Motiak sonrió.
—Gracias, Akma. Me has dado lo que necesitaba. Akma también sonrió.
—No te he dado nada que puedas usar. Tus hijos y yo ya hemos planeado la estrategia militar para obtener la victoria. Hemos estudiado los informes de los espías. Tú desestimas toda la información útil porque no tienes interés en hacerle la guerra al enemigo. Pero nosotros la usamos, aprendemos de ella. Los elemaki están divididos en tres reinos débiles y belicosos. Podemos derrotarlos uno por uno. Es un plan excelente, y no tiene nada de traición. Todo cuanto yo haga será como leal servidor del rey. Es lamentable que tú no seas ese rey al cual traeré tanta gloria, pues así lo has decidido. Si lo deseas, anuncia mi plan a tu pueblo… derrotar y destruir a nuestros enemigos y traer paz a toda la región. Verás cuan impopular me haces.
—Al pueblo no le gusta la guerra —dijo Motiak—. Juzgas mal a la gente si crees lo contrarío.
—Tú la juzgas mal, no yo. Todos odian la vigilancia constante. Odian que los incursores elemaki crucen nuestra frontera sin temor a las represalias. ¿Por qué crees que había tanto odio contra los cavadores? ¿Por qué crees que la guardia civil no te obedecía cuando ordenabas que frenara la violencia? La diferencia entre tú y yo, mi señor, es que yo encauzaré esa rabia contra el enemigo real. Tu política la encauzó hacia los niños.
Motiak se puso de pie.
—Ninguna ley me exige designar a un hijo mío como sucesor.
Akma también se puso de pie.
—Y ninguna ley obliga al pueblo aceptar el sucesor que tú nombres. El pueblo ama a Aronha. Lo amará más cuando vea que él, que nosotros, nos disponemos a restaurar el antiguo orden, la vieja tradición.
—Planeas lo que planeas, y tienes el atrevimiento de decírmelo a la cara porque soy un rey tolerante y no uso mi poder de forma arbitraria.
—Sí —dijo Akma—. Cuento con ello. También cuento con el hecho de que amas este reino y no lo abocarás innecesariamente a la guerra civil ni a la anarquía. Designarás a Aronha como sucesor. Y cuando ese día llegue (y esperamos que no sea pronto, a pesar de lo que crees), ojalá hayas comprendido que nuestro plan es el mejor para tu pueblo. Nos desearás suerte.
—Eso jamás.
—Es tu decisión.
—Crees que me has burlado con tus maniobras, ¿verdad?
—En absoluto. Mi único enemigo es la nación de cavadores y aborrecibles ratas humanas de las serranías. Nada tuve que ver con los juicios que llevaron a la situación legal que desencadenó las persecuciones, y lo sabes. Nunca he participado en ese mezquino juego, y lo rechazo. En cambio, el decreto que promulgarás ahora… sí, eso obedece a una maniobra. Pero noté que no tenías nada mejor. No obstante, parece que mi recompensa por sugerir una solución a tus problemas es ser acusado de títere, traidor, torturador de niños y demás. No olvidaré que mis padres guardaron silencio, escuchando todo esto sin abrir la boca en mi defensa.
Bego se echó a reír.
—Eres exactamente el hombre que creí que serías, Akma. Motiak lo silenció con su mirada.
—Akma —dijo Padre en voz baja—. Te ruego misericordia. No, no hagas esto, pensó Akma. No te humilles delante de mí, tal como te humillaste delante de los pabulogi.
—He intentado recordar y he hecho examen de conciencia —dijo Padre—, tratando de imaginar cómo pude actuar de otro modo en Chelem. Te suplico que me lo digas… ¿Qué debí haber hecho? Trabar amistad con los hijos de Pabulog, enseñarles el camino del Guardián, las doctrinas de Binaro… esto te valió la libertad. Nos trajo aquí. ¿De qué otra manera debí hacerlo? ¿Qué debí haber hecho?
—No pierdo tiempo con el pasado —respondió Akma, procurando eludir la embarazosa pregunta.
—Conque entonces no se te ocurre nada más conveniente que lo que hice —dijo Padre—. No, no creí que pudieras. El odio y la cólera no son racionales. Aunque sepas que no tenía otra opción mejor, eso no aplacará tu furia. Lo comprendo. Pero ahora eres un hombre. Puedes olvidar esas puerilidades.
