Iain Banks - Pensad en Flebas

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Pensad en Flebas: краткое содержание, описание и аннотация

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La guerra se recrudece a lo largo de la galaxia. Las lunas, los planetas y las mismas estrellas se enfrentaron a una destrucción a sangre fría, brutal y, lo que es peor, aleatoria. Los Iridanos luchan por su fe; la Cultura, por su derecho moral a existir. No hay lugar para la rendición. En medio del conflicto cósmico, en las profundidades de un Planeta de los Muertos, yace una Mente fugitiva. Los rumores dicen que Horza el Cambiante, y su horda de mercenarios impredecibles, humanos y máquinas, se embarcaron en su propia cruzada por encontrarla… solo para hallar su propia destrucción.

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Horza pulsó unos cuantos botones y observó las lecturas que daban datos sobre los sistemas del tren. Por lo que podía ver, Wubslin estaba en lo cierto. El tren funcionaría.

—¿Dónde está esa maldita unidad? —preguntó volviéndose hacia Yalson.

—Eh, unidad… ¿Unaha-Closp? —dijo Yalson por el micrófono de su casco.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Unaha-Closp.

—¿Dónde te encuentras?

—Estoy admirando el interior de esta antigualla sobre ruedas. Tengo la impresión de que estos trenes quizá sean un poco más viejos que vuestra nave.

—Ordénale que vuelva aquí —dijo Horza. Se volvió hacia Wubslin—. ¿Has inspeccionado todo el tren?

Yalson volvió a ponerse en contacto con Unaha-Closp y le ordenó que volviera.

—Todo salvo el vagón del reactor —estaba diciendo Wubslin—. Hay algunas zonas en las que no pude entrar. ¿Cuáles son los controles de las puertas?

Horza miró a su alrededor durante un momento e intentó recordar la disposición de los controles del tren.

—Son esos de ahí.

Señaló una de las hileras de botones y paneles luminosos que había a un lado de Wubslin. El ingeniero empezó a examinarlos.

* * *

Le habían dado orden de volver. Como si fuera un esclavo, igual que un medjel idirano. Como si no fuera más que una máquina… Bueno, que esperasen.

Unaha-Closp también había encontrado la sección de su tren que contenía los murales con los mapas. Estaba flotando ante las superficies coloreadas de plástico iluminado por detrás. Utilizaba sus campos manipuladores para accionar los controles, haciendo encenderse pequeños conjuntos de luces que indicaban los blancos de los dos bandos, las ciudades de mayor tamaño y la situación de las instalaciones militares.

Ahora todo aquello no era más que polvo. Su preciosa civilización humanoide había quedado convertida en ruinas ocultas por los glaciares o había sido barrida por el viento y la lluvia y se había congelado hasta convertirse en masas de hielo…, toda ella. Lo único que subsistía era este patético laberinto de tumbas.

«Bueno —pensó Unaha-Closp—, adiós humanidad o como quisieran llamarla». Sólo sus máquinas habían perdurado. Pero, ¿sabrían comprender la lección encerrada en ese hecho? ¿Comprenderían qué era realmente esta bola de rocas congeladas! ¡Oh, sí, desde luego que no!

Unaha-Closp dejó los murales encendidos y salió del tren para volver por el túnel que llevaba a la estación propiamente dicha. Los túneles estaban mucho más iluminados, pero seguían igual de fríos, y Unaha-Closp tenía la impresión de que aquella brutal claridad blanco amarillenta emitida por las paredes y el techo era como una mezcla de dureza y salvajismo finalmente revelada. Era la luz de una sala de operaciones, la luz que cae sobre una mesa de disección.

La unidad flotó por los túneles pensando que aquella catedral de oscuridad se había convertido en una arena vidriada, una especie de crisol.

Xoxarle estaba de pie en la plataforma. Seguía sujeto a los soportes de la rampa de acceso. La mirada que le lanzó el idirano en cuanto vio emerger de los túneles a Unaha-Closp no le hizo ninguna gracia. Leer algo en la expresión de aquella criatura era casi imposible —suponiendo que pudiera afirmarse que el idirano poseía algo parecido a una expresión—, pero había algo en Xoxarle que no le gustaba nada. Tuvo la impresión de que el idirano acababa de quedarse inmóvil, o que había dejado de hacer algo que no quería fuese percibido por los demás.

