Las cuerdas de un arpa resonaron en la obscuridad. Sir Owain apareció. Ya no empleaba la muleta, aunque todavía simulaba cojera. Una pesada cadena de plata atraía la luz de las lunas sobre su túnica de terciopelo negro y ella le vio sonreír.
—Oh, oh —dijo el caballero suavemente—, las ninfas y las dríadas salen de noche.
—No —a pesar de su determinación, se sintió contenta; su charla, sus bromas, habían aliviado más de una hora de tristeza, aquello le devolvía a la mente los recuerdos de su juventud en la corte; esbozó con la mano un suave gesto de protesta, sabiendo que daba muestras de falsa modestia, sin poder impedirlo—. No, buen caballero, sería indecoroso.
—Bajo tales cielos, en tal presencia, nada lo es —replicó—. Aseguran que no había pecado en el Paraíso.
—¡Oh! No habléis así —su dolor, redoblado, volvió—. ¡Estamos perdidos en el Infierno!
—El Paraíso se encuentra donde se encuentre mi dama.
—¿Es éste acaso lugar adecuado para una Corte de Amor? —preguntó lady Catalina, amargamente.
—No —también él se puso solemne—. A decir verdad, una tienda, una cabaña, cuando estén terminadas, no deberían ser la morada de la dueña de todos los corazones. Tales sitios no son dignos hogares para vos… y vuestros hijos. Deberíais reinar entre rosas, como una Reina del Amor y la Belleza, con mil caballeros dispuestos a romper lanzas en vuestro honor y mil menestrales para cantar vuestros encantos.
Intentó protestar.
—Me bastaría con volver a ver Inglaterra… —pero su voz no fue más lejos.
Sir Owain se quedó inmóvil, contemplando el arroyo en el que las lunas gemelas trazaban dos caminos de luz temblorosa. Al fin, metió la mano bajo la túnica. La dama vio un reflejo de acero. Esbozó un movimiento de retroceso. Pero él levantó hacia el cielo la guarda de su espada y dijo, con su voz profunda y cálida a la que sabía dotar de profundas inflexiones:
—Por este símbolo de mi Salvador y mi honor, ¡juro que tendréis lo que deseáis!
Bajó la hoja y clavó los ojos en mi señora. Apenas pudo oírle cuando concluyó:
—Si es que lo deseáis realmente.
—¿Qué queréis decir? —se envolvió en la capa, como si tuviera más frío.
La alegría de sir Owain no tenía la turbulencia poco refinada de la de sir Roger, y su aspecto serio era mucho más elocuente que las protestas balbuceadas por su marido. Sin embargo, sintió miedo de sir Owain durante un momento; habría dado todas sus joyas por ver al barón saliendo armado del bosque.
—Nunca decís claramente lo que pretendéis —murmuró.
Sir Owain volvió hacia ella un rostro lleno de desarmante tristeza juvenil.
—Sin duda porque nunca he aprendido el difícil arte del discurso brutal. Pero si dudo, es porque me repugna darle a mi dama muy duras noticias.
Lady Catalina se incorporó. Durante un instante, bajo aquella luz irreal, ella se pareció extrañamente a sir Roger; él ponía el mismo gesto. Pero no tardó en volver a ser Catalina, que dijo con desesperado valor:
—Decidme la verdad, sea cual sea.
—Branithar puede encontrar la Tierra.
Lady Catalina no era una de esas damas que pierden el sentido. Pero vio cómo vacilaban las estrellas. Cuando volvió a ser dueña de sí misma, se encontró apoyada en el pecho de sir Owain. Sus brazos le rodeaban la cintura, sus labios se apretaban en su mejilla, buscando su boca. Ella se apartó levemente y él no intentó seguir besándola. Pero ella se sintió demasiado débil para abandonar sus brazos.
—Esa es una razón muy dura. Sir Roger no abandonará la guerra.
—Pero podría devolvernos a casa —dijo ella, jadeante.
Sir Owain pareció apenado.
