los invitaran a hacerlo. Lamentablemente, no tenían dinero propio, y no estaría bien servirse de la riqueza de sus padres para sostener una religión que éstos no aprobaban, así que Khimin, sus hermanos y su amigo Akma dependerían de la hospitalidad de otros en esos parajes remotos.
Shedemei se preguntó si vivirían el tiempo suficiente para pasar la noche en cada casa que estuviera patéticamente ávida de recibirlos. Familias ricas que no darían una torta de maíz a un mendigo suplicarían la oportunidad de demostrar su generosidad a aquellos jóvenes que no habían padecido necesidad jamás en su vida.
(Sé generosa, Shedemei. Akma ha padecido necesidad.)
Y no aprendió nada de ello, respondió Shedemei en silencio.
(Akma no es tonto. Permanecerán en casas de gente pobre con frecuencia, para resultar convincentes, y tanto en casas de ángeles como de humanos. No permitirán que Akmaro y Motiak dominen en nada, si pueden evitarlo.)
Entre todos, los cuatro hijos de Motiak habían tardado sólo media hora en terminar. Era evidente que cuando Akma se puso de pie para hablar nadie sabía qué esperar. Los hijos del rey eran celebridades, pero Akma era el hijo de Akmaro, y los rumores que lo precedían eran negativos. Algunos le tenían antipatía porque se oponía a las reformas religiosas de su padre. Algunos le tenían antipatía porque había repudiado el trabajo del padre, algo que los hijos de Motiak no habían hecho, pues incluso habían reiterado su absoluta lealtad al rey. Otros le tenían antipatía porque era un estudioso, con fama de ser una de las mentes más brillantes que frecuentaba la biblioteca de la casa del rey; existía cierta desconfianza natural hacia quienes sabían mucho de libros. Y otros no estaban dispuestos a simpatizar con él porque sabían que no creía en el Guardián de la Tierra, una postura absurda para alguien que estaba a punto de fundar una nueva religión.
Akma los sorprendió. Incluso sorprendió a Shedemei, aunque el Alma Suprema le había informado de lo que él pensaba decir. Pero Shedemei no estaba preparada para tanta elocuencia, tanta vehemencia. Akma no se valía de gestos grandilocuentes, sólo miraba al público con penetrante intensidad y todos y cada uno sentían en uno u otro momento que Akma posaba sus ojos en ellos, que hablaba directamente con ellos, y que conocía el corazón de cada uno.
Hasta Shedemei sintió la mirada de Akma cuando él dijo:
—Algunos habéis oído decir que no creo en el Guardián de la Tierra. Me alegra deciros que no es verdad. No creo en el Guardián tal como algunos lo definen, no creo en la primitiva idea de una entidad que envía sueños a ciertas personas pero no a otras, buscando favoritos entre los hombres y mujeres del mundo. No creo en un ser que traza planes para nosotros y se enfada cuando no los llevamos a cabo, que rechaza a ciertas personas porque no le obedecen con prontitud o no aman a sus enemigos más que a sus amigos. No creo en un ser omnisciente que transformó a los humanos y ángeles en amantes de la luz y el aire, y luego les exigió convivir con criaturas que viven en túneles de fango y suciedad. El Guardián de la Tierra no puede ser tan inepto en su planificación.
Todos rieron, complacidos. Aquel pequeño insulto a los cavadores demostraba que la nueva religión iba bien encaminada.
—No, el Guardián de la Tierra en el que yo creo es la gran fuerza de la vida que mora en todas las cosas. Donde cae la lluvia, allí está el Guardián de la Tierra. Cuando sopla el viento, cuando brilla el sol, cuando crecen el maíz y las patatas, cuando el agua corre sobre las rocas, cuando los peces brincan en el aire, cuando los niños cantan su primera y alegre canción de vida… creo en ese Guardián de la Tierra. El orden natural de las cosas, las leyes de la naturaleza… no hay que pensar en ellas para obedecerlas. No se requieren soñantes que os transmitan los deseos del Guardián. El Guardián quiere que todos comamos, y lo sabemos porque sentimos hambre. El Guardián quiere que riamos, y lo sabemos porque disfrutamos de la risa. El Guardián quiere que tengamos hijos, y lo sabemos porque no sólo amamos a los pequeños, sino el modo de engendrarlos. Los mensajes del Guardián de la Tierra llegan a todos y, excepto las entrañables y antiguas historias y ceremonias que nos unen como pueblo, no hay nada que enseñar que no aprendamos simplemente estando vivos.
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