—¡No dejes que me pegue!
—¡Alto! —exclamó el joven con voz segura y firme, bajando la colina. Increíblemente, el capataz le obedeció.
Padre estaba lejos de Akma, pero Madre estaba cerca y le susurró algo a Luet, la hermana de Akma, y Luet se aproximó unos pasos y murmuró:
—Es el hijo del enemigo de Padre.
Akma la oyó, y de inmediato adoptó una actitud cauta. Pero la belleza del joven era deslumbrante.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó sonriente el joven, con amabilidad.
—Que tu padre es el enemigo de mi padre.
—Ah, sí. Pero no por elección de mi padre.
Akma no supo qué responder. Nadie se había molestado en explicarle a él, un chico de siete años, cómo su padre se había ganado tantos enemigos. Akma nunca se había planteado que quizá fuera culpa de su padre. Pero tenía sus sospechas. ¿Cómo podía creer al hijo del enemigo de su padre? Y aun así…
—Has impedido que el capataz me golpeara —dijo. El joven miró al capataz, cuyo rostro era inescrutable.
—De ahora en adelante —ordenó—, no castigarás a este niño ni a su hermana sin mi consentimiento. Mi padre lo ordena.
El capataz inclinó la cabeza. Pero Akma notó que no le agradaba recibir semejantes órdenes de un joven humano.
—Mi padre es Pabulog —explicó el joven—, y mi nombre es Didul.
—Yo soy Akma. Mi padre es Akmaro.
—¿Ro-Akma? ¿Akma el maestro? —Didul sonrió—. ¿Qué puede enseñar ro que no haya aprendido de og? Akma no sabía qué significaba og. Didul pareció comprender su confusión.
—Og es el guardián del día, el jefe de los sacerdotes. Después de ak, el rey, nadie es más sabio que og.
— Rey significa poder matar a cualquiera que no agrade, a menos que posea un ejército, como los elemaki. —Akma le había oído decir aquello a su padre, muchas veces.
—No obstante, ahora mi padre gobierna a los elemaki de esta tierra —señaló Didul—. Mientras que Nuak está muerto. Lo achicharraron, como ya sabrás.
—¿Tú lo viste? —preguntó Akma.
—Camina conmigo. Por hoy has terminado de trabajar. —Didul miró al capataz. El cavador, erguido en toda su altura, apenas alcanzaba la talla de Didul; cuando Didul llegara a la madurez, se elevaría sobre el cavador como una montaña sobre un cerro. Pero en el caso de Didul y el capataz, la talla no tenía nada que ver con su muda confrontación. El cavador se marchitó bajo su mirada.
Akma quedó estupefacto. Mientras Didul lo cogía de la mano y se alejaba con él, Akma preguntó:
—¿ Cómo lo haces ?
—¿Qué? —preguntó Didul.
—Lograr que el capataz parezca tan…
—¿Inútil? —preguntó Didul—. ¿Tan inútil, estúpido e indigno?
¿Los humanos que eran amigos de los cavadores también los odiaban?
—Es sencillo —dijo Didul—. Él sabe que si no me obedece se lo contaré a mi padre y él perderá su cómodo trabajo y volverá a trabajar en fortificaciones y túneles, y a salir en campañas. Y si me levantara la mano, mi padre lo haría descuartizar.
Akma sintió gran satisfacción imaginando que descuartizaban al capataz… a todos los capataces.
—Vi cómo quemaban a Nuak, sí. El era rey, así que conducía a nuestros soldados en la guerra. Pero se había vuelto un viejo blandengue, estúpido y timorato. Todos los sabían. Mi padre trató de compensarlo, pero og tiene sus limitaciones cuando ak es débil. Un gran soldado, Teonig, juró matarlo para que lo reemplazara un verdadero rey, tal vez su segundogénito Ilihi… Pero tú no conoces a esas personas, ¿verdad? Debías de tener… ¿qué, tres años? ¿Qué edad tienes ahora?
—Siete años.
, —Tenías tres, entonces, cuando tu padre cometió traición, huyó como un cobarde al desierto y comenzó a conspirar contra los humanos nafari puros, procurando que humanos, cavadores y reses del cielo convivieran como iguales.
