Iain Banks - Pensad en Flebas

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Pensad en Flebas: краткое содержание, описание и аннотация

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La guerra se recrudece a lo largo de la galaxia. Las lunas, los planetas y las mismas estrellas se enfrentaron a una destrucción a sangre fría, brutal y, lo que es peor, aleatoria. Los Iridanos luchan por su fe; la Cultura, por su derecho moral a existir. No hay lugar para la rendición. En medio del conflicto cósmico, en las profundidades de un Planeta de los Muertos, yace una Mente fugitiva. Los rumores dicen que Horza el Cambiante, y su horda de mercenarios impredecibles, humanos y máquinas, se embarcaron en su propia cruzada por encontrarla… solo para hallar su propia destrucción.

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* * *

Unaha-Closp había cambiado de parecer. Cortar todas sus comunicaciones con el mundo exterior parecía más bien imprudente, por lo que volvió a activar los canales de su comunicador, pero nadie quería hablar con él. Empezó a ocuparse de los cables que se adentraban en el conducto seccionándolos uno a uno mediante un campo de fuerza tan afilado como un cuchillo. Se dijo que después de lo que le había ocurrido al tren de la estación seis preocuparse tanto por dañar los sistemas carecía de objeto. Si daba con algo que fuese vital para el funcionamiento normal del tren estaba seguro de que el Cambiante enseguida se pondría a chillar como un loco y, de todas formas, no le costaría mucho reparar los cables.

* * *

«¿Una corriente de aire?»

Xoxarle pensó que debía habérselo imaginado, y luego pensó que debía ser el resultado de algún sistema de ventilación que se había puesto en marcha hacía poco. Quizá el calor desprendido por las luces y los sistemas de la estación requería una ventilación extra que no se había activado hasta entonces.

Pero la corriente de aire estaba haciéndose más fuerte. Su intensidad fue aumentando con mucha lentitud, tan despacio que casi resultaba imposible captar el incremento. Xoxarle se devanó los sesos. ¿Qué podía ser? Un tren… No, imposible. No podía ser un tren.

Aguzó el oído pero no logró captar ningún sonido. Se volvió hacia el viejo humano y descubrió que le estaba mirando. ¿Se habría dado cuenta?

—¿Se te han acabado las batallas y victorias? —preguntó Aviger con voz cansada.

Sus ojos recorrieron al idirano de arriba abajo. Xoxarle se rió, y si Aviger hubiera estado lo suficientemente versado en los gestos y los tonos de voz idiranos quizá se habría dado cuenta de que su risa era un poco demasiado fuerte, y hasta puede que algo nerviosa.

—¡Nada de eso! —dijo Xoxarle—. No, sólo estaba pensando que…

Se embarcó en otra historia sobre enemigos derrotados. Se la había contado a su familia y la había narrado en comedores de nave y en compartimentos de lanzaderas de ataque; habría podido repetirla incluso dormido. Su voz resonó por los espacios brillantemente iluminados de la estación y el viejo humano bajó los ojos hacia el arma que sostenía en sus manos, pero los pensamientos de Xoxarle estaban en otra parte. Su mente intentaba averiguar qué sucedía. Seguía tirando de los cables que sujetaban su brazo; ocurriera lo que ocurriese tenía que estar en condiciones de mover algo más que su mano. La comente de aire era cada vez más fuerte, pero seguía sin oír nada. Un chorrito de polvo continuo caía de la viga que había encima de su cabeza.

Tenía que ser un tren. ¿Podía haber algún tren en marcha por algún lugar del sistema de túneles? Imposible…

«¡Quayanorl! ¿Y si dejamos los controles…?» Pero no habían intentado dejarlos bloqueados en su posición de actividad. Lo único que hicieron fue averiguar cuáles eran sus funciones y asegurarse de que todos se movían. No habían intentado hacer nada más; no habían tenido tiempo para ello, y no había ninguna razón que justificara semejante acto.

Tenía que ser Quayanorl. Esto era cosa suya. Debía seguir vivo. Había puesto en marcha el tren.

Durante un segundo —mientras tiraba desesperadamente de los cables que le aprisionaban y vigilaba al viejo sin parar de hablar—, Xoxarle imaginó que su camarada seguía vivo en la estación seis, pero enseguida recordó lo graves que habían sido sus heridas. Cuando yacía en la rampa de acceso, Xoxarle había pensado que su camarada podía seguir estando con vida, pero después el Cambiante habló con el viejo —el mismo Aviger que le vigilaba—, y le ordenó que acabara con Quayanorl disparándole en la cabeza. Eso tendría que haber sido el fin de Quayanorl pero, aparentemente, no había sido así.