—¿Creéis que lo hará? Necesita a todos los humanos para mantener sus guarniciones y mantener una apariencia de fuerza. Recordad lo que dijo antes de partir con la flota. Que cuando un planeta le pareciera lo suficientemente conquistado, enviaría a buscar a algunos hombres de esta aldea para que se unieran a los hombres de armas a los que habría nombrado duques y caballeros. En cuanto a él, habla de poner fin al peligro que amenaza a Inglaterra, pero, ¿le habéis oído decir alguna vez que haría de vos una reina?
Ella suspiró, recordando algunas palabras que se le escaparon.
—Branithar os lo explicará todo —susurró sir Owain.
El wersgor apareció de un juncal. Podía desplazarse libremente, pues no tenía ninguna posibilidad de escapar de la isla. Su cuerpo rechoncho iba cubierto de ricos ropajes, parte del botín, brillando gracias a miles de perlas diminutas. Con el redondo hocico, sin pelos, con las largas orejas, no parecía tan feo a causa de la costumbre, y sus ojos amarillos demostraban cierta alegría. Catalina comprendía lo suficiente de su idioma como para hablar con él sin intérprete.
—Señora, os preguntaréis sin duda cómo podría encontrar el camino en una ruta errabunda a través de masas de estrellas desconocidas —empezó—. Cuando las notas del navegante se perdieron en Ganturath, yo mismo desesperé. Hay tantos soles parecidos al vuestro en el espacio que se extiende entre este mundo y el vuestro… sería una búsqueda que al azar llevaría mil años. También es cierto que en ese espacio las nebulosas ocultan gran número de estrellas que sólo aparecen gracias a la suerte. Si alguno de los oficiales de mi navío hubiera sobrevivido, quizá nos hubiera podido ayudar a reducir el campo de nuestras pesquisas. Pero, ay, yo sólo trabajaba en los motores. Veía las estrellas de vez en cuando, pero para mí no significaban nada. Cuando engañé a vuestro pueblo —¡cosa que no sabéis cuánto lamento!— todo lo que hice fue pulsar un botón que preparaba el pilotaje automático en casos de urgencia… de tal modo llegamos aquí.
Lady Catalina parecía impaciente y nerviosa. Se arrancó de los brazos de sir Owain y le espetó:
—No soy tan tonta. Mi señor siempre me ha respetado lo suficiente como para explicarme todas estas cosas, aunque me costase trabajo entenderle. ¿Qué habéis descubierto?
—No he descubierto nada. He recordado una posibilidad —respondió Branithar—. La idea tendría que habérseme ocurrido antes, pero como han pasado tantas cosas…
«Sabed, señora, que hay estrellas tan brillantes que son como faros, como puntos de referencia, y que son visibles desde cualquier punto de la Vía Galáctea. Se las utiliza para la navegación. Si, por ejemplo, los soles que nosotros llamamos Ulovarna, Yariz y Gratch forman entre sí determinado ángulo, es porque uno se encuentra en determinada zona del espacio. Una somera evaluación de ese ángulo puede determinar la posición del observador con una certeza de unos veinte años luz. Lo que no es una zona muy grande para encontrar un Sol amarillo, aunque sea tan pequeño como el vuestro.
Ella hizo un gesto con la cabeza, pensativa.
—Entiendo. Pensáis que estrellas tan brillantes como Sirio y Rigel…
—No se trata necesariamente de las estrellas más brillantes vistas desde determinado planeta —la previno—. Puede que sean las que se encuentran más cerca. De hecho, a un navegante le haría falta un buen mapa de las constelaciones, con muchas estrellas brillantes marcadas en colores, tal y como se ven en el espacio sin aire. Con los datos necesarios, podría analizarlas y determinar cuáles deberían ser los puntos de referencia. De ese modo, las posiciones relativas le dirían desde dónde fueron observadas.
—Creo que podría dibujar un zodíaco —dijo insegura lady Catalina.
—Señora, eso no nos sería de ninguna utilidad —le dijo Branithar—. No tenéis costumbre ni conocéis el arte de identificar a simple vista tipos estelares. Admito que yo tampoco. No he recibido educación ni entrenamiento al respecto; sé algunas cosas sobre los trabajos de los demás, pero las he aprendido en conversaciones aisladas. Tuve la suerte de estar una vez en la torreta de navegación mientras el navío orbitaba la Tierra para hacer observaciones de larga distancia, pero no presté atención especial a las constelaciones, por lo que no recuerdo su configuración.
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