El tren volvió a oscilar hacia adelante, gimiendo y quejándose como si sus intentos de moverse le resultaran tan dolorosos como lo habían sido los de Quayanorl. Sus ruedas dieron medio giro y se detuvieron. La rampa incrustada en la pasarela de acceso les impedía seguir adelante. Los motores del tren empezaron a emitir un chirrido estridente. Las alarmas de la sala de control se pusieron en funcionamiento, pero su sonido era tan agudo que el idirano apenas si podía oírlo. Los medidores parpadearon, las agujas se aproximaron a las zonas de peligro y las pantallas se llenaron de información.
La rampa empezó a desprenderse del tren, arrancando un pedazo de flanco del vagón a medida que el tren iba abriéndose paso lentamente.
Quayarnol vio acercarse la boca del túnel.
Más escombros junto a la pasarela de acceso delantera. El equipo de soldadura atrapado bajo el vagón del reactor arañó la lisura del suelo hasta que llegó al reborde de piedra que rodeaba un pozo de inspección. Se atascó contra él y acabó soltándose para caer con un ruido metálico al fondo del pozo. El tren seguía avanzando lentamente.
La rampa enganchada en la pasarela de acceso trasera se desprendió con un estruendo metálico, arrancando nervaduras de aluminio y tubos de acero y desgarrando la piel de plástico y aluminio del vagón en el que había quedado encajada. Una esquina de la rampa había quedado atrapada debajo del tren cubriendo un raíl. Las ruedas llegaron a ese punto y vacilaron. Las conexiones que unían un vagón a otro se tensaron hasta que el impulso del avance aumentó lo suficiente para vencer la resistencia ofrecida por la rampa. La estructura de la rampa se dobló sobre sí misma y se fue comprimiendo, las ruedas pasaron por encima de ella, cayeron sobre el rail que había más allá con un golpe sordo y siguieron adelante. El juego de ruedas que venía detrás pasó sobre el pedazo de rampa sin apenas ninguna dificultad.
Quayanorl se reclinó en el asiento. El túnel se fue acercando al tren y pareció engullirlo. La estación fue desapareciendo lentamente. Las paredes oscuras empezaron a desfilar a cada lado de la sala de control. El tren seguía estremeciéndose, pero iba acelerando poco a poco. Una serie de choques y golpetazos le indicó que los vagones le seguían por encima de los escombros, sobre el metal reluciente de los raíles, dejando atrás los restos de las pasarelas y rampas, saliendo de la estación…
El primer vagón la abandonó a la velocidad de un hombre que camina, el segundo un poco más deprisa, el vagón del reactor moviéndose como un hombre que aprieta el paso y el último iniciando una carrera. Una nube de humo se deslizó unos metros detrás del tren, volvió atrás lentamente y acabó subiendo al techo para ocupar su posición anterior.
* * *
La cámara de la estación seis —allí donde habían mantenido el primer tiroteo, allí donde Dorolow y Neisin habían muerto y habían dejado el cuerpo del otro idirano dándole por muerto—, no funcionaba. Horza pulsó el botón un par de veces, pero la pantalla siguió sin dar imagen. Un indicador de averías había empezado a parpadear. Horza hizo desfilar rápidamente las imágenes procedentes de las otras estaciones por el circuito y apagó la pantalla.
—Bueno, todo parece ir bien. —Se puso en pie—. Volvamos al tren.
Yalson se puso en contacto con Wubslin y la unidad; Balveda bajó del gran asiento en el que se había instalado y el trío abandonó la sala de control con la mujer de la Cultura abriendo la marcha.
Detrás de ellos una pantalla que registraba el flujo de energía —una de las primeras que Horza había encendido—, estaba registrando un considerable consumo de energía en los circuitos de aprovisionamiento de las locomotoras, lo que indicaba que un tren estaba desplazándose por alguna parte del complejo de túneles del Sistema de Mando.