Unaha-Closp se detuvo ante la boca del túnel y vio como Aviger alzaba los ojos hacia él desde la plancha sobre la que estaba sentado. El viejo apartó la mirada un instante después, y ni tan siquiera se tomó la molestia de saludarle.

El Cambiante y las dos hembras estaban en la zona de control del tren junto con el ingeniero Wubslin. Unaha-Closp les vio y fue hacia las rampas de acceso y la puerta más próxima. Cuando llegó allí se quedó quieto. El aire se movía suavemente. La corriente era casi imperceptible, pero estaba allí. Podía sentirla.

Haber vuelto a dar la energía habría activado algunos sistemas automáticos que estarían trayendo más aire fresco de la superficie o sacándolo de las unidades de filtrado atmosférico. Sí, debía de ser eso.

Unaha-Closp entró en el tren.

—Qué máquina tan pequeña y desagradable —dijo Xoxarle volviéndose hacia Aviger.

El viejo asintió vagamente. Xoxarle se había dado cuenta de que si le hablaba Aviger aún le miraba menos que si guardaba silencio. Era como si el sonido de su voz le tranquilizara, asegurándole que Xoxarle seguía allí, inmóvil e incapaz de hacer nada. Por otra parte, hablar —mover la cabeza para contemplar al humano, encogerse ocasionalmente de hombros, lanzar una risita— le proporcionaba excusas para moverse y aflojar los cables un poquito más. Siguió hablando. Con un poco de suerte los demás se quedarían un rato dentro del tren, y quizá tuviera una posibilidad de escapar.

¡Si lograba adentrarse en los túneles con un arma les proporcionaría la persecución de sus vidas!

* * *

—Bueno, deberían haberse abierto —estaba diciendo Horza. Para empezar, según la consola que Wubslin y él tenían delante las puertas del vagón que albergaba el reactor nunca habían estado cerradas. Horza se volvió hacia el ingeniero—. ¿Estás seguro de que intentaste abrirlas siguiendo el procedimiento adecuado?

—Claro que sí —dijo Wubslin, poniendo cara de ofendido—. Sé cómo funcionan los distintos tipos de cerraduras. Intenté hacer girar la ruedecilla incrustada en el panel, y no lo conseguí. De acuerdo, mi brazo sigue un poco anquilosado, pero aun así… Bueno, tendría que haberse abierto.

—Puede que el mecanismo esté averiado —dijo Horza. Se irguió y volvió la cabeza hacia el final del tren, como si intentara atravesar el centenar de metros de plástico y metal que se interponían entre sus ojos y el vagón del reactor—. Hmmm… Ese vagón… No hay ningún espacio lo suficientemente grande para que la Mente pueda haberse escondido en él, ¿verdad?

Wubslin alzó los ojos del panel que estaba contemplando con expresión absorta.

—No lo creo.

—Bueno, ya estoy aquí —dijo Unaha-Closp con voz adusta, y entró flotando por la puerta de la sala de control—. ¿Qué quieres que haga ahora?

—Tardaste lo tuyo para registrar el otro tren —dijo Horza volviéndose hacia la unidad.

—Hice un registro muy concienzudo. Más concienzudo que el vuestro, a menos que no haya oído bien lo que estabais diciendo antes de que entrara. ¿Dónde puede haber un espacio lo suficientemente grande para ocultar a la Mente?

—En el vagón del reactor —dijo Wubslin—. Algunas puertas se me resistieron. Horza dice que según los controles deberían estar abiertas.

—¿Quieres que vaya allí a echar un vistazo? —preguntó Unaha-Closp, girando sobre sí mismo hasta que su parte frontal quedó encarada a Horza.

El Cambiante asintió.

—Suponiendo que no sea pedirte demasiado, claro… —dijo con voz tranquila.

—No, no —dijo Unaha-Closp con falsa despreocupación mientras retrocedía hacia la puerta por la que había entrado—. Esto de obedecer órdenes empieza a gustarme. Déjamelo a mí.

Se alejó por el pasillo con rumbo hacia el vagón que contenía el reactor.

Balveda se volvió hacia el cristal blindado y contempló la parte trasera del tren que tenían delante, el que acababa de ser inspeccionado por Unaha-Closp.

—Si la Mente estuviera oculta en el vagón del reactor, ¿no aparecería en tu sensor de masas, o se confundiría con la señal emitida por la pila?

Volvió la cabeza lentamente para mirar al Cambiante.

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