Akma calló. Eso era lo que enseñaba su padre. Pero él nunca lo había considerado una traición contra el reino puramente humano donde había nacido.
—¿Qué sabías tú? Apuesto a que ni siquiera recuerdas haber estado en la corte, ¿verdad? Pero estuviste. Yo te vi, cogido de la mano de tu padre. Él te presentó al rey.
Akma meneó la cabeza.
—No lo recuerdo.
—Era día de familia y todos estábamos allí. Pero tú eras muy pequeño. Sin embargo, yo te recuerdo, porque no demostraste timidez. Estabas tan ancho. El rey comentó: «Ese niño será un gran hombre, si ya ahora es tan valeroso.» Mi padre lo recordó. Por eso me ha enviado a buscarte.
Akma sintió una oleada de deleite en el pecho. Pabulog había enviado a su hijo a buscarle porque de chiquillo había sido valiente. Recordó que había atacado al soldado que amenazaba a su madre. Hasta aquel momento nunca se había considerado valiente, pero ahora veía que era cierto, lo era.
—De cualquier modo, Nuak estaba a punto de morir a manos de Teonig. Dicen que Teonig exigió a Nuak que luchara con él, pero que Nuak repetía: «¡Soy el rey! ¡No tengo por qué luchar contigo!» Y Teonig gritaba: «No me avergüences obligándome a matarte como un perro.» Nuak huyó a lo alto de la torre, y Teonig iba a matarlo cuando el rey miró en dirección a la frontera del territorio elemaki y vio el mayor ejército de cavadores que jamás haya sido visto, asolando la comarca como una tormenta. Teonig le dejó vivir para que el rey pudiera dirigir la defensa. Pero Nuak, en cambio, ordenó a su ejército que huyera, para que no lo destruyeran. Fue un acto cobarde y vergonzoso, y los hombres como Teonig no le obedecieron.
—Pero tu padre sí —dijo Akma.
—Mi padre tenía que seguir al rey. Es el deber de los sacerdotes. El rey ordenó a los soldados que abandonaran a sus esposas e hijos, pero mi padre se negó, o al menos me llevó a mí. Me cargó a hombros y no se rezagó, aunque yo no era tan pequeño ni él tan joven. Por eso yo estaba presente cuando los soldados comprendieron que era muy probable que estuvieran exterminando a sus esposas e hijos en la ciudad. Así que desnudaron al viejo Nuak, lo amarraron a una estaca y le apoyaron leños ardientes contra la piel. El no dejaba de gritar. —Didul sonrió—. Es increíble cuánto gritaba aquel viejo inútil.
Era espantoso imaginarlo. Era estremecedor que Didul, que recordaba la escena, pudiera contarla tan tranquilo.
—En ese momento mi padre comprendió que ya se estaba decidiendo quién ardería a continuación; evidentemente los sacerdotes serían las víctimas, así que pronunció algunas palabras en el lenguaje de los sacerdotes y nos condujo a un sitio seguro.
—¿Por qué no regresasteis a la ciudad? ¿Fue destruida?
—No, pero mi padre dice que la gente de allí no era digna de tener auténticos sacerdotes que conocieran el idioma secreto, el calendario y demás. Ya sabes. Lectura y escritura.
Akma quedó desconcertado.
—¿No todos saben leer y escribir? De pronto Didul se enfadó.
—Eso fue lo peor que hizo tu padre. Enseñar a todos a leer y escribir. A todos los que se creyeron sus mentiras y se largaron de la ciudad para unirse a él, aunque fueran simples labriegos. A todos. Había hecho votos solemnes. Al ordenarse, tu padre juró no revelar a nadie los secretos del sacerdocio. Y luego los difundió a los cuatro vientos.
—Mi padre dice que todas las personas deberían ser sacerdotes.
—¿Personas? ¿Eso es lo que dice? —Didul se echó a reír—. No sólo las personas, Akma. No se proponía enseñar a leer sólo a las personas.
Akma imaginó a su padre tratando de enseñar a leer al capataz. Imaginó a un cavador encorvado sobre un libro, tratando de coger una pluma y trazar los signos en la cera de las tablillas. Se estremeció.
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