13. El Sistema de Mando: Final de trayecto
—Puedes acabar leyendo demasiadas cosas en tus propias circunstancias. Eso me trae a la memoria una raza que se opuso a nosotros hace… Oh, ya hace mucho tiempo, antes de que nadie pensara en mi concepción. Afirmaban que la galaxia les pertenecía, y justificaban esta herejía mediante una blasfema creencia relacionada con el diseño de sus organismos. Eran seres acuáticos. Su cerebro y sus órganos principales estaban alojados en una gran vaina central de la que brotaban varios brazos o tentáculos de considerable longitud. Esos tentáculos eran gruesos junto a la vaina y delgados en las puntas, y estaban provistos de ventosas. Se suponía que su dios del agua había creado la galaxia a su imagen y semejanza.
»¿Comprendes? Creían que el poseer un cierto parecido físico con la gran lente que es hogar de todos nosotros, llevaban la analogía al extremo de comparar las ventosas de sus tentáculos con los grupos de estrellas, les convertía en sus propietarios. Pese a la indudable estupidez de esa creencia pagana, el hecho es que prosperaron y llegaron a ser bastante poderosos. De hecho, fueron unos adversarios muy respetables.
—Hmmm —dijo Aviger—. ¿Cómo se llamaban? —preguntó sin alzar la vista.
—Hmmm —tronó el vozarrón de Xoxarle—. Su nombre… —El idirano guardó silencio durante unos segundos y puso expresión pensativa—. Creo que se llamaban fanch… Sí, eran los fanch.
—Nunca he oído hablar de ellos —dijo Aviger.
—No, es lógico —ronroneó Xoxarle—. Les aniquilamos.
* * *
Yalson se dio cuenta de que Horza estaba observando algo que había caído en el suelo junto a las puertas que daban acceso a la estación.
—¿Qué has encontrado? —le preguntó, sin dejar de vigilar a Balveda.
Horza meneó la cabeza, empezó a agacharse para coger algo del suelo y se detuvo antes de completar el gesto.
—Creo que es un insecto —dijo con incredulidad.
—Uf —dijo Yalson, no muy impresionada.
Balveda fue hacia Horza para echarle un vistazo y Yalson cambió de posición para seguir apuntándola con su arma. Horza meneó la cabeza y observó cómo el insecto se arrastraba sobre el suelo del túnel.
—¿Qué diablos está haciendo aquí abajo?
La nota de pánico que había en la voz del hombre hizo que Yalson frunciera el ceño.
—Probablemente lo hemos traído nosotros —dijo Balveda y se incorporó—. Apuesto a que ha viajado en la plancha del equipo o en el traje de alguien.
Horza dejó caer su puño sobre aquella criatura minúscula, la aplastó y esparció los restos sobre la oscura roca del suelo. Balveda puso cara de sorpresa. El fruncimiento de ceño de Yalson se hizo un poco más acentuado. Horza contempló la mancha que había dejado sobre el suelo del túnel, se limpió el guante y alzó la cabeza pidiéndoles disculpas con la mirada.
—Lo siento —dijo volviéndose hacia Balveda, como si se avergonzara de lo que acababa de hacer—. No he podido evitar que me trajera a la memoria esa mosca con la que me encontré en Los fines de la inventiva… Acabó resultando ser uno de tus animalitos domesticados, ¿lo recuerdas?
Dio media vuelta y se alejó rápidamente hacia la estación. Balveda contempló la manchita del suelo y asintió.
—Bueno —dijo enarcando una ceja—, ésa es una forma de demostrar su inocencia.
* * *
Xoxarle observó cómo el macho y las dos hembras volvían a entrar en la estación.
—¿Nada, diminuto? —preguntó.
—Montones de cosas, líder de sección —replicó Horza, yendo hacia él y comprobando los cables que le sujetaban.
Xoxarle lanzó un gruñido.
—Siguen estando un tanto apretados, aliado.
—Qué vergüenza —dijo Horza—. Prueba a dejar escapar el aire que tienes dentro.
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