«¡Fracasaste, viejo!» La corriente de aire se convirtió en una brisa y Xoxarle sintió una oleada de júbilo. Oyó una especie de gemido distante, tan agudo que casi era imperceptible. Sí, ese sonido ahogado venía del tren. Era la alarma.

El brazo de Xoxarle ya casi estaba libre. Sólo le quedaba por aflojar un cable justo encima del codo. Se encogió de hombros y el cable se deslizó sobre la parte superior de su brazo hasta desparramarse encima de su hombro.

—Viejo… Aviger, amigo mío —dijo.

La interrupción de su monólogo hizo que Aviger alzara rápidamente la cabeza.

—¿Qué?

—Sé que esto va a sonarte ridículo, y si no te atreves no voy a culparte por ello, pero estoy sufriendo el picor más infernal que puedas imaginarte en mi ojo derecho. ¿Te importaría rascármelo? Ya sé que la mera idea de un guerrero atormentado por un picor en el ojo suena ridícula, pero te aseguro que durante los últimos diez minutos ha estado a punto de volverme loco. ¿Quieres rascármelo? Si lo deseas puedes usar el cañón de tu arma; si usas el cañón de tu arma te aseguro que no moveré un músculo ni haré el más mínimo movimiento que pueda parecerte amenazador. Usa lo que quieras, pero acaba con ese picor. ¿Querrás hacerlo? Te juro por mi honor como guerrero que digo la verdad.

Aviger se puso en pie. Sus ojos fueron hacia el morro del tren.

«No puede oír la alarma. Es viejo. ¿Y los otros, los más jóvenes? ¿Podrán oírla? ¿Es demasiado aguda para ellos? ¿Y la máquina? Oh, vamos, viejo estúpido, acércate. ¡Ven aquí!»

* * *

Unaha-Closp apartó los cables que había cortado. Ahora podía meterse en el conducto y seguir cortando.

—Unidad, unidad, ¿puedes oírme?

Esa mujer… Era Yalson otra vez.

—¿Y ahora qué? —preguntó Unaha-Closp.

—Horza ha dejado de recibir algunas lecturas procedentes del vagón del reactor. Quiere saber qué estás haciendo.

—Maldita sea, pues claro que quiero saberlo…

La voz de Horza, más débil porque estaba más alejado del micrófono.

—He tenido que cortar algunos cables. Parece que es la única forma de llegar al área del reactor. Si insistes ya los repararé luego.

El canal del comunicador quedó en silencio durante un segundo, y Unaha-Closp creyó oír una especie de zumbido estridente. Pero no estaba seguro. «En los límites de la sensación», se dijo a sí mismo. El canal volvió a activarse.

—Está bien —dijo Yalson—. Pero Horza quiere que le avises antes de que se te ocurra volver a cortar algo, sobre todo cables.

—¡De acuerdo, de acuerdo! —dijo Unaha-Closp—. Y ahora, ¿queréis dejarme en paz?

La comunicación se cortó. Unaha-Closp se quedó inmóvil durante unos momentos. Acababa de pensar que quizá hubiera una alarma sonado en alguna parte, pero en tal caso lo más lógico era que la sala de control recibiera el aviso, y cuando Yalson habló no había oído ningún ruido de fondo, dejando aparte el murmullo irritado del Cambiante. Por lo tanto, no había ninguna alarma.

Unaha-Closp metió un campo de fuerza en el conducto y se dispuso a seguir cortando cables.

* * *

—¿Qué ojo? —preguntó Aviger.

Estaba bastante cerca del idirano. La brisa hizo que un mechón de su rala cabellera amarillenta se deslizara sobre su frente. Xoxarle esperó en silencio a que comprendiera lo que estaba ocurriendo, pero Aviger se limitó a ponerse el mechón en su sitio y alzó la cabeza hacia el idirano con el arma preparada y cara de no saber qué hacer.

—Éste —dijo Xoxarle volviendo lentamente la cabeza.

Los ojos de Aviger se posaron en el morro del tren y volvieron al rostro de Xoxarle.

—No se lo digas a ya-sabes-quién, ¿de acuerdo?

—Lo juro. Ahora, por favor… No puedo soportarlo.

Aviger dio un paso hacia adelante. Seguía estando fuera de su alcance.

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