—¿Así es como te disculpas? —preguntó Akma con socarronería—. ¿Acusándome de puerilidad?
—No es una disculpa —dijo Akmaro—, sino una advertencia.
—¿Una advertencia? ¿Del hombre que predica la paz?
—Afirmas que te repugna lo que han hecho los fanáticos. Pero en toda tu sabiduría, con todos tus planes, no pareces comprender que el rumbo que estás siguiendo causará sufrimientos de tal magnitud que, en comparación, estas persecuciones parecerán un día de fiesta.
—Los elemaki nos atacaron. Una y otra vez. No, no derramaré lágrimas por su sufrimiento.
—Un niño mira la guerra y ve mapas y banderas —dijo Akmaro.
—No me hables de guerra. Tú has visto tan poco de ella como yo, y yo he leído más.
—¿Crees que Motiak y yo no hemos hablado de la guerra? Si creyéramos que se pudiera hacer rápidamente, derrotando y destruyendo a los elemaki en una sola campaña, ¿crees que la evitaríamos? Mi amor por la paz no es insensato. Sé que los elemaki nos atacan. Motiak siente cada golpe asestado contra su gente en su propia carne. Si el rey se ha negado a atacar los baluartes enemigos, es porque perderíamos. Sin duda, incuestionablemente, seríamos destruidos. Ni un soldado sobreviviría para llegar a la antigua tierra de Nafai. Los valles altos son una trampa mortal. Pero nunca llegarás tan lejos, Akma. Porque ya de entrada el Guardián rechaza tus planes. Esta tierra pertenece a los tres pueblos por igual. Es lo que dictamina el Guardián. Si aceptamos esa ley y vivimos aquí juntos y en paz, prosperaremos. Si la rechazamos, hijo mío, nuestros huesos se blanquearán al sol como los huesos de los rasulum.
Akma sacudió la cabeza.
—Al cabo de tantos años, ¿todavía crees que puedes asustarme con advertencias sobre el Guardián?
—No —dijo Akmaro—, no creo que pueda asustarte. Pero tengo el deber de decirte lo que sé. Anoche tuve un sueño verdadero.
Akma gruñó para sus adentros. Oh, Padre, no te humilles aún más. ¿No puedes afrontar tu derrota como un hombre?
—El Guardián te ha escogido. Te reconoció en la infancia y te preparó para tu papel en la vida. Nunca entre los nafari nació alguien dotado de tanta inteligencia, sabiduría y poder.
Akma se echó a reír, tratando de eludir aquella obvia adulación.
—¿Por eso tratas mis ideas con tanto respeto?
—Tampoco hubo nadie dotado de tanta sensibilidad. Cuando eras pequeño, eso te inclinaba a la compasión. Los golpes que recibía Luet te dolían más que los que recibías tú. Sentías el dolor de cuantos te rodeaban, de todo el mundo. Pero junto con la sensibilidad vino el orgullo. Tenías que ser tú quien salvara a los demás, ¿verdad? Ése es el crimen que no puedes perdonarnos. Que fuera tu madre y no tú quien se enfrentó a Didul ese día en los campos. Que fuera yo, y no tú, quien les enseñó, quien los conquistó. Todo cuanto ansiabas sucedió: nuestro pueblo se salvó, el tormento cesó. Lo único que no pudiste tolerar fue la sensación de que tú no habías tenido nada que ver con aquella victoria. Y por eso tienes ese sueño de guerra. Aunque nuestro pueblo ya está a salvo, no descansarás hasta que conduzcas un ejército para vengarlo.
Luego habló Madre, la voz trémula de emoción.
—¿No sabes que fue tu coraje lo que nos sostuvo a todos?
Akma sacudió la cabeza. No soportaba el patetismo de aquellos tortuosos intentos de persuasión. ¿Por qué se ponían en ese trance? Le decían que era inteligente, pero no comprendían que esa misma inteligencia le permitía adivinar sus intenciones.
—El Guardián te observa —continuó Padre— para ver qué harás. El momento de la elección llegará. Dispondrás de toda la información que necesites para tomar una decisión.
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